tag:blogger.com,1999:blog-45088941070360466042024-03-07T20:35:34.584-08:00la gente mas feliz de la tierra fihnecmasfelizdelatierrahttp://www.blogger.com/profile/00801516079606520413noreply@blogger.comBlogger2125tag:blogger.com,1999:blog-4508894107036046604.post-27314861552113993702013-02-19T12:21:00.001-08:002013-02-19T12:21:34.911-08:00<br />
LA GENTE MAS FELIZ DE LA TIERRA<br />
Es una historia para hacerlo reír, para hacerlo llorar, para construir su fe, Usted caminará<br />
con Demos:<br />
· Cuando él corteja al estilo armenio, a una chica de sólo quince años, Rose<br />
Gabrielian.<br />
· Cuando él pondera profecías "que no tienen sentido"<br />
· Cuando él y Rose, se enfrentan a la trágica pérdida de su hijita querida.<br />
Cuando él le hace frente a una crisis de sus negocios, descubre una enfermedad<br />
mortal en sus vacas lecheras, se enfrenta a una voluntad de Dios para su vida.<br />
La historia personal de Demos, nos comparte un poderoso secreto que, todos los<br />
creyentes necesitamos conocer para sobrevivir a los problemas contemporáneos.<br />
<br />
Descubra usted, como ser ¡la gente más feliz de la tierra!.<br />
<br />
<br />
INDICE<br />
Prefacio___________________________________________________________9<br />
1.Un mensaje desde lo alto de la Montaña _________________________13<br />
2.Avenida "Unión Pacific" ______________________________________37<br />
3.Una bomba de tiempo _______________________________________59<br />
4.El hombre que cambió su modo de pensar _______________________75<br />
5.Afianzamiento del cielo _______________________________________91<br />
6.Hollywood Bowl ____________________________________________111<br />
7.Tiempo de prueba __________________________________________127<br />
8.La cafetería Clifton _________________________________________149<br />
9.Los pies sobre la mesa ______________________________________177<br />
10. El mundo comienza a girar ___________________________________197<br />
11.La cadena de oro __________________________________________211<br />
12.Al día _____________________________________________________246<br />
13.¿Cómo puedo tener una relación con Dios? _____________________249<br />
14. In memoriam _____________________________________________251<br />
<br />
PREFACIO<br />
Era un día gris de diciembre en 1960, cuando llevamos nuestra furgoneta al<br />
penúltimo aparcamiento frente al Hotel Presidente de la ciudad de Atlántico.<br />
Segundos después, un Cadillac con matricula de California dio la vuelta hacia el<br />
lugar libre junte a nosotros y se bajó un hombre corpulento, la cabeza cubierta con un<br />
sombrero "Stetson " de ala ancha. Extendió una mano enorme llena de cicatrices par el<br />
duro trabajo.<br />
Soy Demos Shakerian, dijo.<br />
Dio la vuelta hacia el otro lado de su automóvil y sostuvo abierta la puerta para<br />
que descendiera una mujer bonita de pelo oscuro. "Y ella es mi esposa Rose".<br />
Les dijimos que éramos periodistas de la revista "Guideposts" y que<br />
teníamos asignada la labor de investigar el fenómeno de "hablar en lenguas", añadiendo<br />
rápidamente que estábamos allí "solamente para observar"<br />
Nos divertimos mucho. El Hotel Presidente era escenario esa semana de una<br />
convención regional de la organización llamada " Fraternidad Internacional de Hombres<br />
de Negocios del Evangelio Completo", de la cual, Demos era fundador y presidente.<br />
Habrán venido miles de personas hasta la ciudad de Atlantic, de toda la costa oriental,<br />
unas para encontrarse con el curtido granjero del sombrero "Stetson", otros para<br />
compartir historias de lo que el Espíritu Santo había hecho en sus vidas, y los demás,<br />
como nosotros, sólo como observadores, un poco más que temerosos.<br />
"Al observar el emocionalismo", nos dijimos el uno al otro "gritar, alzar los brazos,<br />
frenéticos testimonios, esas viejas técnicas usadas para manipular a las masas<br />
hasta el emocionalismo.<br />
".. Estuvimos observando... y nada de eso ocurrió. Demos, desde el frente de la<br />
pista de calle del hotel, dirigía la reunión con la callada sensibilidad de quien está<br />
escuchando una voz, que el resto de nosotros no podía ir. En lugar del caos que<br />
esperábamos, reinó un gozo ordenado en la convención. Habiéndonos presentado<br />
prevenidos contra esas manifestaciones emotivas, que no se llegaron a producir, nos<br />
hallamos sin defensa contra el amor con que nos topamos esa semana, y con nosotros,<br />
cientos de personas iniciaron el camino en el Espíritu.<br />
Durante los quince años que han pasado desde aquel diciembre, hemos seguido<br />
el movimiento pentecostal en diferentes partes del mundo, parque nos hemos dado<br />
cuenta de que es donde se hallan las buenas noticias, el entusiasmo, los cambios de vida,<br />
la realidad viva de la iglesia de hoy. Y cuando procedimos les advertimos un hecho<br />
interesante, donde quiera que hablásemos con personas cuya fe estuviese viva, hombres<br />
o mujeres, niños o viejos, católicos romanos o menonitas, una y otra vez la historia<br />
comenzaba con este extraordinario grupo de hombres de negocios y con un granjero de<br />
Downey, California, que se llama Demos Shakarian.<br />
¿Como era posible, nos preguntábamos, que este hombre tímido, sin don de<br />
gentes, con una sonrisa amable, un hombre que jamás parece tener prisa, que nunca<br />
parecía tener idea de lo que iba a hacer al día siguiente, pudiera tener tal en millones de<br />
personas? Nos decidimos a entrevistarlo para descubrir su secreto.<br />
Fue más fácil decidirlo que hacerlo. Demos puede encontrarse en Boston o<br />
Bangkok o Berlín, y Demos no contesta su correspondencia. Pero durante los últimos<br />
cuatro años conseguimos hacerle un buen número de visitas. Demos y Rose vinieron a<br />
nuestra ciudad para vernos; mas tarde nos reunimos en el chalet de un amigo común en<br />
Suiza. Trabajamos juntos en Mónaco y en Palm Springs. Charlamos en automóviles,<br />
aeropuertos y restaurantes armenios. Pero la mejor de todas las ocasiones que pasamos<br />
con Demos y Rose fue en su casa en Downey, la misma casa que construyó en 1934,<br />
cuando nació su primer hijo. La casa del padre de Demos está contigua a la suya y<br />
permanece vacía desde que aquél falleció. Aunque esta casa es más grande y con más<br />
espacio, Demos y Rose profieren vivir en ella, parque bueno... les evoca ciertas<br />
memorias...<br />
Y, poco a poco, comenzamos a captar el secreto de Demos.<br />
Parte del mismo, lo trajo su familia desde Armenia. Esta vieja nación cristiana es<br />
la que más ha sufrido par su fe. Y desde lo más profundo del sufrimiento han emergido las<br />
percepciones.<br />
No se trata, sin embargo, de una misión mayor o distinta de la que pueda tener<br />
cualquier raza o nación. Se trata de un secreto que cada uno de nosotros necesita<br />
conocer, porque, cuando lo conocemos, coma Demos dice, "no importa cuáles sean las<br />
condiciones del mundo que nos rodeó seremos siempre las personas más felices de la<br />
tierra."<br />
Noviembre 1975<br />
John y Elizabeth Sherrill<br />
Chosen Books<br />
Lincoin,Virginia<br />
<br />
<br />
Capítulo 1<br />
Un mensaje desde lo alto de la montaña<br />
Una noche Rose y yo viajábamos en automóvil a través de Los Angeles, de regreso<br />
a casa, cuando de pronto me sentí impulsado a salirme de la autopista y pasar enfrente de<br />
la casa en donde vivía mi abuelo Demos, cuando llegó a América.<br />
Después de cuarenta y dos años de matrimonio, Rose ya está acostumbrada a estos<br />
inesperados impulsos míos, de modo que aunque fuese la una de la madrugada, no dijo<br />
una sola palabra cuando yo di la vuelta hacia el lugar que antes se llamaba "Los Angeles<br />
Flats". La casa de estuco, de forma cuadrada, había desaparecido del número 919 de la<br />
calle Boston. Permanecimos sentados en el automóvil durante unos momentos,<br />
contemplando los nuevos edificios federales que han reemplazado las viejas casas del<br />
antiguo vecindario. Luego le di vuelta al automóvil y regresé a la autopista.<br />
Pero conmigo, en la cálida noche de California, viajaban recuerdos del abuelo.<br />
Sabía por que había necesitado dar aquel rodeo esa noche, era debido a una profecía que<br />
habíamos escuchado Rose y yo a primera hora de la noche. Habíamos estado en una<br />
reunión de "hombres de Negocios del Evangelio Completo", en Beverly Hills, en donde<br />
alguien había hecho una predicción, proclamaba que estaba transmitiendo las propias<br />
palabras de Dios y que una gran persecución contra los cristianos tendría lugar muy pronto<br />
en muchas partes del mundo, inclusive en los Estados Unidos de América.<br />
¿Que tendríamos que hacer nosotros con tal afirmación? ¿Qué había hecho mi<br />
familia con un mensaje similar hacía ya un siglo? Porque hubo entonces también una<br />
profecía y todo lo que sucedió desde entonces en la vida de mi abuelo, en la vida de mi<br />
padre y en la mía propia, fue resultado de haberla tomado en serio.<br />
Eran las dos de la mañana cuando llegamos a la entrada de nuestra casa en<br />
Downey, una noche de luna demasiado bella para desperdiciarla durmiendo. Yo soy un<br />
trasnochador, para desesperación de Rose, así que ella se fue a la cama, mientras yo<br />
acerqué la vieja silla de la sala junto a la ventana, me senté en la oscuridad y dejé que mi<br />
mente vagase par el pasado.<br />
Yo no conocí al abuelo Demos, falleció antes de que yo naciera, pero tango que<br />
haber escuchado cuentos que se referían a él, al menos un millar de veces. Conocía tan<br />
bien cada detalle de los mismos, que, cuando me senté mirando los naranjos plateados<br />
por la luna me pareció estar contemplando otro paisaje, muy lejano en el tiempo y en el<br />
espacio. Esto no es difícil para un armenio. Somos un pueblo del Antiguo Testamento, el<br />
pasado y el presente están entretejidos de tal forma en nuestras mentes que lo que pasó<br />
hace cien años, o mil, o dos mil, es tan real para nosotros como la fecha presente del<br />
calendario.<br />
He escuchado contar este relato marchas veces y hasta puedo evocar en este<br />
momento al pueblo de Kara Kala situado sólidamente en la rocosa falda del Monte Ararat,<br />
la montaña según la Biblia donde se poso el Arca de Noé. Al cerrar los ojos, veo las casas<br />
de piedra, el granero, el cobertizo, y la casa de la granja de una sola habitación donde vivía<br />
mi abuelo Demos. En la casa de mi abuelo habían nacido cinco hijas ningún varón, y eso<br />
era una desgracia entre los armenios, coma lo era entre los antiguos israelitas.<br />
Podía imaginar al abuelo yendo hacia la iglesia cada domingo por la mañana con<br />
sus cinco hijas. A pesar de que la mayoría de los armenios son ortodoxos, el abuelo y<br />
muchos otros en Kara Kala eran presbiterianos. Podían verlo marchar aquel domingo a<br />
través de la aldea hacia la casa en dónde se reunía la iglesia, con su cabeza erguida ante<br />
su silencioso reproche.<br />
En vista de su gran necesidad, siempre me había sorprendido que mi abuelo no<br />
hubiese aceptado inmediatamente el extraño mensaje que corría por lo alto de las<br />
montañas desde hacía cincuenta años. El mensaje lo trajeron los rusos. Al abuelo le<br />
gustaban los rusos, pero era una persona de mucho sentido común para aceptar esos<br />
cuentos milagrosos. Los rusos venían en grandes caravanas de carretas cubiertas.<br />
Vestían como la gente nuestra, con túnicas largas, de cuello alto, sujetas par la cintura<br />
con un cordón a manera de cincho, los hombres casados, con barba. Los armenios no<br />
tenían ninguna dificultad para entenderse con ellos, ya que la mayoría de los nuestros<br />
hablaban también ruso. Ellos escuchaban los cuentos de lo que los rusos llamaban "la<br />
efusión del Espíritu Santo" sobre centenares de miles de cristianos, ortodoxos rusos. Los<br />
rusos, venían como quien trae regalos, regalos del Espíritu Santo que querían compartir<br />
con nosotros. Podría aún escuchar al abuelo y a la abuela hablando a altas horas de la<br />
noche después de una de estas visitas. Uno tiene que admitir, hubiese dicho el abuelo,<br />
que todo lo que hablan los rusos es bíblico.<br />
Me refiero a que el don de sanidad, está en la Biblia. También está el de hablar en<br />
lenguas. También el don de profecía. Lo que sucede es que todo eso, no suena...<br />
armenio con lo cual hubiese querido decir confiable. Con los pies en la tierra, práctico.<br />
Y la abuela, con su corazón siempre abierto hubiese respondido "sabes, cuando<br />
estás hablando de profecías y de sanidad estás hablando de milagros".<br />
"Pues si".<br />
"Si alguna vez "recibiéramos el Espíritu Santo" en esa forma ¿crees que también<br />
nosotros podríamos pedir un milagro?"<br />
¿Quieres decir un milagro, como tener un hijo?."<br />
Y luego la abuela se habría puesto a llorar. Sé, como un hecho, que en una cierta<br />
soleada mañana de maya de 1891, la abuela estaba llorando.<br />
En el transcurso de los años, varias familias que vivían en Kara Kala habían<br />
comenzado a aceptar el mensaje de los pentecostales rusos. El cuñado del abuelo,<br />
Magardich Mushegan fue uno de ellos. Recibió el Bautismo del Espíritu Santo y en sus<br />
frecuentes visitas a la granja de los Shakarian solía hablar del nuevo gozo que había<br />
encontrado en su vida.<br />
En este día particular, 25 de mayo de 1891, la abuela y algunas otras mujeres<br />
estaban cosiendo en un rincón de la casa de campo de una sola habitación, es decir, la<br />
abuela trataba de coser, porque las lágrimas caían sobre la tela que yacía en su regazo.<br />
A través de la habitación, cerca de la ventana en donde la luz era más clara,<br />
Magardich Mushegan se hallaba sentado con la Biblia abierta sobre las rodillas,<br />
leyéndola.<br />
De improviso, Magardich cerró la Biblia de un golpe, se puso de pie y cruzó la<br />
habitación. Se detuvo delante de la abuela, con su espesa barba negra, moviéndose a<br />
causa de la emoción.<br />
"Goolisar", dijo Magardich "el Señor acaba de hablarme".<br />
La espalda de la abuela se enderezó. "¿De veras, Magardich?"<br />
“Me esta dando un mensaje para ti, prosiguió Magardich. “Gocilisar, exactamente<br />
de hoy en un año darás a luz un niño".<br />
Cuando el abuelo regresó de los campos, la abuela salió a su encuentro a la puerta<br />
de la casa con la noticia de la maravillosa profecía. Complacido y deseando creer, a pesar<br />
de su escepticismo, el abuelo no dijo palabra. Tan sólo sonrió y se encogió de hombros y<br />
marcó la fecha en el calendario.<br />
Los meses pasaron y la abuela quedó encinta de nuevo.<br />
Para aquel entonces, todos en Kara Kala sabían acerca de la profecía, y el pueblo<br />
esperaba en suspenso. Luego, el 25 de mayo de 1892, exactamente un año después de<br />
que se recibió la profecía, la abuela dio a luz un varón.<br />
Esta fue la primera vez que mi familia tuvo un encuentro con el Espíritu Santo en<br />
forma tan personal. Todos los vecinos de Kara Kala estuvieron de acuerdo en que el<br />
nombre escogido para el pequeño niño era perfecto; fue llamado Isaac, porque fue<br />
como el hijo de Abraham largamente esperado, el hijo de la promesa.<br />
Estoy seguro de que era un hombre feliz y orgulloso quien desfilaba con su<br />
familia a la iglesia todos los domingos después del nacimiento de su hijo Isaac. Pero<br />
el abuelo era muy terco, todos los armenios lo son. Se consideraba a si mismo demasiado<br />
inflexible para aceptar sin reservas que había presenciado una profecía sobrenatural de la<br />
misma clase que se menciona en la Biblia. Quizá la predicción de Magardich había sido<br />
solamente una afortunada coincidencia.<br />
Pero al fin, en un mismo día, todas las dudas de mi abuelo desaparecieron de una vez por<br />
todas.<br />
En el año 1900, cuando Isaac tenia ocho años y su hermana menor, lamas, cuatro,<br />
llegaron noticias de que un centenar de cristianos rusos se acercaban por la parte alta de<br />
la montaña en sus carretas cubiertas. Todos se alegraron, en Kara Kala era costumbre<br />
preparar una fiesta para los visitantes cristianos cuando llegaban. A pesar de no estar de<br />
acuerdo con "el evangelio completo" que predicaban los rusos, el abuelo consideraba sus<br />
visitas como un tiempo reservado para el Señor, e insistía en que la bienvenida tuviese<br />
lugar en la explanada frente a su propia casa.<br />
Ahora, el abuelo se sentía orgulloso de su fino ganado. Al escuchar la noticia de la<br />
llegada de los rusos marchó al corral para inspeccionar su manada. Elegiría el mejor de<br />
sus novillos,el más gordo, para aquella comida especial.<br />
Desafortunadamente, sin embargo, al inspeccionarlo resultó que el más gordo de<br />
sus animales tenía una falla, era tuerto.<br />
¿Qué debería hacer? El abuelo conocía la Biblia muy bien, sabía que no debía<br />
ofrecer un animal imperfecto al Señor, acaso no dice el capitulo 22 de Levítico, en el<br />
versículo 20: "¿Cualquier casa que tenga defecto no debéis ofrecerla, pues ésta no será<br />
aceptable...?"<br />
¡Vaya dilema! Ningún otro animal de la manada era suficientemente gordo para<br />
alimentar a un ciento de huéspedes. El abuelo miró alrededor, nadie estaba mirando.<br />
¿Supóngase que lo destace y simplemente esconda la cabeza defectuosa? ¡Si, esto es lo<br />
que haría! El abuelo condujo el animal tuerto al cobertizo, lo degolló el mismo, y a toda<br />
prisa metió la cabeza en un saco y la escondió debajo de un montón de grano de trigo<br />
trillado en un rincón obscuro.<br />
El abuelo estuvo apenas a tiempo, parque cuando terminaba de condimentar el<br />
novillo, oyó el rumor de las carretas que llegaban a Kara Kala. ¡Que vista tan estupenda...!<br />
Por la polvorienta carretera se veía la conocida caravana de carretas, coada una de ellas,<br />
tirada par cuatro caballos bañados de sudor. Al lado del conductor del primer carro erguido y<br />
en posición de mando, como de costumbre, iba sentado el patriarca de la barba blanca<br />
que era el jefe y profeta del grupo. El abuelo y el pequeño Isaac corrieron camino arriba a<br />
dar la bienvenida a los huéspedes.<br />
Por todas partes del pueblo se hacían preparativos para la fiesta. Pronto, el enorme<br />
novillo se estaba asando sobre un lecho de carbones encendidos. Esa noche todos se<br />
juntaron ansiosos y hambrientos en torno de las tablas de madera que les servirían de<br />
mesa. Sin embargo, antes de que la cena pudiese comenzar, la comida debía ser<br />
bendecida.<br />
Estos viejos cristianos rusos no oraban nunca, ni aún daban gracias par las<br />
comidas, hasta no haber recibido lo que llamaban "la unción". Esperaban ante el Señor,<br />
hasta que, según sus palabras, el Espíritu Santo descendiese sobre ellos. Ellos clamaban<br />
(y ésto divertía un poquito al abuelo) que podrían sentir descender la presencia del Señor<br />
y cuando este ocurría alzaban sus brazos y danzaban de gozo.<br />
En esta ocasión, como siempre, los rusos esperaron la unción del Espíritu y tal<br />
como sucedía, uno y después otro, comenzaron a bailar en su lugar a la vista de todos.<br />
Todo marchaba como siempre. Pronto vendría la bendición de los alimentos y la fiesta<br />
comenzaría.<br />
Pero, para consternación del abuelo, el patriarca alzó de pronto la mano, no en<br />
señal de bendición, sino coma señal para que todos parasen. Dirigiendo al abuelo una<br />
mirada penetrante, aquel hombre alto de barba blanca se alejó de la mesa sin decir una<br />
palabra.<br />
Los ojos del abuelo seguían los movimientos del anciano, mientras el profeta<br />
cruzaba el patio en dirección al establo. Reapareció después de un minuto. En su mano<br />
sostenía el saco que el abuelo había escondido debajo de un montón de trigo.<br />
¡El abuelo comenzó a temblar. Cómo pudo saberlo aquel hombre! Nadie lo había<br />
visto. Los rusos todavía no habían llegado al pueblo cuando él escondió la cabeza. Ahora<br />
el patriarca ponía el saco delante de mi abuelo y lo dejaba abierto, revelando a todos la<br />
cabeza con el ojo lechoso.<br />
“¿Tienes algo que confesar, hermano Demos?" pregunto el ruso.<br />
"Si, yo lo tengo", dijo el abuelo temblando, ¿pero como lo supo?<br />
“Dios me lo dijo", respondió el hombre con sencillez. Tú todavía no crees que El<br />
habla a su pueblo como lo hacía en el pasado. El Espíritu me dio esta palabra de<br />
conocimiento por una razón especial, para que tú y tu familia creáis. Habéis estado<br />
resistiendo el poder del Espíritu. Hoy es el día en que deja de resistirlo".<br />
Ante vecinos y huéspedes, aquella noche el abuelo confeso el engaño que había<br />
proyectado. Con las lágrimas rodando por su hirsuta barba, pidió perdón. "Muéstrame", dijo<br />
al profeta, "¿cómo puedo yo recibir al Espíritu de Dios?".<br />
El abuelo se arrodilló, y el anciano ruso posó sus manos marcadas por el duro<br />
trabajo, sobre su cabeza. Inmediatamente el abuelo prorrumpió en una gozosa oración,<br />
en una lengua que ninguno de nosotros conocía. Los rusos llamaban a esta clase de<br />
éxtasis "lenguas" y lo tomaban como un signo de que el Espíritu Santo estaba con quien<br />
así hablaba. Aquella noche, también la abuela recibió "su Bautismo en el Espíritu Santo".<br />
Este fue el principio de grandes cambios en la vida de mi familia, y uno de los<br />
primeros síntomas fue un cambio de actitud hacia el más famoso ciudadano de Kara Kala.<br />
Este era conocido en toda la región como “el niño profeta”a pesar de que aquellos días del<br />
incidente de la cabeza del novillo, el niño profeta contaba con cincuenta y ocho años.<br />
El verdadero nombre de aquel personaje era Efim Gerasemovitch Klubniken, y tenía<br />
una peculiar historia. Era de origen ruso y estaba su familia entre las primeras pentecostales<br />
que habían cruzado la frontera para asentarse permanentemente en Kara Kala. Desde su<br />
primera infancia Efim había mostrado un don para la oración, practicaba frecuentes y<br />
largos ayunos, oraba sin cesar en veladas de oración de toda la noche.<br />
Como todos los vecinos de Kara Kala lo sabían, cuando Efim tenía once años oyó la<br />
voz de Dios llamándolo en una de sus vigilias de oración. Esa vez continuó orando durante<br />
siete días con sus noches y durante ese tiempo recibió una visión.<br />
Este hecho en sí mismo no era extraordinario. En verdad, coma el abuelo<br />
acostumbraba a mascullar, cualquiera que pasase tanto tiempo sin comer ni dormir tenía<br />
mucha probabilidad de comenzar a ver cosas. Pero lo que Efim fue capaz de hacer<br />
durante esos siete días no resulta fácil de explicar.<br />
Efim no sabía leer ni escribir, sin embargo, cuando se sentó en su pequeña cabaña de<br />
piedra en Kara Kala, vio ante si una visión de mapas y un mensaje escrito en una<br />
bellísima caligrafía, Efim pidió pluma y papel, y durante siete días, sentado en la dura<br />
banca de la mesa de madera donde comía su familia, copió laboriosamente la forma y<br />
hachura de las letras y los diagramas que pasaban trente a sus ojos.<br />
Cuando hubo terminado el manuscrito fue llevado a personas del pueblo que sabían<br />
leer, y resulto que aquel niño analfabeto había escrito en caracteres rusos una serie de<br />
instrucciones y advertencias. En un tiempo futuro que quedaba sin especificar, escribió el<br />
muchacho todos los cristianos de Kara Kala estarían en gran peligro. Predijo una época<br />
de inexplicable tragedia para toda la región, cuando centenares de miles de hombres,<br />
mujeres y niños serían brutalmente masacrados. El tiempo llegaría, advertía, cuando<br />
todos los habitantes de la región tendrían que huir. Deberían irse a una tierra atravesando<br />
el mar. A pesar de que jamás había visto un libro de geografía, el muchacho profeta dibujó<br />
un mapa que mostraría exactamente el lugar a donde los cristianos deberían huir. Para<br />
asombro de los adultos, el mar que había dibujado con tanta precisión no era precisamente<br />
el cercano Mar Negro o el Mar Caspio, ni tan siquiera el más lejano Mediterráneo, sino el<br />
distante e inimaginable Océano Atlántico. No había dudas acerca de este, ni tampoco<br />
acerca de la identidad de la tierra que se dibujaba al otro lado del mapa, raramente era la<br />
costa este de los Estados Unidos de América.<br />
Pero los refugiados no se quedarían allí, continuaba la profecía. Deberían seguir<br />
viajando hasta llegar a la costa oeste de la nueva tierra. Allí, escribió el muchacho, Dios los<br />
bendeciría y los haría prosperar, y haría que su semilla fuese una bendición para las<br />
naciones.<br />
Un poco después, Efim escribió también una segunda profecía, pero lo único que<br />
todo el mundo conocía de esta otra era que se refería a un futuro todavía más lejano,<br />
cuando la gente tendría otra vez que huir. Efim pidió a sus padres que sellaran la segunda<br />
profecía en un sobre y repitió las instrucciones previas que había recibido. Se le dijo en su<br />
visión que únicamente un profeta, elegido por el Señor para esta tarea, podría abrir el<br />
sobre y leer la profecía a la iglesia. Cualquiera que se atreviese a abrir el sobre entes,<br />
moriría.<br />
Bueno, lo cierto es que mucha gente en Kara Kala sonreía ante estos cuentos del<br />
niño. Sin duda tenía que haber alguna explicación para aquella lectura "milagrosa". Quizá<br />
había aprendido a leer y escribir en secreto, con el único motivo de hacerle un broma a<br />
los del pueblo.<br />
Otros sin embargo, comenzaron a llamar a Efim el niño profeta y no estaban<br />
demasiado convencidos de que el mensaje fuese genuino. Cada vez que llegaban<br />
noticias frescas sobre la situación política a estas tranquilas cortinas del Monte Ararat,<br />
cogían las ya amarillentas hojas para leerlas de nuevo. Los problemas entre los<br />
musulmanes-turcos y los cristianos-armenios parecían crecer en intensidad. En agosto de<br />
1896 cuatro años antes de que el abuelo degollara el novillo tuerto ,,no hubo acaso una<br />
turbo enfurecida de turcos que asesinó a seis mil cristianos armenios en las calles de<br />
Constantinopla?<br />
Pero Constantinopla estaba muy lejos, y habían pasado muchos años desde que<br />
se dio la profecía. Las profecías de la Biblia se daban en docenas y aún hasta centenares<br />
de años antes de que se produjesen los sucesos profetizados, pero la mayoría de la gente<br />
de Kara Kala, el abuelo entre ellas, creía que esos genuinos dones proféticos habían<br />
cesado al completarse la Biblia.<br />
Y después, a poco de comenzar el nuevo siglo, Efim anunció que el tiempo del<br />
cumplimiento de la profecía que había escrito hacía casi cincuenta años, estaba cerca.<br />
"Tenemos que escapar a América. ¡Todos los que permanezcan aquí perecerán"<br />
Aquí y allá en Kara Kala, familias pentecostales empaquetaban sus casas y<br />
abandonaban las pertenencias que habían sido sus posesiones desde tiempos<br />
inmemoriales Efim y su familia, fueron de las primeras en marcharse. Cada vez que un<br />
grupo de pentecostales abandonaba Armenia, eran la irrisión de los que quedaban atrás.<br />
Estos buenos paisanos escépticos e incrédulos, inclusive muchos cristianos, rehusaban<br />
creer que Dios podía dar instrucciones exactas a la gente moderna de nuestros días.<br />
Pero las instrucciones demostraron ser correctas. En 1914 un período de horror<br />
inimaginable invadió Armenia. Con una cruel eficacia, los turcos iniciaron su sangrienta<br />
labor de conducir a dos tercios de la población hacia el interior del desierto de la<br />
Mesopotamia. Más de un millón de hombres, mujeres y niños murieron en aquellas<br />
marchas mortales, inclusive todos los habitantes de Kara Kala. Otro medio millón fue<br />
masacrado en sus pueblos, en un programa que le serviría mas tarde a Hitler de modelo<br />
para exterminar a los judíos. "El mundo no intervino cuando los turcos barrieron a los<br />
armenios", recordó a sus seguidores, "tampoco intervendrá ahora".<br />
Los escasos armenios que consiguieron escapar al asedio, llevaron consigo relatos<br />
de gran heroísmo. Explicaron que a veces los turcos ofrecían una oportunidad de negar<br />
su fe, a cambio de sus vidas. El procedimiento favorito de los turcos era encerrar a un<br />
grupo de cristianos en un establo y prenderle fuego "Si estáis dispuesto a aceptar a<br />
Mahoma en lugar de Cristo, abriremos las puertas." Una u otra vez, los cristianos elegían<br />
morir, cantando himnos de alabanza mientras las llamas los devoraban.<br />
Los que habían obedecido al aviso del Niño Profeta y habían buscado asilo en<br />
América, escuchaban las noticias con espanto.<br />
El abuelo Demos se contaba entre los que habían huido. Después de su<br />
experiencia con el patriarca ruso, el abuelo no volvió a dudar de la validez de la profecía.<br />
En 1905 vendió la granja que había pertenecido a su familia durante generaciones y<br />
aceptó a cambio el poco dinero que quisieron darle para ella. Después seleccionó las<br />
pertenencias que la familia podría llevar consigo a sus espaldas, inclusive su propia<br />
tetera rusa de bronce. Y con su esposa y sus seis hijas, Shushan, Esther, Siroon, Magga,<br />
Yerchan y Humas, y el, orgullo más de su vida, su hijo de trece años Isaac, partió para<br />
América.<br />
La familia llegó a salvo a Nueva York, pero conscientes de la profecía, no se<br />
quedaron allí. De acuerdo con las instrucciones escritas comenzaron a viajar a través de<br />
esa tierra nueva y salvaje para ellos hasta que llegaron a Los Ángeles. Allí, para su dicha,<br />
hallaron un pequeño sector armenio en pleno proceso de crecimiento donde ya vivían<br />
algunos amigos de Kara Kala y con la ayuda de esos amigos, mi abuelo comenzó a buscar<br />
casa. "The Flats" era la localidad más barata de Los Ángeles y sin embargo fue solamente<br />
al juntarse con otras dos familias que pudo llevar a su familia a vivir en la casa de estuco<br />
en forma cuadrada en el número 919, de la calle Boston.<br />
El pasaje del barco, el viaje a través de los Estados Unidos y su parte del alquiler<br />
de la casa, acabó con todo el dinero que obtuvo por la venta de la finca ancestral y el<br />
abuelo se puso inmediatamente a buscar trabajo sin éxito alguno. La gran depresión de los<br />
últimos años de 1800 todavía se dejaba sentir en California, no había puesto de trabajo<br />
disponible, especialmente para un recién llegado que no hablaba ni una palabra en inglés.<br />
Todas las mañanas el abuelo iba a las oficinas de empleo y siempre regresaba con el<br />
paso más vacilante que el día anterior.<br />
Pero había un tiempo cada semana, cuando todas las preocupaciones se hacían a<br />
un lado, el culto de adoración del domingo. La casa de la Calle Boston tenía un salón al<br />
trente, bastante grande, que de pronto se convirtió en el lugar de reunión de la comunidad.<br />
Los servicios se llevaban a cabo según las costumbres que traíamos de reuniones en las<br />
iglesias en el hogar, allá de Kara Kala. El punto de enfoque era una mesa grande en la<br />
que descansaba una Biblia abierta. A ambos lados se sentaban los hombres, alineados según<br />
orden de edad, los ancianos en primer lugar, después los jóvenes y finalmente los niños; al otro<br />
lado las mujeres, también en orden de edad. Los ancianos continuaban llevando sus pobladas<br />
barbas negras, aunque de vez en cuando un hombre joven asombraba a todo el mundo al dejarse<br />
crecer tan solo el bigote. Y se esperaba que al menos para asistir a la iglesia (aunque no durante la<br />
semana), los hombres llevasen sus túnicas de vivos colores, las mujeres sus vestidos largos<br />
bordados, con sus tocadas en la cabeza, tejidos a ganchillo, tal como se había hecho por<br />
generaciones.<br />
Que alivio tiene que haber proporcionado al abuelo encontrar apoyo espiritual en aquel<br />
grupo de cristianos... Hacía mucho tiempo que habían aprendido que Dios podía hablarles<br />
directamente desde la Biblia. Con su necesidad de un trabajo en su mente, el abuelo se<br />
arrodillaba sobre la pequeña alfombra oriental, que había sido traída de su vieja nación, para pedir<br />
'por una palabra'. Y enseguida toda la congregación comenzaba a orar en voz baja, a menudo en<br />
éxtasis, en desconocidos y exóticos idiomas llamados lenguas". Al final, uno de los mayores se<br />
acercaba a la Biblia y colocaba su dedo en un pasaje elegido al azar. Siempre las palabras parecían<br />
hablar directamente sobre la necesidad del momento.<br />
A veces eran acerca de la fidelidad de Dios, y otras, acerca de la venida de los días de<br />
leche y miel, tal como lo había predicho el Niño Profeta. De cualquier modo la pequeña iglesia<br />
armenia esperaba que llegasen esos ansiados días, pero mientras duraba la espera, podía<br />
gozar de esos hermosos momentos de comunión.<br />
Un día llego un nuevo motivo de aliento. Sucedió que el abuelo y su cuñado<br />
Magardich Mushegan (el mismo que había predicho el nacimiento de Isaac) caminaban por la Calle<br />
San Pedro de Los Ángeles en busca de trabajo en los establos. Cuando al pasar por la<br />
calle de al lado llamada Azusa, se pararon en seco. Junto con el olor de caballos y arneses<br />
de cuero les llegó el inconfundible sonido de gentes que alababan a Dios en lenguas. No<br />
sabían que en los Estados Unidos hubiese personas que adorasen a Dios en la forma<br />
como ellos lo hacían. Se acercaron precipitadamente al establo transformado de donde<br />
procedían las voces y llamaron a la puerta. Por aquel entonces el abuelo ya había<br />
aprendido unas pocas palabras en inglés.<br />
¿Podemos, entrar.. nosotros...?<br />
¡Por supuesto! La puerta se abrió de par en par. Hubo abrazos, manos levantadas<br />
a Dios en acción de gracias, cánticos y alabanzas al Señor, el abuelo y Magardich<br />
regresaron a la calle Boston con la noticia de que que pentecostés había llegado hasta estas<br />
lejanas tierras desde el otro lado del mar. Nadie sabía entonces que la calle Azusa llegaría<br />
a ser un nombre famoso. Comenzaba un avivamiento aquí en ese viejo establo de<br />
caballos de alquiler que esparciría la renovación carismática por diferentes lugares<br />
alrededor del mundo. En aquel momento, el abuelo vio aquel otro cuerpo de creyentes<br />
como una clara confirmación de la promesa de Dios de que haría cosas nuevas y<br />
maravillosas en California.<br />
Cuales serían estas cosas, el no alcanzó a vivir para verlas el tan ansiado trabajo<br />
estable que por fin llegó, se convirtió en tragedia.<br />
Un día, en 1906, el abuelo llegó a casa con el paso más ligero,<br />
¡Haz encontrado trabajo! dijo la abuela.<br />
Sí lo he encontrado.<br />
Todos los miembros de la casa se reunieron alrededor del abuelo que contaba la<br />
gran noticia. Allá en Nevada, en otro estado junto a California, explicó, los ferrocarriles<br />
estaban contratando persona.<br />
El rostro de la abuela perdió la sonrisa, había oído hablar de Nevada. Se trataba de<br />
un desierto donde la temperatura subía por encima de los 48 grados centígrados y donde<br />
los hombres caían muertos mientras intentaban llevar acabo el duro trabajo de tender la<br />
línea.<br />
Pero tú te olvidas replicó el abuelo, que soy granjero. Estoy acostumbrado a trabajar<br />
al aire libre en el sol. Por otro lado, Goolisar, madre de mi hijo, ¿tenemos otra opción?.<br />
Así fue como el abuelo pidió a los ancianos de la iglesia que se reuniesen y recibió<br />
la bendición tradicional por el viaje. Después, con una muda de ropa arrollada dentro de<br />
una manta se dirigió hacia el desierto. Muy pronto el cartero trajo un giro postal cada<br />
semana a la casa de la calle Boston.<br />
Y entonces un verano por la noche, llegó el cable que la abuela había estado<br />
temiendo desde el principio. En un día de calor agobiante, el abuelo se había desplomado<br />
mientras trabajaba en la línea del ferrocarril. Su cuerpo sería enviado por tren de regreso.<br />
Y con la muerte de mi abuelo, mi propio padre, Isaac, tomó el empleo para el que no<br />
estaba preparado, porque a los 14 años se había convertido en cabeza de la familia.<br />
Desde hacía varios meses, papá vendía periódicos en la esquina de una calle del<br />
centro de Los Ángeles. Ganaba casi diez dólares al mes lo cual era una valiosa<br />
contribución mientras el abuelo vivía, pero insuficiente para alimenten ahora a su madre y a<br />
sus seis hermanas. Incluso en el gran momento periodístico que fue el terremoto de San<br />
Francisco de 1906 cuando vendió seis atados de periódicos "extras" en una hora, apenas<br />
alcanzó para poner un poco más de leche sobre la mesa.<br />
Papá nunca hubiese tomado dinero por el que no hubiese trabajado. En los<br />
primeros años del siglo, todavía circulaban monedas de oro, las piezas de oro de cinco<br />
dólares eran de un diámetro aproximadamente al de las de una moneda de cinco centavos<br />
de ahora. Un día, un cliente con mucha prisa, depositó en su mano una moneda, recogió<br />
los tres centavos de cambio y se alejó rápidamente. Papá estuvo a punto de deslizar la<br />
moneda en el bolsillo de su delantal azul de vendedor de periódicos que llevaba escritas<br />
las palabras "Los Angeles Times” cuando se dio cuenta, al mirarla con detenimiento, que<br />
la moneda que tenía en la mano era en realidad una moneda de oro de cinco dólares.<br />
Señor! gritó. Pero el cliente ya estaba a casi de una cuadra de distancia. Papá puso<br />
una pesa encima de sus periódicos y echó a correr tras el hombre. Un vehículo público<br />
pasó frente a él. Sin pensarlo dos veces papá montó, pagó el pasaje con sus preciosas<br />
ganancias y siguió al individuo. Cuando por fin lo alcanzó, papá saltó del tranvía.<br />
"Señor". El hombre se volvió finalmente. "Señor, esto no es una moneda de cinco<br />
centavos", dijo papá en su inglés y extendió su mano, el oro brillo con el sol.<br />
A menudo pienso en aquel hombre que tomó su moneda sin extender por lo menos<br />
un reconocimiento. Me gusta pensar que si hubiera podido ver los hambrientos rostros<br />
esperando coda noche a la puerta del número 919 de la calle Boston, le hubiera dicho al<br />
muchacho que se quedara con la moneda.<br />
Diez dolares al mes no eran suficientes para la familia. Por las noches, después del<br />
trabajo, papá comenzó a recorrer las oficinas de empleo como había hecho antes el abuelo.<br />
Pero si el trabajo para los hombres escaseaba. Los trabajos para un muchacho todavía eran<br />
más difíciles de encontrar. Por fin, supo que había una plaza en una fábrica de arneses. El<br />
sueldo era poco, quince dólares al mes, pero aun así era más de lo que podía ganar con<br />
la venta de periódicos, y papá tomó el empleo.<br />
Un día en 1908, cuando papa tenía dieciséis años, vino a casa desde la fábrica para<br />
escuchar alarmantes palabras de la abuela.<br />
¡Isaac!. ¡Escucha que noticias tan estupendas! dijo la abuela.<br />
Si que necesitamos buenas noticias, respondió papá a través del pañuelo que a<br />
menudo se ponía en la boca. El fino polvo del cuero en la fabrica de arneses se le<br />
depositaba en los pulmones y le hacía toser continuamente.<br />
¡He encontrado trabajo!, dijo la abuela.<br />
Papá no podía creer lo que escuchaban sus oídos. Ninguna mujer armenia<br />
trabajaba por un sueldo. En su antiguo país los hombres se ocupaban de la manutención<br />
de sus familias, le recordaba a la abuela en la cocina, mientras él lavaba sus cabellos<br />
sucios por el polvo del cuero.<br />
Pero Isaac ¿no te das cuenta de lo que significa para ti llevar esta carga? estás<br />
más delgado que un palillo. Incluso te he oído hablar ayer con rudeza a tu hermana<br />
Hamas.<br />
Papá se ruborizó, pero mantuvo el aplomo. No tomarás ese trabajo.<br />
Ya lo tengo. Es una familia muy amable de Hollenbeck Park. Lavaré, plancharé y<br />
haré algo de limpieza.<br />
Entonces voy a empacar y me marcho de casa, contestó papá con lentitud,<br />
mientras abandonaba la cocina. Subió a la habitación y la abuela le siguió. Se mantuvo en<br />
pie en el umbral de la puerta mientras papá ataba sus ropas en un paquete. Sí tu trabajas,<br />
ya no me necesitas a mí aquí.<br />
Al día siguiente, después de todo, la abuela informó a la gente de Hollenbeck Park<br />
que no les lavaría la ropa.<br />
Pero en la fábrica de arneses la tos de papá fue empeorando. No mejoraba, ni<br />
siquiera cuando lo hicieron capataz al año siguiente, y con ello podía, a veces, estar fuera<br />
de la planta. La abuela acostumbraba comentarme cómo se quedaba despierta en cama<br />
escuchando toser a papá durante toda la noche cuando por fin persuadió a papá de que<br />
fuese a visitar al médico. El doctor confirmo lo que toda la familia ya sabía, si papá no<br />
abandonaba la fábrica de arneses, no llegaría a los veinte años.<br />
La interrogante era ¿de qué otra forma podría él sostener a su madre y a sus<br />
hermanas? Y en este momento, como solía hacerlo siempre la familia en tiempos de<br />
perplejidad, papá se volvió a la iglesia.<br />
La iglesia pentecostal armenia ya no se reunía en el salón de la calle Boston.<br />
Conforme los hombres habían ido encontrando trabajo aquí y allá, lo primero que hicieron<br />
fue construir un edificio para la iglesia. Se trataba de un pequeña estructura en la calle<br />
Gless, de tal vez 20 por 10 metros, con bancas sin respaldo, que se podrían arrinconar<br />
hacia la pared cuando el gozo del Señor movía la congregación a danzar en el Espíritu. Al<br />
frente de la sala se hallaba la tradicional “mesa”.<br />
Puedo imaginar a mi papá dirigiéndose hacia la "mesa", en la misma forma en que<br />
lo había hecho en muchas ocasiones el abuelo. Se arrodilló en la pequeña alfombra<br />
marrón oscuro y expresó su necesidad, mientras detrás de él se agrupaban los ancianos,<br />
inclusive Magardich y su hijo Aram Mushegan de quien se decía que era tan fuerte que podía<br />
levantar una carreta del suelo mientras se reparaba una rueda. Fue Aram quien colocó su<br />
dedo en la Biblia y leyó en voz alta estas extrañas y hermosas palabras:<br />
"Bendito serás tú en la ciudad, y bendito serás tú en el campo. Bendito será el fruto<br />
de tu vientre, el fruto de tu tierra, y el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños<br />
de tus ovejas" (Deut. 28: 34).<br />
¿Tierra? Papá se pregunto ¿Ganado?, pero las hermosas palabras del capitulo 28<br />
de Deuteronomio continuaban:<br />
“El Señor enviará bendición sobre ti, en tus establos, y sobre todo aquello que<br />
emprendas y te bendecirá en la tierra que el Señor tu Dios te da".<br />
Y mientras papá escuchaba, se daba cuenta de que había una sola cosa que<br />
siempre había deseado hacer. Lo que había estado soñando durante todos los días<br />
cuando trabajaba las máquinas cortadoras de cuero. Deseaba trabajar con vacas, con<br />
cosas verdes y frescas que crecían al aire libre.<br />
Pero se necesita mucho dinero para adquirir tierra, lo recordaba a menudo, cuando<br />
sus pensamientos llegaban a este punto. Ahora, con la promesa de las Escrituras que se<br />
repetían sus oídos, se decidió. Papá aviso a la fábrica de arneses, y al cabo de dos<br />
meses estaba sin empleo.<br />
Y casi al mismo tiempo comenzó a darse cuenta de una cosa. Las frutas y verduras<br />
que se exhibían en las tiendas de los alrededores de la ciudad, no sólo eran demasiado<br />
caras para que familias modestas como la suya las pudieran comprar, si no que además<br />
eran pequeñas y pálidas como si hubiesen sido cortadas antes de tiempo. ¿Que pasaría,<br />
se preguntaba, si él las llevase a la ciudad a vender, de casa en casa?<br />
Y así fue como papá comenzó su próspero negocio. Al sur y al este de Los Ángeles,<br />
se encontraba una área llena de pequeñas granjas cuyos dueños eran armenios, que<br />
cultivaban algunas de las verduras y frutas mejor seleccionadas del mundo. Papá tomó el<br />
poco dinero que había estado ahorrando mes tras mes para el ajuar de sus hermanas y<br />
con él hizo dos compras, una carreta y un caballo de pelo rojizo de dos años,<br />
llamado“Jack".<br />
Al día siguiente, papá condujo a "Jack" y su carreta a un cruce de ferrovía que se<br />
llamaba Downey, en aquellos días no era aun un suburbio de la ciudad, sino un poblado a<br />
veinticinco kilómetros en el campo. El viaje le llevaba casi tres horas cada vez, pero papá<br />
disfrutaba cada minuto de ese tiempo. El aire limpio y fresco llenaba de salud sus malsanos<br />
pulmones. En la mente de papá comenzaban a emerger los sueños, un día también él sería<br />
un granjero. Incluso poseería vacas. Sería un lechero, el mejor del país.<br />
Pero entre tanto, quedaba mucho trabajo por hacer. Aquel día, en Downey, papá fue<br />
de granja en granja a comprar lechugas aquí, toronjas allá, naranjas en otro lugar<br />
zanahorias en cualquier otra parte y cualquier otra fruta o verdura que estuviesen en su<br />
punto mas alto de la cosecha. Luego con el carro cargado con productos de primera<br />
calidad, regresaba a Los Ángeles. Mientras Jack iba de arriba abajo, hacia sonar el<br />
empedrado de las calles con las herraduras de sus patas, papá anunciaba a voz en<br />
cuello su mercancía: ¡Fresas maduras! i Naranjas dulces! ¡Espinacas recién cortadas!. Su<br />
producto era bueno y sus precios justos, así que la próxima vez que volvió, encontró a las<br />
amas de casa esperándolo.<br />
Pasó un año y ahora papá tenía diecinueve, y lucía bigote de moda. El dinero del<br />
ajuar para sus hermanas se había repuesto y aumentado. Con su salud renovada y el<br />
negocio floreciente, papá comenzó a pensar en una familia propia.<br />
Ya había echado el ojo a la muchacha que quería por esposa, una chica de quince<br />
años, con ojos negros y pelo negro que se llama Zarouhi Yesseyian. No es que la<br />
conociese personalmente. De acuerdo con las costumbres armenias, un muchacho y una<br />
chica no pueden hablarse antes de que las familias se hayan puesto de acuerdo para el<br />
matrimonio. Papá solo sabía que cuando pasaba cerca de su casa entre la Calle Sexta y<br />
Gless, el corazón le daba saltos en el pecho.<br />
Puesto que el papá había fallecido, uno de los ancianos de la iglesia hizo la<br />
petición formal de la mano de Zarouhi. El hombre manifestó los propósitos de papá en<br />
cuanto hubiese ahorrado lo suficiente para el pago inicial, vendería su productivo negocio<br />
y compraría tierra para ganado. Después de ésto, proclamaba el joven, únicamente el cielo<br />
azul de California le pondría límites.<br />
Así que papá se casó. Muy pronto, él y mi madre estuvieron en disposición de<br />
comprar cuatro hectáreas de tierra con cultivos de maíz, algunos eucaliptos y tierra de<br />
pasto en el corazón de Downey. Y lo más hermoso de todo, tres vacas lecheras. Con sus<br />
propias manos él y mamá construyeron una casita de tablas de madera rústica. Mamá<br />
acostumbraba decir que era una casa muy fácil de limpiar; las tablas de treinta centímetros<br />
que formaban el piso, encajaban tan mal entre ellas, que el agua de fregar se filtraba por las<br />
ranuras de la madera del piso hacia la tierra que había debajo...<br />
De pronto me di cuenta de que mientras estaba sentado en la silla de la sala de<br />
estar y hacía recuerdos, el cielo se hacía claro tras los naranjos. Y todavía mis<br />
pensamientos seguían hurgando el pasado. El 21 de julio de 1913, aún antes de que papá y<br />
mamá terminasen la casita de madera en Downey, nació su primer hijo. A diferencia del<br />
abuelo, quien tuvo que esperar tanto para un hijo, el primer bebé de papá y mamá fue un<br />
niño. Me llamaron Demos.<br />
En la mesa, junto a mi, la gran tetera de bronce que el abuelo había traído a sus<br />
espaldas desde Kara Kala comenzaba a reflejar la primera luz del día. Volví a mirarla,<br />
contemplé sus costados que brillaban como el oro a la luz de la aurora. Y me pregunté si<br />
al darme el nombre de mi abuelo, mis padres habían adivinado el papel misterioso que<br />
la profecía jugaría también en mi propia vida.<br />
CAPITULO 2<br />
Avenida Unión Pacific<br />
A pesar de que mis padres se trasladaron a Downey cuando yo tenía ocho meses,<br />
siguieron asistiendo a la pequeña iglesia de la calle Gless. Papá decía que era de sus<br />
iglesias de donde los armenios obtenían su fuerza. Papá también me enseño dos<br />
habilidades a la vez. Tan pronto mis manos fueron suficientemente grandes me enseñó a<br />
ordeñar y tan pronto como fui lo bastante alto para subir un cesto de naranjas y llegarle a la<br />
cabeza de "Jack", me enseñó a ponerle el arnés. Muchas de mis primeras memorias que<br />
recuerdo son de cuando uncía a Jack al carro y salíamos con mi familia hacia la iglesia;<br />
para entonces ya tenía dos hermanas, Ruth y Lucy.<br />
El viaje tomaba tres horas tanto de ida como de regreso, y el servicio con todo y<br />
almuerzo, duraba cinco, y yo disfrutaba cada momento. Me gustaba observar a aquellos<br />
musculosos granjeros y trabajadores levantando sus manos al aire mientras el Espíritu se<br />
movía por toda la congregación, los rostros elevados al cielo, hasta que sus largas barbas<br />
apuntaban hacia adelante, paralelas a la mesa. Me gustaba escuchar sus voces<br />
profundas y encantadoras que cantaban el antiguo salterio armenio.<br />
Aún los sermones levantaban los ánimos en aquella pequeña construcción de la<br />
calle Gless, porque hacían revivir el pasado. Armenia, nos recordaba el predicador, es la<br />
nación cristiana más antigua del mundo, y también la que más ha sufrido a causa de su fe.<br />
Las recientes masacres de los turcos eran tan sólo las últimas entre los recuerdos de<br />
salvajes atentados que los vecinos habían perpetrado con intención de aniquilar a esta<br />
pequeña nación inflexible, y de tanto oír la misma historia, llegó a convertirse en la fibra y el<br />
hueso de todos nosotros. "Estamos en el año 287, comenzaba el predicador, y el joven<br />
San Gregorio se está preguntando si debe regresar a su hogar en su amada Armenia".<br />
Gregorio había caído en desgracia con el Rey y por ello se encontraba exiliado de su país,<br />
pero en el exilio había tenido la oportunidad de escuchar el mensaje de Cristo.<br />
Finalmente, a pesar del riesgo, decidió regresar para compartir el evangelio con sus<br />
compatriotas.<br />
El Rey pronto sabe de su retorno, lo manda a apresar y lo encierra en la más<br />
lóbrega mazmorra del castillo, para que muera de inanición. Pero no antes de que la<br />
hermana del rey escuchara a Gregorio y se convirtiera. El predicador describía con vivos<br />
colores el cuadro de la joven bajando furtivamente las húmedas escaleras de piedra de la<br />
negra y maloliente prisión, escondiendo un pan o una calabaza llena de leche de cabra,<br />
bajo una andrajosa capa. Por catorce años, la princesa consiguió mantener vivo a<br />
Gregorio.<br />
Por aquel entonces una espantosa enfermedad se apodera del rey, una extraña<br />
locura le hizo revolcarse en el suelo aullando como un animal. Durante sus momentos de<br />
lucidez el Rey suplicó a los médicos que lo curasen, pero ninguno lo consiguió.<br />
"Gregorio puede curarte" sugiere su hermana. "Gregorio murió hace muchos años"<br />
respondió el Rey, "sus huesos yacen podridos bajo este mismo castillo".<br />
"El está vivo" le dice ella quedamente, y describe sus catorce años de vigilia.<br />
De modo qué, Gregorio es sacado de su mazmorra, sus cabellos se han tornado<br />
blancos como la nieve del Monte Ararat, pero su mente y su espíritu están sanos. En el<br />
nombre de Jesucristo, Gregorio increpa al demonio que atormenta al rey, y en aquel<br />
mismo instante el Rey es sanado. Juntos, en el año de 301, él y San Gregorio se dedican<br />
a la conversión de toda Armenia.<br />
En el largo camino de regreso a casa yo revivía de nuevo la historia, recordaba al<br />
hombre paciente en su mazmorra, encerrado mientras los años transcurrían uno tras otro,<br />
sin perder jamás la fe, sin perder nunca la esperanza, esperando solamente que llegase el<br />
momento perfecto que el Señor le tenía preparado...<br />
Cuando la última de sus seis hijas se casó, la abuela vino a vivir con nosotros a la<br />
pequeña casa de madera; la recuerdo bien, una mujer menuda de cabellos blancos cuyos<br />
ojos brillaban orgullosos de su único hijo varón. Lo único que lamentaba, solía decir, era<br />
que el abuelo Demos no hubiera vivido lo bastante para ver a los Shakarian con tierra<br />
propia de nuevo. Goolisar murió allí en su pequeña habitación, una mujer feliz y realizada.<br />
Cuando yo tenía diez años, la lechería prosperaba. Las tres vacas se habían<br />
convertido en treinta, después en cien y más tarde en quinientas, y también las cinco<br />
hectáreas originales se habían convertido en cien. Ahora papá soñaba con poseer la<br />
granja más grande y mejor de California. Si el trabajo era todo lo que necesitaba para<br />
conseguir su propósito, entonces todo estaba solucionado por que mi padre sabía<br />
ciertamente trabajar y sabía también cómo conseguir que todos los demás trabajásemos.<br />
Además de mí, trabajaban en el establo con nosotros, un grupo de méxicoamericanos<br />
que vivían en un barracón vecino y con ellos mi padre y yo aprendimos<br />
español. No se quien disfrutaba más de los relatos, si nosotros con los cuentos mexicanos<br />
o ellos con los recuerdos de mi padre de la vida en Armenia. Nunca se cansaban de<br />
escuchar los relatos acerca de Efim, el niño profeta, o como Magardich Mushegan había<br />
predicho el nacimiento de papá. Cada vez que se sumaba una mano más al trabajo, mi<br />
papá tenía que contar los mismos relatos.<br />
Y después tendría también que describir el funeral de Efim en 1915, el más grande<br />
que se había visto jamás en "Los Angeles Flats". Efim no había asistido a la iglesia de la<br />
calle Gless (donde los servicios se tenían en lengua armenia) sino a la iglesia de habla<br />
rusa, a unas pocas cuadras de distancia. En la fecha del gran funeral, no solamente estas<br />
dos congregaciones se juntaron, sino también las de los armenios y rusos ortodoxos, que<br />
se tuvieron que tragar sus reparos al "salvaje culto pentecostal" y asistieron al servicio,<br />
porque muchos de ellos habían venido a América como resultado de la profecía de Efim.<br />
¿Y que hay de la segunda profecía? preguntaban los méxico-americanos. ¿La que<br />
aún está por cumplirse?<br />
Sigue bien guardada. La tiene el hijo de Efim.<br />
¿Y morirás tú si la abres?<br />
"A menos que tu seas la persona señalada por el Señor"<br />
¿Quién crees que será esta persona?<br />
Pero, por supuesto, nadie conocía la respuesta...<br />
Fue en la época en que el joven profeta murió que recibí la herida que me causaría<br />
tantos problemas.<br />
Nunca supe como me había roto la nariz. Un muchacho de diez años, que trabaja<br />
en una granja, generalmente se da muchos golpes. De cualquier modo, cuando comencé<br />
a notar que no podía oír con tanta facilidad como los demás niños del quinto grado, mamá<br />
me llevo al doctor.<br />
“Yo se dónde está el problema, Zarouhi", dijo el médico, pero no lo que se puede<br />
hacer. Demos se rompió la nariz y sano mal. Los conductos nasales y auditivos están<br />
bloqueados. Se puede intentar operar, pero por lo general estas operaciones no tienen<br />
buenos resultados."<br />
Y tampoco dicha operación obtuvo buen éxito en mi caso. Cada año iba al hospital<br />
para que tratasen la obstrucción, pero otra vez volvían a cerrarse los conductos. En clase<br />
me tenía que sentar en primera fila para poder oír al maestro.<br />
Sin embargo, no recuerdo ni una vez en que Jesús no fuese como un amigo íntimo<br />
durante estos meses en que la sordera iba en aumento; cada vez lo sentía a El más cerca<br />
ya no pude seguir participando en los juegos con los demás niños después de la escuela<br />
( no elijamos a Demos que no oye bien"). Así que comencé a sentirme sólo por completo.<br />
No es que me importase demasiado. Mi ocupación favorita en la granja era<br />
deshierbar el maíz, porque podía alejarme por los campos hablando con el Señor en voz<br />
alta. Los veranos cuando tuve doce y trece años, las líneas de los surcos que se unían en<br />
la distancia me parecían como una inmensa catedral que se arqueaba sobre mi cabeza.<br />
Allí alzaba mis manos en el aire al estilo como lo hacían los hombres de nuestra iglesia.<br />
"¡Déjame oír de nuevo, Jesús!" ¡No escuches lo que dice el médico acerca de que<br />
no me curaré... !<br />
Que bien recuerdo los detalles de aquel domingo de 1926 cuando contaba trece<br />
años. Recuerdo que me levanté y me vestí en mi habitación del segundo piso de la nueva<br />
casa. Ahora ya papá tenía mil vacas lecheras, y había construido una casa de estilo<br />
español de dos pisos, con paredes de estuco blanco, con tejas rojas.<br />
Me sentía raro mientras me vestía para ir a la iglesia. Raro en una forma muy bonita,<br />
como si todo mi cuerpo estuviese en algún tono espiritual no usual. Bajé la larga escalera de<br />
caracol a tomar mi desayuno cantando. Mis padres y hermanas ya estaban en la mesa;<br />
por aquel entonces tres nuevas chicas se habían añadido a la familia. La más joven,<br />
Florence, era todavía una bebé de dos años, pero las otras cuatro chicas estaban charlando<br />
emocionadas sobre el viaje semanal a la ciudad. Yo traté de unirme a ellas pero pronto<br />
abandoné la idea. ¿Cómo podía yo hablar con gente que mascullaba las palabras?<br />
Nuestro viejo caballo "Jack", ya no jalaba el carro de la familia hacia la iglesia cada<br />
domingo. El año anterior cuando "Jack" cumplió 16 años, papá lo soltó en los potreros por<br />
el resto de su vida como un bien merecido retiro. En su lugar ahora teníamos un carro<br />
Studebaker con una capota de lona y caja con ejes de repuesto, debajo del asiento trasero,<br />
como prevención contra lo desparejo del camino.<br />
Aquel domingo la iglesia hervía de emoción. No había ni una sola persona en el<br />
lugar que no recordase lo que había sucedido la semana anterior. La madre de una de las<br />
muchachas de la congregación había dejado Armenia hacia dos meses para reunirse con<br />
su hija en América. No se había recibido ni una noticia de ella desde entonces y la hija<br />
estaba histérica. Como la congregación había comenzado a orar por esta situación, el<br />
esposo de tía Esther, el tío George Stepanian, de pronto se puso de pie y se dirigió hacia<br />
la puerta. Por largo tiempo estuvo observando calle arriba como si viera horizontes<br />
lejanos. Al fin habló: "Tu madre está bien. Estará en Los Ángeles dentro de tres días".<br />
Tres días después llegó la madre.<br />
Y por ello el sentido de expectativa era tan alto aquel domingo, todos se<br />
preguntaban qué nueva forma tomaría la siguiente bendición de Dios. Quizás alguien<br />
recibiría alguna guía...<br />
Y mientras yo pensaba en esto, algo empezó a suceder, pero no a otra persona sino<br />
a mí. Sentado en la banca de atrás con los demás muchachos, sentí algo así como si me<br />
hubiesen echado un cobertor de lana sobre los hombros. Miré a mi alrededor, asombrado,<br />
pero nadie me había tocado. Intente mover los brazos, pero éstos se resistían a obedecer<br />
como si intentase moverlos dentro del agua.<br />
De pronto mi mandíbula comenzó a temblar como sí tuviese frío a pesar de que "el<br />
cobertor" me hacía sentir calor. Los músculos de la parte posterior de mi garganta<br />
estaban tirantes. De pronto sentí un fuerte deseo de decirle a Jesús que lo amaba, pero<br />
cuando abrí la boca para decirlo, las palabras que salieron de mis labios eran<br />
incomprensibles para mí. Sabía que no era armenio, ni español, ni inglés, pero era una<br />
lengua que fluía de mí como si toda mi vida la hubiese hablado. Me volví al muchacho que<br />
tenía a mi lado y vi que me miraba con una gran sonrisa.<br />
¡Demos ha recibido al Espíritu! gritó, y toda la gente de la iglesia se volteó. Alguien<br />
me hizo una pregunta, pero a pesar de que le entendí perfectamente sólo pude<br />
responderle con los balbucientes gozos de los sonidos nuevos. Toda la iglesia comenzó a<br />
cantar y a alabar al Señor con júbilo, mientras yo adoraba al Señor en mi nueva lengua.<br />
Incluso horas después, mientras conducía hacia casa, a todo el que se dirigía a mí<br />
no podía sino responderle en lenguas. Subí a mi habitación y cerré la puerta, todavía las<br />
estáticas e ininteligibles sílabas surgían de mi interior. Me puse mi pijama y apague la luz.<br />
Y en aquel momento el sentimiento de la presencia del Señor vino sobre mí más fuerte<br />
que nunca. Era como si el invisible manto había permanecido sobre mis hombros durante<br />
todo este tiempo se hubiera vuelto irresistiblemente pesado, aunque no en forma<br />
desagradable. Caí al suelo y quedé tendido en la alfombra absolutamente desamparado,<br />
incapaz de incorporarme y meterme en la cama. No se trataba de una experiencia<br />
aterradora sino como un momento sano y refrescante, como el momento especial antes de<br />
caer en un sueño profundo.<br />
Mientras yacía allí, en mi habitación, el tiempo tomó calidad de eternidad, y en la<br />
eternidad escuché una voz. Era una voz que reconocí claramente, porque la había<br />
escuchado muchas veces afuera en mi verde catedral de los campos de maíz.<br />
Demos, ¿puedes sentarte?, preguntó.<br />
Lo intenté, pero sin resultado. Una fuerza increíblemente fuerte, y a la vez<br />
sumamente gentil, me mantenía donde estaba. Sabía que era un muchacho fuerte, no tan<br />
fuerte como Aram Mushegan, pero por supuesto muy fuerte para mis trece años. Sin<br />
embargo, mis músculos no tenían más fuerzas que un ternero recién nacido.<br />
La voz habló de nuevo. ¡Demos!, ¿Y dudarás alguna vez de mi poder? No, Señor<br />
Jesús.<br />
La pregunta se repitió por tres veces y tres veces di la invariable respuesta.<br />
Entonces, de súbito, el poder que parecía rodearme comenzó a dejarse sentir en mi interior<br />
también. Sentí una fuerza de sobrehumana energía, como si pudiese salir volando de la<br />
casa y navegar por los cielos en el poder de Dios. Me sentí como si pudiera mirar hacia la<br />
tierra desde la misma perspectiva de Dios y como si se pudieran ver las necesidades<br />
humanas desde su ventajoso punto, para poder suplirlas. Y durante este rato El estuvo<br />
murmurando a mi corazón: Demos, el poder es el derecho de nacimiento de todo<br />
cristiano; acepta el poder, Demos.<br />
Y pronto estaba amaneciendo. Pude oír el cenzontle a través de mi ventana. Me<br />
senté en la cama. ¿Qué había oído yo?... Habían pasado años sin que pudiera oír un<br />
pájaro cantar.<br />
Me puse de pie de un salto, me sentía hermosamente entero y vivo, me vestí<br />
rápidamente. Eran pasadas las cinco de la mañana, papá y yo teníamos que estar en los<br />
establos a las cinco y media. En cuanto abrí mi puerta aquella maravillosa mañana, pude<br />
escuchar el sonido de los huevos al freírse abajo en la cocina.<br />
El chocar de los platos, el canto de los pájaros, el sonido de mis propios pies al<br />
bajar corriendo las gradas de baldosa roja; éstos eran pequeños sonidos que no me había<br />
dado cuenta antes de que existiesen. Entré en la cocina como un relámpago.Papá, mamá,<br />
puedo oír!<br />
La sanación no fue total. Cuando mamá me llevó de nuevo al doctor descubrió que<br />
oía con un 90 por ciento de normalidad. ¿Por qué me quedé con un 10 por ciento de<br />
sordera? No lo sé, ni me preocupa en absoluto. Recuerdo que mas tarde, ese mismo<br />
lunes por la mañana, cuando habíamos terminado de ordeñar, me fui solo a mi verde<br />
catedral. El maíz ya estaba alto, listo para la cosecha. Me senté entre dos surcos, corté un<br />
elote, lo deshojé y mordisqueé los blancos granos que resultaron lechosos y dije: Señor,<br />
yo sé que cuando sanas a las personas es porque tienes algún trabajo para que<br />
ellas cumplan. ¿Quieres mostrarme, Señor, el trabajo que me tienes asignado?<br />
Antes, cuando los demás chicos de mi clase soñaban en convertirse en estrellas de<br />
"baseball", yo soñaba en convertirme en profeta. Después de todo era apenas un poco<br />
mayor que el Niño Profeta cuando tuvo su visión.<br />
Pero los años fueron pasando sin que yo recibiera este hermoso regalo.<br />
La profecía tomará gran parte de tu vida, parecía decir el Señor, pero tú no<br />
serás el profeta.<br />
Entonces, un día tuve una experiencia que me hizo preguntarme si iba a<br />
convertirme en sanador. Mi hermana menor, Florence, tenía seis años cuando se cayó y se<br />
golpeó contra una tubería que salía de uno de los establos y se rompió el codo derecho.<br />
Cuando el cirujano y el especialista le arreglaron la rotura confiaban en que Florence<br />
podría hacer uso de su mano derecha, pero el codo quedaría doblado y rígido para<br />
siempre. Cuando le quitemos el yeso podremos empezar sesiones de terapia. Con<br />
paciencia la niña recuperará el diez o quizás el veinte por ciento de la articulación, es lo<br />
mejor que se puede esperar".<br />
Un domingo en la iglesia, un tiempo después del informe médico, yo sentí de nuevo<br />
la sensación del calor, sentí que me ponían el cobertor pesado sobre mis hombros. No<br />
necesitaba preguntar de quién se trataba, ni tuve que preguntar lo que tenía que hacer,<br />
tenía que caminar a través de la sala y orar por la sanidad del brazo de Florence.<br />
Así que mientras todos cantaban un himno, me levanté calladamente de mi banca y<br />
me dirigí a la sección de las mujeres. Me incline sobre Florence, sentada en la última<br />
banca, su brazo derecho envuelto en un pesado cabestrillo de yeso. El calor de mi<br />
espalda bajó por mis brazos hasta mis manos.<br />
Florence, musité, voy a orar por tu codo. Sus grandes ojos negros me miraron con<br />
solemnidad. Puse mis manos sobre el yeso. Realmente, casi no oré sino que permanecí<br />
de pies sintiendo como el calor de mis brazos y mis manos fluía hacia el yeso que cubría<br />
el codo de Florence.<br />
Siento algo! murmuró Florence, ¡algo caliente!<br />
Y eso fue todo. En un momento la sensación del manto de calor me abandonó y<br />
regresé a mi asiento. No creo que más de media docena de personas nos observaron.<br />
Pocas semanas después quitaron el yeso. A la hora de la comida mamá nos dijo<br />
que el especialista había puesto una mano sobre la blanca y magullada piel del codo de<br />
Florence, tomo la muñeca con la otra mano y con extrema precaución intentó enderezar<br />
el brazo herido, unos tres o cuatro centímetros. Como el antebrazo hizo el movimiento<br />
completo atrás, y luego hacia adelante, hizo mover el brazo en círculos, y en su rostro<br />
apareció una sonrisa de incredulidad. Bien...! comenzó a decir, bien, mejor de lo que<br />
esperaba. ¡Mucho mejor! está... como un brazo que jamás se hubiera roto!<br />
Y así, en el campo de maíz, ese verano me hallé preguntándole al Señor si la<br />
sanación era el trabajo que iba a encomendarme. De nuevo creí escuchar una respuesta:<br />
Por supuesto. Quiero que toda mi Iglesia se interese por esta labor. Tú verás<br />
maravillosas sanaciones y algunas a través de tus manos. Pero Demos, éste<br />
tampoco es el trabajo "especial" para ti.<br />
Para entonces yo tenía diecisiete años y cursaba segundo año en la secundaria.<br />
Debería de estar ya en mi último año pero había perdido dos años a causa de mi<br />
sordera, cuando papá compró una segunda granja. Ahora disponíamos de lugar para<br />
construir nuestros propios silos y el capital suficiente para instalar máquinas de ordeñar<br />
mecánicas. También se dedicó a otros negocios. Había sido un verdadero quebradero de<br />
cabeza para nosotros y también para nuestros vecinos granjeros, el transportar la leche<br />
hasta la embotelladora. De modo que papá inició una empresa que se ocupaba de<br />
transportar la leche. Después, al notar que el precio del jamón estaba aumentando en los<br />
Angeles, se dedicó también a la crianza de cerdos. Más tarde a empacar carne. "El Señor<br />
bendecirá todo lo que emprendas ...”parecía en verdad, que todo lo que Isaac, el hijo de la<br />
promesa, emprendía, estaba destinado a prosperar.<br />
Su éxito era más sorprendente además, puesto que atravesábamos los años de<br />
depresión económica, por allá de los treinta. Para entonces, papá ya me había dado a<br />
manejar mi propio rebaño, y aún recuerdo al maestro que me enseñaba contabilidad<br />
decirme con esperanzas, que yo conseguía más ganancias con mis treinta vacas que la<br />
mayoría de los profesores de la Escuela Superior de Downey.<br />
Por nuestra casa ahora pasaban políticos, hombres de negocios, dirigentes de la<br />
comunidad, y mi madre, la tímida y pequeña emigrante armenia, se encontró preparando<br />
cenas en su casa semanalmente para la gente más poderosa y prominente. Era una<br />
cocinera maravillosa, y muy pronto, sus platos armenios como "dolmas", "kuftas" y<br />
"katash" se hicieron famosos en todo el sur de California.<br />
Pero lo que recuerdo especialmente de mi madre, es que ella se tomaba las mismas<br />
molestias para cocinar, fuese quien fuese el huésped. Muchos vagabundos pasaban en<br />
aquellos días, y recibían el mismo trato que el Alcalde de Downey, el mejor juego de<br />
porcelana, los cubiertos de plata y un mantel en la mesa. Si no habla comida caliente, la<br />
preparaba, la hacía enseguida, carne, verduras, dulces caseros, a la vez que decía en su<br />
limitado inglés. -¡Siéntense, siéntense! ¡No hay prisa para comer!<br />
Y entre tanto, yo me sentía atraído cada vez mas hacia otra casa. Fuese cual fuese<br />
el negocio de la finca que me llevase al este de Los Angeles, siempre encontraba una<br />
excusa para acercarme a la casa color crema de Sirakan Gabrielian, en la Avenida Union<br />
Pacific 4311, con la esperanza de que su hija apareciera casualmente por el jardín. No<br />
es que pudiese hablar con ella en el caso de que apareciese por que la conversación<br />
entre chicos y chicas, salvo en caso de que estuviesen comprometidos, era algo inaudito<br />
en las comunidades armenias. Pero el solo saber que estaba cerca me producía una<br />
felicidad indescriptible.<br />
El domingo era otra ocasión ansiosamente esperada, el domingo cuando Rose<br />
Gabrielian se sentaba con las demás muchachas en el lugar destinado a las mujeres,<br />
era la chica más bonita de toda la iglesia, la muchacha a quien todos los muchachos<br />
seguían disimuladamente con la mirada.<br />
El nombre de su padre Sirakan, significaba en armenio llamado y eso me gustaba.<br />
Como mi propio padre, Sirakan Gabrielian había comenzado de la nada. Eventualmente<br />
había conseguido reunir unos cien dólares, y así como mi papá, compró una carreta y un<br />
caballo. Sirakán, sin embargo, en lugar de transportar frutas y verduras con su carreta, se<br />
dedicó a recoger basura. Hacía bastante falta en Los Angeles hacia el final de siglo, y<br />
pronto pudo comprarse una segunda carreta y después una tercera.<br />
Sirakan y su familia eran ortodoxos armenios, sin embargo vivía muy cerca de la<br />
iglesia de la Calle Gless, y al escuchar los alegres cantos que salía por las ventanas<br />
abiertas, semana tras semana, él decidió investigar de qué se trataba. Al poco tiempo se<br />
unió a nuestra congregación y por poco le cuesta la vida. Para muchos armenios<br />
ortodoxos, los pentecostales eran algo así como traidores a su antigua fe. Ver que uno<br />
de los suyos se sumaba a este odiado grupo, era lo mismo que verlo muerto.<br />
Y por ello decidieron sepultarlo.<br />
Un día, cuando Sirakan llegó al botadero de basura de la ciudad con su carga, se<br />
encontró con un grupo de creyentes ortodoxos que lo esperaban. Ellos maniataron sus<br />
brazos y piernas y lo llevaron a un hoyo que ellos habían cavado en el suelo arenoso. Ya lo<br />
habían tirado en el hoyo y lo habían cubierto con varias capas de tierra, cuando una carreta<br />
conducida por pentecostales llegó, y durante la lucha que siguió Sirakan pudo librarse.<br />
Me divertía escuchar cómo contaba esta historia Sirakan. También me gustaba<br />
escucharlo hablar de su matrimonio. Cuando Sirakan tenía veintiún años su padre decidió<br />
regresara Armenia a buscarse una esposa, por que la madre de Sirakan había fallecido<br />
hacía algunos años. El negocio de Sirakan también estaba prosperando, por lo que le<br />
pidió a su padre que le trajese también una esposa para él.<br />
El padre de Sirakan tuvo éxito en ambos casos. Para su hijo eligió una muchacha<br />
muy bonita de trece años, que se llamaba Tiroon Marderosian. Para facilitar su entrada en<br />
los Estados Unidos se casó por poder en Armenia, y luego inició el largo viaje para<br />
unirse al esposo que jamás había visto. Más tarde se daría cuenta de cuán providencial<br />
había sido la elección. Pocas semanas después, los turcos atacaron aquel territorio<br />
armenio y las dos esposas fueron las dos últimas mujeres que salieron vivas del pueblo.<br />
La bienvenida que Tiroon recibió en Los Angeles debió ser la más extraña que una<br />
joven esposa haya experimentado jamás. Sirakan no esperaba a su padre y a las dos<br />
mujeres hasta el día siguiente. Regresaba del basurero de la ciudad, para encontrarse<br />
a una niña de mirada aterrada parada a mitad de la sala. Con sorpresa adivinó que debía<br />
tratarse de su esposa, y que él estaba cubierto de suciedad de pies a cabeza.<br />
¡Quédate aquí!, le gritó ¡Quédate aquí mismo! como si la pobre niña tuviera otro<br />
lugar a donde ir. Salió corriendo por la parte trasera de la casa y media hora después,<br />
limpio, cepillado y perfumado,el joven Sirakan, "Amado" Gabrielian, dio su formal discurso<br />
de bienvenida a la joven dama, quién se sintió ya más aliviada.<br />
Estos eran los padres de Rose, los que algún día elegirían un marido para ella.<br />
Pero yo no podía acercármeles directamente para pedirles a su hija en matrimonio. Tanto<br />
en mi caso como en el suyo, era la familia quien debía tomar la iniciativa.<br />
Cómo temblaba yo la noche en que comencé a dar a entender mis intenciones a mi<br />
padre! Era una noche de junio de 1932, y estábamos todos sentados alrededor de la<br />
mesa en el comedor, la puerta estaba abierta para dejar entrar la brisa.¿ Papá, sabes que<br />
ya tengo diecinueve años?" le dije. Papá se limpió el bigote y cortó otro pedazo de carne, y<br />
continué, "estoy a punto de graduarme en la escuela superior, y estoy ayudando a pagar<br />
las granjas. Y tú tenías diecinueve años cuando te casaste."<br />
Mis cinco hermanas dejaron de comer. Mamá dejó el tenedor al lado del plato, y<br />
preguntó ¿Hay una muchacha en particular? Sí. ¿Es Cristiana? ¡Oh,si!<br />
"Es..." comencé". "Ella es Rose Gabrielian".<br />
"Ah..." suspiró mamá.<br />
Así que..." dijo papá.<br />
"Oh..." corearon todas mis hermanas a la vez.<br />
Y así comenzó a elaborarse el ceremonial que desde hacía siglos precedía la<br />
propuesta de matrimonio. Primero, a pesar de que las familias se veían cada semana en<br />
la iglesia y eran amigos íntimos, se tenía que preparar un encuentro oficial.<br />
Este delicado asunto se manejaba por medio de un intermediario cuidadosamente<br />
escogido. Después de largas discusiones (en las que por supuesto no se me consultaba<br />
para nada) mamá y papá estuvieron de acuerdo en que la persona adecuada para esta<br />
delicada tarea era Raphael Janoian, el esposo de la hermana de papá, Siroon. Un buen<br />
augurio, me dije a mí mismo, porque de los seis hombres que se habían casado con las<br />
hermanas de mi padre, el tío Janoian era mi favorito; él era dueño de un predio de chatarra<br />
donde, cuando yo tenia catorce años, me permitía escoger entre sus viejos repuestos de<br />
automóvil con los que yo pretendí construirme mi primer automóvil. Y este predio de<br />
chatarra lo ponía en contacto diario con la familia de los Gabrielian, debido a la compañía<br />
de transporte de éstos.<br />
Aún recuerdo como corrí hacia su automóvil cuando él regresó de la cita formal de<br />
casa de Sirakan Gabrielian. Pero el tío Janoian no iba a descargar su encargo tan<br />
fácilmente. Deliberadamente se dirigió hasta nuestra sala de estar, aceptó una tasa de te<br />
muy fuerte y dulce, y comenzó a sorberlo lentamente.<br />
Y bien, Raphael, dijo mi padre apurándolo.<br />
Pues bien, Isaac, respondió el tío Janoian, hemos acordado la fecha. Los<br />
Gabrielian estarán encantados de recibir una visita de los Shakarían el día veinte del mes<br />
entrante.<br />
¡La visita ya estaba acordada! Entonces, por lo menos, no lo habían rechazado de<br />
plano, y ésto significaba que Rose, sin duda, iba a tomarme en consideración. Este<br />
pensamiento hacía que mi cabeza volase.<br />
Por fin llegó el veinte de julio. Terminé mis obligaciones en el establo en un tiempo<br />
desusado y comencé a prepararme para la visita, me bañé, me duché, y me bañé de<br />
nuevo. Me cepillé los dientes hasta casi quitar el esmalte. Usé los dos, “Listerine” y<br />
“Lavoris". Me cepille la suciedad que la granja dejaba en mis uñas hasta que el cepillo<br />
perdió sus cerdas.<br />
Escuche como papá sacaba el Packard de la cochera. Una última subida por las<br />
escaleras para limpiar una mancha de mis zapatos y una nueva aplicación de antisépticos<br />
en la cortada que me había hecho en la cara después de mi tercera afeitada.<br />
“Demos" tronó mi padre. "¿Qué pretendes? ¿Estar más bonito que Rose?"<br />
Apretado entre mis hermanas en la parte trasera del automóvil pensé que los<br />
veintisiete kilómetros entre Downey y el este de Los Ángeles jamás me habían parecido tan<br />
distantes. Finalmente llegamos al número 4311 de Unión Pacific. Marchamos como una<br />
tropa por el camino de grava, a lo largo de las bellamente alineadas matas de albahaca,<br />
perejil y otras hierbas de cocina. La puerta principal se abrió de par en par, y allí, de pie,<br />
estaban: Sirakan, Tiroon, Eduardo el hermano mayor de Rose, tíos y tías abuelas y un<br />
sinnúmero de primos. Y detrás de todos ellos se hallaba Rose, con un vestido veraniego<br />
del color de su nombre.<br />
No pude verla mucho, porque la reunión se deshizo de inmediato, y como era<br />
costumbre armenia, en grupos que se excluían mutuamente, los hombres en un lugar del<br />
gran salón y las mujeres en el otro. De vez en cuando, yo miraba hacia el grupo donde<br />
Rose estaba sentada con mis hermanas y me preguntaba de que estarían hablando las<br />
chicas. Rose tenía la misma edad de mi hermana Lucy y me preguntaba si yo podría<br />
hablarle a Rose con la misma naturalidad y facilidad con que lo hacía Lucy. Tampoco tomé<br />
parte en la solemne conversación que mantenían mi padre y Sirakan Gabrielian desde dos<br />
cómodos sillones, uno junto al otro. Fuera lo que fuese que hablaban entre ellos, ambos<br />
hombres parecían satisfechos; ya en la puerta, el señor Gabrielian dijo a mi padre: "Le haré<br />
llegar tu mensaje a Rose",<br />
Y dos semanas más tarde el tío Janoian transmitió la histórica respuesta:<br />
Rose se casaría conmigo.<br />
Ahora venían las cinco noches tradicionales de celebración en la casa de la novia<br />
para festejar una respuesta afirmativa: si. Había alegres noches de cantos, comidas<br />
especiales, discursos y mutuas felicitaciones, porque entre los armenios no son dos<br />
individuos, sino dos familias, las que se casan la una con la otra.<br />
Una noche Rose nos dio un concierto de piano, y mi corazón se infló de orgullo al<br />
contemplar sus dedos volando con tanta ligereza sobre el teclado. Yo había tomado<br />
lecciones de violín una vez, pero lo dejé de mutuo acuerdo con mi profesor y con todos los<br />
que estaban dentro de los limites del auditorio. Florence había heredado ambas cosas, el<br />
violín y las lecciones, y ella también tocó para ambas familias reunidas; tenía ocho años, y<br />
su ágil brazo derecho se inclinaba amorosamente alrededor del brillante instrumento de<br />
madera.<br />
Vino la noche de entregar la "prenda", ese regalo tradicional del chico a la<br />
muchacha, que simbolizaba la nueva relación. En este caso, se trataba de un reloj de<br />
pulsera de diamantes. El regalo había sido elegido también por mis padres, pero a mí me<br />
tocaba la tarea de cruzar la habitación hasta donde estaban sentadas las mujeres y colocar<br />
el reloj alrededor de la muñeca de Rose. En un repentino silencio, sintiendo los oídos de<br />
cada uno de los presentes en la habitación sobre mi persona, mis dedos se volvieron<br />
duros, como de madera. Primero, no podía abrir el cierre, y después no lo podía cerrar.<br />
Recordé con nostalgia mi tractor cuyas piezas podía desmontar una por una y volverlas a<br />
montar sin tener que pensar ni un momento. Al final, Rose acercó su mano derecha y<br />
abrochó el cierre por mí.<br />
Por supuesto, quedaban todavía decisiones que tomar por parte de nuestros<br />
mayores, tales como dónde y cuándo tendría lugar la boda. La iglesia de la Calle Gless,<br />
todos estuvieron de acuerdo, era demasiado pequeña para ¡os centenares de personas<br />
que vendrían, y a la vez, los familiares pertenecientes a la iglesia ortodoxa antes se<br />
dejarían matar que poner allí los pies. No, la boda sería en la casa paterna del novio,<br />
según la costumbre del viejo país, y la fiesta que seguiría (y que era por supuesto, el<br />
suceso principal de las solemnidades armenias) se llevaría a cabo en la doble pista de<br />
tenis del jardín posterior de la granja.<br />
En cuanto la fecha los Gabrielian preferían esperar por lo menos un año. Los<br />
tiempos han cambiado, explicaban, desde que mi madre se casó a los quince años y la<br />
madre de Rose a los trece. Una mujer necesitaba madurez para cuidar de una familia en<br />
estos días. Tendríamos que esperar a que Rose tuviera dieciséis años.<br />
Y mientras se discutían nuestros asuntos, Rose y yo todavía no nos habíamos dicho<br />
una palabra. Tradicionalmente, el momento tendría después de la fiesta formal del<br />
compromiso, donde incluso los parientes más lejanos serían invitados, pero estas<br />
reuniones familiares eran solamente los preliminares.<br />
A la cuarta noche de celebración ya no pude aguantar más. Lancé las milenarias<br />
tradiciones por el aire y me puse de pie de un salto.<br />
Señora Gabrielian, dije a través de aquella muchedumbre de cabezas, ¿puedo<br />
hablar con Rose?<br />
Durante unos horribles instantes la señora Tiroon Gabrielian me miró en<br />
silencio. Después, con un movimiento de cabeza, que parecía preguntarse a dónde irían a<br />
parar los jóvenes de hoy, n o s c o n d u j o a Rose y a mí a la otra habitación, colocó dos<br />
sillas de altos respaldos, una al lado de la otra en el centro de la sala y se marcho<br />
dejándonos solos.<br />
Por vez primera en nuestras vidas. Y de repente todos esos hermosos discursos<br />
que yo había preparado de antemano se me escaparon. Yo había ensayado delicadas<br />
obras maestras para expresar mis sentimientos de amor y había recordado frases<br />
poéticas en armenio, por que el padre de la novia, alarmado por la "nueva locura de<br />
Hollywood" que reinaba en la ciudad, no permitía una palabra de inglés en su casa. Yo<br />
pretendía decirle que era la muchacha más hermosa del mundo, y que estaba dispuesto a<br />
Pasar toda la vida haciéndola feliz. Pero no pude recordar una sola palabra, y allí me quedé<br />
sentado con la lengua trabada como estúpido. Al final, horrorizado, las primeras palabras<br />
que salieron de mis labios fueron:<br />
"Rose, sé que Dios nos quiere juntos".<br />
Ante mi asombro, sus brillantes ojos cafés se inundaron en lágrimas. Demos,<br />
"musitó, he orado durante toda mi vida para que el hombre con quien me tuviera que<br />
casar me dijese esas palabras antes de todo"<br />
Tres semanas después llegó el momento del compromiso oficial cuando la novia<br />
recibiría el anillo. Fuimos juntos a un almacén de mayoreo a escoger el diamante,<br />
acompañados, por supuesto, de una larga tropa de familiares. El nombre de la<br />
dependienta, todavía lo recuerdo, era señora Earhart, hablamos acerca de su hija Amelia,<br />
que acababa de cruzar el Océano Atlántico sola en su avión. Descubrí a Rose mirando a<br />
hurtadillas un diamante pequeño que había en una de las bandejas, pero mi madre había<br />
elegido otro. No se nos ocurrió a ninguno de los dos contradecir su decisión.<br />
La fiesta de compromiso tuvo lugar en la tienda de víveres al señor Gabrielian,<br />
donde había cupo para trescientas personas. Después de esto se me permitió visitar a<br />
Rose tan a menudo como quisiera, lo cual sucedía todas las noches cuando yo no<br />
trabajaba. Mientras transcurría ese año largo para mi, mi madre, Rose y mis hermanas<br />
fueron saliendo de compras cada vez más a menudo. Por tradición, la familia del novio<br />
compra el ajuar de la novia, y para elegir un bolso y un sombrero se podía disfrutar de<br />
media docena de salidas. La compra favorita de Rose fue un vestido marrón oscuro y unos<br />
zapatos que hacían juego. En la comunidad armenia solamente las mujeres casadas<br />
llevan colores obscuros; Rose estaba convencida de que parecería unos cinco años<br />
mayor cuando se los pusiese.<br />
La boda tuvo lugar el 6 de agosto de 1933. Aquella mañana el clan entero Shakarian<br />
se dirigió hasta la parte este de Los Ángeles donde ella vivía, para "llevarse la novia a<br />
casa". Puesto que el banquete más importante del día se haría por la noche, los<br />
Gabrielian sirvieron un almuerzo de cinco platos que para los armenios era una pequeña<br />
merienda. Después, ambas familias partieron hacia Downey, en una caravana de<br />
veinticinco automóviles adornados con flores.<br />
En casa, la alambrada que rodeaba a dos canchas de tenis, había desaparecido<br />
detrás de grandes cascadas de rosas. Del resto del día puedo recordar tan sólo momentos<br />
aislados. La larga barba de color castaño del pastor Perumean se sacudía hacia arriba y<br />
hacia abajo sin descanso al compás de la lectura del antiguo servicio armenio. Colgaban<br />
hilos de lamparillas entre las palmeras y los camareros con casaca blanca luchaban por<br />
sostener los tremendos azafates de “shishkebab" y el tradicional "pilaf”, plato de bodas<br />
hecho de dátiles y almendras, que mi madre había pasado días enteros preparando.<br />
Recuerdo que había quinientos invitados y cada uno de ellos, según parecía, había<br />
escrito un poema en armenio que tenía que escucharse y ser aplaudido por la<br />
concurrencia entera. A las once de la noche, yo me sentía mareado de tanta fatiga, y<br />
había lágrimas en los ojos de Rose por que llevaba zapatos blancos con tacón alto desde<br />
por la mañana.<br />
Cuando nos pusimos de pie para despedir a la interminable cantidad de parientes y<br />
amigos, estábamos seguros de una cosa, Rose y yo estábamos al final completamente,<br />
irrevocablemente y permanentemente casados en todo el sentido de la palabra armenia .<br />
CAPITULO 3<br />
Una bomba de tiempo<br />
Era la tradición, que equivale a decir lo aceptamos sin cuestionario, que el novio y<br />
la novia debían pasar su primero y quizá segundo año de matrimonio con la familia del<br />
novio. La sombra sobre esta gran casa de estilo español, era por aquel entonces , la<br />
quebrantada salud de mi hermana Lucy. A los once años había recibido una herida en el<br />
pecho en un accidente del autobús escolar, ahora cada vez se quejaba más de molestias<br />
al respirar. La cirugía no conseguía mejoría alguna, ni tampoco nuestras oraciones<br />
conseguían una sanación permanente. ¿Por qué Señor? preguntaba yo una y otra vez.<br />
¿Por qué sanaste el codo de Florence, pero no sanas el pecho de Lucy?.<br />
Rose y yo estábamos viviendo con mi familia cuando nació nuestro hijo Richard en<br />
octubre de 1934. Enseguida comenzamos a construir una casa para nosotros al lado. Los<br />
años que siguieron fueron un verdadero desafío para nuestros negocios lecheros. Incluso<br />
durante la depresión económica los negocios fueron creciendo con más rapidez de lo que<br />
papá jamás pudo soñar cuando trabajaba entre el polvo del cuero de la fabrica de<br />
arneses, o cuando apuraba a "Jack", con una carreta cargada de vegetales. Ya teníamos la<br />
granja lechera más grande de toda California y papá tenía un nuevo sueño, poseer la<br />
lechería más grande del mundo. Nos decían que aquí, en esta parte del mundo ya existía<br />
la lechería que tenía tres mil vacas de ordeño. Esa se convirtió en nuestra meta.<br />
Junto con este sueño vinieron otros, ampliamos nuestra caravana de camiones<br />
lecheros. Ya teníamos trescientos y si tuviésemos quinientos podríamos servir a todo el<br />
estado.<br />
También podríamos usar nuestra flota de camiones para acarrear ensilaje y para<br />
llevar los cerdos y el ganado de carne hasta las plantas procesadoras. Las ambiciones<br />
nuestras fueros creciendo más y más, por que en los Estados Unidos no había límites en<br />
cuanto al trabajo que pudiera lograr un armenio.<br />
Y probablemente lograría mucho más. Yo tomé a mi cargo un proyecto especial, el<br />
proyecto de construir "Reliance Number Three'”, la tercera de nuestras granjas lecheras,<br />
que nos daría capacidad para tres mil cabezas de ganado. Compramos un terreno como<br />
de veinte hectáreas y empezamos la construcción de corrales, silos y un moderno establo<br />
y cremería donde la leche pasaba de la vaca a la botella sin ser tocada por manos.<br />
De vez en cuando me preguntaba brevemente si Dios tendría aún el plan para mi<br />
vida que yo había sentido con tanta seguridad cuando era niño. Pero el hecho era de que<br />
Dios ya no estaba en el centro de mi vida. Por supuesto que siempre íbamos a la iglesia<br />
de la Calle Gless, todos los domingos, con nuestro pequeño hijo Richard dando saltos en<br />
el asiento trasero. Pero cuando yo era honesto conmigo mismo me daba cuenta de que los<br />
negocios se habían convertido en el objeto principal de mis pensamientos y energía.<br />
Frecuentemente comenzaba el trabajo a las siete de la mañana para terminar después de<br />
las once de la noche.<br />
En 1936 me lance a una nueva empresa, una planta de fertilizantes y desde<br />
entonces yo me sentaba a menudo en mi escritorio toda la noche.<br />
Incluso cuando oraba, mis oraciones eran enfocadas en el precio de la alfalfa, o en<br />
el rendimiento en kilómetros que daban nuestros camiones. Por ejemplo, había toda esas<br />
importantes decisiones con las que el dueño de una lechería se enfrenta, cómo<br />
seleccionar el mejor hato. Un buen torete de calidad, que incluso a mediados de los años<br />
treinta, podía costar quince mil dólares. Pero a pesar de este precio, respaldado por un<br />
"pedigree cinta azul" comprar un toro era siempre como una lotería. La incógnita residía en<br />
que si el animal podía transmitir sus cualidades deseables a sus crías, y un toro capaz de<br />
lograrlo consistentemente, era solo uno entre mil.<br />
De modo que yo oraba entre el ruido y el polvo del lugar de la subasta de ganado.<br />
"Señor. Tú hiciste estos animales. Tú ves cada célula y fibra. Indícame cual es el toro que<br />
tengo que comprar". A veces me llevaba el toro mas delgado de todos y lo veía después<br />
convertirse en un criador de campeones.<br />
Siempre llevé conmigo mis creencias pentecostales a los establos. Muchas noches<br />
pasaba mi mano en un ternero febril, o sobre una vaca que tenía un parto difícil, y observaba<br />
al veterinario sorprendido cuando la oración hacía lo que él no podían hacer.<br />
Si, es verdad que todavía creía. La palabra "Reliance", nombre de nuestra empresa<br />
familiar quería decir precisamente confianza en Dios y si la teníamos todos los días en El.<br />
Sólo que parecía que yo siempre estaba recibiendo del Señor pero dándole muy poco.<br />
Por eso es que me sentía tan perplejo por la profecía que se refería a Rose y a mí.<br />
Milton Hasen era un pintor de casas en una época cuando nadie pintaba sus casas.<br />
Era un noruego alto, delgado, de cabellos rubios y que había pasado muchas penas. Sin<br />
embargo, era la persona más alegre que jamás había conocido. Sabíamos cuándo venía<br />
a visitarnos por que oíamos bajar por la calle cantando himnos evangélicos a todo<br />
pulmón.<br />
Una noche, cuando Rose, Milton y yo estábamos en nuestra pequeña sala de estar,<br />
Milton alzó sus largos brazos y comenzó a temblar. Milton pertenecía a una<br />
denominación particular de pentecostales; cuando el Espíritu descendía sobre él,<br />
cerraba los ojos, levantaba sus manos y hablaba en una voz fuerte y retórica.<br />
Rose y yo éramos "naves escogidas", que el hacía tronar. Nosotros "éramos guiados<br />
paso a paso".<br />
Mantengan la mente en las cosas del Señor, clamó Milton. Ustedes entrarán a<br />
través de las puertas de la ciudad y nadie las cerrará delante de ustedes.<br />
Hablarán de cosas santas con los jefes de estado alrededor del mundo.<br />
Yo miré a Rose y vi que estaba tan atónita como yo. "¿Importantes hombres de<br />
estado?" ¿Viajes a través del mundo entero? Ni Rose ni yo habíamos salido jamás<br />
de California, y con un niño de tres años y otro bebé en camino, nuestros sueños o<br />
esperanzas estaban concentradas alrededor de nuestro pequeño hogar.<br />
Milton tuvo que leer la expresión de nuestros rostros.<br />
No me echéis la culpa, amigos, dijo en su acostumbrado tono amable. No<br />
hago más que repetir lo que dice el Señor. Tampoco yo entiendo todo ésto.<br />
Estoy seguro de que me habría olvidado de la profecía de Milton, casi al<br />
instante, de no haber sido por una sorprendente segunda experiencia. Algunos días<br />
después, por intuición, se me ocurrió entrar por casualidad a un servicio entre<br />
semana de una iglesia, en una parte de la ciudad que yo no conocía. Al terminar el<br />
sermón, el pastor hizo un llamado al altar. Tal vez por que yo estaba convencido de<br />
que mi vida espiritual no era la que debía ser, acepté la invitación y me arrodillé en<br />
el reclinatorio. El pastor fue pasando frente a cada uno de los que estábamos<br />
arrodillados e imponiendo manos en uno tras otro. Cuando me llegó el turno, dijo<br />
con una voz que retumbó por la iglesia:<br />
Hijo mío, tú eres una nave escogida para un trabajo específico. Yo te estoy guiando.<br />
Tu visitarás altos oficiales de gobierno en muchas partes del mundo en el nombre del<br />
Señor. Cuando tú llegues a una ciudad, las puertas se abrirán y ningún hombre podrá<br />
cerrarlas.<br />
Recuerdo que me levanté un poco indeciso. ¡Qué increíble coincidencia! me dije a<br />
mi mismo, no es concebible que este pastor nos conozca a mi y a Milton Hasen, ¿Será<br />
este mensaje algo que de verdad proviene de Dios? Yo no entiendo, "mantén tu mente<br />
ocupada en las cosas del Señor", me habían dicho Milton. Yo bien sabía que era teología<br />
sana y yo también sabía que mi mente, aunque intentase algo diferente, estaba siempre<br />
lista a ocuparse de los negocios privados de la familia Shakarian.<br />
El año siguiente sucedieron en nuestra familia dos grandes acontecimientos:<br />
el primero fue el nacimiento de nuestra hija Geraldine, en octubre en 1938, el<br />
siguiente fue la muerte de mi hermana Lucy la primavera siguiente, a la temprana edad de<br />
22 años. Esta hermana mía tenía la misma edad que Rose y era ciertamente la más<br />
hermosa de mis hermanas y también la más sensible e inteligente, cuyo<br />
ambicionado sueño era el de convertirse en maestra de escuela, sueño por cierto<br />
poco común entre las muchachas armenias de aquellos días. Lucy era tan apreciada<br />
en el Colegio Whittier, donde estudiaba, que en el día de su funeral se suspendieron<br />
las clases como un tributo a su memoria. Por primera vez en muchos años yo me<br />
enfrentaba a una de las grandes preguntas que atormentan la mente humana: ¿Para que<br />
venimos al mundo? ¿Cuál es el significado de la muerte? ¿y de la vida?<br />
Yo miraba en la Iglesia de la Calle Gless a amigos y familiares durante la<br />
acostumbrada comida del funeral y me repetía esas preguntas. La muerte para nosotros<br />
los armenios era la señal para que nos reuniéramos todos los parientes, inmediatos hasta<br />
los más lejanos y después del funeral, la costumbre requería ofrecer una comida formal.<br />
Esta era una verdadera necesidad allá en armenia por las grandes distancias que muchos<br />
miembros tenían que recorrer para venir hasta el funeral. Pero aquí en California esta<br />
comida se convertía en una especie de sacramento de la unidad familiar.<br />
Yo me senté al lado de mi padre en un extremo de la mesa larga, puesta cerca del<br />
altar y podían mirar hacia el extremo opuesto donde se sentaba mi madre. A su lado se<br />
sentaba Rose, que tenía a la pequeña Gerry en su regazo y junto a ella el otro hijo nuestro,<br />
Richard, que ya contaba con cuatro años. El tío Magardich Mushegan había muerto hacía<br />
ya algunos años, pero cerca de Richard se sentaba Aram, el hijo de Magardich y a<br />
continuación el hijo de éste llamado Harry. En esta ocasión se encontraban también las<br />
seis hermanas de papá y sus esposos y mis cuatro hermanas restantes, Ruth, Grace y<br />
Roxanne con su esposo y sus respectivas familias; la más pequeña, Florence, que era ya<br />
según la mentalidad de nosotros los armenios, una mujer hecha y derecha a sus 15 años.<br />
En las restantes mesas en torno de la nuestra se hallaban los sobrinos y los primos y un<br />
sinnúmero de parientes políticos...<br />
Y todos habíamos prosperado. Estos armenios eran gente orgullosa y fuerte, los<br />
hombres con estómagos de hierro ciertamente bien alimentados y las mujeres con sus<br />
mantillas de seda negras. Me vino a la mente entonces la profecía que habían traído a<br />
toda esta gente desde tan lejos, hasta esta tierra de abundancia: "Yo os bendeciré y os<br />
haré prosperar", había prometido Dios allá en las montañas de Kara Kala y ahora que<br />
miraba a mi alrededor ciertamente lo podían constatar.<br />
Pero había también otra parte de la profecía: "Yo haré que vuestra descendencia sea<br />
una bendición para las naciones". ¿Estábamos haciendo que esta parte de la profecía se<br />
llevase también a cabo? ¿Eramos una bendición para otras gentes? En cierto sentido, si<br />
era así, por que toda esta gente eran buenos vecinos, excelentes trabajadores,<br />
buenos y justos patrones. Pero... ¿era eso todo?<br />
No, ésto no es todo, le dije a Rose mientras regresábamos a nuestra casa<br />
en Downey, estoy convencido de que Dios nos está pidiendo que hagamos algo por<br />
los demás. Solamente que yo no se exactamente qué cosa debemos hacer.<br />
En los meses que siguieron comencé a prestar más atención a las personas<br />
con las cuales trabajaba todos los días y había ciertamente muchos de ellos, no<br />
solamente nuestros propios vaqueros, si no también vendedores de grano,<br />
conducto-, res de camiones, fabricantes de botellas, y en esos días hice un<br />
sorprendente descubrimiento, estos hombres nunca hablaban de Dios.<br />
Hubo de pasar un cierto tiempo antes de que mi mente se acostumbrase a ellos,<br />
porque Dios era tan real en mi vida... como lo eran Rose y mis hijos. El formaba<br />
parte de mi existencia, todos los días y a todas horas. Es cierto que sabían en una<br />
forma abstracta que había gente que no conocía a Dios, y que en nuestra iglesia<br />
se hacían colectas que iban a parara las Islas del Pacífico o a cualquier otro de<br />
esos lugares donde había misioneros.<br />
Pero que aquí mismo, en la ciudad de Los Angeles, donde ciertamente había<br />
una iglesia en cada esquina, que hubiese personas maduras que no fueran<br />
creyentes, era algo que ciertamente ni siquiera se me había ocurrido pensar. Y<br />
ahora que ya lo sabía ¿qué debería hacer yo?<br />
Una noche, mientras oraba por todo ésto, una terrible escena cruzó por mi<br />
mente. El lugar era el Parque Lincoln, un espacio grande al aire libre cubierto de<br />
pasto y árboles, a quince kilómetros de Downey, en donde a menudo íbamos a hacer un<br />
día de campo. Un domingo por la tarde, en el verano, pueden reunirse allí miIes de<br />
personas sentadas en la hierba sobre mantas. Pero en la escena que veía, la que<br />
aparecía en los ojos de mi mente, estaba yo subido, no sé cómo, en una plataforma en<br />
medio de toda esa gente y les estaba hablando de Jesús.<br />
Al siguiente día, en lugar de desvanecerse después de un sueño restaurador, la<br />
ridícula idea permanecía allí como clavada. Mientras me ponía la corbata se la mencioné<br />
a Rose.<br />
Querida, estoy imaginándome esta terrible escena donde yo estoy de pie en una<br />
plataforma hablándole a una multitud de gente...<br />
..."en el Parque Lincoln" terminó ella por mí.<br />
Me di vuelta del espejo, ocupado todavía con el nudo de la corbata.<br />
"He estado pensando en esta misma cosa", dijo ella. No he conseguido alejar este<br />
pensamiento de mi mente. Me pareció una cosa tan tonta que ni quería decírtelo..."<br />
Nos miramos fijamente el uno al otro en la soleada habitación, sin imaginarnos<br />
siquiera lo a menudo que experimentábamos este fenómeno. Entonces nos pareció una<br />
lejana coincidencia, sin motivo alguno.<br />
"Tu me conoces bien, Rose. Si yo tengo que hablar a más de dos personas a la vez,<br />
me asusto de tal manera que no soy capaz de recordar cómo me llamo".<br />
Yo era un granjero, pensaba despacio, hablaba lentamente, sabía que jamás podría<br />
traducir en palabras lo que Jesús significaba para mí.<br />
Fue Rose quien no dejó pasar la idea. Recuerda, estábamos pidiéndole a<br />
Dios que nos comunicase lo que teníamos que hacer. ¿Y si esto fuera su<br />
respuesta? de otro modo ¿Cómo nos habría ocurrido a los dos a la vez una idea tan<br />
extraña?<br />
Bueno, al principio revisé los reglamentos de la ciudad, y para alivio mío,<br />
encontré que el Parque Lincoln estaba reservado para recreo público, no para uso<br />
privado, cualquiera que fuese.<br />
Pero Rose, investigando por cuenta propia, descubrió un lote vació al cruzar<br />
la calle desde donde se veía el parque perfectamente. Pertenecía a un hombre<br />
que poseía una granja dedicada a la cría de avestruces, con la esperanza de<br />
atraer clientes del parque. El negocio no andaba muy bien y le encantó la idea de<br />
alquilar el lote vacío, junto a la granja, los domingos por la tarde.<br />
Y así, repentinamente, sin darme cuenta como había sucedido, me hallé<br />
comprometido en esta locura. Al principio había demasiados detalles de orden<br />
práctico que atender, de modo que no tuve tiempo de sentirme asustado. Había<br />
que obtener permisos de la policía, levantar una plataforma y además alqui lar el<br />
equipo de amplificadores Rose pensó que podría conseguir algunas muchachas de la<br />
iglesia para cantar.<br />
En cuanto al mensaje, me consolaba a mi mismo pensando que con la<br />
cantidad de sermones que había escuchado en mi vida, había adquirido<br />
experiencia para hablar con soltura, y la música podría llenar la mayor parte del tiempo.<br />
Pero cuando se fue acercando el primer domingo comencé a despertarme<br />
por la noche sudando. El sueño era siempre el mismo, yo estaba de pie sobre una<br />
plataforma ridículamente alta, gritando y agitando los brazos, mientras mirándome<br />
con horror, estaba frente a mí, un compañero con quien había estado tratando de<br />
negocios aquel día.<br />
¿Supóngase que ésto sucediera realmente?. ¿Supóngase que algún comprador o<br />
vendedor estuviera realmente en el parque?. ¿Que pensaría?. Allí estaba yo, un próspero<br />
y joven hombre de negocios, que comenzaba a alcanzar una buena reputación por mi<br />
sano juicio. ¿Qué sucedería si corriese la voz de que yo era una especie de fanático<br />
religioso? Esto podría arruinar no sólo mi nombre, si no también todo lo que mi padre<br />
había construido con tanto esfuerzo.<br />
Y llegó el primer domingo en junio de 1940, el día en que deberíamos empezar.<br />
Nos dirigimos al lote junto a la granja de avestruces, después del servicio matutino de la<br />
iglesia y comenzamos por poner el altavoz. Era un día cálido y despejado, y el porque<br />
Lincoln, al otro lado de la calle estaba muy concurrido. ¿Por que no habría llovido? estaba<br />
pensando yo, mientras Rose deliraba por un tiempo maravilloso. En ese momento ella<br />
dirigía el coro formado por tres chicas de la iglesia que cantaban el tan conocido himno:<br />
"¡Oh, qué amigo tenemos en Jesús...!" Terminó el canto. Yo subí por los hechizos peldaños<br />
a la plataforma, conecté el micrófono y carraspeé mi garganta para aclararme la voz. Para<br />
mi horror, el sonido tronó a través de los altavoces. Di un salto hacia atrás.<br />
Amigos..." empecé, otra vez un rugido explotó alrededor mío. Pronuncié unas<br />
pocas frases consciente tan sólo de ese monstruoso eco mecánico que producía mi voz.<br />
Después desesperadamente hice señales a las chicas para que cantasen de nuevo.<br />
Por aquí por allá las gentes iban recogiendo sus mantas y hubiera jurado que se<br />
marchaban del parque. Pero para mi sorpresa muchos de ellos se acercaron y pusieron<br />
sus mantas en un lugar donde nos pudieran ver mejor. De pronto me vi rodeado de un<br />
real auditorio que aumentó mi valor. Avance hacia el micrófono, seleccioné a un pobre<br />
hombre que vestía una camisa amarilla, le mire a los ojos, y le dirigí directamente a él mi<br />
sermón.<br />
Y después oí claramente una voz de mujer que decía "¿Querido, no es este Demos<br />
Shakarian ?"<br />
Mis ojos buscaron entre la muchedumbre. Allí estaba ella, me señalaba a través de<br />
la canasta en que acarreaba su comida, mientras que a su lado, tratando de ver a pesar<br />
de su miopía, estaba sentado el hombre a quien habíamos comprado la valla eléctrica.<br />
No puede ser Shakarian", dijo él en medio de un repentino silencio, mientras<br />
rebuscaba en la bolsa de su comida. Sacó un par de gafas "¡Caramba! pues sí que es el<br />
mismo Shakarian."<br />
El cuello de la camisa me estaba cortando la tráquea, sentía el micrófono húmedo y<br />
resbaladizo entre mis manos sudorosas. Escuché un sollozo y me pregunté si estarían<br />
llorando. Allí junto a la pequeña plataforma se hallaba el hombre de la camisa amarilla, le<br />
corrían las lágrimas por las mejillas.<br />
"Tiene razón, hermano, tiene razón", sollozaba. "Dios ha sido bueno conmigo".<br />
Yo lo miré mudo de asombró. Por fortuna Rose tuvo la suficiente presencia de<br />
ánimo para invitarlo a subir a la plataforma. El hombre tomó el sudado micrófono e hizo un<br />
largo relato de éxitos materiales y fracasos personales. Un pequeño manantial de gente<br />
cruzo la calle y se apiñó en torno a la plataforma.<br />
"Esta es también mi historia", dijo otro hombre, a la vez que subía los tres<br />
escalones.<br />
Me olvidé de los altavoces, me olvidé del hombre que me había vendido la valla<br />
eléctrica y sólo podía pensar en las maravillas que Dios estaba haciendo en el Parque<br />
Lincoln. Cuando empaquetamos el equipo, ya al final de la tarde, seis personas habían<br />
entregado su vida a Cristo.<br />
Durante tres meses, a través de junio, julio y agosto de 1940, seguimos con la<br />
misma rutina cada domingo, llegábamos frente el Parque. Alrededor de las dos de la tarde<br />
y allí permanecíamos hasta las cinco o las seis. Bien pronto se desarrolló un patrón. Unos<br />
cuantos hacían preguntas necias y otros que nos apoyaban, callaban a los preguntones<br />
impertinentes y regularmente había algún viejo que dejaba su afición a la bebida. El<br />
número de personas que subía a la plataforma no fue nunca demasiado grande:<br />
cuatro, diez, una docena. Y cuando ocasionalmente podíamos mantenernos en contacto<br />
con algunos de ellos, no podíamos constatar si realmente se había producido un cambio en<br />
sus vidas o no.<br />
Pero si los resultados evidentes de estas concentraciones de los domingos<br />
resultaban difíciles de medir, el cambio que se obraba en mí era bien claro. Yo había<br />
empezado las reuniones muy preocupado por mi dignidad, y ahora regresaba a casa<br />
convencido de que carecía de ella. La respuesta de Dios a mis temores de que algún<br />
conocido me viese, había servido para atraer al parque, uno por uno, domingo tras<br />
domingo, a cada uno de los hombres con los que había tenido algún negocio.<br />
Ahí estás!, parecía decir el Señor. Has estado jugando el papel de tonto frente a él.<br />
Ahora hay una persona menos por la que tienes que preocuparte por impresionar.<br />
Después, cuando me encontraba con alguno de ellos en una reunión del Club de<br />
Leones o del Club Kiwanis, había por lo general un embarazoso silencio, ocasionalmente<br />
alguna carcajada, pero no más. Ninguno de los desastres financieros que me había tenido<br />
se materializaron. A finales del verano había aprendido una lección que nunca olvidaré<br />
ese temor "al que dirán" es solamente el reflejo de nuestro propio egocentrismo.<br />
Pero hubo otra clase de resistencia en aquel verano, y provino de donde Rose y yo<br />
menos esperábamos, la iglesia de la Calle Gless. Al principio parecía que los ancianos<br />
miraban estas "salidas" del domingo por la tarde como una especie de locura juvenil<br />
de¡ verano. Pero como las reuniones continuaban semana tras semana, los ancianos<br />
comenzaron a protestar. Uno de los responsables de la iglesia habló en nombre de los<br />
ancianos, un domingo de agosto por la mañana, se levantó desde la primera banca, y nos<br />
previno de que no continuáramos en el Parque Lincoln.<br />
¡No esta bien! proclamaba con su barba gris temblando emotivamente. ¿Esto... no<br />
es armenio!<br />
Y de pronto comprendí que tenia razón. Yo tenía la imagen de Armenia a través de<br />
los siglos, pequeño país en pie de batalla que se aferraba a su única verdad a través de<br />
las conquistas y de las masacres sufridas, rodeado siempre por naciones infieles, más<br />
grandes y más fuertes y que halláis su fuerza en su propia fortaleza interior.<br />
Si, a Rose y a mi se nos decía, que nos saliéramos, tendríamos que hacerlo por<br />
nuestra propia decisión. Por primera vez en nuestras vidas entrábamos en conflicto con la<br />
generación de nuestros padres. El mundo, como lo veíamos por medio de las mantas que<br />
se extendían sobre el parque Lincoln aquel verano, era un mundo mucho mas grande del<br />
que hubiéramos esperado. También, un mundo infinitamente más solitario.<br />
En septiembre comenzó a refrescar y las multitudes del parque comenzaron a<br />
desaparecer; dejamos de tener las reuniones. La lechería, por otra parte, me iba<br />
ocupando mas y más tiempo ya que estaba preparando un nuevo tipo de mercadeo de la<br />
leche. ¿Por qué no, me pregunté a mi mismo, no establezco una venta de leche de<br />
autoservicio en la carretera, en donde hoy se encuentra la lechería "Reliance Number<br />
Three"? Les costaría unos centavos menos que si se la llevásemos de casa en casa, o<br />
que si la compraran en una tienda.<br />
Para que la gente conociera nuestro propósito celebramos una inauguración a lo<br />
grande, con música y anuncios por los periódicos, por radio y volantes por correo. En la<br />
misma lechería, banderas, música y anfitriones. El negocio dio como un salto y así se<br />
mantuvo. Inmediatamente empecé a soñar con una cadena de expendios por toda<br />
California. Esto nos haría ricos.<br />
Pero la perspectiva principal respecto a la fortuna de los Shakarian se produjo con<br />
el nuevo negocio de los molinos.<br />
No me había dado cuenta de que este negocio también representaba una bomba<br />
de tiempo.<br />
Dedicarme a los molinos me parecía una consecuencia natural del negocio de la<br />
lechería. Una vaca lechera consume diez kilos de grano al día más quince kilos de heno.<br />
Multiplicada esta cantidad por tres mil vacas que esperábamos tener algún día, resultaba<br />
con la increíble cantidad de setenta y cinco mil kilos diarios de heno y raciones de grano.<br />
Durante años habíamos comprado el forraje de los molinos locales y después<br />
mezclábamos el grano de acuerdo con una fórmula que habíamos encontrado que<br />
producía una leche de excelente calidad.<br />
Los resultados fueron tan buenos que los granjeros vecinos comenzaron a decirle a<br />
papá:<br />
¿Isaac, nos podrías vender un poco de esa mezcla especial que preparas?<br />
¿Por qué no? respondió papá.<br />
Este parecía un paso lógico en los negocios. Podríamos comprar grano en<br />
enormes cantidades, lo cual reduciría el costo de la manutención de nuestras lecherías.<br />
Con el aumento de volumen podríamos hacer nuestra propia molienda y bajar mucho<br />
más los costos. Haríamos un pequeño pero constante negocio M grano que<br />
venderíamos a las demás lecherías locales.<br />
Y de este modo comenzamos la nueva ampliación de¡ negocio con gran expectativa.<br />
Compramos un molino cerca de una de nuestras granjas que consistía en tres elevadores y<br />
tres silos de grano de veinte metros de altura, que había servido para ensilar maíz.<br />
Vaciamos los silos, los limpiamos y los reforzamos con nuevas capas de cemento.<br />
Predije un hermoso futuro para esta nueva aventura. La línea del ferrocarril<br />
Southern Pacific pasaba junto a los elevadores de grano. Antes, en el pasado, el<br />
grano se descargaba de los vagones del ferrocarril y se transportaba hasta los elevadores<br />
por medio de un complicado sistema de carretones y paleo a mano. Durante nuestro<br />
primer año de molienda, perfeccioné un sistema para mover el grano directamente<br />
hacia los elevadores por medio de enormes aspiradoras. Con los viejos métodos se<br />
necesitaban tres hombres y un día entero para vaciar un vagón del ferrocarril de cuarenta<br />
toneladas; con el nuevo sistema un solo hombre podía hacer el mismo trabajo en dos<br />
horas y media. Así se recortaron los costos en un 80% y se creó una gran agitación en la<br />
industria. A mi me gustaba trabajar en el molino; el sonido de la maquinaria, el zumbido de<br />
¿a aspiradora, los trenes cargueros traqueteando al pasar, e incluso un fino polvíllo<br />
que se posaba sobre el brillante acabado negro de mi Cadillac nuevo, todo ello me<br />
intoxicaba.<br />
Y aún, como digo, dentro de toda esta operación había una tremenda trampa.<br />
Todo ello tenía que ver con la naturaleza de los productos básicos, cuyos precios<br />
fluctuaban tremendamente. La gente que especulaba con avena, trigo y cebada puede<br />
hacer y también perder verdaderas fortunas en pocas horas. En "Wall Street", hay<br />
expertos especializados en esta clase de especulaciones. Pero un granjero, que maneja el<br />
grano por si mismo, es a su vez un especulador, lo quiera o no.<br />
El negocio funciona de la siguiente forma, yo compro grano, supongamos el<br />
primero de julio, para recibirlo en el otoño siguiente. Pago el precio de julio, sabiendo que<br />
para el otoño el precio de la mercancía puede cambiar. Si compré el grano en julio a dos<br />
dólares las cien libras, y para el otoño el precio baja a uno cincuenta, pierdo dinero. Pero<br />
si el precio sube a dos cincuenta, entonces gano. El secreto de ser un buen operador de<br />
molinos es comprar mucho cuando se espera que el precio vaya a aumentar y comprar<br />
poco cuando se espera que el precio vaya a bajar.<br />
Yo conocía ésto en teoría, durante el invierno de 1940-41. Pero tenía que aprender<br />
todavía lo que ello significaba en la práctica diaria.<br />
CAPITULO 4<br />
El hombre que cambió su modo de pensar<br />
Tan pronto como el buen tiempo trajo a la gente de nuevo al Parque Lincoln en la<br />
primavera siguiente, Rose y yo comenzamos a hablar acerca de las reuniones. "Pero no<br />
solamente los domingos por la tarde", dijo ella, “Ia gente se interesa, luego nosotros<br />
empaquetamos las cosas, nos vamos a casa y no sucede nada durante el resto de la<br />
semana".<br />
¿Y si tuviéramos reuniones en las noches?. Si pudiéramos plantar una tienda en<br />
alguna parte podríamos tener reuniones aunque lloviese o hiciese sol.<br />
“En la propiedad de la iglesia", dijimos ambos a un tiempo, y nos reímos por esta<br />
nueva coincidencia. Ya hacía tiempo que el edificio de la Calle Gless se estaba haciendo<br />
pequeño para la creciente comunidad armenia, y la iglesia hacía poco había comprado un<br />
terreno en la esquina entre Goodrich y Carolina Place, al este de Los Ángeles donde ellos<br />
tenían intención de construir.<br />
Y por este motivo intentamos obtener el permiso de los ancianos de la iglesia.<br />
Todos los recelos del verano anterior brotaron de nuevo en los rostros morenos que se<br />
alineaban delante de nosotros. ¿Quiénes eran esos extraños a los que pretendíamos<br />
introducir en la propiedad de la iglesia? ¿Por qué tendría que verse involucrada la iglesia<br />
pentecostal armenia?<br />
No sería únicamente nuestra iglesia, explicamos. Nuestro plan era que todas las<br />
iglesias pentecostales de los alrededores colaborasen con nuestras reuniones. Nuestra<br />
iglesia proveería el lugar, para la carpa, y otra proporcionaría los músicos y los<br />
acomodadores. Trabajaríamos todos juntos.<br />
Pero al escuchar la palabra "juntos" sus rostros se estiraron todavía mas "¿Juntos?"<br />
"¿Con la Iglesia Cuadrangular, con las Asambleas de Dios, y la gente de la Santidad<br />
Pentecostal, con sus dudosas doctrinas? ¿Por qué algunas de esas llamadas iglesias<br />
cristianas permiten que los hombres y las mujeres se sienten juntos? Y los ancianos se<br />
aislaron hablando de cosas que nos parecían secundarias, mientras Rase y yo nos<br />
manteníamos sentados en silencio olvidando nuestro proyecto para el verano.<br />
Pero el hecho era que el viento de pentecostés, que había soplado tan fuertemente<br />
desde Rusia a Armenia hacía casi cien anos, tendría que calmarse, por ahora, dentro de<br />
una denominación tan rígida como cualquier otra. Era siempre así. A través de toda la<br />
historia, cada soplo refrescante del Espíritu pronto llegar a ser, en manos humanas, una<br />
nueva ortodoxia. El gran avivamiento de la Calle Azusa, por ejemplo, que comenzó en<br />
esta misma ciudad con libertad, con gozo y que rompió todas las barreras, se había<br />
rígidizado allá por los años 40 y convertido en un grupo de iglesias tan independientes que<br />
ni siquiera se comunicaban entre ellas dejando solo al mundo entero.<br />
La tragedia, como la veíamos Rose y yo, era que ellas tenían tanto que dar. Cada<br />
pequeño grupo, detrás de sus propias paredes, experimentaba cada semana el poder de<br />
Dios para proveer, sanar y guiar, mientras el mundo necesitaba desesperadamente todo<br />
este poder; al menos los hombres de negocio que yo frecuentaba seis días a la semana,<br />
ni siquiera sabían que éste existía.<br />
Entonces ustedes no tienen porqué involucrarse en absoluto, dije a los ancianos".<br />
Yo me ocuparé de la tienda, de la limpieza, y de todo. Sólo tienen que dejamos usar el<br />
terreno.<br />
Al final de mis explicaciones nada de lo que dije los conmovió, fue sólo el<br />
hecho de que mi padre hablo en favor del proyecto. El nombre de Isaac Shakarian<br />
pesaba mucho en la iglesia. Si Isaac estaba de acuerdo, entonces aunque<br />
arriesgado como parecía, tendría que estar bien,<br />
De modo que obtuvimos el permiso. Pero en seguida, casi lo lamentamos.<br />
Armar una carpa, lo entendimos enseguida, iba a ser una cosa muy diferente a<br />
preparar solamente una plataforma con altoparlantes. Alquilar la tienda fue lo más<br />
fácil. Tenía que ser un sitio para "acomodar público" y había tantos reglamentos<br />
que cumplir como para un edificio permanente. Tuve que presentarme ante la Oficina<br />
Municipal, ante el Departamento de Bomberos, al departamento de Policía, a la Oficina<br />
de Salud Pública y a la Comisión de Energía y Luz Eléctrica. Cada vez tuve que<br />
explicar todo de nuevo, qué propósito nos movía y por que.<br />
Solamente después de haber obtenido todas las licencias necesarias pudimos<br />
comenzar a pensar en poner la tienda. Ahora tenían que venir a inspeccionar toda<br />
la instalación eléctrica de la tienda, cerciorarse de que las puertas de entrada y<br />
salida llenaban los requisitos de que había facilidades higiénicas, de que había<br />
rociadores de agua para impedir que se levantase el polvo. Finalmente nos<br />
quedaba aún el trabajo de hacer llegar la noticia a la gente. Radio, anuncios de<br />
televisión, anuncios en los periódicos, carteles en las vitrinas de los comercios; yo<br />
traté de recordar todos los detalles posibles de cuando abrí mi venta de leche de<br />
autoservicio, para poder utilizarlos ahora.<br />
Todo esto necesitó mucho dinero y también mucho tiempo. Al final, hasta<br />
papá estaba impaciente. Hacia semanas que yo apenas pasaba por la oficina, y él<br />
me lo recordaba. No necesitaba decirme lo que más apremiaba nuestras mentes,<br />
la planta de fertilizantes, que había sido mi primer proyecto independiente y que ahora<br />
estaba. perdiendo dinero. Durante cinco años quería que sobreviviese, ahora tendría<br />
que dedicarle todo mi tiempo y energías. Y, por otra parte, no podía desechar el<br />
sentimiento de que estas reuniones en la tienda de campaña también eran<br />
importantes.<br />
Los servicios nocturnos comenzaron en julio y siguieron todas las noches<br />
durante seis semanas. Yo me había dado cuenta desde el verano pasado que no<br />
era precisamente un orador. Mi corazón rebosaba siempre de las maravillas de Dios<br />
y de sus realidades, pero de mi boca jamás fluían las palabras apropiadas. Harry<br />
Mushegan, mi querido primo segundo, era otra cosa. Al igual que su padre Aram y<br />
su abuelo Magardich, sabía hablar en forma elocuente. El tenía siempre la palabra<br />
exacta, lograba que la gente se sentase y lo escuchase. Tenía solo veinte años,<br />
pero ya era un orador infinitamente mejor de lo que yo pudiera ser jamás, y por ello<br />
pedimos que fuese nuestro predicador.<br />
La gente vino, y regresó una y otra vez, y a medida que las semanas pasaban,<br />
el público iba en aumento. Las cinco denominaciones pentecostales que se habían<br />
unido tan alegremente para respaldar las reuniones nocturnas, fueron gradualmente<br />
integrándose. Los pastores se sentaron en la plataforma, con Rose al piano, y sus<br />
coros dirigían el canto.<br />
Las noches en que no venía ningún coro, Florence cantaba para nosotros con su<br />
voz dulce y bien timbrada de soprano profesional. Florence se había graduado en la<br />
escuela superior en junio, y se estaba preparando para entrar en el "Whittier College" en el<br />
otoño. En cuanto a mí, ayudaba en lo que podía. Dirigía las reuniones, hacía las llamadas<br />
telefónicas, arreglaba la transportación y me ocupaba de llevar la contabilidad.<br />
Con un poco de sorpresa para todos, los registros de ingresos superaban los<br />
egresos. Todas las noches, cuando los pastores contaban el dinero de la ofrenda, la<br />
suma superaba a la de la noche anterior. Era sorprendente, si se toma en cuenta<br />
que nunca hicimos demasiado hincapié en las ofrendas. También resultaba irónico<br />
que cada vez que revisaba los libros de la planta de fertilizante con el contador, la<br />
situación iba cada vez peor.<br />
Del dinero de las ofrendas pagábamos los avisos en los periódicos y la<br />
radio, el alquiler de la tienda y todavía nos quedaba dinero. De esos gastos no<br />
llevaba registro, pues nunca pensé que se recuperaran. Entonces se me ocurrió<br />
una idea. ¿Que tal si el resto de la ofrenda se pusiera en una cuenta especial<br />
bancaria y que la administraran las cinco iglesias?<br />
A mediados de agosto, quitamos la tienda y un grupo de voluntarios limpió el<br />
campo. Centenares de personas habían escuchado el mensaje del evangelio por<br />
primera vez y habían experimentado que las obras de Dios eran reales. Algunos<br />
habían tomado su decisión de ser cristianos. Entretanto, una planta de fertilizantes<br />
de Downey había cerrado sus puertas por última vez.<br />
Pero los efectos de largo alcance, como sucedió, surgieron de aquella<br />
cuenta común del Banco Con intención de tomar decisiones acerca de la misma, el<br />
pastor de la Iglesia Cuadrangular telefoneó al pastor de la Iglesia Pentecostal de<br />
Dios. Un anciano de las Asambleas de Dios fue a comer con un anciano de la<br />
Iglesia Pentecostal Armenia. Yambos. en ese momento atravesaron juntos el dintel<br />
de la puerta de la Iglesia de Santidad Pentecostal que había al final de la calle, y<br />
se sentaron a rendir culto a Dios. .<br />
Era martes por la mañana a finales de septiembre cuando me hallaba sentado<br />
en mi despacho, tratando de poner algo de orden en mis asuntos. Al principio,<br />
difícilmente oí el teléfono que repicaba junto a mi codo; cuando tomé el auricular, tardé<br />
unos segundos en darme cuenta de que la persona que se hallaba al otro lado del hilo<br />
estaba llorando. Era Rose<br />
... Hospital Downey, decía, "tan pronto como puedas".<br />
"¿Quién. ? ¿Qué...?" dije estúpidamente.<br />
"¡Florence!" repitió ella. Mientras conducía camino de Whittier esta mañana.<br />
Acuérdate de la niebla que había. Oh Demos ella ni siquiera debió haber visto del todo al<br />
camión."<br />
Todavía sin comprender del todo, corrí hacia mi carro y cubrí como un relámpago<br />
las escasas cuadras que me separaban del Hospital de Downey. La mayoría de la familia<br />
ya había llegado al pequeño edificio de una planta. Florence estaba en la mesa de<br />
operaciones, me dijo papá, pero era poco lo que los médicos podían hacer. Papá casi no<br />
podía hablar, y fue mi cuñado el esposo de mi hermana Ruth, quien me contó los detalles.<br />
El accidente había tenido lugar a las 7:30 de la mañana, en medio de una espesa<br />
niebla gris que sube desde el Pacífico en las mañanas de otoño. Aparentemente. Florence<br />
no había visto una señal de alto y su carro chocó con un camión que hacía<br />
reparaciones en la carretera derramando por todas partes toneladas de asfalto hirviendo.<br />
El conductor del camión salió ileso pero Florence fue arrojada violentamente de su<br />
automóvil para caer en medio del alquitrán en llamas. Un transeúnte la sacó y la envolvió<br />
en su chaqueta, pero no antes de que toda su espalda resultase peligrosamente<br />
quemada.<br />
Eran estas masivas quemaduras las que impedían al cirujano operar los huesos<br />
rotos. Al final la trasladaron al Servicio de Cuidados Intensivos, donde se nos permitió,<br />
uno por uno, permanecer en el dintel de la puerta y mirar al interior. Fue el doctor<br />
Haygood quien nos condujo a través del pasillo, lloraba sin reparo alguno, como<br />
cualquiera de nosotros. Fue este mismo hombre, quien diecisiete años atrás había tratado<br />
al mundo a Florence y quien la había tratado desde el sarampión a la tosferina de su<br />
infancia. Ahora, todo lo que podía hacer era dar palmaditas en la mano de mamá, una y<br />
otra vez.<br />
Es joven y fuerte, Zahouri, repetía, y tiene unas ganas tremendas de vivir.<br />
Cuando me tocó el turno de pararme frente a la puerta, apenas podía creer que la<br />
que estaba en la cama alta del hospital fuese Florence, con su carita de duende y voz<br />
angelical, la más joven y más favorecida por Dios en la familia, suspendida por poleas, sus<br />
ojos permanecían cerrados y un continuo lamento surgía de su garganta.<br />
Señor Dios mío", rogué. No la dejes sufrir. Cura su dolor.<br />
¿Me lo imaginé, o el lamento había dejado de escucharse de pronto? "Llévate su<br />
dolor", ore de nuevo.<br />
Rose y yo regresamos a casa para preparar la comida a Richard y Gerry. Cuando<br />
volví al hospital aquella tarde, Florence llorando de dolor, aunque aparentemente estaba<br />
inconsciente a cualquier otra cosa. Me pare frente a la puerta y ore, de nuevo los gritos<br />
cesaron. El resto de aquel día y la noche, cuando el dolor parecía ser peor, mis oraciones<br />
aparecían ayudar. incluso las enfermeras y los doctores se dieran cuenta.<br />
"Demos". me dijo el doctor Haygood, "puedes entrar a esta habitación siempre que<br />
quieras. Incluso la alimentación por el sistema intravenoso parece ir mejor cuando tú<br />
estás aquí..."<br />
Así que me proveyeron de una bata blanca, máscara y gorro quirúrgico, y una silla<br />
para que me sentase a la cabecera de la cama. Durante los siguientes cinco días pasé todo el<br />
tiempo que me fue posible en aquella habitación. A la vez que ella recobraba conciencia.<br />
el dolor aumentaba. Ni las drogas, ni la cantidad de diferentes inyecciones calmantes<br />
parecían surtir efecto; los únicos ratos que Florence dormía, me contaron las<br />
enfermeras, era durante mis visitas.<br />
El por qué las cosas tuvieron que suceder así, era algo de lo que yo no tenía<br />
la menor idea. A menudo recordaba once años atrás cuando Florence se rompió el<br />
codo y yo había sabido, una mañana en la iglesia, que ella sería sanada. Un<br />
extraño lazo parecía unirnos a Florence y a mi, pero sin embargo, esta vez la<br />
sanidad no había seguido a mis oraciones. Un alivio temporal del dolor si, pero no el<br />
cese al peligro que se cernía sobre ella.<br />
Fue entonces cuando el peligro mas grave apareció. El resultado de los<br />
rayos X que tomaron inmediatamente después del accidente, mostraba que la<br />
cadera izquierda y la pelvis se habían aplastado al chocar contra el suelo. Las<br />
radiografías mostraban astillas de hueso a través de todos los órganos vitales M<br />
abdomen. Todos los días hacían una nueva placa, cada día, observaban, y yo con<br />
los doctores, que las afiladas astillas se hincaban más profundamente en la cavidad<br />
abdominal.<br />
Seis días después del accidente, cuando aún las quemaduras no permitían<br />
una operación, nuestra iglesia declaró un día completo de ayuno. Comenzando el<br />
domingo a media noche la congregación entera no tomó ni alimentos ni bebida<br />
alguna. A las siete de la mañana del lunes, se reunieron en la recién acabada<br />
iglesia en Goodrich Boulevard, al este de Los Angeles, para completar la vigilia de<br />
veinticuatro horas por la sanidad de Florence. "con un propósito común se<br />
encontraban en un mismo lugar", como se lee en el libro de los Hechos 2:1 .<br />
Solamente yo no estaba con ellos. Yo tenía misión especial aquella noche en<br />
la ciudad de Maywood, a ocho kilómetros de Downey. Desde hacía meses<br />
habíamos estado escuchado hablar de un hombre que se llamaba Charles Price. Hacía<br />
unos años, el doctor Price había sido pastor de una gran iglesia Congregacional en Lodi,<br />
California, un ministro ultramoderno para una ultramoderna iglesia, que incluso se jactaba<br />
de tener una pista de boliche. En ese entonces, la evangelista Aimee Semple McPherson<br />
visitó esa ciudad y el doctor Price acudió a la reunión de su tienda, armado de lápiz y<br />
papel, para tomar nota de todas las tonterías pentecostales que proclamase la señorita<br />
McPherson, para poder prevenir a su congregación contra ella. A mitad del servicio el papel<br />
y el lápiz fueron a parar al bolsillo, el doctor Price se halló de rodillas, con lágrimas<br />
rodándole por las mejillas, sus manos alzadas sobre la cabeza, alabando a Dios en una<br />
lengua desconocida.<br />
Desde aquella noche, el ministerio de Charles Price cambió radicalmente y llamó a<br />
su nuevo mensaje "el evangelio completo", con lo que quiso decir que desde aquel<br />
momento en adelante, ninguna parte del Nuevo Testamento dejaría de estar presente en<br />
sus predicaciones. Llegó a ser famoso por su insistencia en que las sanaciones tal contó<br />
aparecen en la Biblia, tienen que formar parte de la vida normal de la iglesia en cualquier<br />
época y aún en nuestros días.<br />
Y, ahora, el doctor Price estaba en la cercana Maywood predicando en una tienda<br />
que había erigido por su propia cuenta, y a medida que me acercaba, mi corazón se<br />
hundía, Los carros se veían aparcados a casi un kilómetro de distancia, y cuando<br />
finalmente llegué a la enorme tienda, todos los asientos estaban ocupados, y cantidad de<br />
personas estaban de pie afuera, sobre la hierba.<br />
El doctor Price estaba hablando desde una plataforma enorme, con adornos de<br />
terciopelo rojo y blanco. Era un hombre de mediana edad, de cabellos claros, que usaba<br />
gafas sin aros, que ahora brillaban bajo la luz de los reflectores. Terminó el sermón e invitó<br />
a cualquiera que tuviese necesidad de sanación, pasase al frente para que se le orase.<br />
Centenares de personas fueron surgiendo de todas partes a los pasillos. Miré el reloj.<br />
Eran las 9 de la noche. Nunca conseguiría llegar hasta el esa noche. Pero el<br />
recuerdo de todos en mi iglesia de rodillas me hizo quedarme. Lentamente, las largas<br />
colas fueron avanzando poco a poco. Diez, diez y media, once. Los acomodadores<br />
intentaban terminar la reunión: "El doctor Price estará mañana por la noche aquí, de<br />
nuevo, hermana..." "El doctor Price estará encantado de orar por usted, mañana,<br />
hermano..."<br />
El doctor Price estaba tomando su Biblia y la botella de aceite con que ungía a los<br />
enfermos. "Señor", grité.<br />
Se dio la vuelta e intentó ver a través de las brillantes luces.<br />
Evadí la vigilancia de uno de los ayudantes. "Doctor Price, mi nombre es Demos<br />
Shakarian, y mi hermana ha tenido un accidente automovilístico; el doctor del hospital de<br />
Downey dice que no vivirá, quisiera pedirle que viniese", dije todo de un tirón.<br />
El doctor Price cerró los ojos y pude ver la preocupación en su rostro. Permaneció<br />
un instante quieto, luego abrió los ojos bruscamente:<br />
Me apresuré y le abrí el camino a través de la multitud que se dispersaba, siempre<br />
hubo alguien que lo detenía y el doctor Price notó mi impaciencia.<br />
No estés ansioso, hijo", dijo, "tu hermana será sana esta noche".<br />
Miré aquel hombre. ¿Como podía hacer una afirmación como esa con tanta<br />
seguridad? Pero, por supuesto, recordé, él no había visto el resultado de los rayos X y<br />
tampoco podía tener ni la menor idea de lo grave de la situación de mi hermana.<br />
Mi escepticismo debió trasparentarse en mi rostro, por que cuando puse el motor en<br />
marcha, me dijo: "Permíteme que le diga, joven, por qué estoy tan seguro de que su<br />
hermana sanará". Y relató como años antes, allá por el año 1924, un poco después de su<br />
experiencia con la señorita McPherson, viajaba en auto a través del Canadá, cuando llegó<br />
a la pequeña ciudad de París, en la provincia de Ontario. Mientras iba por la calle, sintió la<br />
urgente necesidad de dar vuelta a la derecha, y así lo hizo. Luego sintió la misma urgente<br />
necesidad de virar a la izquierda. De esa forma, el doctor Price fue guiado a través de la<br />
ciudad hasta hallarse frente a la Iglesia Metodista. Allí pareció recibir la orden de<br />
detenerse.<br />
Sin la menor idea de por qué estaba haciendo eso. Charles Price tocó el timbre de<br />
la casa del pastor, junto a la iglesia, se presentó, dijo ser un evangelista; de pronto se<br />
escuchó a si mismo pidiendo si podría tener una serie de reuniones en aquella iglesia, y para<br />
gran sorpresa del doctor Price, la respuesta fue afirmativa.<br />
Entre la gente que acudió a las reuniones, el doctor Price se fijó especialmente en<br />
una joven patéticamente lisiada, cuyo esposo la traía cada noche, la ponía sobre unos<br />
almohadones en una de las primeras bancas. Al preguntar acerca de ellos supo que sus<br />
nombres eran Louis y Eva Johnston, que venían de Laurel, Ontario, y que Eva Johnston,<br />
había estado paralítica y sufría de fuertes dolores por más de diez años como resultado de<br />
un ataque de fiebre reumática. El doctor Price miró aquellas fruncidas y torcidas piernas, la<br />
derecha grotescamente doblada tras la otra. La pareja había ido a veinte diferentes<br />
doctores en Toronto; probaron tratamientos eléctricos, rayos X, cirugía, masaje de calor,<br />
pero sin poder evitar que la deformidad empeorase año tras año. Y sin embargo el Dr.<br />
Price supo mientras predicaba, que aquella noche Eva Johnston sería sanada. Lo sabía<br />
porque cada vez que la miraba sentía un extraño calor que se apoderaba de él. como una<br />
Gálica manta que le arropaba los hombros.<br />
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. por que recordé la idéntica experiencia<br />
cuando la curación del codo de Florence. Con dificultad pude mantener los ojos en la<br />
carretera.<br />
El doctor Price interpretaba la sensación de peso y calor, como la presencia de<br />
Dios. Dijo a la congregación en aquella ocasión que estaba a punto de presenciar un gran<br />
milagro. Bajó de la plataforma, poso sus manos sobre la cabeza de la enferma y comenzó<br />
a orar. Ante toda la congregación, la espalda de la mujer se enderezó, las piernas se<br />
enderezaron hasta incluso crecieron a la vista de todos, a pesar de que no había dado<br />
paso durante diez años, Eva Wilson Johnston se puso de pie, anduvo, incluso danzó, a<br />
todo lo largo del pasillo. El doctor Price se mantenía todavía en contacto con los Johnston y<br />
su curación había sido permanente.<br />
Y esta noche, continuó Charles Price, vamos a ver otro milagro, por que en el<br />
momento en que usted habló, aquella "manta" volvió a caer sobre mis hombros, y allí está<br />
ahora. Dios está presente en esta situación.<br />
Tragué saliva con dificultad, no me atreví a hablar porque en once años nunca había<br />
escuchado experiencia similar.<br />
Eran las once y media cuando llegamos a Downey. La puerta principal del pequeño<br />
hospital de treinta y tres camas, estaba cerrado y tuvimos que llamar. Al fin apareció una<br />
enfermera.<br />
Me alegro de que esté aquí, dijo, Florence esta peor esta noche.<br />
Pregunté si el doctor Price también podía entrar conmigo a la habitación, y tuvo que<br />
ponerse una bata y máscara esterilizada. Luego los dos entramos en la habitación de<br />
Florence.<br />
Ella yacía en la cama, medio escondida entre la multitud de tubos y poleas. Le<br />
presenté al doctor Price y ella asintió débilmente con la cabeza.<br />
El doctor Price sacó el frasco de aceite de su bolsillo y vertió un poco de líquido en<br />
su mano. Después se acercó a ella a través de la profusión de aparatos que rodeaban su<br />
cama y apoyó sus dedos en la frente de Florence. "Señor Jesús" dijo te damos gracias<br />
por que, estás aquí. Te damos gracias por curar a esta nuestra hermana".<br />
Su voz fuerte y gentil, continuó orando, pero ya no pude seguir oyendo las palabra,<br />
por que un extraordinario cambio se había efectuado en el ambiente de aquella habitación.<br />
Parecía más... mas apiñada, en alguna forma. El aire mismo parecía haberse vuelto mas<br />
denso, casi como si nos hubiésemos hallado sumergidos en el agua.<br />
Repentinamente, en su cama alta, Florence se retorció. El doctor Price saltó hacia<br />
atrás mientras una de las pesas de acero usadas para tracción pasaba rozándole la<br />
cabeza. Florence se retorció hacia un lado tanto como los alambres que a sujetaban le<br />
permitieron y después se giró hacia el otro lado. De pronto todos los pesos que había en la<br />
habitación comenzaron a moverse, a la vez que ella se movía hacia adelante y hacia<br />
atrás. Sé que debería haber intentado detenerla porque el doctor había repetido cien<br />
veces que su cadera destrozada tenía que permanecer inmóvil, pero me quedé quieto<br />
donde estaba, envuelto y bañado en este aire denso que emitía pulsaciones...<br />
Un gemido profundo emergió de la garganta de Florence, pero no podía asegurar si<br />
fue de dolor o de inexplicable éxtasis. Durante veinte increíbles minutos Florence continuó<br />
moviéndose y retorciéndose en su prisión de hilos metálicos, mientras el doctor Price y yo<br />
eludíamos los grandes contrapesos que parecían volar. A cada minuto esperaba que<br />
apareciese la enfermera irrumpiendo en la habitación para preguntar qué era lo que<br />
sucedía, pues sabía que cada diez minutos inspeccionaba la habitación. Pero no vino<br />
nadie. Era como si los tres hubiésemos sido transportados a otra dimensión de espacio y<br />
tiempo, en un mundo habitado tan sólo por la cálida presencia de Dios, que todo lo<br />
invadía, permaneció de pronto quieta en su cama y gradualmente los pesos que la<br />
sujetaban dejaron de moverse. Por un largo rato fijó su vista en mí.<br />
"Demos" musitó, "Jesús me ha sanado".<br />
Yo me incliné hacia ella. Lo sé, le respondí.<br />
Cuando la enfermera entró en la habitación pocos minutos después se alegró<br />
muchísimo de verla durmiendo...<br />
A la mañana siguiente, después de llevar al doctor Price hasta su casa en<br />
Pasadena, me hallaba todavía dormido cuando llamó el doctor Haygood.<br />
Quiero que venga a ver la placa de rayos X, esto es todo lo que puedo decir.<br />
El cuarto de rayos X estaba repleto cuando yo llegue, doctores, enfermeras,<br />
técnicos de laboratorio. Todos se apiñaban para mirar colocadas contra una superficie<br />
luminosa había ocho placas. Las primeras siete mostraban una pelvis aplastada, dislocadas<br />
las caderas y la pelvis del lado izquierdo. La última radiografía, tomada aquella misma<br />
mañana, mostraba una pelvis normal, absolutamente. Ambos lados de la imagen era<br />
idénticos, el hueso de la cadera izquierda tan bien formado como el de la derecha,<br />
Únicamente unos lineamientos delgados mostraban que alguna vez, seguramente años<br />
atrás habría sufrido alguna rotura.<br />
Florence permaneció en el hospital un mes todavía mientras las quemaduras de su<br />
espalda iban sanando. La noche anterior a ser dada de alta, tuvo un sueño. Un sueño<br />
extraño en el que veinticinco vasos de agua estaban en la mesa esperando que ella los<br />
bebiese "Yo creo que representa los años que aún tengo de vida", nos dijo a Rose y a mi<br />
cuando fuimos al siguiente día para llevárnosla a casa. "Creo que. Dios va a concederme<br />
todavía veinticinco años para que le sirva".<br />
Nada supe sobre eso. Yo solo supe que vi el poder de Dios con mis propios ojos.<br />
Lo que aún me quedaba por conocer era mi propia debilidad.<br />
CAPITULO 5<br />
AFIANZAMIENTO DEL CIELO<br />
Diciembre de 1941. Los Estados Unidos estaban en guerra. Con el ataque a Pearl<br />
Harbor, la ciudad de Los Angeles se convirtió de la noche a la mañana en el centro de las<br />
actividades de defensa durante las veinticuatro horas del día. Durante el día, las<br />
autopistas estaban atestadas de camiones verde olivo del ejército. Durante la noche, la<br />
ciudad se apresuraba en sus ocupaciones dentro de una total obscuridad y nosotros<br />
ordeñábamos antes del amanecer en nuestros establos con las ventanas cubiertas. La<br />
pequeña fábrica norteamericana de aviones, cercana a Downey, se convirtió en tina enorme<br />
planta rodeada de alambre de púas, por cuyas puertas pasaban autos y camiones las<br />
veinticuatro horas del día. Para desesperación de Rose y deleite de Richard que<br />
contaba siete años, las instalaciones antiaéreas se construyeron casi en nuestro patio.<br />
Como la industria lechera se consideraba industria esencial, la gente de nuestra<br />
granja no fue reclutada al principio. Pero antes de mucho tiempo, nuestros empleados y<br />
proveedores se hallaron al servicio o en las plantas de la defensa. Yo entonces dividía mi<br />
tiempo entre los corrales de los terneros y los establos de las vacas en donde andábamos<br />
más cortos de mano de obra. y en los puestos de racionamiento y en las oficinas de<br />
distribución suplicábamos por grano, combustible, llantas y piezas para camiones que<br />
necesitábamos para continuar trabajando.<br />
El principal problema era la salud de los animales, y tanto los veterinarios como las<br />
medicinas, escaseaban cada vez más. Papá y yo orábamos primero cuando la enfermedad<br />
amenazaba nuestras reses, luego con frecuencia era la primera y ultima protección de los<br />
animales.<br />
A través de los años de guerra, Rosa y yo seguimos patrocinando durante los<br />
veranos las reuniones en la carpa; seguimos el patrón que nos había servido en el este de<br />
Los Angeles. Buscábamos un predicador talentoso y empleábamos nuestras habilidades<br />
donde hicieran falta y donde fuese, invitamos a las distintas iglesias del mismo lugar a<br />
trabajar juntas y alquilábamos equipo y manejábamos los detalles. Luego, cuando se<br />
habían cubierto los principales gastos, poníamos el resto de la ofrenda en un banco para<br />
ser administrada conjuntamente por todas las iglesias participantes, de modo que cuando la<br />
campaña se terminara, la cooperación continuaría.<br />
En nuestra propia iglesia algunos de los ancianos se preguntaban a viva voz que<br />
era lo que sacábamos de “todo aquel lío". Pero cuando Florence se presento sin señales<br />
de lo acontecido en julio de 1942, y cantó el glorioso himno de apertura, Rosa y yo<br />
supimos que todo el esfuerzo de nuestras vidas jamás expresaría suficientemente nuestra<br />
gratitud hacía Dios.<br />
Otra fuente de gozo en aquellos días era nuestra profunda amistad con Charles<br />
Price. ¡Me gustaba escucharlo predicar en su elocuente estilo que habla perfeccionado<br />
bajo supervisión de William Jennings Bryan. Lo mejor de todo eran las visitas personales.<br />
Casi cada semana desde 1941 hasta 1946 venía a Downey e íbamos con él a su<br />
restaurante italiano favorito. Nos sentábamos en un lugar al fondo, donde me pasaba la<br />
tarde escuchando al hombre más sabio que jamás había conocido.<br />
"Doctor Price", le dije una vez "Hacer lo que usted hace debe ser la cosa más<br />
maravillosa del mundo. Ver centenares de personas tocadas por su palabra, ver cómo<br />
la gente se salva y se sana y sienten el poder de Dios, que se mueve a través de usted”.<br />
El doctor Price dejó de enrollar "espagueti" en su tenedor y me miró frunciendo el<br />
entrecejo ligeramente.<br />
No es como eso", dijo finalmente. "Es... es como la guerra". Agitó un brazo<br />
alrededor del cuarto; éramos casi los únicos civiles en aquel lugar. "¿En dónde están<br />
matando a los soldados? En el frente, donde el enemigo está más cerca.<br />
"Demos, es lo mismo con el evangelismo. Esta es una guerra, tan mortífera<br />
como la que esta ocurriendo en Guadalcanal. El predicador que lleva el ataque al<br />
territorio enemigo, está bajo su fuego. Recibe heridas, Demos. Algunos de nosotros<br />
somos destruidos".<br />
Rió con esa risa corta, menospreciadora de sí mismo, tan característica de él. A<br />
veces, la gente trata de felicitarme, diciéndome lo buen predicador que soy. Eso no<br />
significa nada para mí. Pero la otra noche, una señora me dijo que su familia oraba por mí<br />
todos !os días. Demos: esto es lo más maravilloso que puede escuchar un predicador.<br />
Asentí con un movimiento de cabeza, impresionado por su honestidad. Pero la<br />
realidad de lo que estaba diciendo no pude comprender en aquellos tempranos años<br />
cuarenta.<br />
Sucedió casi sin advertirlo entre las presiones y formalismos de la guerra, y las<br />
escaseces del momento. Las primeras tres vacas de mi padre se habían convertido en<br />
tres mil, y habíamos llegado a tener la lechería privada más grande del mundo.<br />
Y, por lo tanto, teníamos las mayores preocupaciones que yo hubiera imaginado, me<br />
pasaba pendiente del teléfono hora tras hora, seguía el rumor de que había envases de<br />
leche por aquí, cemento para el piso de una planta lechera por allá.<br />
Únicamente hallar suficiente alimento para tal cantidad de animales ya resultaba<br />
sumamente dificultoso. Yo tenía que manejar hasta el Valle Imperial para comprar heno.<br />
La mayor parte de este viaje era a través del desierto y, en un sofocante mes de julio<br />
que dio paso a un agosto de 1943 todavía más caluroso, descubrí que algo había<br />
cambiado en aquella una vez solitaria carretera. Donde antes hallaba dos cabañas<br />
soleadas en mi camino, en el último viaje, ahora en el sitio se levantaba una concurrida<br />
ciudad de carpas y el tráfico se hacía mas lento a causa de la larga fila de camiones del<br />
ejército. A lo largo de toda la carretera no se veía otra cosa que antiguas granjas y<br />
polvorientas casetas que, de pronto, hervían de soldados. Nadie decía una palabra, por<br />
supuesto; nadie sabía nada, pero era evidente que se estaba llevando a cabo una gran<br />
campaña en el desierto, en alguna parte de la perturbada faz de la tierra.<br />
Le hablaría a Rose de ello cuando regresara a casa. "Demasiados muchachos,<br />
Rose y se les ve tan acalorados y aburridos..”<br />
La ciudad de Indio, a cuarenta kilómetros al este de Palm Springs me atemorizaba<br />
particularmente. Las calles rebosaban de tantos soldados fuera de servicio que se<br />
necesitaba una hora entera para atravesarla. Yo me sentaba en las paradas de tráfico,<br />
viéndolos esperar en interminables colas, ante los tres o cuatro restaurantes y el único<br />
teatro, donde buscaban una pequeña sombra contra los 120 grados de calor. Nada que<br />
hacer, y ningún lugar adonde ir.<br />
Y pensé: ¿Qué tal si levantase una carpa aquí?<br />
"¿Más reuniones, ¡Demos!?" preguntó mi padre. Rose y yo acabábamos de<br />
patrocinar una campaña de avivamiento de seis semanas en el condado de Orange.<br />
También Rose sentía dudas. "Demos, estás trabajando dieciséis horas al día en la<br />
lechería. Durante la campaña de avivamiento apenas si te acercaste a la cama. ¿Qué<br />
intentas probar matándote con tanto trabajo?"<br />
"Pero. ¿y si esta idea viene de Dios. Rose, y no de mí mismo?"<br />
Ella me miró desde el lugar donde planchaba. "Entonces lo haremos".<br />
Salté del sofá. "Voy a telefonear a Charles Price ahora mismo", dije. Sé que está<br />
lleno de compromisos, pero quizá le queden una o dos semanas libres".<br />
Rose alzó otro de los trajes deportivos de Gerry del cesto de ropa para planchar.<br />
No era el tipo de persona que habla mucho cuando no tiene absolutamente nada qué<br />
decir, y yo sabía que tenía mucho que decirme,<br />
"¿Rose?"<br />
Silencio.<br />
"¿Hay algo que no está bien?"<br />
Demos, con lo mucho que amó y respeto al doctor Price, creo que no es la persona<br />
adecuada para hablar con los soldados... Necesitamos a alguien más joven... no lo se,<br />
alguien que sepa tocar la guitarra"<br />
Estaba seguro que Rose estaba equivocada. "Acuérdate de las multitudes que<br />
atrae el doctor Price", le dije. "acuérdate de las sanaciones que tienen lugar. Mira a<br />
Florence".<br />
Rose volvió a guardar silencio. Y así que llamé al doctor Price, olvidé la primera<br />
lección que aprendí cuando tenía las reuniones en Lincoln Park, para Rose y para mí, la<br />
llave de la voluntad de Dios era nuestro mutuo acuerdo.<br />
El doctor Price estuvo de acuerdo con que era difícil la situación de los soldados en<br />
el desierto, y prometió que haría un reajuste en sus compromisos. El lo hizo en efecto, pero<br />
una subida de nuestra cuota lechera me mantuvo preocupado por un tiempo. Luego el<br />
doctor Price tuvo una gripe y yo tuve dificultades para obtener el permiso de las<br />
autoridades para nuestras reuniones y, a la vez, el médico del doctor Price, le prohibió<br />
terminantemente esta actividad, pero por otra parte, el sentimiento de apremiante<br />
necesidad que yo sentía, había pasado. Había perdido el momento oportuno de Dios, o al<br />
hombre que Dios había dispuesto para esta labor. Hice algunos intentos poco entusiastas<br />
y traté de hallar a alguien que dirigiera tales reuniones, pero al final nada hice...<br />
Aquel otoño los periódicos estaban llenos de historias de la guerra. Las<br />
defunciones entre los norteamericanos eran numerosas. Cada vez que publicaban nuevas<br />
listas volvían las agonizantes preguntas. ¿Cuántos de los jóvenes soldados a los que vi<br />
durante mi travesía en el desierto de California se hallaban entre las bajas? ¿Cuántos<br />
hubieran acudido a las reuniones de Indio? ¿Cuántos podrían haber descubierto la verdad<br />
que hubiera significado todo para ellos?.<br />
Y entretanto se sumaba una nueva ansiedad. Por todo el sur de California los<br />
lecheros se enfrentaban con una crisis. Con tantos veterinarios en las filas, la tuberculosis<br />
se estaba abriendo paso entre el ganado. Cada treinta días ¡os oficiales del estado y los<br />
del Departamento de Sanidad venían a inspeccionar el ganado. Una inyección se aplicaba<br />
en la base suave y sin pelo de la cola. Si la piel permanecía blanda durante los tres días<br />
siguientes, el animal no estaba infectado. Pero si aparecía un bulto del tamaño de una<br />
goma de lápiz indicaba que en el animal había "reacción", y si aparecía uno más pequeño<br />
lo hacía "sospechoso". Cuando la incidencia de animales con reacción y sospechosos<br />
llegaba a un determinado nivel, todos los animales tenían que sacrificarse por decreto ley,<br />
tanto los enfermos como los sanos.<br />
Ya varios de los hatos de la vecindad habían sido destruidos cuando una primera<br />
de nuestras vacas dio muestras de la enfermedad. Por supuesto, papá y yo oramos por<br />
ellas. Richard, que entonces contaba nueve años, oraba por ellas cuando venía para<br />
ayudar en los establos al salir del colegio. Era precisamente nuestra granja modelo<br />
"Reliance Number Three" donde se hallaba el problema. Casi un centenar de los animales<br />
mostraba reacción, y doscientos más eran sospechosos. Si se incrementaban estas cifras<br />
antes de la próxima visita de los inspectores, todo un millar de vacas tendría que ser<br />
sacrificado.<br />
El día en que se nos comunicó la noticia, papá y yo permanecimos en "Number<br />
Three" después del ordeño nocturno, sentados desconsoladamente ante nuestros<br />
escritorios. No sabíamos de ningún granjero que hubiera alcanzado estas cifras y que<br />
hubiera podido salvar su ganado.<br />
Para alzar nuestra moral, papá puso la radio nocturna en la emisión radiofónica<br />
“Templo del Angelus" y la voz del doctor Kelso Grover inundo aquella habitación llena de<br />
tristeza. El doctor Kelso esa noche estaba hablando del poder de Dios para sanar cualquier<br />
enfermedad. Los ojos de papá y los míos se encontraron a través de nuestros escritorios.<br />
Por la mañana temprano, telefoneé al doctor Kelso: ¿Cuándo usted habla de "cualquier<br />
enfermedad", señor, incluye también las enfermedades de las vacas?<br />
Hubo un largo silencio en el teléfono hasta que el teólogo, que había estudiado en<br />
Berkeley, hubo pensado acerca de la pregunta "cualquier enfermedad", repitió finalmente,<br />
en animales y hombres.<br />
Entonces, señor, ¿querría usted orar por un millar de vacas Holstein? Hoy. Y acto<br />
seguido le describí la situación en nuestra lechería llamada "Reliance Number Three".<br />
Llego a la lechería a las 11:30 de la mañana, y ambos fuimos a los corrales. Había<br />
sesenta animales en cada departamento, con las cabezas sobre los pesebres de heno, en<br />
el final de las filas. Pero cuando el doctor Grover y yo entramos a través de la primera<br />
puerta, cesaron de comer y se apiñaron alrededor de nosotros, como acostumbran a<br />
hacer las vacas, empujándose suavemente en un círculo.<br />
A pesar de que el sol le daba directamente en la cabeza, el doctor Grover se quitó<br />
su sombrero, yo hice otro tanto.<br />
¡Señor Jesús! exclamó: ¡El ganado en un millar de colinas es tuyo! ¡En tu nombre,<br />
Señor, tomamos autoridad sobre cualquier clase de infección de tuberculosis que ataque a<br />
tus criaturas!.<br />
Las orejas de las vacas se enderezaron y sus húmedos ojos negros lo miraron<br />
ansiosamente.<br />
Tardamos tres horas en visitar todos los corrales. Yo estaba preocupado por el sol<br />
que caía sobre el doctor Grover, que ya no era muy joven, pero él no se cubrió de nuevo<br />
con el sombrero mientras estaba orando y verdaderamente la atmósfera de afuera entre<br />
los silos y las artesas de riego, iban aquietándose extrañamente.<br />
También los trabajadores lo sintieron, ellos eran en su mayoría viejos trabajadores,<br />
demasiado viejos para ser útiles en el ejército y en las fábricas, que nos habían<br />
acompañado a papá y a mí durante muchos años, estaban acostumbrados a las<br />
maneras pentecostales. Pero me pude dar cuenta de que los modales del doctor<br />
Grover los impresionaba. Cuando él reprendía la enfermedad, casi se podían ver los<br />
gérmenes salir volando.<br />
Ahora, yo apenas podía contener la impaciencia hasta el siguiente "examen<br />
médico". Pero como era usual, llegaron los oficiales de salud pública, como de costumbre,<br />
con sus rostros melancólicos y preocupados mientras recorrían las hileras de vacas. Los<br />
exámenes se llevaron a cabo en los animales mientras estaban en los cepos y sólo<br />
hacían una pausa tras cada inyección para desinfectar la jeringa con alcohol. Estos<br />
hombres conocían mejor que nadie cómo la salud de la nación, especialmente la de los<br />
niños, dependía de la industria lechera, y hasta que punto la actual epidemia era<br />
devastadora.<br />
Tres días más tarde estaban de regreso para investigar la reacción, dos médicos<br />
del estado y el delegado del condado. No hablaron mucho mientras se ponían sus<br />
botas de goma. Esta era la parte más dura de su trabajo, el decirle a un ganadero que su<br />
rebaño estaba condenado.<br />
Ordeñamos 120 vacas a la vez, en "Reliance Number Three", en hileras de treinta<br />
cepos. Al final de las primeras hileras del establo, los dos oficiales estatales se<br />
encontraron. Yo me acerqué, para escucharlos ya que me lo impedía el sonido de las<br />
máquinas ordeñadoras.<br />
Es una cosa muy extraña, dijo uno de ellos. No ha habido una sola reacción en<br />
toda la hilera, ni sospechosas tampoco.<br />
El otro hombre parpadeo un poco: "Pues tampoco en la hilera que he<br />
inspeccionado yo".<br />
En todo ese establo de 120 vacas, ni una sola de ellas mostró un rastro de la<br />
enfermedad. Para el momento en que se ordeñó el segundo turno y doscientas cuarenta<br />
vacas dieron resultados negativos de tuberculina, los trabajadores comenzaron a juntarse<br />
en el establo. En el tercer turno igual resultado.<br />
Al finalizar la mañana se habían ordeñado, alrededor de mil vacas y ningún caso de<br />
tuberculosis o por lo menos sospechoso, se había encontrado aún entre los que<br />
previamente habían dado positivos. Los empleados del gobierno dijeron que no existía<br />
explicación médica para caso tan singular. La única respuesta era la que compartíamos<br />
los que en ese momento llenábamos los establos, el doctor Grover había orado y Dios<br />
había respondido.<br />
Pero El no respondió únicamente durante este período de guerra, sino también los<br />
veinte años que tuvimos lecherías en Downey, hasta que la ciudad creció tanto que<br />
tuvimos que trasladarlas al norte de Los Ángeles. Pero ya no se halló un solo caso de<br />
tuberculosis o sospechoso de tal enfermedad en "Reliance Number Three"<br />
Creo que mi madre fue la que estuvo más entusiasmada de todos cuando supo que<br />
estábamos esperando un nuevo bebé, para noviembre de 1944. Gerry había empezado<br />
a ir a un jardín infantil y nuestras dos casas, con sus lotes de tierra adyacentes, eran un<br />
lugar bastante tranquilo para mamá. Por supuesto que tenía otros nietos, pero mis<br />
hermanas y sus familias vivía a más de un kilómetro de distancia para el modo de pensar<br />
armenio, prácticamente fuera de alcance.<br />
Y existía una razón especial para tal bienvenida a esta noticia. Mamá a los<br />
cuarenta y siete años padecía un cáncer inoperable. La oración, tan eficiente en la<br />
lechería, había sido impotente en casa. ¡Pero yo veré tu segunda hija Demos! dijo con<br />
expresión feliz. Se daba por un hecho en la familia que el siguiente bebé seria niña ya que<br />
hasta donde podían recordar, no se había dado el caso de dos hijos varones en la familia<br />
de cada generación de los Shakarian. Mamá comenzó a preparar pequeños vestiditos de<br />
color de rosa y gorritas bordadas.<br />
Fue en el verano de 1944, cuando estaba en una reunión cuando puse atención a<br />
algo que había estado revoloteando en mi mente. Me hallaba sentado en una plataforma,<br />
mientras un evangelista hablaba mirando sobre la atestada carpa. Vestidos de color<br />
pastel, vestidos floreados, muchos de los hombres iban de uniforme, algunas mujeres<br />
también. Mujeres...<br />
Me di cuenta que mi mente estaba divagando y con esfuerzo intenté concentrarme<br />
en el sermón. Pero mientras se cantaba el segundo himno volví a inspeccionar el auditorio.<br />
¿Me engañaba mi imaginación o había diez mujeres por cada hombre? La noche<br />
siguiente Rose contó conmigo. Había catorce sillas en una hilera y después un pasillo<br />
de acuerdo con el regIamento del condado de Los Ángeles. Yo me ocupé de contar la<br />
parte de la derecha. En la primera hilera, ocho mujeres, dos hombres, cuatro niños. En la<br />
siguiente, doce mujeres, dos hombres. En la otra, catorce mujeres.<br />
Durante los tres noches siguientes Rose y yo nos dividimos la carpa, para contar la<br />
gente, Era indudable las mujeres sobrepasaban a los hombres a razón de diez a uno.<br />
Me quedé perplejo. En la Iglesia Pentecostal Armenia, puesto que acudía a la<br />
iglesia toda la familia, el número de hombres y mujeres era más o menos el mismo. Aquí<br />
en la carpa todos se sentaban juntos, sin división de sexo ni edad, y por ello no había<br />
advertido el fenómeno hasta ese momento. Pero entonces, ¿dónde estaban los esposos,<br />
hermanos y padres?.<br />
"Nunca me había dado cuenta” le dije a Charles Price mientras comíamos una<br />
“lasagna”, esa semana los pocos hombres que quedan en el área. ¿Estarán en el otro lado<br />
del mar?, supongo".<br />
El doctor Price me observó a través de sus gafas sin marcos.<br />
"¡Demos, Los Ángeles jamás ha estado más llena de hombres! Soldados de cada<br />
estado de la Unión. Decenas de miles de hombres están en la reserva”.<br />
"Entonces... ¿por que hay muchas más mujeres que nombres en las reuniones en la<br />
carpa?"<br />
El doctor Price echó la cabeza hacia atrás y rió hasta que un grupo de "marines" que<br />
estaba en una mesa, al otro lado de la sala, se volteó a mirarlo "Dios bendiga tu inocente<br />
corazón armenio", me dijo. "Hay siempre muchas más mujeres en esta clase de cosas. La<br />
mayoría de americanos consideran la religión como... no sé... para afeminados. Quizá<br />
pase para mujeres y niños. ¿Has oído hablar alguna vez de una sociedad misionera de<br />
hombres? ¿Un grupo bíblico de hombres? Las mujeres son la iglesia en los Estados<br />
Unidos, Demos. A excepción de los clérigos profesionales, por supuesto, como yo. Pero todo<br />
el trabajo voluntario, todo el entusiasmo, toda la vida .. son las mujeres".<br />
Durante varias noches las palabras de Charles me mantuvieron despierto, Rose me<br />
pidió que me trasladase al sofá de la sala. Yo ya estaba acostumbrado a que las mujeres<br />
sirvieran y amaran al Señor. La Iglesia Armenia había tenido siempre sus profetizas. Pero<br />
los hombres eran los primeros en moverse; los ancianos, los estudiantes de la Biblia, los<br />
maestros, los responsables de la educación religiosa de los niños. ¿Cómo pudieron los<br />
hombres norteamericanos, tan vigorosos y llenos de éxito en otros aspectos, haber<br />
abandonado al más alto llamado de todos? Por mucho que lo intenté, no puede<br />
comprenderlo.<br />
El primero de noviembre de 1944 nació nuestra segunda hija, un pequeño querubín<br />
de cabellos negros con unas pestañas negras tan largas que cepillaban sus mejillas. Por<br />
supuesto cada bebé es especial, pero había algo en éste que impresionó a todas las<br />
enfermeras del hospital, que se apiñaban en la ventana de las cunas del hospital de<br />
Downey.<br />
La llamarnos Carolyn. Cuando Rose y yo, con Richard y Gerry junto a nosotros la<br />
llevamos al frente de la iglesia de Goodrich Boulevard y nos arrodillamos en la pequeña<br />
alfombra para recibir la tradicional bendición para los infantes, yo creí que iba a reventar<br />
de orgullo por mi familia.<br />
Pero por supuesto, desde el principio Carolyn fue el bebé mimado de mamá. A<br />
mamá se le iba haciendo cada vez más difícil caminar, incluso los cortos pasos que<br />
separaban su casa de la nuestra. Por ello, Rose le llevaba la niña varias veces al día, y<br />
fue mamá quien descubrió una por una sus curiosas habilidades; lo pronto que sonreía, lo<br />
de prisa que rodaba por sí misma, lo pronto que empezó a sentarse. Incluso proclamaba<br />
que a los cuatro meses ya había escuchado llamarla claramente "Zorouhi", pero nadie<br />
más consiguió comprobar tal maravilla.<br />
Aquel invierno, durante las reuniones semanales de la familia. Charles Price y yo<br />
hablábamos a menudo del fenómeno al que él me había abierto los ojos, la resistencia de<br />
los hombres norteamericanos a la religión también yo le conté otra cosa que había notado<br />
en nuestra propia iglesia.<br />
"Cuando un hombre comienza a tener éxito en los negocios, doctor Price, el cesa<br />
de venir a la iglesia. Lo he estado observando una y otra vez".<br />
Muchas veces, le dije que había visto a toda la congregación sobre sus rodillas<br />
cuando se tenía que amortizar una hipoteca o si un hombre necesitaba un préstamo del<br />
Banco. Pero cuando el mismo hombre de negocios comenzaba a subir, la iglesia que<br />
había luchado con el en los tiempos difíciles va no lo veía mas. "¿Por qué ha de ser<br />
así?".<br />
El doctor Price se reclinó hacia atrás de su asiento. "Sé la respuesta que dan las<br />
iglesias. Los éxitos mundanos contra la vida en el Espíritu. Dios y mamón... y todo eso.<br />
Pero esa respuesta no me satisface". El hizo correr sus dedos entre su ralo pelo grisáceo.<br />
"¿Qué respuesta tienen las iglesias para los hombres, y también para las mujeres, que se<br />
enfrentan a la horrenda complejidad del mundo moderno de los negocios?". Gente<br />
cargada con tremendas responsabilidades, de cuyas decisiones dependen los empleos de<br />
centenares de personas. He visto venir a mi a hombres como estos, Demos, y<br />
francamente ni siquiera conseguí entender sus preguntas. ¿Qué sé yo de contratos<br />
laborales y congelación de precios? No he tenido experiencia alguna en cuestión de<br />
negocios.<br />
"Por supuesto que los clérigos podemos ofrecer consuelo y consejo al hombre que<br />
sufre los altibajos de los negocios, pero ¿qué se yo del hombre que prospera? necesita<br />
tanto a Dios, y los ministros como yo, que ni siquiera conocen el lenguaje para hablarles.<br />
Otras veces nuestras conversaciones eran más alegres. "Demos", me dijo una vez<br />
el doctor Price, "estás a punto de ser testigo de uno de los mayores sucesos que fueron<br />
predichos en la Biblia"... "y sucederá de todos modos, su Espíritu se derramará sobre toda<br />
carne... Esto sucederá en tu tiempo, demos, y tú jugarás un papel importante en ello".<br />
A mí siempre me sobresaltaba la forma como el doctor Price proclamaba sus<br />
profecías. En la tradición de mi iglesia, un suceso profético era un movimiento de Dios<br />
muy especial que estremecía los cuerpos de los hombres, les hacía levantar sus voces e<br />
imponer un completo silencio entre los que escuchaban. Pero el doctor Price era capaz de<br />
expresar las más tremendas afirmaciones con el mismo tono de voz que usaba para pedir<br />
que le pasasen la sal.<br />
"La única parte que yo tomaría, doctor Price, sería respaldar económicamente a<br />
evangelistas como usted."<br />
El sacudió su cabeza. No sucederá así. No a través de predicadores profesionales.<br />
"Toda carne" es lo que nos dice Isaías. Esto va a suceder espontáneamente, por todo el<br />
mundo entre hombres y mujeres comunes y corrientes, gente en oficinas, tiendas y<br />
fábricas. Yo no viviré lo suficiente para verlo, pero tú sí. Y, Demos, cuando veas ésto sabrás<br />
que la venida de Jesús esta muy cerca".<br />
El doctor Price hablaba a menudo de la segunda venida de Jesús a la tierra en<br />
estos días. Me habló también acerca de su muerte próxima a pesar de que contaba sólo<br />
sesenta y dos años. Yo comencé a protestar, pero él alzó la mano para hacerme callar. No<br />
nos pongamos sentimentales, amigo mío. Simplemente son cosas que sé. Me queda otro<br />
año más o menos. Y luego, Demos, ¡qué privilegio para un cristiano ir con su Señor... !"<br />
Nunca sabremos cómo Carolyn cogió la gripe, aparte de que había un fuerte brote<br />
en Los Angeles aquel marzo de 1945.<br />
El doctor Haygood hacía tiempo que había fallecido. El doctor Steere, que había<br />
tomado su lugar, nos aseguró que estaría mejor cuidada en casa de lo que podría estar<br />
en un hospital con la escasez de equipo y personal que había en aquellos tiempos de<br />
guerra.<br />
Pero el cuidado durante las veinticuatro horas del día no la hicieron mejorar en<br />
absoluto. La infección parecía haberse instalado en su pecho, comenzó a respirar por la<br />
boca. Cuando la admitieron en el hospital la noche del 21 de marzo el diagnóstico fue<br />
simple y terrible, neumonía en ambos pulmones.<br />
Rose no abandonó la habitación del hospital durante las siguientes doce horas; yo<br />
me ausentaba tan sólo para telefonear a las personas que deseábamos que orasen. La<br />
familia oró. La iglesia oró. Charles Price vino a la habitación del hospital y nosotros<br />
intentamos aumentar nuestra fe recordando lo que Dios había hecho con Florence, a<br />
pocas habitaciones de distancia, en el mismo pasillo. Pero esta vez el doctor Price no<br />
habló de una sensación cálida sobre sus espaldas, y cuando abandonó la habitación su<br />
rostro tenía un color grisáceo.<br />
Todo sucedió con asombrosa rapidez. A las siete de la mañana del 22 de marzo yo<br />
estaba en casa tomando una ducha cuando sonó el teléfono. Era una enfermera. ¿Podría<br />
venir al hospital? Pero yo sabía antes de llegar que el bebé se había ido.<br />
Y, en otro sentido, pasaron semanas y meses antes de que me diese cuenta de<br />
ello. Carolyn, tan asombrosamente viva a sus casi cinco meses, ¿cómo podía tanta<br />
chispa y brillantez desaparecer simplemente? La vimos por última vez en la funeraria,<br />
yacía increíblemente quieta en su pequeño ataúd blanco, con sus largas pestañas<br />
rizadas, que acariciaban sus redondas mejillas.<br />
En casa, por supuesto, la familia ya estaba llegando, se llenó nuestra casa y la de<br />
el lado, y pasamos unidos largas tardes, de acuerdo a las antiguas tradiciones<br />
familiares. Después del viaje al cementerio hubo la comida en la iglesia, y las<br />
palabras de condolencia que el corazón va guardando, hasta que la mente es capaz<br />
de asimilar.<br />
Pero, cosa bastante extraña, la mayor ayuda que nos vino durante esta<br />
primera semana se nos presentó a través de dos extraños. Eran mujeres en sus<br />
treintas, que vivía en Pasadena, y llegaron con Charles Price a nuestra casa una<br />
tarde. Ellas querían esperar afuera, en el carro, pero Rose insistió en que<br />
entraran. Al poco rato, el doctor Price me llevó al pasillo. Conozco muy bien a<br />
estas mujeres, me dijo, poseen la rara y hermosa facultad de sentir al invisible<br />
huésped angelical que la Biblia nos dice que a veces visita la tierra. Desde el<br />
momento en que entraron en casa, dijo el doctor Price, las dos mujeres, Dorothy<br />
Doane y Allene Brumbach, había advertido la gran compañía de ángeles, más de los<br />
que hubiesen encontrado jamás en un solo lugar. "Dicen" que el aire está saturado de<br />
ellos.<br />
Este fue un don que nos guió a través de momentos bien difíciles.<br />
¡Pero los malos momentos vinieron muy inesperadamente!. Un domingo, en<br />
la iglesia, Rose saltó desde su banco en la sección de las mujeres y corrió hacia la<br />
puerta. Cuando la alcancé en la acera estaba llorando.<br />
¡Aquel bebé...! fue todo lo que pudo decir.<br />
Luego advertí que la muchacha sentada a su lado tenía en sus brazos un<br />
bebé de la edad de Carolyn. Cuatro mujeres de la iglesia habían tenido hijos casi<br />
al mismo tiempo que Carolyn nació, y durante meses la vista de estos niños la<br />
harían regresar el vacío.<br />
Y sin embargo... pasado el tiempo fuimos advirtiendo un cambio en nosotros.<br />
El mundo visible y material que nos rodeaba iba haciéndose cada vez... menos...<br />
menos convincente de lo que había sido antes. La guerra se había terminado,<br />
hubo tiempo para comenzar a construir nuestra nueva casa. Durante años<br />
estuvimos planeando construir una casa mas grande, cuando los materiales de<br />
construcción volvieran a tener precios razonables. Yo deseaba una habitación<br />
donde poder trabajar, Rose quería una cocina más grande, por supuesto,<br />
necesitábamos un cuarto de huéspedes para los evangelistas que a menudo<br />
pasaban fines de semana con nosotros. Tal como estaban las cosas ahora,<br />
Richard o Gerry tenían que mudarse al sofá.<br />
De todas formas, sin que nos dijésemos una palabra, Rose y yo sabíamos que<br />
jamás construiríamos esa casa. En parte porque esta casa pequeña estaba llena<br />
de Carolyn, el rincón donde siempre había estado su cuna, el lugar fuera del baño<br />
donde solíamos poner su bacinilla. Pero también había aquello de... bueno, tener<br />
un estudio, una bonita habitación para los huéspedes y todos los aparatos de<br />
cocina nuevos, pero en una u otra forma dejaban de ser importantes. Una parte<br />
de nosotros estaba en el cielo y desde entonces las cosas de la tierra nos' aprecian<br />
menos urgentes.<br />
También nos dimos cuenta de otra cosa. En la mañana, después de que<br />
Richard y Gerry salían para la escuela, Rose y yo permanecíamos en el<br />
desayunador para nuestras oraciones de la mañana, inclinábamos las cabezas,<br />
hablábamos con Dio acerca de las cosas concernientes al día.<br />
Ahora, de pronto, la pequeña mesa no estaba bien. De nuevo, sin decir<br />
una palabra, ambos supimos que deseábamos arrodillarnos para hablar con el<br />
Señor. Juntos, una mañana fuimos a la sala y nos arrodillamos sobre la alfombra<br />
oriental que habíamos recibido como regalo en nuestro décimo aniversario de bodas de<br />
parte de la familia de Rose. Desde entonces, aquella alfombra roja con campos de flores<br />
azules, fue el lugar de nuestro encuentro con Dios. No es que nos hubiéramos vuelto más<br />
temerosos de Dios desde la muerte de Carolyn, sino que Dios se había convertido en algo<br />
más grande, más cercano, más auténtico, su viva presencia nos hacía arrodillamos con<br />
reverencia.<br />
Y fue en esta sala, una mañana, donde yo dí el paso que me había resistido a dar<br />
por tanto tiempo: "Señor", le dije, "no sé en cuanto a Rose, pero me doy cuenta de que<br />
nunca te he puesto en el primer lugar de mi vida. Oh, las reuniones en las carpas, algo de<br />
mi tiempo, algo de dinero. Pero tú sabes y yo sé que mi familia ha estado primera en mi<br />
corazón. Señor, yo deseo que tú tomes el primer lugar".<br />
Sentí la mano de Rose en la mía. Era la confirmación que necesitaba. Rose jamás<br />
había sido una mujer de muchas palabras.<br />
CAPITULO 6<br />
Hollywood Bowl<br />
Aparentemente no existía nada diferente sobre la idea. Era lo que habíamos estado<br />
haciendo desde hacía mucho tiempo, solo que en una escala mayor. Habían trabajado muy<br />
bien las diferentes iglesias pentecostales unidas de un área ¿Qué pasaría si todas las<br />
iglesias pentecostales de toda la región de Los Ángeles, unas trescientas, alquilasen el<br />
"Hollywood Bowl” para una reunión realmente gigantesca?, como el "Bowl" era tan<br />
conocido, tal vez vendrían a una reunión ahí, y no se acercarían a una reunión en una<br />
carpa.<br />
El problema, según nos dimos cuenta los pastores y yo, al discutir el asunto, era<br />
el de siempre, dinero. Solamente el depósito para la reserva del “Bowl” un lunes por la<br />
noche costaba 2.500 dólares. Por pagos por adelantado, por anuncios de radio, folletos y<br />
carteles calculé que llegaríamos a los 3.000 dólares, lo cual sumaba 5.500 dólares, solo<br />
para empezar, antes de añadir las luces, acomodadores para el estacionamiento y todo lo<br />
demás. ¿De donde nos tendría tal suma de dinero? Por supuesto, no de los pastores, la<br />
mayoría de ellos recibían un salario mas bajo de lo normal.<br />
Pero, ¿Y qué pasará con los hombres de negocios en sus congregaciones? Y luego<br />
se me ocurrió una idea puramente armenia "Si yo proveyese una comida con pollo", le<br />
pregunté a los pastores, ¿me conseguirían un centenar de hombres de negocios para<br />
asistir a la comida? Después de todo, los armenios sabíamos muy bien que las cosas<br />
más importantes de la vida se resuelven alrededor de una mesa de comida.<br />
La mayoría de los pastores expresaron sus dudas. No hay tantos hombres de<br />
negocios que asistan a nuestros servicios, Demos, por lo menos, no los que han logrado<br />
éxito, corearon esa verdad que yo conocía tan bien.<br />
Pero conseguimos reunir un centenar de nombres de hombres y los invitamos con<br />
sus esposas, a una comida de pollo en "Knott's Berry Farm".<br />
Cuando llegó la noche, el comedor más grande de la granja estaba lleno de invitados.<br />
Rose y yo nos sentamos a la cabecera de la mesa donde podríamos observar a todos los<br />
demás. Y mientras lo hacía, se me ocurrió una idea extraordinaria. Y si algunos de estos<br />
hombres, quizá media docena, subieran para decimos por qué siguen asistiendo a sus<br />
iglesias cuando la mayoría de ellos, especialmente los que han triunfado en los negocios<br />
ya no lo hace?. ¿Qué es lo que tanto les atrae de Jesús para abandonar su día de<br />
descanso?. ¿Qué significa para ellos el Espíritu Santo, personalmente en sus propias<br />
vidas? Esto podría servimos de mucho estímulo para todos nosotros.<br />
Un momento después parpadeé. Tres mesas más allá de la mía, un hombre de<br />
mediana edad, vestido con un traje a rayas, se le iluminó el rostro de repente como si se lo<br />
hubiesen enfocado con una luz. Yo miré a Rose pero aparentemente ella no lo vio. ¡Cómo<br />
pudo perdérselo! La extraña radiación danzaba y brillaba a su alrededor y supe que era el<br />
hombre al que tenía que llamar de primero.<br />
Ahora ya no podía esperar al final de la comida. El café y el pastel fueron una<br />
frustración, tan ansioso estaba por saber lo que aquel hombre podía decir.<br />
Al fin las jarras de café dejaron de circular. Las camareras limpiaron la mesa y se<br />
llevaron los platos mientras todos se pusieron cómodos en sus sillas y se aprestaron a<br />
escuchar mis peticiones de dinero, en lugar de eso, me dirigí hacía el hombre del traje a<br />
rayas.<br />
-Señor... Si..., eso es... usted... que lleva una corbata azul y esa sonrisa tan llena de<br />
Dios. ¿Tiene la bondad de subir hasta aquí? El hombre me miró sorprendido, pero inicio su<br />
marcha entre las mesas hasta que se halló de pie junto a mí. ¿No le gustaría contarnos<br />
las hermosas cosas que el Señor ha hecho por usted?, le pregunté.<br />
El hombre hizo un movimiento de cabeza para demostrar su asombro. No sé quién<br />
se lo dijo, pero sí... mi esposa y yo tenemos mucho por lo que estar agradecidos con el<br />
Señor". Y comenzó a contar como el padre de su esposa había sido curado recientemente<br />
por medio de la oración, de lo que los doctores llamaron un cáncer terminal. En medio del<br />
silencio electrizante que siguió a sus palabras, miré de nuevo alrededor de la habitación<br />
Cerca de la ventana un rostro se iluminaba. "Señor, tenga la bondad de subir aquí para que<br />
todos podamos verlo..."<br />
Así pasó una hora y media, un hombre pasó tras del otro en el gran salón, que<br />
parecía estar lleno de una especie de poder invisible. Escuchamos historias de matrimonios<br />
sanados, alcoholismo superado, reconciliación de socios en negocios. Me puse a pensar<br />
en la frase de Charles Price "Evangelio Completo..." pues cada aspecto de las buenas<br />
nuevas se relacionaba esa noche a términos de experiencias reales. Cortos, sencillos,<br />
detallados, así fueron los relatos de estos hombres prácticos. Ninguno dio un sermón, ni<br />
usó lenguaje sofisticado, y sin embargo, el efecto combinado fue más potente que<br />
cualquier sermón que se haya oído. Cuando diez u once hombres habían hablado, tomé<br />
el micrófono y dije, "amigos, acaban ustedes de oír el evangelio completo, expresado por<br />
un grupo de hombres de negocio. Evangelio Completo.. Hombres de negocios. Algo de la<br />
frase se fijó en mi mente.<br />
"¿No desean ustedes." proseguí, "que muchos hombres de negocios del área de<br />
Los Ángeles cuenten relatos como éstos? " ¿No les gustaría que cada hombre, mujer y<br />
niño de California conociese el poder de Dios de la forma en que lo conocen estos<br />
hombres? ¿,Qué mejor lugar puede haber para hablarles acerca de el que el "Hollywood<br />
Bowl"?<br />
Esto fue literalmente todo lo que tuve tiempo de decir. Por todas partes de la<br />
sala los hombres se estaban poniendo de pie, metían sus manos en tos bolsillos y venias<br />
hacia adelante para dejar dinero en la mesa. Trajeron billetes de diez dólares, de veinte y<br />
cheques. Los cheques se fueron amontonando sobre las mesas, cheques escritos de pie<br />
en la misma fila en que esperaban para llegar frente a la mesa del salón....<br />
Cuando nosotros contamos el dinero al final de aquella noche, la suma total<br />
ascendía a 6.200 dólares.<br />
Pero aún cuando esta cifra me pareciera impresionante, sabía que algo más<br />
importante había sucedido aquella noche. Había surgido una idea, un patrón de muestra,<br />
a pesar de que todavía no alcanzaba a ver las implicaciones futuras.<br />
"Solo piensa", le dije a Rose mientras conducía hacia Downey. "cuantos hombres<br />
de negocios hay en el mundo comparados con los predicadores. Si los hombres de<br />
negocios se uniesen para difundir el evangelio...<br />
Después, los funcionarios nos dijeron que el "Hollywood Bowl" nunca antes se había<br />
llenado un lunes por la noche. Para nuestra reunión, del "Evangelio Completo", se llenaron<br />
20.000 asientos y quedaron 2.500 personas de pie alrededor de la arena. Esta fue la<br />
primera noche que usamos la ceremonia de encender candelas. La idea es que una sola<br />
candela difícilmente se puede ver en la oscuridad, pero cuando cada uno enciende su<br />
candela, cuando cada uno de nosotros usa lo que Dios le ha dado, el resplandor puede<br />
tornar la noche en día.<br />
Para mí esto fue verdaderamente un momento de luz, cuando al fin tuve la<br />
respuesta a la pregunta que me había formulado cuando era un muchacho de trece años"<br />
Señor, ¿es éste el trabajo que me has designado especialmente a mí? Estaba<br />
reflexionando sobre la pregunta, como solía hacerlo a menudo, cuando se apagaron las<br />
luces y la arena se, sumió en la oscuridad. No me había convertido en un predicador, pues<br />
seguía sintiéndome tan balbuciente y torpe como siempre delante de un auditorio.<br />
Tampoco era un profeta como Charles Price. No era un maestro, ni un evangelista, ni un<br />
sanador...<br />
De pronto, desde algún lugar arriba de nosotros se escuchó el sonido de una<br />
trompeta, el eco del sonido agudo repiqueteaba desde las oscuras colinas. Diminutos<br />
destellos de luz fueron apareciendo cuando las candelas se encendieron. El resplandor<br />
creció hasta que la llama se entendía de vecino e vecino. Y de pronto, el "Bowl"<br />
centelleaba de luz mientras miles de diminutas llamas se quemaban juntas.<br />
Un ayudador. Era como si la palabra estuviera escrita en las mismas chispeantes<br />
llamas. Era como algo que pasaba de un hombre a otro. Un proporcionados de tiempo o<br />
lugar u ocasión para que se uniesen las luces. Un estimulador de la chispa que pudiera<br />
poner en llamas al mundo.<br />
La emoción de ese momento hizo que las lágrimas que inundaran los ojos. Más<br />
tarde, en la noche en casa, me dirigí ansioso a mi Biblia y leí 1a. Corintios. 12:28. ¡Cuan a<br />
menudo había reflexionado y orado sobre esta lista de divinos compromisos...! "primero<br />
apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, luego obradores de milagros, luego<br />
sanadores..." Si, ahí estaban, "ayudadores" ¿Cómo no me había fijado en esta palabra que<br />
se distinguía ahí entre las demás...? "Sanadores, ayudadores, administradores y los que<br />
hablan varias clases de lenguas".<br />
Aquí estaba mi tarea, el trabajo que me asignaba. El Mismo Dios, revelado en<br />
aquel momento de luz en las colinas de Hollywood. ¡Dios me había llamado a mí, sí, a mí!<br />
Para ser un ayudador..., y desde ese momento ese maravilloso compromiso que jamás<br />
me abandonaría.<br />
Era muy bueno que yo sintiera este entusiasmo por que después vino una<br />
experiencia que pudo dar al traste con todo la alegría de ayudar. El conferenciante de una<br />
de nuestras reuniones fue un evangelista del este. Vino al parecer con las mejores<br />
recomendaciones, y sin embargo, su figura resultaba un tanto extraña para un<br />
evangelista, por sus mechones de cabello plateado que le caían sobre sus hombros y por<br />
su pierna artificial. Desde el principio me pareció que se interesaba mucho en el dinero de<br />
la ofrenda, pues comentaba frecuentemente que en otros sitios la colecta era toda para él.<br />
También aquí sería de este modo, le dije, si usted sostuviese los gastos de la<br />
reunión. Cuando un evangelista sostiene su propia campaña y paga los salarios del<br />
personal, la publicidad, los viajes, y los alojamientos, por supuesto, se queda con la<br />
ofrenda para sufragar esos gastos. En ese caso, también el propio evangelista sería quien<br />
se ocuparía de arrendar el campo y contratar el personal de la construcción.<br />
Por otro lado, si nosotros preparábamos las reuniones, el evangelista no tenía por<br />
qué preocuparse de esos asuntos, ni siquiera de sus propios gastos, puesto que viviría en<br />
nuestra casa, y comería de la buena cocina casera de Rose. También le dijimos que<br />
gastábamos cientos de dólares en cada campaña, que no esperábamos por supuesto, ni<br />
deseábamos recuperar. Después de que todos los gastos eran cubiertos, el saldo de la<br />
ofrenda iba para las iglesias.<br />
Con una excepción. Una vez a la semana recogíamos lo que llamábamos una<br />
ofrenda para las propias necesidades del evangelista. Había sido nuestra experiencia que<br />
al final de las seis semanas de campaña el evangelista podría disponer del suficiente<br />
dinero para poder financiar sus siguiente campaña para sí mismo.<br />
Como digo, le hablé tan minuciosamente de todo ésto, porque me daba cuenta de<br />
que era algo que le preocupaba en extremo. Pero incluso, después de esta explicación, el<br />
siguió preguntando al final de cada servicio cual había sido la recaudación. "Ustedes<br />
podrían recoger muchísima más que eso, nos decía. No lo llevan bien; tienen que llegarles<br />
a las fibras del corazón si quieren que la gente dé".<br />
"Nosotros no queremos que ellos den", dijo Rose a través de la mesa de la cena,<br />
pasándole las albóndigas por tercera vez. No porque lo pidamos nosotros. Si el Espíritu<br />
Santo los impulsa a dar, es distinto. Y El les dirá qué cantidad.<br />
Lo extraño del caso de este hombre es que, a pesar de su amor al dinero, era un<br />
hombre ungido, inspirado por Dios. Jamás tuvimos mayores concurrencias que en ese<br />
verano, nunca antes se acerco tanta gente al altar, jamás se vieron sanidades tan<br />
maravillosas. Una noche, un niño sordo oyó por primera vez en su vida. Al fin de la<br />
semana, su médico testificó su sanidad desde la plataforma. Otra noche, una mujer fue<br />
liberada de un bocio que la desfiguraba tremendamente.<br />
Al fin llegó el último domingo por la tarde alrededor de diez mil personas se<br />
amontonaron en la enorme tienda, mientras Bob Smith (éste no es su nombre real) hacía<br />
el cierre final de su sermón. Era realmente un orador nato, pensé. Y me alegré de que, por<br />
su causa, las reuniones hubieran resultado tan exitosas financieramente hablando, ya que<br />
el pobre hombre parecía muy ansioso a este respecto. Había recibido suficiente dinero de<br />
las ofrendas de amor, como para financiar varias campañas cuando regresara al este, o<br />
donde hubiera elegido dirigirse.<br />
Mis ojos se posaron en las hileras de espectadores. Aun había una sobreabundante<br />
diferencia a favor de las mujeres, lo pude comprobar, "¿Cuál era la respuesta para hacer a<br />
Dios real, también para los hombres de hoy?"<br />
Las ricas bendiciones de Dios, Smith lo estaba diciendo. Mi mente repentinamente<br />
volvió al sermón. "El no puede darles a ustedes, si ustedes no le dan primero a El. Vacíen<br />
sus bolsas, amigos, que el las llenará con todas las riquezas celestiales".<br />
¿Por qué estaba aquel hombre hablando de bolsas? No se había proyectado tener<br />
una colecta en esta reunión final.<br />
¿Quién dará?, persistía. ¿Quien dará con sacrificio, hasta que las manos de Dios se<br />
desaten para darles a ustedes?.<br />
Una mujer vestida de rosado ya venía por el pasillo hacia la plataforma. Smith salió<br />
por detrás del púlpito y se inclinó a través de las macetas que rodeaban la tarima, para<br />
aceptar lo que ella le ofrecía.<br />
¡El Señor la bendiga, hermana, gritó! Dios la bendecirá poderosamente por esta<br />
dádiva de amor. Aquí y allá, bajo la enorme tienda, otras personas venían por los pasillos.<br />
Yo me levante de mi asiento en la parte de atrás de la plataforma y me hice hacia el lado.<br />
Allí, detrás se estaba formando un grupo de mujeres y pastores locales.<br />
¿Qué se cree que está haciendo?, preguntó Edward Gabriel, hermano de Rose.<br />
(la familia de Rose recientemente había acortado su apellido de Gabríelian a Gabriel). ¡No<br />
tiene derecho a hacer eso!.<br />
¡Tenemos que impedírselo!, corroboré yo.<br />
Pero... ¿Cómo? La emoción de la gente por ofrendar era verdadera, a pesar de<br />
que la del predicador no lo fuera. Ahora él estaba llorando, mientras recogía las<br />
ofrendas. ¡Gracias hermano!. ¡Dios le recompense, hermano!. ¡Dios lo bendiga... y a<br />
usted... y a usted...!<br />
¿Qué podíamos hacer? Estas gentes habían escuchado la voz de Dios predicada<br />
durante semanas por este hombre, habían visto sus sanidades. Muchos habían dado su<br />
vida a Cristo como resultado. Si lo hacíamos quedar mal, ¿no minaríamos la fe de esta<br />
gente?<br />
Pero tenemos que procurar que no se marche con todo el dinero de esa gente, dijo<br />
Edward. Edward era el jefe de los ujieres de las reuniones.<br />
La desvergonzada sangría siguió adelante. Gerry acabó por impacientarse de tanto<br />
estar sentada y Rose tomó las llaves del carro y la llevó a casa. Cuando Rose regreso de<br />
un viaje redondo de cincuenta kilómetros, el hombre seguía adelante con su demanda de<br />
dinero. Convirtió el hecho de dar en un testimonio público "a la vista de todos" y " para ser<br />
contado" como uno que amaba a Dios. El volver una segunda y aún una tercera vez,<br />
significaba la demostración mayor de su devoción.<br />
Durante dos horas y media increíbles, mucho después de la hora final propuesta, la<br />
colecta seguía. Aquí y allá, en el auditorio vi rostros que estaban tan desconcertados<br />
como el mío. Quizás unas cuatrocientas personas se habían marchado, pero la mayoría de<br />
la congregación parecía hechizada por su espectáculo. Varias veces pareció que toda la<br />
muchedumbre de la tienda se ponía de pie a la vez y pasaban al frente para colocar su<br />
dinero en las cajas para ofrendar a los pies del predicador.<br />
Al final, cuando difícilmente podía quedar un dolar en un bolsillo o un bolso, el<br />
predicador inclinó su cabeza para la oración de clausura. Con tanta rapidez como una<br />
maniobra militar, Edward y su equipo de mujeres se acercaron a la plataforma. Antes de<br />
que Smith pudiera protestar, alzaron las cajas de ofrendas, y las llevaron a la parte<br />
posterior de la plataforma.<br />
"Eh, vosotros, muchachos... esto. ¡hermanos!" Smith tartamudeó ¡Estoy.. todavía<br />
bendiciendo estas ofrendas!.<br />
¡Amén!, corearon los ujieres, y se desvanecieron tras la cortina que separaba del<br />
publico, el lugar que usábamos como despacho, detrás del entarimado.<br />
Allí nos encontrábamos pocos minutos después, comenzábamos a contar el dinero<br />
cuando Smith irrumpió embistiendo los cortinajes, las venas de sus sienes, palpitando de<br />
rabia.<br />
¡Esto es mío!, dijo., ¡Todo eso es mío!<br />
Llevaba consigo una vieja cartera de cuero cuando entró en la habitación y con ella<br />
se echó sobre la mesa . No le había visto antes tal cartera, y por supuesto no la llevaba<br />
en el carro cuando él; Kose y yo habíamos "venido" desde Downey aquella tarde. Abrió la<br />
cartera, y comenzó a llenarla de los billetes que estaban sobre la mesa.<br />
Edward cogió un asa de la cartera, mientras otro de los hermanos agarraba a Smith<br />
por un brazo.<br />
No lo toque" Era mi propia voz las que estaba hablando.<br />
No pongan un dedo sobre ese hombre".<br />
Los ujieres me miraron sin comprender. Yo estaba tan sorprendido como cualquiera<br />
de ellos. De pronto me pareció estar viendo no a un predicador sofocado, preso de la<br />
codicia sino a Saúl, Rey de Israel, y escuchando las palabras de la Biblia: ... ¿Quién<br />
extenderá la mano en contra del ungido del Señor...? (1a. Samuel, 26:9).<br />
Aquellas eran las palabras de David, recordaba, y las había dicho refiriéndose a<br />
Saúl, después de que Saúl se había apartado de Dios desobedeciéndole, estaba<br />
peleando contra El. Aún así, a los ojos de David, Saúl sequía siendo el hombre a través<br />
del cual el poder de Dios había bendecido y fluido, igual que yo había visto fluir el poder,<br />
a través de Bob Smith.<br />
Smith continuaba metiendo billetes en la cartera tan de prisa como sus manos se<br />
podían mover.<br />
"Demos", dijo Edward, "¿Es que no ves lo que está haciendo?"<br />
"Lo veo".<br />
"¿Y le vas a dejar que se marche con todo este dinero?".<br />
"¿Por qué no debo?, dilo Smith, ¿Si es mío, no? Ahora el estaba sosteniendo la<br />
cartera debajo de la mesa, arrastrando el dinero con el brazo hacia su interior.<br />
"Si Bob" es tuyo'. Asentí, apenas creyendo mis propias palabras. Dios no provee Su<br />
dinero por estos métodos.<br />
"¡Métodos!", Smith se echo hacia atrás con desdén, usted no sabe nada sobre<br />
estos métodos, ¡Usted es un tonto. Shakarian! ¡Todos ustedes son unos tontos! Cerró la<br />
tapa de la bolsa con un chasquido y se quedó de pie, mirando el pequeño círculo de laicos<br />
y pastores "¡Tienen una cosa fantástica en marcha y ni siquiera se han dado cuenta!"<br />
Retrocedió hacia la cortina, buscando de espaldas la salida. Un segundo después<br />
habías desaparecido.<br />
Tuve que poner ambas manos en los hombros de Edward para evitar que se echase<br />
a correr detrás de él. "¡Déjalo en paz!", repetí "¿,Qué íbamos a hacer con ese dinero? Este<br />
dinero no es de Dios, y ni puedo creer que Dios lo haya bendecido".<br />
Una vez más tenía la sensación de que las palabras que escuchaba no procedían de<br />
mí mismo. Después, el momento pasó y una gran debilidad se apoderó de mí; la debilidad<br />
de la gente, de las reuniones, de las carpas, de la plataforma, de los altavoces... Pasamos<br />
al interior de la gran carpa de lona. La multitud todavía estaba saliendo paso a paso por<br />
los pasillos en dirección a las puertas, y los equipos de voluntarios de las iglesias estaban<br />
ya plegando las sillas. No había ni rastro de Bob Smith.<br />
Encontré a Rose y le dije que se fuese para casa. Todavía me quedaban horas de<br />
trabajo aquella noche. Había que organizar la limpieza el equipo que se ocupaba de<br />
desmontar las carpas tenía que volver a sus casas Al día siguiente tenía que estar aquí<br />
temprano, para ocuparme de los empleados de ornamentación que se llevarían las<br />
plantas y yo estaba cansado de todo ésto, terriblemente cansado de todo...<br />
En la habitación de Richard no quedaba ni rastro del hombre que había vivido allí<br />
durante seis semanas. Sus ropas no estaban en el armario, sus dos maletas azules<br />
habían desaparecido e incluso su cepillo de dientes del soporte, en el cuarto de baño.<br />
Ninguno de nosotros se dio cuenta de cuando hizo las maletas. Por supuesto no se había<br />
despedido de ningún miembro de la familia, y ni siquiera dio las gracias a Rose por sus<br />
semanas de hospitalidad.<br />
Seis años después oí hablar de nuevo de Bob Smith. Luego, una mañana, él<br />
mismo entro en la oficina principal de "Reliance Number Three", flaco, sin afeitar, mal<br />
vestido y con toda la apariencia de no llevar un centavo encima. Me contó una larga<br />
historia de mala suerte, y me pidió dinero para ir a Detroit; se lo dí. Tres años después<br />
supe que había muerto.<br />
Esta fue la primera vez, pero, de ninguna manera la última, en que Rose y yo nos<br />
enfrentaríamos al fenómeno de encontrar un hombre con un tremendo ministerio de Dios<br />
para los demás, pero que era en su vida personal una vergüenza. Algunas veces, como<br />
en el caso de Smith, el problema era dinero, otras veces era el alcohol; otras, se trataba de<br />
mujeres, drogas o de perversión sexual.<br />
¿Por qué Dios honra al ministerio de hombres como estos? ¿Era el poder de las<br />
Escrituras, que obran independientemente del hombre que las cita? ¿Es la fe de los<br />
oyentes? No lo sé.<br />
Sólo estaba yo seguro de dos cosas al respecto. Que esta gente que daba su<br />
corazón o su bolsillo al Señor en estas reuniones, no perdía recompensa por que el agente<br />
humano fuese defectuoso. Y que las palabras que yo había dicho sin comprenderlas<br />
seguían siendo verdad.<br />
“No lo toquen" ..<br />
Estos hombres estaban en las manos de Dios; incluso me pareció que no me estaba<br />
permitido especular mucho al respecto. Sin embargo, a menudo, recordaba las palabras de<br />
Charles Price, dichas con tal acento de dolor: "Los hombres que están en el frente reciben<br />
heridas". Y pensaba en los riesgos y tentaciones con que tenían que enfrentarse estos<br />
hombres, y yo me preguntaba a mi mismo si habría orado lo suficiente por Bob Smith, .<br />
Charles Price había muerto. Había muerto tal como ya sabía él, en 1946. Pero mi<br />
madre, casi siempre con constantes dolores, vivía todavía. Después de la muerte de<br />
Carolyn la Familia creyó que ella partiría muy pronto. Las gorditas manos de Carolyn,<br />
apretando las suyas tan delgadas, tan estropeadas, parecían ser la única fuerza que<br />
mantenía a mi madre viviendo.<br />
Pero existía una pieza que todavía no encajaba en el rompecabezas. Florence, a los<br />
veintiún años, todavía estaba soltera, y para una madre armenia ésto era una forma<br />
intolerable de dejar sus asuntos terrenales. Así que cuando Florence se comprometió con<br />
un guapo joven armenio, cuya madre había fallecido algunos años antes, mamá tomó en<br />
sus manos el asunto de la boda.<br />
Sus fuerzas durante esos meses fueron un misterio para los doctores, que no podían<br />
entender, cómo todavía era capaz de andar, iba de compras, cosía, incluso guisó la mayor<br />
parte del elaborado banquete que siguió a la ceremonia de la boda.<br />
Pero luego, cuando la radiante pareja había partido para su luna de miel, ella volvió<br />
a la cama. El cáncer había progresado más allá de lo que puede aliviar las drogas, pero<br />
no recuerdo haberle oído a mamá ni una sola queja, le oía sólo dar gracias por que había<br />
sido capaz de completar sus deberes familiares.<br />
El doctor John Leary, el especialista que la atendía en sus últimos meses, solía acudir<br />
a la gran casa estilo español por la mañana temprano, "para empezar el día bien", solía<br />
decirme. Él decía que tenía unos cuantos pacientes no tan enfermos como mamá, pero<br />
que sus problemas lo dejaban exhausto. Pero si puedo pasar quince minutos al lado de tu<br />
madre, Demos, al principio del día, puedo enfrentarme con cualquier cosa que venga.<br />
Cuando falleció en noviembre de 1947, a la edad de cincuenta años, me dí cuenta de<br />
cuánta gente se había visto alentada por ella. Fue el mayor funeral que jamás había<br />
visto Downey. Todo el mundo, estaba allí: desde líderes de la comunidad hasta<br />
descamisados sin hogar. Fue entonces cuando comprendí la hospitalidad de mamá.<br />
Pero en muchos aspectos la persona más importante y la más joven, de sólo cuatro<br />
meses de edad, era Stephen, que dormía sin preocupación en los brazos de Rose.<br />
Cuando supimos que íbamos a tener otro bebé supimos también que tendría justo<br />
para que mamá todavía lo pudiera sostener antes de morir. Y así ocurrió. Bastante<br />
después de que el doctor Leary hubiera prohibido otras visitas, llevamos a Steve hasta la<br />
cama de mamá. Y ella acarició sus suaves rizos negros y dijo, algunas veces teníamos<br />
que inclinarnos mucho para oírla: "un segundo varón... ésto nunca había sucedido, que<br />
Dios enviase un segundo varón..."<br />
CAPÍTULO 7<br />
Tiempo de prueba<br />
Papá había vuelto a la oficina. Las últimas semanas de vida de mamá las había<br />
pasado la mayor parte del día en su habitación. Ahora estaba de vuelta en su escritorio,<br />
frente al mío en "Reliance Number Three". Su entrecejo se iba frunciendo mientras leía<br />
los informes trimestrales.<br />
Estás recargando los almacenes, hijo, me dijo y señaló las cifras que mostraban un<br />
inventario de granos mayor de lo que necesitábamos para las demandas corrientes. A<br />
papá nunca le había satisfecho la operación del molino por las frecuentes fluctuaciones de<br />
los precios.<br />
Pero estas objeciones parecían poco aplicables durante el auge de la post-guerra.<br />
Ese invierno de 1947-48 todo el que comerciaba con esta clase de productos estaba de<br />
acuerdo en un punto. Solamente el precio tope que había establecido el gobierno podría<br />
mantener los precios bajos. La avena, la cebada, el maíz, harina de semilla de algodón,<br />
harina de soya, todos estaban forzados a mantener ese arbitrario nivel de precios durante<br />
meses, como si trataran de forzarlos a que siguieran hasta el final. Al minuto que se<br />
quitase la restricción, los precios se elevarían. Me pareció un buen negocio almacenar<br />
mucho, mientras se mantenía el precio tope.<br />
Esto es lo que el buen ojo armenio de papa comprendió, cuando repasó las cifras.<br />
Su entrecejo se frunció más profundamente cuando observó que yo había gastado cientos<br />
de miles de dólares en grano a los precios corrientes de compra, para venderlos en el<br />
otoño siguiente.<br />
Al firmar aquel contrato yo había encendido la mecha de la bomba. El nombre me<br />
saltaba en la mente en los momentos más raros: Fresno.<br />
¿Por qué tendría que estar pensando en Fresno? Era una ciudad situada alrededor de<br />
trescientos kilómetros al norte de Los Ángeles, por la que había pasado numerosas<br />
veces. Pero no conocía a nadie allí, y no tenía conexión alguna con tal ciudad. ¿Por qué<br />
me tenía que venir una y otra vez Fresno a la mente?<br />
Con el aguijón del asunto de Bob Smith que todavía me punzaba, Rose y yo<br />
habíamos hablado poco de los planes para ese verano. Alguien sugirió que tuviésemos<br />
reuniones de nuevo en el este de Los Ángeles, y nos parecía una buena idea.<br />
Cuando una noche llegue a casa, Rose estaba en nuestro dormitorio, poniendo al<br />
pequeño Steve en su cuna. "Querida", le dije, “durante todo el tiempo que conducía hacia<br />
casa esta noche, el nombre de un lugar en particular me ha estado martillando en la mente<br />
sin parar. No puedo dejar de pensar en ello".<br />
Rose se enderezó y me miró directo a los ojos. “No me digas el nombre. Es lo<br />
mismo que me ha estado pasando a mí". Apagó la luz y salimos de puntillas del cuarto. En<br />
el pasillo se volteó hacia mi y me dijo: Se trata de Fresno, ¿verdad?". Moví la cabeza, con<br />
asombro.<br />
Si es "Fresno"<br />
Pero, si sabíamos dónde quería Dios que trabajásemos, la siguiente pregunta era<br />
cómo. Allí no teníamos contactos, y no conocíamos nada sobre el lugar.<br />
Por fin obtuve de un ministro de Los Ángeles el nombre de un pastor de las Asambleas<br />
de Dios en Fresno. Lo llamé por teléfono, y le sugerí la idea de mantener unas reuniones<br />
el siguiente verano en aquella ciudad. Se escuchó un largo silencio al otro lado del hilo.<br />
Finalmente, dijo que me llamaría, y unas semanas después, me encontraba invitándolo a<br />
él y a otros treinta y tres pastores locales, a una comida en el Hotel California de Fresno. El<br />
método archicomprobado por los armenios de alimentar el cuerpo a la vez que el alma,<br />
probablemente influyó en el buen resultado de aquella reunión; verdaderamente no había<br />
gran entusiasmo por el proyecto, Jamás había visto tantos rostros desconfiados como<br />
los que me miraban. cuando me levanté para hablar.<br />
Les describí las reuniones en la carpa que habíamos tenido en Los Ángeles durante<br />
siete veranos, y especulamos sobre los centenares de personas que ahora estaban en<br />
buenas relaciones con Dios a causa de ellas. Silencio. Miradas hostiles. Por fin, uno de<br />
los hombres se alzo, se ajustó los pantalones y me preguntó lo que aparentemente estaba<br />
en la mente de todos los presentes: ¿Que espera obtener usted de todo ésto, señor<br />
Shakarian? ¿Qué esconde en la manga?.<br />
Sentí el calor que incendiaba mis mejillas, luego me controlé ¿Por qué tendrían<br />
estos que fiarse de un extraño? Recordé a Bob Smith, y por vez primera agradecí aquella<br />
experiencia. El Señor sabía que era poco precavido. Quizá la única forma como podían<br />
enseñarme algo era restregándomelo en la cara. Un pastor tenía que ser desconfiado,<br />
hacer preguntas cuando entraba en juego el bienestar de su gente.<br />
Y por esto informé a los treinta y cuatro hombres, de mi proceder. No pedía salario, y<br />
pagaría mis propios gastos. Aquí en Fresno éstos debían ser mayores de lo corriente,<br />
puesto que Rose y yo tendríamos que trasladarnos allí por todo el tiempo que durara la<br />
campaña. Cuando se hubiera pagado la mayoría de los gastos, anuncios, instalación<br />
de la carpa todo eso, todo el dinero que quedase en las ofrendas pertenecería<br />
conjuntamente a las iglesias que participasen. Por otra parte, en el caso de que hubiese<br />
déficit, yo lo pagaría de mí propio bolsillo.<br />
"¿Qué saco yo de todo ésto?" se me repetía como un eco. Saqué mi Nuevo<br />
Testamento del bolsillo, y leí en voz alta los textos de 1a. Corintios 12 que había llegado a<br />
significar tanto para mi. Amigos, les dije, creo que el Señor nos ha dotado de un don<br />
especial a cada uno de sus siervos, con alguna habilidad especial que debemos usar en<br />
su Reino. Yo creo que si descubrimos el don, y lo usamos, seremos la gente más feliz de<br />
la tierra. Y si perdemos la oportunidad, no importa cuán buenas sean nuestras obras, nos<br />
sentiremos siempre infelices.<br />
"Yo soy afortunado", les dije "Yo he encontrado mi trabajo. Soy un ayudador, tal como<br />
dice ahí. Mi don es ayudar a las demás personas a que lo que hagan, lo hagan mejor. Yo<br />
les ayudo a ustedes a reunirse, a preparar el lugar para las reuniones, a encontrar<br />
oradores. Todo lo que obtengo es el gozo de usar el talento que Dios me dio".<br />
Me remangué el brazo izquierdo de mi chaqueta y me rebusqué dentro de la manga.<br />
"Nada", les dije. "aquí no hay nada".<br />
La improvisada carcajada que siguió, rompió la tensión. De todos los rincones de la<br />
habitación venían sugerencias para la campaña de Fresno. Este pastor tenía un contacto<br />
con la emisora de radio local; el otro conocía al gerente de una imprenta. Parecían estar<br />
todos de acuerdo en que en el otoño sería la época más propicia que en el verano en<br />
Fresno, sería en octubre, en cuanto ya se hubiesen cosechado las uvas. Existía un gran<br />
salón en el centro de la ciudad, el "Memorial Auditórium", que sería mucho más cómodo<br />
que una carpa.<br />
Parece que vamos a tener unos meses un poco ocupados Demos, dijo Floyd<br />
Hawkins, uno de los pastores que me acompañó a mi carro. Tendrás que estar ausente<br />
bastante tiempo de tu oficina. Espero que te vaya bien con tus negocios.<br />
Le expresé mi confianza con una sonrisa. “No pueden ir mejor, Floyd, no<br />
pueden ir mejor". Alquilé una casa sin amueblar en la calle "G" a sólo cinco<br />
cuadras del Fresno Memorial Auditórium. Amueblarla no sería problema. Cuando<br />
llegara la hora, cargaría lo que necesitábamos en un gran camión diesel: sillas,<br />
mesas, camas, y la máquina de lavar, me recordó Rose. No puedo enfrentarme al<br />
lavado de los pañales sin mi máquina.<br />
La casa era lo bastante grande, para que los diferentes evangelistas<br />
pudieran estar con nosotros, como solíamos tenerlos en Downey. Esta vez, cada<br />
semana predicaría un evangelista diferente.<br />
Sería una campaña de cinco semanas, y Rose y yo estaríamos allí una<br />
semana antes; después de todo son necesarios por lo menos diez días para atar<br />
cabos sueltos. Decidimos que a los nueve años de edad, a Gerry no le haría<br />
ningún daño asistir a la escuela de Fresno durante esas semanas, pero en<br />
cuanto a Richard, que iba ya por el octavo grado, sería mejor que no perdiera sus<br />
clases. Este era un arreglo satisfactorio en el que todos pensábamos, aunque no<br />
lo dijésemos: no podíamos marcharnos todos, dejando solo a papá. Desde la<br />
muerte de mamá, la soledad de mí padre era algo que se podía palpar. De modo<br />
que acordamos que Richard se quedaría con su abuelo, y ambos podrían reunirse con<br />
nosotros los fines de semana.<br />
El proyecto pareció recibir su bendición final al saber con seguridad que la señora<br />
Newman, la diligente enfermera que había estado con nosotros cuando cada uno<br />
de los niños había venido a casa del hospital, vendría con nosotros, de modo que<br />
Rose podría tocar el piano en las reuniones.<br />
Y así fue como con el sentimiento de que Dios mediaba realmente en<br />
nuestros planes, fui al molino un lunes por la mañana en octubre, para dar los<br />
últimos toques a algunos asuntos antes de partir para Fresno al día siguiente. Para<br />
sorpresa mía, nuestro contador Maurice Brunache, estaba de pie en medio de la puerta de<br />
entrada. El color de su rostro era como el fino polvillo de harina que se asienta sobre todo<br />
el molino.<br />
"¡Ya ha sucedido! Demos". Tenía unos papeles en la mano.<br />
"¿Qué es lo que sucedió?"<br />
"El precio límite. El mercado de Chicago abrió esta mañana sin él".<br />
"¡Estupendo, Maurice!" "Es lo que estábamos esp.. "Algo en el rostro de Maurice<br />
me hizo callar. Lo seguí en silencio hacia la oficina. Tomó una silla, y eso mismo hice<br />
yo.<br />
"Me temo que no es tan estupendo, Demos."<br />
"¿Quieres decir que los precios no cambiaron?"<br />
"Si, cambiaron, pero... bajaron". Consultó el papel que tenía en las manos. "En<br />
nuestro inventario actual hemos perdido 10.500 dólares. Pero si nos siguen entregando<br />
material cada día, no tenemos espacio para almacenar todo ese grano, así que es<br />
necesario seguir vendiendo, y desde ahora, cada venta nos representa una pérdida."<br />
Tomé el papel de la mano de Maurice. Las reglas del mercado permiten la baja de<br />
precio hasta un cierto punto cada vez. En los primeros minutos de la apertura de hoy, yo vi<br />
que el grano había alcanzado su pérdida máxima. Y nosotros, por supuesto, teníamos<br />
que seguir pagando los precios más altos como habíamos contratado hacía meses.<br />
"Esta baja de precios no ha llegado al final todavía, y si sigue Demos, puedes...<br />
arruinarte".<br />
Salí del molino como atontado. Era una locura. No tenía sentido. Y, sin embargo,<br />
estaba sucediendo. Sombríamente, fui calculando cuántos dólares me costaba cada<br />
cargamento de alimento de grano que tenía que vender.<br />
Al día siguiente, martes, cargué la lavadora de ropa de Rose, algunos muebles en un<br />
camión y lo mandé a Fresno. Cuando regresé a la casa el teléfono estaba sonando.<br />
Era Maurice Brunache: la tempestad sigue de nuevo Demos, dijo, cuando el<br />
mercado de Chicago abrió una vez más, contra todas las predicciones, el precio del grano<br />
ha vuelto a bajar al máximo permitido por el mercado de cambio. En menos de una hora<br />
hemos vuelto a perder más de diez mil dólares.<br />
“Creo que el viaje a Fresno no se presenta en un buen momento", prosiguió Maurice.<br />
"Me imagino lo que ésta campaña ha tenido que significar para tí".<br />
¿Ha tenido que significar?<br />
Bueno... ¡no es que no puedas irte! Demos ... ¿Ya estás allá? -Sí, estaba, pero mi<br />
mente había retornado atrás tres años y medio, a una promesa que había hecho, que los<br />
negocios de Dios iban a ser primero, antes que la familia, antes que la lechería, antes que<br />
cualquier cosa en el mundo.<br />
"Tengo que seguir adelante, Maurice," le dije. "Mira, esa caída de precios ha sido<br />
una cosa rara, volverá a subir, nos mantendremos en contacto por teléfono".<br />
Pero durante todo el camino hacia Fresno una vocecita daba vueltas sin parar al<br />
compás de las llantas: Te arruinarás. Te arruinarás. Perderás el molino, te arruinarás...<br />
Estaba colocando la cuna de Steve en la casa de la calle G, al final de la tarde,<br />
cuando escuché un grito proveniente de la cocina, donde Rose y la señora Newman<br />
estaba guardando los platos.<br />
“Mi reloj", grito Rose desde la cima de la escalera de mano. "¡No, lo llevo puesto!"<br />
Corrí hacia la cocina y alcé los ojos para mirar a Rose. Recordaba la noche en que<br />
crucé la sala de los Grabrielian para abrochárselo alrededor de su muñeca.<br />
“¿Estás segura de que lo llevabas puesto?"<br />
"¡Por supuesto que estoy segura!. Recuerdo muy bien habérmelo visto puesto al<br />
bajar del carro."<br />
Bien, buscamos por toda la cocina. Salí hacia donde estaba el carro, y busqué por el<br />
camino entre éste y la casa. Rose recordó que había desempacado algunas cosas en la<br />
habitación de Gerry, pero antes de que comenzáramos a buscar allí, la señora Newman<br />
nos llamó a los dos a donde estaba poniéndole la pijama a Steve.<br />
Toquen su cabeza, dijo. Este niño no parece ser el mismo hoy, ha estado<br />
refunfuñando todo el tiempo en el carro. Voy a tomarle la temperatura. Los tres<br />
permanecíamos callados en aquella extraña habitación, mientras ella llevaba el<br />
termómetro hacia la luz azulada de la lámpara. Sus ojos se agrandaron con asombro.<br />
"Cuarenta...”<br />
Uno de los pastores de Fresno nos dio el nombre de un médico, pero cuando llegó,<br />
lo único que pudo hacer fue confirmar la temperatura que había leído la señora Newman,<br />
y decirnos que continuásemos con los baños de alcohol que ella había iniciado.<br />
Baños con esponja, bolsas de hielo, aspirinas, nada consiguió bajar la fiebre. Por la<br />
mañana, los ojos de Stevie estaban vidriosos y su piel seca al tacto. El médico vino de<br />
nuevo y prescribió un montón de recetas. Le pedí a Rose que se acostara un rato, pero<br />
ella apenas pareció oírme.<br />
Como Stevie aun no estaba mejor en la noche, llamé a casa para decirle a papá que<br />
pidiese a la iglesia que orasen, y supe de paso que el grano había sufrido otro día<br />
desastroso en el mercado. Finalmente Rose se durmió exhausta, y la señora Newman y<br />
yo nos turnamos para velar en la cabecera de la cuna.<br />
El jueves por la mañana llevamos a cabo la reunión que teníamos planeada con las<br />
mujeres y consejeros, pero me resultaba difícil concentrarme en lo que estaba haciendo.<br />
Me mantenía llamando por teléfono a la casa de la Calle G, sólo para seguir escuchando:<br />
ningún cambio. Está muy colorado. Parece que le cuesta tragar.<br />
Durante tres días más, todo continuó igual. Era terrible contemplar al vivaz<br />
muchachito yacer tan quieto, sólo su pecho jadeaba por el esfuerzo en respirar. Hora tras<br />
hora. Rose y la señora Newman permanecieron junto a la cuna, dándole cucharaditas de<br />
agua a través de sus pequeños labios rajados.<br />
Ya casi me había olvidado del molino, cuando el viernes por la tarde Maurice<br />
Brunache telefoneó para decir que habíamos perdido alrededor de 50.000 dólares durante<br />
la semana. Llegó el sábado. La campaña tenía que comenzar al día siguiente y Steve no<br />
mejoraba. Un almacén de la ciudad había donado una alfombra celeste para poner al<br />
frente del entarimado, un rollo enorme de casi cinco metros de ancho por treinta de largo.<br />
El sábado por la tarde estaba inspeccionando la instalación, cuando de pronto, me di<br />
cuenta de que si no me marchaba empezaría a llorar.<br />
"Ustedes no me necesitan para esto", murmuré al muchacho de la tienda de<br />
muebles "Josephine" que regaló la alfombra. Salí con rapidez, subí al carro y<br />
simplemente lo puse en marcha. Me fui a través de la ciudad, hacia afuera, por el<br />
valle de San Joaquin. En los viñedos, las hojas de parra de un amarillo dorado, se<br />
batían como un lamento contra las estacas, movidas por el viento de octubre.<br />
"Señor Jesús, Tú eres la viña. Nosotros somos solamente las ramas y hojas.<br />
Sin tí, nada podemos hacer. Por supuesto, yo no he podido hacer mucho en toda<br />
esta semana. ¿Es por que no estás Tú en la campaña? ¿Será por que he puesto<br />
en marcha toda esta obra sin contar contigo?"<br />
Mientras yo hablaba, una voz me contestó. Una voz interna, inconfundible,<br />
aunque no la escuchaba con mis oídos,<br />
"Demos, tiene que abandonar esta campaña de Fresno. Tienes que regresar<br />
a Los Ángeles, donde puedas atender mejor a tu hijo y ocuparte de tus<br />
negocios. Estás llevando deshonor a Mí nombre con esa enfermedad y esa<br />
pérdida".<br />
Dirigí el carro hacia una orilla de la carretera y paré el motor, con las<br />
manos temblorosas. Por alguna razón, aun en medio del temor y la<br />
ansiedad, no había esperado esta respuesta. Entonces, todos los estímulos<br />
aparentes.., las oraciones contestadas... solo habían sido cosas de mi imaginación...<br />
Pero ¿qué podía hacer ahora?, por supuesto era dema siado tarde para<br />
detener los planes ya tan adelantados.<br />
-Es tu orgullo, Demos. Es solo tu temor al ridículo.<br />
Finalmente puse el motor en marcha y regresé a la casa de la calle G, en<br />
Fresno. La fiebre de Steve se mantenía todavía en cuarenta grados. Había<br />
llegado Billy Adams, me dijo la señora Newman, nuestro primer cantante de Los<br />
Ángeles, había ido a ver el Auditorio. Rose se había dormido en la habitación de<br />
Gerry. Me di cuenta por primera vez hasta qué punto estaba exhausto yo mismo.<br />
Me acosté, pero no pude dormir.<br />
- Tienes que abandonar la campaña. Tienes que regresar a Los Ángeles.<br />
Toda la noche me estuve revolviendo en la carea, escuchando la tos seca y dura de<br />
Steve. Escuché llegar a Billy Adams escuché a Rose preparando bolsas con hielo en la<br />
cocina.<br />
- Tú orgullo... tu orgullo....<br />
Afuera, estaba aclarando. Steve comenzó a llorar, con un sollozo irregular. Por<br />
supuesto, Dios no atacaría a un niño tan pequeño solamente para enseñarme humildad...<br />
Pero la voz acusadora continuaba:<br />
- Abandona la campaña. Regresa a Los Ángeles. Terminarás arruinado...<br />
Me senté de repente en la cama. ¡Había reconocido esa voz!. Era la misma que me<br />
había estado murmurado en el carro mientras conducía el martes. Y también ayer en los<br />
campos vinícolas, temor, duda, confusión, odio contra mí mismo. Estos no eran los signos<br />
de la presencia de Dios. Eran las armas del gran engañador.<br />
¡Y si él estaba tan empeñado en contra de estas reuniones, era porque Dios iba a<br />
estar a favor de ellas!<br />
"¡Rose! ¡Billy!".<br />
Corrí hacia la sala donde Rose estaba paseando al pequeño Stevie de arriba a<br />
abajo. Billy Adams salió de la cocina trayendo una cafetera con café recién hecho.<br />
"Era Satanás", les dije "Era Satanás intentando vencerme para que abandonase todo.<br />
Dios quiere que tengamos esta campaña".<br />
Billy dejó la cafetera sobre el cristal de la mesa. "Lo dudaste alguna vez, Demos".<br />
Y tan sutil y tan devastador había sido su ataque, que tuve que confesar que había<br />
dudado.<br />
"Pero ya no", le dije. "Vamos a ir allí esta tarde, y vamos a alabar a Dios, vamos a<br />
reírnos en la cara del diablo".<br />
Y eso hicimos, afirmamos la victoria de Dios incluso cuando nada apreciable a la vista<br />
hubiese cambiado. En el transcurso de las cinco cuadras que nos separaban del Auditorio,<br />
Rose lloraba por haber tenido que dejar a Steve, a pesar de que ambos sabíamos que no lo<br />
podíamos dejar en mejores manos que las de la señora Newman.<br />
Pero cuando las altas cortinas se abrieron y Rose en el piano dio los primeros<br />
acordes de la alegre antífona de apertura, nadie de entre la muchedumbre que casi<br />
llenaba el gran salón municipal, podía darse cuenta que ella tenía una gran<br />
preocupación en la vida. Luego Billy se dirigió hacia el micrófono y pidió a la congregación<br />
entera que se pusieran de pie para orar por la salud de Steve. Oramos, cantamos y<br />
alabamos al Señor. Se sentía tan fuertemente el Espíritu en la congregación que<br />
cuando fuimos a casa para la cena, entre la sesión de la tarde y la de la noche, creo que los<br />
tres esperábamos que el mismo Steve se dirigiese con su pasito incierto a darnos la<br />
bienvenida a la puerta.<br />
Pero no hubo cambio. La señora Newman estaba cambiándole la pijama<br />
completamente mojada por la transpiración, mientras Gerry ponía una sábana limpia en la<br />
cuna.<br />
Fue lo mismo a media noche cuando volvimos del servicio nocturno. La fiebre igual<br />
de alta, sus ojos perdidos y sin brillo.<br />
Sin embargo, algo había cambiado en la casa. Por primera vez desde que llegamos,<br />
sentí sueño y me quedé dormido en cuanto mi cabeza tocó la almohada.<br />
Me desperté por la mañana a los repetidos golpes de la Señora Newman a la puerta:<br />
-¡La fiebre bajo! ¡Su temperatura está normal! ¡Oh, vengan a ver!.<br />
Juntos a la señora Newman, Rose, Gerry y yo, nos inclinamos alrededor de la cuna.<br />
Steve yacía de espaldas, pálido y cansado, pero en sus grandes ojos castaños se<br />
insinuaba su acostumbrada chispa de alegría.<br />
-Quiero una galleta -dijo<br />
Cuando regresamos para la reunión de la tarde, estaba sentado, devorando una<br />
caja de galletas. A la mañana siguiente no quedaba ni el más mínimo rastro de que<br />
hubiese estado enfermo.<br />
Durante su enfermedad, apenas me quedé, un minuto para pensar en la crisis<br />
financiera, y por supuesto, dejamos de pensar, como cosa de menor importancia, en el reloj<br />
perdido. "Pero ahora", dijo Rose, era miércoles por la mañana! "voy a buscar el reloj otra<br />
vez". Esto nos debió indicar quién andaba detrás de tantos problemas, Demos. Es la<br />
clase de trucos que acostumbra usar Satanás.<br />
Todos nos unimos en la búsqueda, rebuscando en cada gaveta, cada armario, cada<br />
bolsillo, y pieza de ropa de vestir.<br />
Ni rastro del reloj.<br />
Tampoco las noticias que provenían del molino era mas alentadoras. La caída del<br />
precio de los granos no había sido simplemente una fluctuación del mercado.<br />
Representaba una baja general, a nivel nacional, de la compra de granos. Cada día el<br />
molino iba perdiendo miles de dólares.<br />
Cuando papá trajo a Richard para el fin de semana estaba realmente alarmado. “No<br />
podemos seguir adelante. Demos. Si tenemos muchas semanas como esta última, pronto<br />
habremos perdido el negocio".<br />
Era sábado por la mañana y yo estaba llevando a papá y a Richard a la feria del<br />
condado de Fresno. Un lechero nunca es tan feliz como cuando ve vacas hermosas, y yo<br />
esperaba que ésto ayudara a papá a olvidar el desastre financiero, por lo menos por un par<br />
de horas.<br />
Demasiado pronto se hizo el tiempo de regresar a casa y prepararse para la reunión<br />
de la tarde. A la salida de la feria, Richard se pasó fascinado con un hombre que vendía<br />
unas lagartijas verdes y café, por un dólar.<br />
"Papá ¿Podría yo tener...?"<br />
“No seas tonto hijo ¿Quieres escuchar los gritos de tu madre por traer esos<br />
animalitos viscosos a casa?<br />
“Por favor... papá... Por favor..., no son viscosos", tomó uno de los animalitos, y lo<br />
frotó suavemente con el pulgar. "Por favor, papá"<br />
Miré a Richard con sorpresa. No era su costumbre el insistir de este modo. Y más<br />
sorprendido me quedé cuando vi a papá meter la mano en el bolsillo y darle un dólar.<br />
“Deja que el chico tenga su lagartija", me regañó.<br />
Subí al coche con un suspiro. Papá nunca fue tan generoso conmigo cuando yo era<br />
muchacho. Al llegar a la calle G, le dije a Richard: ahora, Richard, deja ir ese animalito en<br />
la grama. No quiero tener una casa llena de mujeres gritando.<br />
"Esta bien papá. ¿Pero, puedo enseñárselo a Gerry? ¿Quieres decirle que salga?"<br />
Pero para mi desaliento, fue la señora Newman quien salió. Miró las manos de<br />
Richard y sonrió complacida- "Un camaleón", exclamó "Oh, qué pequeñito y bonito..."<br />
"Busquémosle una caja para tenerlo allí". Ella se dirigió a un montón de basura que<br />
solo esperaba que pasaran a recogerla el sábado por la tarde.<br />
¡Un camaleón!, esto es lo que es. La señora Newman continuó, buscando entre un<br />
montón de cajas de cartón vacías. Esta es demasiado grande, no, necesita ser más alta.<br />
¡Esta es!. ¡Esta servirá!.<br />
Levantó la tapa de una caja de zapatos. Una caja que al cabo de una hora hubiera<br />
ido hecha pedazos en el camión de la basura.<br />
Allí estaba el reloj de pulsera de diamantes.<br />
De esta forma la familia completó el día junto a la lagartija: y una certera comprensión<br />
de que Dios cuida de todos los detalles de nuestra vida.<br />
Y mientras las reuniones entraban ya en su tercera semana extraordinaria, con un<br />
número de asistentes que aumentaba cada noche, y los milagros que se repetían sobre la<br />
alfombra azul, comencé a preguntarme si El no sería capaz de resolver nuestro problema<br />
del molino de grano. Seguramente que para El, un molino de grano que se hundía no era<br />
un problema mayor que encontrar una caja de zapatos olvidada. Y sin su ayuda, lo<br />
perderíamos irremisiblemente. Todavía estábamos pagando los altos precios del último<br />
invierno, mientras que a diario teníamos que vender a menor precio.<br />
Pero los días pasaban y no había cambio alguno, salvo para empeorar. Fue<br />
un tiempo extraordinario. Cada tarde en nuestras sesiones de enseñanza<br />
centenares de nuevos cristianos se estaban iniciando en su nueva fe. Cada<br />
noche, centenares más venían hacia el frente a rendir sus vidas a Cristo, ser<br />
sanados o para recibir el bautismo en el Espíritu Santo. Y cada mañana pasaba<br />
horas en el teléfono con vendedores y compradores de grano, presidiendo la pérdida<br />
de miles de dólares.<br />
Esto me recordaba mi primera reunión en una carpa en el Boulevard Goodrich,<br />
cuando el evangelismo triunfaba mientras la planta de abonos fracasaba. Señor, le<br />
dije Tú me dices que esta gente en Fresno es más importante que un molino de<br />
granos. Tú sabes que no puedo discutirlo. Solamente me hubiera gustado haberlo<br />
sabido antes de comprar tanto grano..<br />
Estaba sentado en la cocina de la calle G. Era una hermosa mañana de<br />
octubre; todos los demás habían salido de compras. Y aquí, en la silenciosa casa,<br />
acompañado tan sólo por el ronroneo del refrigerador, me pareció escuchar una voz<br />
débil y un poco chistosa:<br />
Te lo dije, Demos.<br />
Me sentí incómodo en la dura silla de madera. ¿Era eso verdad? ¿Me había<br />
prevenido Dios desde el principio, a través de mi padre, sobre esta situación?.<br />
Referente al molino mismo, ¿había oído yo claramente de Dios que fuese parte<br />
de sus planes para la familia Shakarian?. ¿O se trató simplemente de una<br />
brillante idea mía?. ¿No era más bien, en parte, la avidez de poder por un lado, y<br />
mi sentido de la lógica por el otro lo que me había empujado a crear este pequeño<br />
imperio, cuando era ya un hombre al que Dios había suplido abundantemente de bienes?.<br />
Ahora cuando por primera vez plenamente consciente, deliberadamente le preguntaba a<br />
Dios acerca de la operación financiera del molino, la respuesta vino clara y precisa:<br />
No es para ti, Demos. Los negocios especulativos requieren de tu tiempo<br />
completo, y yo nunca te daré el día entero para tus negocios.<br />
Entonces, ahí, caí sobre mis rodillas, mis manos sobre el asiento de madera de mi<br />
silla. "Señor Jesús, perdóname por ir adelante de Ti en unos negocios a los que Tú nunca<br />
me llamaste. En alguna parte, Señor, tiene que estar el hombre que puede tomar este<br />
negocio a su cuidado, y sacarlos adelante. Envíamelo Señor, ahora, y Señor..."Miré a mi<br />
alrededor sintiéndome un poco culpable, pero estaba completamente solo, aunque es<br />
inútil esconder a Dios lo que está en nuestro corazón, puesto que El puede ver cada<br />
rincón del mismo.<br />
"Señor, haz que nos ofrezcan un buen precio".<br />
Yo imaginaba que papá estaría encantado con la idea de vender el molino. Pero,<br />
cuando le hablé de ello, la semana siguiente, él solamente hizo un movimiento de cabeza:<br />
"¿Cómo esperas hallar comprador en un tiempo como éste?, nadie va a comprar un<br />
negocio de granos hoy en día; por que el valor del molino mengua cada día que pasa.<br />
Todo lo que alguien tiene que hacer es esperar a que caiga en bancarrota y comprarlo por<br />
el valor de los impuestos."<br />
"Lo veremos, papá", le dije, intentando por este medio que mis palabras resultasen<br />
convincentes, "y a buen precio".<br />
La tercera semana de nuestra campaña en Fresno se clausuró con un servicio<br />
dominical. William Branham era el evangelista de aquella semana, y cuando unos gemelos<br />
sordomudos, de cinco años, comenzaron a articular sonidos sin sentido (pues jamás<br />
antes habían oído un verdadero lenguaje) el lugar se levantó en alabanzas como no se<br />
había visto nunca.<br />
El miércoles por la mañana, de la cuarta semana, papa llamó por teléfono desde Los<br />
Ángeles:<br />
"Demos", me dijo, "no vas a creer lo que te voy a decir, pero acaba de llamarme<br />
Adolph Weinberg. Quiere comprar el negocio del molino."<br />
Weinberg era, como nosotros, un granjero californiano del sur. Era judío; un hombre<br />
devoto que no se quedo asombrado cuando una voz lo despertó a la tres de la mañana, y<br />
la cual reconoció como la voz de Dios.<br />
Adolph, el Señor Weinberg, nos informó de cómo la voz que le había hablado le<br />
dijo "quiero que llames a Isaac y le ofrezcas comprar su molino".<br />
Obedientemente, había telefoneado a papá. Estaba ansioso por que nos<br />
encontrásemos y discutiésemos las formalidades.<br />
-"Yo no puedo comprenderlo", decía papá. "Ahora, en estos tiempos. ¿Cómo pudo<br />
enterarse de que queríamos venderlo?. ¿Se lo dijiste a alguien además de mi?”<br />
No, papá.<br />
Fuere como fuere, prosiguió, está dispuesto a comprar. ¿Cuando puedes estar aquí,<br />
lo mas pronto?. Papá tú sabes que ahora no puedo ausentarme. Por el amor de Dios<br />
¿Por qué no?. Porque aún quedan dos semanas de campaña además de la clausura final.<br />
"Pero seguramente las reuniones podrán pasárselas un par de días sin ti. ¡No es tan<br />
importante que tú estés presente!”<br />
“No para las reuniones; sino para mí. Por algo que Dios me está enseñando. Papá,<br />
desde los comienzos de esta campaña han estado pasando cosas muy raras; por alguna<br />
razón, son tiempos de prueba para mí, más de lo que lo hayan sido en cualquier época<br />
anterior. ¿Qué es lo primero?. Me está preguntando Dios, papá, y quiero darle a Dios la<br />
respuesta correcta".<br />
"¿Supón que Weinberg cambie de idea?"<br />
"Si es el comprador que Dios ha elegido, no cambiará".<br />
Casi cada uno de los diez días siguientes, Adolph Weinberg telefoneó a papá.<br />
Le parecía imposible que estuviésemos haciendo esperar a un comprador, con dinero al<br />
contado, mientras cada día los inventarios de nuestros silos demostraban una nueva<br />
pérdida de su valor. Tampoco yo lo entendía. Sólo sabía que Fresno era el lugar adonde<br />
Dios me quería en ese momento.<br />
Llegó por fin la conclusión de las cinco semanas de campaña; el comienzo de la<br />
reunión el domingo por la tarde se fijo para las dos y media. Pero desde las doce y media,<br />
cada uno de los 3.500 asientos del auditorio estaba ocupados; así que empezamos. A las<br />
dos de la tarde habían 1.500 personas de pie a lo largo de las paredes, y centenares de<br />
personas que esperaban afuera. Dieron las cinco de la tarde, que era la hora de terminar la<br />
reunión. Pero el espíritu de alabanza llenaba el enorme local tan poderosamente que no<br />
hubo forma de terminar, aunque yo lo hubiera deseado.<br />
Las seis de la tarde. Las siete, y apenas algunas personas habían abandonado el<br />
local. La mayoría de las que llenaban el lugar estaban allí desde el amanecer y ninguna<br />
de ellas se marchaba a comer por temor a no poder entrar después.<br />
El programa que habíamos planeado para la noche tuvo que abandonarse cuando el<br />
Espíritu tomó a su cargo la reunión.<br />
KeIso Glover era el predicador de esta última semana, pero aquella noche, dijo, la<br />
dirección se le había escapado de las manos.<br />
"Es como el agua", me dijo", "el poder parece fluir sobre la alfombra como agua.<br />
Cuando bajo hasta el público, siento como si el agua me llegase a las rodillas".<br />
La gente se acercaba al frente para pedir sanación pero también era sanada la que<br />
se hallaba en los pasillos. Un joven llegó a la reunión sufriendo terriblemente debido a una<br />
herida en un ojo. El día anterior había estado trabajando la tierra cerca de sus<br />
duraznales, cuando el tubo de escape de su tractor se enredó en un alambre para<br />
tender ropa. Sin saber lo que estaba ocurriendo, siguió con el tractor hacia adelante,<br />
haciendo que el alambre quedase más tenso, hasta que se rompió y le hirió el ojo<br />
izquierdo. El doctor le había cubierto el ojo con un gran vendaje apretado, pero no<br />
aseguraba si volvería a ver o no.<br />
Oca Tatham vino hacia adelante, nos contó después que casi se desmayaba del<br />
dolor. Al instante en que Kelso Glover tocó su frente, desapareció hasta el más leve<br />
rastro de dolor y una increíble sensación de bienestar invadió su ojo herido.<br />
A la vista de 5.000 personas Tatham comenzó a quitarse el vendaje, hasta que<br />
quedó todo como un pequeño montón de gasa a sus pies. El vendaje más profundo<br />
estaba sujeto por una cinta adhesiva y él la arrancó.<br />
Dos ojos azules perfectamente iguales miraban incrédulos a Glover y a mí. No<br />
había ni cicatriz; el ojo izquierdo de Tatham no tenía una mancha de sangre.<br />
Era media noche cuando la increíble reunión concluyó. Había durado once horas y<br />
media, y sin embargo, mientras nos dirigíamos a la casa de la calle G. me sentía<br />
más descansado que por la mañana, Rose y el doctor Glover, decían lo mismo.<br />
Me sentía aturdido, gozoso, como un hombre que ha estado combatiendo<br />
cuerpo a cuerpo, y ahora ve al enemigo correr. Una vez más pensé en las<br />
palabras de Charles Price: "Es una batalla en la que estamos, Demos"<br />
Quizá la dimensión de la victoria, y la amargura de la ba talla. estaban<br />
relacionadas. Quizás el enemigo lucha más fuerte, cuando teme lo peor...<br />
Ahora sólo quedaba por terminar el cierre financiero. El programa por seguir y<br />
el cierre de la casa, Weinberg estaba al teléfono de nuevo.<br />
"Estaré en casa el próximo lunes, señor Weinberg"; le prometí. Debería de<br />
alegrarse de que no haya llegado antes. Cada día que esperaba, el precio de la<br />
empresa bajaba.<br />
Le estoy ofreciendo medio millón de dólares al contado, por la compañía que<br />
está perdiendo dinero, y usted lo toma con calma, No consigo entender su línea<br />
de pensamiento Shakarian.<br />
El lunes por la tarde, prometí. Y el lunes, a las dos, papá, Adolph<br />
Weinberg y yo nos sentamos a comenzar la intrincada transferencia de los molinos<br />
rodantes, elevadores, inventario general y todo lo demás. Al final de la primera<br />
sesión teníamos una diferencia en el trato de 25.000 dólares.<br />
Esta fue mi oferta final, dijo Adolph Weinberg, no puedo subir más.<br />
Miré a papá a través de la mesa.. Hizo un gesto negativo con la cabeza.<br />
Y ésta es también la nuestra, señor Weinberg.<br />
Así que las negociaciones quedaron interrumpidas, o eso creíamos. Pero a la<br />
mañana siguiente, a las seis de la mañana sonó el teléfono.<br />
¿Shakarian? Weinberg. ¿Pueden venir a desayunar?<br />
Papá y yo fuimos a la casa de Weinberg; mientras comíamos unos huevos revueltos,<br />
nos dijo que Dios le había despertado de nuevo a media noche, esta vez con<br />
instrucciones precisas. Tienes que llamar a los Shakarian mañana por la mañana y<br />
aceptar su precio.<br />
"De modo, que aquí estoy", dijo Adolph Weinberg. "Su comprador. A su precio, y<br />
démonos la mano, Isaac y Demos. Desearía volver a dormir una noche entera de un<br />
tirón."<br />
Esa fue la forma en que Dios nos guía en una de las épocas mas difíciles de<br />
nuestras vidas. Si los ataques venían de Satanás, Dios procuró que no recibiéramos<br />
ningún daño irreparable. Steve salió de su enfermedad sin que le dejara secuelas. Bajo la<br />
mano de Weinberg el negocio del molino prosperó.<br />
Yo tenía la seguridad de que Dios había permitido todo aquél género de<br />
acontecimientos como preparación para una nueva clase de trabajo, pero se trataba sin<br />
duda de alguna labor muy ardua, a juzgar por lo duro que había sido el entrenamiento.<br />
CAPÍTULO 8<br />
La Cafetería Clifton<br />
Hombres, mujeres, comunes y corrientes... Gente de almacenes, oficinas y<br />
fábricas...<br />
Podía escuchar las palabras de Charles Price con tanta claridad como si estuviera<br />
sentado al otro lado de la mesa del comedor: "... Tu serás testigo de uno de los<br />
acontecimientos mas importantes profetizados en la Biblia. Justo antes del regreso de<br />
Jesús a la tierra, el Espíritu de Dios descenderá sobre toda carne".<br />
"Y hombres laicos", insistía el doctor Price. "serían su más importante canal. No los<br />
clérigos ni los teólogos, o los predicadores mejor dotados, sino hombres y mujeres con<br />
trabajos comunes y corrientes, en un mundo común y corriente"<br />
Cuando el Dr. Price comenzó a decirme estas cosas, hace cinco, o seis o siete años,<br />
durante la guerra, yo apenas le escuchaba. Me parecía imposible que gente sin<br />
preparación pudiera tener el mismo impacto que un gran predicador como el doctor<br />
Charles Price.<br />
Pero cuando analizó la década de los cuarenta, me hallé a mí mismo pensando en<br />
sus palabras cada vez más a menudo. Pensé también en otras cosas: en el salón<br />
comedor de Knott's Berry Farm, cuando el rostro de un hombre y después el de los<br />
demás, me parecieron iluminados por la gloria de Dios al impacto del relato de las<br />
experiencias de otros hombres. Qué irresistible fuerza se podría reunir, si cientos, miles de<br />
hombres como éstos, se juntarán para difundir esta Clase de "Buenas Nuevas.." por todo<br />
el mundo... !<br />
Luego tenía que forzar mi mente hacia las cifras frente a mí, sobre la producción de<br />
leche.<br />
Pero la idea no me abandonaba; me despertaba a media noche; iba conmigo a la<br />
oficina. Quemaba mi interior mientras cantaba las antiguas melodías armenias en<br />
Goordrich Boulevard.<br />
Mientras tanto, Rose y yo continuábamos patrocinando evangelistas durante el<br />
verano. Y todos los veranos las reuniones parecían obtener éxitos mayores que las<br />
precedentes. ¿Por qué tuve esa extraña sensación de que esas reuniones ya no eran el<br />
trabajo especial para el que Dios me había elegido?. En el otoño de 1951, ayudamos a<br />
Oral Roberts a preparar su campaña en Los Ángeles, la mayor que se había visto en la<br />
actualidad, con un auditorio de alrededor de 200 mil personas que acudían a las<br />
reuniones a diario, durante dieciséis días. Y sin embargo...<br />
"Y sin embargo", le dije a Oral una noche en que estábamos cenando después del<br />
servicio de la noche, "sigo sintiendo que Dios quiere mostrarme algo diferente que hacer".<br />
“¿Cómo qué, Demos?”<br />
"Es un grupo, un grupo de hombres. Ninguno excepcional. Solo gente de negocios<br />
promedio, que conoce al Señor y lo ama, pero que no sabe cómo demostrarlo."<br />
"¿Y qué hará ese grupo?"<br />
"Hablarle a otros hombres, Oral, pero no teorías. Hombres que pueden explicar<br />
sus propias experiencias con Dios a otros hombres como ellos, hombres que quizá no<br />
creerían lo que dice un predicador, incluso ni a uno como tú, pero que sí escucharían a un<br />
plomero o a un vendedor, como ellos, porque ellos mismos son plomeros, dentistas o<br />
vendedores.<br />
Oral, interesado, puso la taza en el plato con tanta fuerza que derramó parte de su<br />
contenido, "Lo oigo Demos, lo oigo, hermano: ¿Y cómo se llamaran ustedes mismos?"<br />
Ya tenia el nombre. "Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del<br />
Evangelio Completo”.<br />
Oral, me miró por encima de la cubierta de plástico de la mesa. "Tamaño bocado".<br />
"Si. pero como ves. cada una de las palabras es necesaria". Evangelio Completo.<br />
Este es el objetivo que no tenemos que perder de vista en nuestras reuniones:<br />
sanaciones, lenguas. liberación. Que el hombre hable de cualquier tipo de experiencia<br />
que haya tenido, tal y como le ha sucedido.<br />
Hombres de Negocios. Laicos, gente común y corriente.<br />
Fraternidad. Así es como yo lo veo, gente que le gusta reunirse y no por compromiso<br />
ni obligaciones de ningún orden.<br />
Internacional... "Creo que esta parte suena algo ridícula, lo admito." "Pero, Oral, es la<br />
forma como Dios me lo ha estado diciendo: Internacional. Todo el mundo, toda carne". Me<br />
reí escuchándome a mi mismo; como que escuchara a Charles Price.<br />
Pero Oral no se reía. "Demos", me dijo, " es algo auténtico, se nota que Dios está en<br />
ello". ¿Puedo hacer algo para ayudarte a empezar?<br />
¡Ahí estaba! Con Oral Roberts como orador, cientos de hombres de negocios<br />
cristianos vendrían a la reunión inicial. ¿Oral, si yo invitase a hombres de negocios de todo<br />
Los Ángeles, un sábado por la mañana, vendrías para ayudarme a comenzar?.<br />
Y así quedó planeado. Como lugar de reunión elegimos el segundo piso de la<br />
Cafetería Clifton, entre las calles Broadway y Seventh. Era un salón muy grande, que<br />
estaba lleno de gente durante las horas de movimiento de la semana, pero desierto los<br />
sábados por la mañana. Luego llamé por teléfono a cada hombre de negocios, lleno del<br />
Espíritu, que recordaba conocer y les anuncié la primer reunión de la nueva Fraternidad,<br />
con Oral Roberts como principal orador; les pedí que esparcieran la noticia y que se<br />
trajesen a sus amigos para tener una brillante iniciación. Había un piano en un rincón de<br />
la planta baja, según lo recordaba, y Rose estuvo de acuerdo en tocar algunos himnos.<br />
Llega el gran día. El tráfico en el centro de la ciudad de Los Ángeles era muy denso<br />
aquel sábado por la mañana de octubre y a Oral, a Rose y a mí, nos costó mucho tiempo<br />
encontrar estacionamiento. Llegamos por fin a la Cafetería Clifton un poco tarde y más que<br />
un poco emocionados y comenzamos a subir por la escalera central. ¿Cuánta gente habría<br />
ya esperando arriba? ¿Trescientas personas? ¿Cuatrocientas?.<br />
Llegamos a la parte alta de las escaleras. Conté al instante a los presentes:<br />
Diecinueve... veinte.., veintiuna personas, incluyendo a nosotros tres. Dieciocho más se<br />
entusiasmaron lo suficiente como para llegar a esta nueva organización, persuadidos<br />
además de poder escuchar al famoso evangelista.<br />
Rose tocó unos cuantos himnos en el pequeño piano, pero los cantos mostraban la<br />
falta de entusiasmo que había en la habitación. Mire alrededor a los hombres que habían<br />
venido, la mayoría de ellos viejos amigos, cristianos comprometidos y muchos de ellos<br />
metidos hasta el cuello en comités de servicio y organizaciones cívicas. Era la clase de<br />
gente que se presenta como voluntaria cuando se necesita hacer una obra, la clase de<br />
hombres que no desperdician un minuto en algo que ven que no llegará lejos.<br />
Rose dejó de tocar y yo me puse de pie. Descubrí cómo la convicción había nacido en<br />
mí de que el Espíritu de Dios, en las siguientes décadas escogería nuevos canales a<br />
través de los cuales se movería. Por aquí y por allá vi hombres que miraban sus relojes<br />
“Ni órganos, ni vitrales emplomados, nada que los hombres pudieran tachar como<br />
'religioso'. Sólo un hombre hablándole a otro hombre de Jesús"<br />
Jamás había tenido habilidad para poner en palabras mis ideas, y me senté<br />
convencido de que tampoco esta vez lo había logrado.<br />
Oral Robert se puso de pie. Comenzó a darle gracias a Dios por los que estábamos<br />
allí, "Desde este momento, ésta será Tu organización, que brotará de estas semillas de<br />
mostaza que hoy sembramos y que esta lejos de todo sentimiento humano" Habló<br />
alrededor de veinte minutos, y luego, concluyó con una oración "¿Nos ponemos de pie?",<br />
dijo.<br />
El puñado de hombres se puso inmediatamente de pie.<br />
"Señor Jesús" oró Roberts "permite que esta Fraternidad crezca solamente por tu<br />
fuerza. Envíala a marchar con Tu poder a través de la nación. A través del mundo. Te<br />
damos gracias ahora mismo, Señor Jesús, por que vemos a este pequeño grupo en una<br />
cafetería, pero que ya Tú ves mil capítulos".<br />
Después de estas palabras, sucedió algo verdaderamente sorprendente. El pequeño<br />
grupo que un minuto antes estaba sentado con el mismo desánimo con que las manos de<br />
un granjero descansan sobre una verja, se tornó de repente, vivo. Fue el sueño de Oral de<br />
"mil capítulos" lo que cambió el ánimo de aquel grupo. De pronto nos dimos cuenta de la<br />
aventura que significaba ver al Espíritu Santo convertir a estos pocos hombres esparcidos<br />
en la gran sala, en un ejército de ámbito mundial con miles de diferentes compañías.<br />
Alguien comenzó a cantar: "Estad por Cristo firmes... soldados que vais a la guerra..."<br />
Todos le seguimos: "... con la cruz de Cristo al frente..." Yo tomé la mano del vecino, y<br />
pronto, todos estábamos tomados de las manos formando un círculo, marchando en el<br />
mismo lugar, cantando. Esta forma tan sencilla de cantar como en la escuela dominical,<br />
tuvo una singular clase de poder. Una y otra vez cantamos y marchamos. Legalmente, la<br />
"Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo", comenzó<br />
unas pocas semanas más tarde con la firma de los artículos de incorporación y la<br />
nominación de cinco miembros de la Junta Directiva. Aunque espiritualmente comenzó<br />
cuando Oral Roberts compartió con nosotros "su sueño de miles de capítulo" y nos<br />
tomamos de ¡as manos como niños para marchar y cantar un himno de batalla.<br />
"Rose", le dije, cuando regresábamos a casa al medio día, "dentro de un año vamos a<br />
ver cosas extraordinarias".<br />
Y luego siguieron doce meses de la más increíble frustración que jamás haya<br />
experimentado. El impulso que sentimos al abandonar la Cafetería Clifton, se convirtió<br />
muy pronto en una fuerza antagónica de inercia y resistencia.<br />
Comenzamos a reunimos a la hora del desayuno en la Cafetería Clifton cada sábado<br />
por la mañana. Llenábamos nuestras bandejas en el primer piso de la cafetería, y<br />
subíamos a las mesas del segundo piso en donde orábamos y compartíamos nuestras<br />
experiencias, durante dos horas y media Algunas veces teníamos algún orador famoso,<br />
pero la mayor parte de las veces dependíamos únicamente de los mismos hombres de<br />
negocios que asistíamos. Para gozo mío, el fenómeno que se dio en Knott's Berry Farm,<br />
se repitió: una vez tras otra, miraba alrededor de la habitación y "sabía" quien tenía una<br />
experiencia que contar.<br />
Si, las reuniones eran todo lo que yo esperaba. Lo único era que no había<br />
nada contagioso en ellas; no había crecimiento. Treinta hombres, aún cuarenta podrían<br />
haber una semana, pero la siguiente quince.<br />
Y luego, comenzó la oposición, ¿Qué es lo que Shakarian pretende, se preguntaban<br />
los pastores desde el púlpito, empezar una nueva denominación? Manténganse alejados<br />
de la Fraternidad; ellos se están llevando hombres y dinero que son de la iglesia.<br />
Esto era lo injusto de los ataques, era lo que me hería. Desde el principio,<br />
Rose y yo dejamos sentados claramente dos principios en cada reunión que<br />
auspiciamos. El primero: “Quédense en sus propias iglesias. Si su iglesia conoce el<br />
poder del Espíritu, regresen a su iglesia con la determinación de servirle a Él con más<br />
fuerzas que nunca si no, regresa a tu iglesia hecho un misionero.<br />
"Y segundo: No deje ni un centavo en el cesto de la ofrenda que pertenezca a<br />
alguna otra colecta. No es aquí donde pertenece tu diezmo sino a tu propia<br />
iglesia. Cualquier suma que ofrezcas en esta reunión, tiene que ser algo que esté<br />
fuera de tus obligaciones normales con tu iglesia".<br />
Nosotros sabíamos, por años de experiencia, que la gente se aprendía estos<br />
puntos de memoria. Los que acudían a nuestras reuniones se convertían a su vez<br />
en las personas que más trabajaban por sus propias iglesias y las que más<br />
ofrendaban. Pero con todo y todo, las iglesias continuaban mirando la Fraternidad con<br />
sospecha.<br />
La acusación que me hacían sobre el dinero era particularmente irónico,<br />
durante todo el año no recibimos ni un solo donativo. Entretanto, yo mandaba al<br />
correo todas las semanas cartas de invitación, y telefoneaba a gentes por toda la<br />
nación, para pedirles que se uniesen con nosotros cuando viniesen por negocios<br />
a Los Ángeles. De hecho, la mayoría de las veces acababa yo por pagar los<br />
desayunos.<br />
Pero, por lo visto, un desayuno gratis no era una invitación suficientemente<br />
atractiva. Nada de lo que hice fue suficiente; necesitaba más. Compré, treinta<br />
minutos de tiempo en la radio cada sábado por la mañana y radiaba partes de la<br />
reunión, para que la noticia llegase a todas partes. Viajé por todo el estado,<br />
luego por los estados del oeste, finalmente viajé por toda la costa este. Si la<br />
gente no quería venir yo iría por ellos, eso describe lo que estábamos intentando<br />
hacer, los urgíamos a formar un grupo de “Hombres de Negocios del Evangelio<br />
Completo” en su propia ciudad.<br />
En junio me sentía completamente exhausto. Después de un día completo<br />
de trabajo en la lechería, dedicaba cada noche a asuntos de la Fraternidad; me<br />
acostaba a las tres o cuatro de la mañana, me sentía más débil que un hombre<br />
que hubiese atravesado un río a nado contra la corriente.<br />
Y al final de muchos trabajos comenzó a delinearse una esperanza. Uno de<br />
los oradores a quien invitamos a la Cafetería Clifton, fue David Du Plessis, un<br />
directivo de la Conferencia Pentecostal Mundial. Después de la reunión<br />
regresamos a Downey juntos, y David no pudo contener su entusiasmo.<br />
“Demos”, dijo David, “estás detrás de algo muy importante. ¡Que idea! ¡Un<br />
mundo de hombres comunes, llenos del Espíritu Santo!. ¡Cada hombre un<br />
misionero para la gente con quien trabaja cada día!”<br />
Gracias, David, le dije con melancolía, pero me temo que no hay mucha<br />
gente que comparta tu...<br />
“Yo creo, prosiguió David, no prestándole la mínima atención a mi humor,<br />
que tú deberías venir a Londres el mes que viene a exponerle a nuestra gente<br />
ésto. Apuesto a que la Conferencia lo tomaría como programa suyo.<br />
De pronto, yo era toda atención. Aquí venía la cuerda salvadora a la<br />
empresa que se hunde. La Conferencia Pentecostal representaba unas diez mil<br />
iglesias de todo el mundo; si nos uniésemos a ellas, ya no seríamos un pequeño<br />
grupo luchando por nuestra parte. Seríamos los responsables. Tendríamos<br />
categoría "oficial". David hizo las mismas sugerencias a Rose y llenos de entusiasmo<br />
aceptamos.<br />
Inmediatamente vino la oposición de parte de mi familia, no a la convención, sino<br />
que al viaje por vía aérea.<br />
¿Cómo váis a ir a Londres? Preguntó papá cuando le hablamos del asunto.<br />
Estábamos sentados en la sala de los Gabriel, un domingo por la noche,<br />
después del servicio de la iglesia. Yo miré al círculo de cautos rostros armenios. A<br />
pesar de que estuviésemos en 1952, yo era el único de la familia que había viajado<br />
en avión aunque sólo para vuelos cortos y en aviones pequeños.<br />
Pero, papá, sí vamos en tren por todo el país, y después en barco,<br />
tardaremos muchísimo. A Rose ya le cuesta bastante trabajo dejar a los niños,<br />
Richard tenía diecisiete años, Gerry trece, el pequeño Steve casi cinco, y ésta sería<br />
la primera vez que Rose los dejase, y ahora sólo porque la señora Newman había<br />
prometido quedarse con ellos.<br />
“Piensas ir en avión", dedujo papá después de pensar un momento. Los<br />
gestos de desaprobación se mani f iestos en todo el salón “Nunca comprenderé<br />
qué es lo que mantiene esas cosas allá arriba", dijo tía Siroon.<br />
“Van demasiado rápido” corroboró Sirakan Gabriel, visiblemente preocupado.<br />
"Y por encima del agua", añadió Tiroon.<br />
Después de mucha discusión nos pusimos de acuerdo en que viajaríamos en vuelos<br />
separados, y sentados en el último sitio del avión. Yo saldría antes; y creo que toda la<br />
congregación de Goordich Boulevard fue al aeropuerto de Los Ángeles para verme<br />
despegar. Hubo despedidas y abrazos, como a un hombre que va a ser ajusticiado. Hubo<br />
promesas de oración y un último consejo:<br />
“No comas nada" "Abrocha el cinturón".<br />
"Echa el respaldo del asiento hacia atrás".<br />
Cuando los propulsores comenzaron a girar, todavía pude ver al tío Jonoian, que me<br />
daba advertencias a gritos haciendo una bocina con sus manos.<br />
Al día siguiente estaba yo en el aeropuerto de La Guardia de Nueva York, para<br />
esperar a Rose. Ella bajó del avión radiante. Le había gustado tanto su primer vuelo, que<br />
ahora quería probar en metro. Encontramos una entrada cerca del hotel, y viajamos de un<br />
extremo a otro bajo la ciudad hasta que no quedo nadie, más que un viejecito con una<br />
botella de vino en una bolsa de papel.<br />
Al día siguiente viajamos hacia Londres, en vuelos separados, guardando la<br />
promesa que habíamos hecho a muestra familia Pero la alegría de reunirnos de nuevo en<br />
Londres, se ensombreció un poco, cuando encontramos a David du Plessis.<br />
"Lo siento mucho" dijo con visible embarazo, "pues por mi parte no estoy yendo muy<br />
lejos con la gente aquí. Parece que están preocupados por que usted no es un clérigo sino<br />
un lechero"<br />
¿Significa eso que no van a respaldamos?.<br />
"Lo seguiré intentando" fue lo único que pudo decir David.<br />
Rose y yo fuimos a las reuniones públicas de la Conferencia, escuchamos las<br />
animadas pláticas, nos unimos a su forma vivida de cantar, y al final de la semana, David<br />
admitió su derrota. No había conseguido convencer a un solo líder Pentecostal de<br />
que escuchase mi idea.<br />
Rose y yo volamos, por supuesto, por separado, a Hamburgo, Alemania, con el<br />
corazón adolorido.<br />
"No lo entiendo, Señor" oraba en el avión. "Este viaje tan largo, todo este tiempo y<br />
dinero, ha sido para nada" "¿O quizás vas a mostrarme algo en Alemania?.<br />
Ibamos a Hamburgo debido a las apremiantes llamadas de nuestro amigo Hal<br />
Hermann. Hal era el fotógrafo que había tomado las primeras fotografías oficiales del<br />
bombardeo de Hiroshima por los Estados Unidos. Lo que vio en Japón lo hizo decidirse a<br />
dedicar su vida a buscar las respuestas de Dios al mundo. Nosotros lo habíamos<br />
ayudado a obtener una enorme carpa que había embarcado para Hamburgo y ahora el<br />
quería que asistiéramos a sus reuniones.<br />
El pastor Robbie vino a encontrarnos al aeropuerto de Hamburgo, era el ministro<br />
alemán que tendría que albergarnos.<br />
"¡Bienvenidos a nuestra ciudad!" dijo el pastor Robbie en un excelente inglés. "Quiero<br />
mostrarles que nuestro Dios es un Dios de milagros". Mi corazón se aceleró. ¿Sería ésto lo<br />
que el Señor me había traído a ver desde tan lejos?.<br />
Me quedé tan asombrado al ver lo devastado que estaba todavía Hamburgo, aún en<br />
julio de 1952. Cuando dejamos el aeropuerto, pasamos manzanas tras manzanas,<br />
cascotes de cemento, ladrillos rotos y vías de tranvía retorcidas. Parecía imposible que<br />
hubiese quedado alguna persona viva en medio de aquella destrucción. Finalmente, el<br />
pastor Robbie paró el carro frente a un montón de escombros que en nada se distinguían<br />
de los demás.<br />
Esto era nuestra iglesia dijo:<br />
Mientras nos abríamos paso a través de los cascotes de ladrillos y cristales, el<br />
hombre añadió:<br />
Aquí es donde sucedió el milagro.<br />
Se paró frente a unas ruinas, consumidas por el fuego, de lo que habían sido dos hojas<br />
de puerta de acero que conducían hacia el interior de la tierra. Un refugio antibombas,<br />
aclaró el pastor Robbie, "un domingo estábamos en mitad de un servicio", alzó el brazo<br />
para señalar la gran dimensión del templo, cuando sonó la sirena..."<br />
Acostumbrados a las alertas de los ataques aéreos, el pastor Robbie había hecho<br />
salir a la gente de la iglesia a través del patio, hacia el refugio. Las puertas de acero<br />
se abrieron para dar paso a 300 personas que se apiñaron en el espacio interior.<br />
Luego, la puerta se cerró.<br />
Poco tiempo después, un infierno de bombas explotaron alrededor. El castigo aéreo<br />
seguía una y otra vez, demoliendo todos los edificios de los alrededores, la iglesia entre<br />
ellos. El fuego de las bombas acabó con lo que los aviones habían dejado en pie. Abajo,<br />
en el refugio antiaéreo la congregación escuchaba el crepitar de las llamas.<br />
Parecieron horas el tiempo transcurrido en el sofocante aire del sótano antes de que<br />
sonara la advertencia de que el peligro había pasado. Ansioso, el pastor Robbie subió<br />
los pocos escalones para abrir las puertas. En seguida retrocedió, porque el<br />
metal estaba demasiado caliente para tocarlo. Encontró un pedazo de madera y<br />
empujó con él. La puerta ni se movió. Luego los hombres, en grupos de dos por<br />
cuatro, tiraron de las puertas con todas sus fuerzas, picando y martillando la sólida<br />
masa de acero.<br />
Fue inútil, el calor de la tormenta de fuego había fundido metal uniéndolo.<br />
Golpear la puerta era sólo consumir un oxígeno precioso.<br />
Para conservar el aire el mayor tiempo posible el pastor Robbie instó a la<br />
gente a que se arrodillase y orase. Señor, comenzó en voz alta, sabemos que Tú<br />
eres más fuerte que el poder de la muerte. Padre, te pedimos un milagro, abre<br />
estas puertas, te lo pedimos y déjanos salir.<br />
De rodillas hombres, mujeres y niños, esperamos. Al cabo de un poco de<br />
tiempo, se escuchó a lo lejos el rumor de un nuevo avión. Comenzó a volar en<br />
círculo sobre la ciudad en ruinas. Y luego se escuchó el zumbido de un bomba.<br />
Llevados por el instinto, como de costumbre nos acurrucamos, la bomba había<br />
estallado cerca; muy cerca, pero no lo bastante para herir a la gente que estaba<br />
bajo tierra. Pero si lo bastante, para abrir de par en par las dos puertas de metal<br />
que se habían fundido juntas. Cuando cesó el polvo, el pastor Robbie y la<br />
congregación salieron del refugio entre el humo y las ruinas que les rodeaban por<br />
todas partes. Estuvieron de pie trescientas personas, a la luz de la ciudad<br />
llameante, y dieron gracias a Dios.<br />
Aquella noche, en la sala de huéspedes del Pastor Robbie, yo repetía a Rose<br />
la hermosa historia. Estaba seguro de que esta historia contenía un mensaje<br />
para solucionar los problemas de la Fraternidad. Solamente que no daba con él.<br />
Ni tampoco pude ver la conexión entre nuestra situación y la tienda para reuniones de<br />
Hal. Era toda una experiencia sentarnos en una reunión donde no entendíamos una<br />
palabra de lo que se decía, y nos dedicábamos a estudiar los rostros atentos y formales,<br />
éste era ciertamente el auditorio mas difícil del que Rose y yo hubiéramos formado parte.<br />
Ya había decidido que nada podría romper la natural reserva alemana, cuando, como<br />
suele ocurrir, se produjo una sanidad que lo cambió todo. Un hombre completamente sordo,<br />
conocido por toda la ciudad, comenzó a oír, y la reunión cobró una vivacidad indescriptible.<br />
La gente lloraba, se abrazaba, alzaba sus manos al cielo, igual como lo hubiera hecho un<br />
puñado de armenios pentecostales.<br />
Y todavía me preguntaba, "¿Señor, por qué me has traído aquí?. No estoy<br />
contribuyendo a nada, y tampoco estaba seguro de estar aprendiendo algo". Ahora, Rose<br />
ya estaba impaciente por volver al lado de sus hijos. Pero antes deseaba realizar un<br />
sueño largamente acariciado; Rose siempre había deseado conocer Venecia. "Y,<br />
probablemente, nos recordábamos el uno al otro, no volveremos a Europa otra vez".<br />
Asi es que continuamos nuestros viajes hacia Italia esta vez en tren. ¡Qué<br />
diferente mundo el que pasaba ante las ventanillas de los vastos ranchos de California!.<br />
Pequeños lotes de tierra rodeaban viejas casas de campo de piedra, mientras cerdos,<br />
gansos, gallinas, corran por los patios.<br />
¡Cómo en Kara Kala!, le dije a Rose, ¡cómo las granjas de que habla papá!.<br />
En Alemania me había comprado una cámara fotográfica. Ahora a despecho de las<br />
advertencias en cuatro idiomas de no asomarse a las ventanillas eso fue precisamente lo<br />
que hice Bajé el cristal de la ventana de nuestro compartimiento, y saqué la cabeza y<br />
hombros para sacar una mejor foto.<br />
Un dolor lacerante me hirió el ojo derecho, Me eché rápidamente hacia atrás,<br />
casi dejando caer la cámara. ¡Rose! Rose me ayudó a sentarme, luego me apartó la<br />
mano del ojo, Mi ojo temblaba de tal forma que no lo podía abrir. Rose, con cuidado,<br />
del párpado para levantarlo.<br />
“¡Ya lo veo!, parece una partícula de ceniza justo en la mitad de la pupila". Rose<br />
sacó el pañuelo e intentó sacar la ceniza, pero estaba demasiado clavada. El dolor<br />
era insoportable. Me oprimí el pañuelo contra el rostro para impedir que me saltasen las<br />
lágrimas. Estábamos a una hora de Venecia y, a la vez la hora más crucial<br />
de mi vida.<br />
Desde la estación, en lugar de tomar una romántica góndola para dar un<br />
paseo como habíamos proyectado, tomamos el vaporcillo rápido hacia el hotel. El<br />
recepcionista se hizo cargo de la situación al instante. Minutos después yacía en la<br />
cama de nuestra habitación, con el doctor del hotel inclinado sobre mí. Alzó el<br />
párpado, me dirigió el foco de la lamparilla al ojo, luego se enderezó.<br />
"Lo siento, signore, pero ésto es bastante serio. Es una piedra grande y muy<br />
dura".<br />
“¿No puede quitármela?”.<br />
“¿Aquí? ¡No signore!. Para ésto tenemos que ir al hospital. Voy a llamar<br />
inmediatamente"<br />
Mientras marcaba el número y hablaba rápidamente en italiano. Rose se<br />
sentó a mi lado y me tomó de la mano.<br />
"Demos, dijo, oremos al Señor por esta piedra".<br />
Y por extraordinario que parezca, entre el dolor y el disgusto contra mi mismo,<br />
ésta era la única cosa que no había hecho.<br />
Rose comenzó a dar gracias a Dios por el milagro de sanidad que habíamos<br />
visto en Hamburgo.<br />
"Señor, te damos gracias por que estás aquí, en esta habitación de Italia, lo<br />
mismo, que estabas presente en la carpa en Alemania. En el nombre de Jesús te<br />
pedimos que saques esta piedra"<br />
Mientras ella estaba orando, un flujo de calor pareció correr a través de mi<br />
ojo. "¡Rose, siento algo! ¡Algo esta pasando!".<br />
Parpadeé y no sentí nada. Ningún dolor. Ninguna obstrucción. ¡Rose, mira mi<br />
ojo!.<br />
Rose se inclino sobre mí.<br />
“¡Demos, ya no está!, ¡la piedra ya no está allí!" y se echó a llorar.<br />
El doctor colgó el teléfono. "El hospital se hará cargo de usted. Vamos a la sala<br />
de emergencias".<br />
"Doctor, ¿Quiere mirar de nuevo?.<br />
Tomó la lamparilla de bolsillo y dirigió de nuevo el foco de luz a mi ojo. Examinó el<br />
párpado y lo dejó para examinar el otro ojo. Luego volvió de nuevo al ojo derecho.<br />
No es posible" dijo, “Mi esposa le pidió a Dios que quitase la piedrecilla," le dije.<br />
"Esto no es posible", dijo de nuevo, "Esta piedra no podía salir por sí misma. “No ha<br />
sido por sí misma, doctor. Dios la quitó”. No lo entiendo, Habría la herida. Una rotura<br />
en el tejido donde estuvo clavada la piedra. Pero no hay nada. No hay herida". Se<br />
marchó en dirección a la puerta, “no le voy a mandar la cuenta, señor, esto no es<br />
posible que pase".<br />
Rose y yo nos pasamos el tiempo divirtiéndonos en Italia, Pero todavía me<br />
preguntaba, ¿Qué tendría todo ésto que ver con la Fraternidad?. Cuando regresamos a<br />
Los Ángeles, a finales de julio, el camino por avanzar no estaba más claro que antes.<br />
Llegó agosto y después septiembre. Continuamos reuniéndonos los sábados por la<br />
mañana en la Cafetería Clifton, el mismo pequeño grupo de hombres que seguía<br />
viniendo, más por lealtad hacia mi, sospechaba, que por cualquier otra razón y luego llegó<br />
octubre, el primer aniversario de la "Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio<br />
Completo". Durante los pasados doce meses había estado hablando acerca de la<br />
Fraternidad en muchas partes del país. Hombres de distintas ciudades habían acudido a<br />
nuestros desayunos. Pero, en todo aquel año, no se habían visto "cosas asombrosas", ni<br />
siquiera un hombre se había impresionado lo suficiente como para iniciar un segundo<br />
capítulo en otra ciudad.<br />
Rose era lo bastante amable para no recordarme mi predicción del pasado otoño,<br />
pero podía ver que en ella comenzaban a nacer las dudas de que si sería muy inteligente<br />
seguir adelante. sábado tras sábado.<br />
Sólo estamos alimentando gente a la hora del desayuno, Demos, dijo. Hicimos<br />
mucho más con las reuniones en las carpas en el verano. Alcanzábamos a miles cada<br />
verano, en vez de unas cuantas docenas en el mejor de los casos. Sabía que tenía<br />
razón, sin embargo... "Veamos que sucede el próximo mes", le dije.<br />
Pero llegó noviembre, siguieron las reuniones adelante y la asistencia de hecho<br />
decayó.<br />
"En diciembre será distinto", le aseguré. "La gente está más abierta en Navidad”.<br />
Pero si la época de Navidad tuvo algún efecto, fue para mantener a la gente demasiado<br />
ocupada para reunirse con nosotros.<br />
"Tengo que ir de compras con mi esposa el próximo sábado, Demos".<br />
"Es el día en que tenemos el bazar de la iglesia”.<br />
“Voy a llevar a mis hijos a ver a Santa Claus"<br />
Sábado por la mañana, diciembre 20, nos reunimos quince personas en el<br />
piso de arriba de la Cafetería Clifton, seis menos de los que nos habíamos reunido<br />
hacía catorce meses. A la clausura de la melancólica reunión, mi amigo Miner<br />
Arganbright, me habló con franqueza. Miner era un contratista de construcción de<br />
grandes "centros comerciales" y empresas industriales, y uno de los cinco directivos de la<br />
Fraternidad.<br />
"Demos, me molesta de veras ser negativo en época de Navidad y todo eso",<br />
dijo Miner, "pero creo que con la idea de la Fraternidad no llegaremos a ninguna<br />
parte. Francamente, no tiene la más mínima posibilidad, no doy ni cinco centavos<br />
por esta agrupación".<br />
Lo miré, me sentí demasiado herido como para responderle.<br />
Miner me extendió su mano. "¿Tu has dicho a menudo que ésto era un<br />
experimento, no es así?"<br />
“Sí”.<br />
"Bueno. Muchas veces los experimentos fallan. No hay nada de que<br />
avergonzarse.”<br />
Todavía no se me ocurría alguna cosa que responderle.<br />
Lo que estoy intentando decirte, Demos, es que si no ocurre un milagro entre<br />
hoy y el sábado próximo, Demos, no cuentes más conmigo.<br />
Bien, está bien Miner, lo comprendo.<br />
Rose y yo nos fuimos en silencio escaleras abajo. En la gran entrada principal, las<br />
lucecillas del árbol de Navidad se encendían y se apagaban.<br />
Miner tiene razón, dijo Rose, suavemente, ¿Si Dios está en un asunto, lo bendice, no<br />
es así? y no puedes decir que la Fraternidad ha sido bendecida.<br />
La seguí en silencio por la acera. Todos los esfuerzos, las llamadas telefónicas y<br />
viajes, la compra virtual de los hombres que habían estado viniendo; todo para nada. Si<br />
había algo que había aprendido desde 1940, era que cuando Rose y yo no compartíamos<br />
la misma opinión, el Señor no estaba en ello. Si ella estaba segura de que la Fraternidad<br />
iba mal, de acuerdo, ese sería el fin de la misma. Cuanto antes lo olvidase, mejor.<br />
Solamente... que no podía olvidarlo. Durante toda la semana estuve conteniendo las<br />
lágrimas. Mientras conducía, de repente, me echaba a llorar. Me preguntaba si no había<br />
contraído una depresión nerviosa.<br />
A causa de los chicos, me esforcé por poner un rostro feliz por la Navidad, me<br />
alegraba de que al día siguiente, viernes 26, estuviésemos esperando un invitado. Se<br />
trataba de nuestro amigo Tommy Hicks, un dotado evangelista, una excelente persona<br />
para tenerla cerca cuando los ánimos están decaídos.<br />
"Porque como te darás cuenta, Tommy", le dije mientras cenábamos el viernes por la<br />
noche, "mañana es el día de reunión de la Fraternidad Internacional de Hombres de<br />
Negocio del Evangelio Completo", hice una mueca, "¿internacional?". Es muy obvio que<br />
todos piensan del mismo modo al respecto; pero únicamente Miner fue lo suficientemente<br />
honesto para decirlo. "Por ello, creo que la única cosa que queda por hacer, es darle un<br />
fin oficial, con algún anuncio. Quizá diciendo lo mucho que podemos trabajar juntos el<br />
próximo verano, financiando campañas en las carpas."<br />
Me esforcé por parecer natural, pero Tommy debió darse cuenta del torbellino que<br />
había en mi corazón, porque dijo:<br />
"Demos, creo que tendremos que hablar más acerca de ésto."<br />
Eso fue lo que hicimos durante la sobremesa, hicimos con él remembranza de todo lo<br />
sucedido, de nuestras esperanzas y desilusiones. Después de un rato, Gerry se fue a<br />
acostar Stevie ya estaba en cama desde hacía mucho tiempo, y Richard asistía a un retiro<br />
de jóvenes aquel fin de semana. Pero Tommy. Rose y yo, permanecimos hablando de<br />
varios de los hombres que habían asistido a la Cafetería Clifton, y recordábamos las cosas<br />
que habíamos compartido con el grupo.<br />
No hubo ni un sábado en el que no aprendiese algo! le dije a Tommy, algo que me<br />
ayudase a amar más a Dios y a mis semejantes.<br />
Era casi media noche cuando Rose miró el reloj. "Mira que hora es Demos, y<br />
todavía no he quitado la mesa. Tenemos que acostarnos, o ni nosotros mismos vamos a<br />
estar en la Cafetería Clifton mañana por la mañana".<br />
"Ve tú a la cama, querida", le dije, "todo ésto me preocupa demasiado para poder<br />
dormir, ¡estaba tan seguro hace un año!"; yo voy a la sala, y me voy a poner de rodillas<br />
hasta que Dios me hable de este asunto".<br />
"Buen hombre", me dijo Tommy. "voy a darle una mano a Rose con los platos, luego<br />
iré a mi habitación y te respaldaré. Demos, pero este asunto es entre Tu y Dios".<br />
Tommy y Rose llevaron un montón de platos a la cocina. Yo crucé el pequeño vestíbulo<br />
del frente y me fui a la sala. Fue cuando sucedió.<br />
Exactamente del mismo modo que cuando tenía trece años, el aire a mi alrededor<br />
comenzó a ponerse pesado, saturado y me empujó hacia abajo. Caí de rodillas, luego<br />
sobre mí rostro, completamente tendido sobre la alfombra roja llena de dibujos.<br />
No pude permanecer de pie, del mismo modo que no pude hacerlo en mi habitación de<br />
la gran casa española de al lado, hacia veintisiete años. Ni lo intenté, simplemente me<br />
relajé ante su irresistible amor, sintiendo el palpitar de su Espíritu a través de la<br />
habitación, en un infinito torrente de poder. Cesó el tiempo. Desapareció el lugar. Y<br />
mientras yacía allí, alabando al Señor, ora en inglés, ora en lenguas; escuché la voz de<br />
Dios que me decía las mismas palabras que había dicho hacia tanto tiempo: Demos. ¿Has<br />
dudado de mi poder?<br />
Y de pronto me vi a mi mismo como debió mirarme Él en los pasados meses:<br />
luchando, y esforzándome; muy ocupado aquí y allá partiendo para Europa, procurando el<br />
respaldo de algún grupo "oficial" que fundase la Fraternidad, dependiendo únicamente de<br />
mis fuerzas, en lugar de confiar en las suyas.<br />
Con angustia recordé la oración de Oral Roberts en la primerísima reunión de la<br />
Fraternidad, la oración que puso de pie a veintiuna personas y nos hizo marchar con un<br />
himno de victoria "Deja que ésta organización crezca únicamente con Tu fuerza..."<br />
Pero yo me había movido como si fueran mis fuerzas las que contaban, como si de<br />
mi dependiera el poner en marcha los centenares de capítulos que Oral Roberts había<br />
visto. Y por supuesto, no había sido capaz de Iniciar siquiera uno solo.<br />
"¡Señor Jesús, perdóname!".<br />
Lo siguiente que me recordó es lo que había visto en Europa, visto pero no<br />
comprendido, las puertas de acero, cuando cayó la bomba en el refugio de la iglesia de<br />
Hamburgo, y la piedra incrustada en mi ojo en el Gran Hotel de Venecia.<br />
Yo Soy Uno, Demos, el Único que puede abrir las puertas. Soy el Único que quita la<br />
viga de los ojos que no ven.<br />
"Lo entiendo, Señor Jesús. Y te doy las gracias." Y ahora, por supuesto, te voy a<br />
permitir ver.<br />
Con esto el Señor me permitió levantarme de mis rodillas. Casi me elevó, y el poder<br />
que me había presionado hacia el piso, ahora me conducía hacia arriba. En ese<br />
momento, Rose entró en la sala. Caminó alrededor mío y se dirigió al órgano Hammond<br />
que había en una esquina. No dijo una palabra, se sentó y comenzó a tocar.<br />
Mientras la música iba llenando la pequeña habitación, la atmósfera se fue<br />
iluminando. Para mi asombro, el cielo raso de la habitación parecía haber desaparecido. El<br />
cielo raso de yeso color crema y las luces, simplemente se habían ido, y en su lugar me<br />
hallé a mi mismo mirando hacia los cielos, a un cielo diurno, a pesar de que a mi<br />
alrededor debía reinar una noche oscura. Durante todo el tiempo en que ella estuvo<br />
tocando, yo estuve contemplando la distancia infinita, no sé. Pero, de pronto ella se<br />
detuvo, los dedos aún posados sobre las teclas, comenzó a orar en lenguas en voz alta,<br />
un hermoso y cadencioso mensaje.<br />
Hizo una pausa; después, con el mismo ritmo lírico, habló en inglés:<br />
Hijo mío, te conocí desde antes de nacer. Te he estado guiando en cada paso de tu<br />
camino. Ahora voy a mostrarte el propósito de tu vida.<br />
Estos eran los dones del Espíritu, de lenguas y de interpretación, que se daban al<br />
mismo tiempo. Y cuando ella habló, notables cosas comenzaron a acontecer. Aunque yo<br />
todavía permanecía de rodillas, sentí como que me estuviesen alzando, como si<br />
dejase mi cuerpo, y poniéndome en movimiento, saliese lejos de la habitación. Allá por<br />
debajo de mi se veían los techos de Downey. Ahí estaban las montañas de San<br />
Bernardino y por allá la costa del Pacifico. Ahora me hallaba muy arriba, por encima de la<br />
tierra, capaz de ver todo el país, de este a oeste.<br />
Pero, a pesar de que pudiese ver tan lejos, veía a la gente sobre la tierra: millones y<br />
millones de personas, hombro con hombro. Luego, como sucede con la secuencia de una<br />
cámara de televisión en un juego de fútbol, primero vi el estadio, después a los jugadores,<br />
vi los propios cordones de las bolas de fútbol, luego mi visión pareció cambiar hacia estos<br />
millones de hombres. Descubrí pequeños detalles en los miles y miles de rostros.<br />
Y lo que vi me dejó aterrado. Los rostros estaban quietos, sin vida. A pesar de que<br />
la gente estaba tan cerca unos de otros, hombro con hombro, no existía un contacto<br />
verdadero entre ellos. Miraban hacia adelante, sin pestañear, como sin ver. Con un<br />
estremecimiento de horror comprobé que todos estaban muertos...<br />
Luego, la visión cambió. Si era el mundo el que daba vueltas, o si era yo quien se<br />
movía a su alrededor, no lo se, pero ahora debajo de mí, estaba el continente de América<br />
del Sur. Luego África, Europa, Asia. De nuevo se repitieron los asombrosos primeros<br />
planos de visión, y por todas partes era lo mismo. Rostros morenos, negros, blancos,<br />
amarillos, todos rígidos, miserables, encerrados en su propia muerte privada.<br />
"¡Señor! grité. ¿Que les pasa, Señor? ¡Ayúdalos!”<br />
Luego Rose me dijo que yo no había dicho nada. Pero en la visión me parecía que<br />
rogaba y que lloraba en voz alta.<br />
De pronto Rose se puso a hablar. Hablando humanamente, por supuesto, ella no<br />
tenía forma en absoluto de saber qué estaba diciendo yo. Pero lo que dijo fue:<br />
- Hijo mío. Lo que vas a ver ahora, sucederá muy pronto.<br />
La tierra daba vueltas, o yo me movía a su alrededor por segunda vez. Abajo, otra<br />
vez había millones y millones de hombres. Pero, ¡qué diferencia! esta vez sus cabezas<br />
estaban levantadas. Los ojos miraban con alegría. Sus manos estaban alzadas hacia el<br />
cielo.<br />
Estos hombres que antes se hallaban tan aislados, cada cual en su propia prisión,<br />
estaban unidos en una comunidad de amor y adoración. Asia, África, América y en todas<br />
partes los muertos habían vuelto a la vida.<br />
Y luego se terminó la visión. Me sentí a mí mismo regresando a la tierra. Abajo<br />
estaba Downey, California. Allí nuestra casa. Pude verme a mí mismo de rodillas, y a Rose<br />
sentada al órgano. Y luego aparecieron los objetos familiares de la habitación que me<br />
rodeaban, y yo estaba consciente del dolor de mis rodillas y de la tirantez del cuello. Me<br />
levanté lentamente y miré el reloj: eran las 3:30 de la mañana.<br />
"¿Que pasó, Demos? me preguntó Rose. ¿Escuchaste algo de parte del Señor?"<br />
"Querida, no sólo oí, sino que vi". Y le describí la visión. Rose me escuchaba con<br />
lágrimas y le brillaban los ojos.<br />
“¡Oh, Demos! ¿lo ves?; El Señor nos esta diciendo que la Fraternidad siga adelante!"<br />
Se levantó del órgano y deslizó una de sus manos entre las mías. ¿Te acuerdas,<br />
Demos? Fue en esta misma habitación, hace ocho años, donde nos arrodillamos y pusimos<br />
a Dios de primero.<br />
Cuando nos dirigíamos a nuestro dormitorio, vimos luz bajo la puerta de la habitación<br />
de Richard, que era la que ocupaba Tommy. Llamé a la puerta, y Tommy gritó<br />
"¡Adelante". Estaba postrado en el suelo, todavía vestido con su traje gris. Había<br />
prometido orar y lo estaba cumpliendo. "Demos", me dijo, "¡dime lo que oíste! Jamás en mi<br />
vida he sentido el poder de Dios como lo he sentido esta noche. Ola tras ola fluyeron a<br />
través de la casa".<br />
No nos acostamos en toda la noche. A la hora en que yo terminaba de explicarle a<br />
Tommy mi visión, ya era hora de tomar el carro y dirigirnos a la Cafetería Clifton,<br />
Cuando llegamos al lugar, dos hombres ya estaban allí esperándonos. Uno de ellos<br />
era Miner Arganbright. ¡Cuánto me sorprendí al verlo!. El otro era un hombre cuyo rostro<br />
me resultaba solo vagamente familiar. Tengo algo para ti, Demos, dijo Miner. Metió la<br />
mano en el bolsillo y sacó de él un sobre. Su carta de renuncia, no había duda. ¡Qué<br />
lástima!. Ahora precisamente que yo...<br />
Pero no era una carta, era un cheque. Mis ojos pasaron sobre las palabras orden de<br />
pago a "Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo"<br />
"¡Mil dólares!, le dije. ¡Pero Miner, la semana pasada no dabas cinco centavos por el<br />
grupo!"<br />
"La semana pasada era la semana pasada". dijo Miner, Demos; esta mañana me<br />
desperté temprano y escuché una voz. Era la voz de Dios, y sé muy bien que era Su voz.<br />
Y me dijo: "Este grupo va a marchar por todo el mundo y tú tienes que ser el primero<br />
en dar dinero."<br />
Todavía estaba escuchándole cuando se acercó el otro hombre. "Señor<br />
Shakarian", dijo, "mi nombre es Thomas Nickel. Algo me sucedió anoche y pienso que<br />
le va a interesar".<br />
Acerqué mi bandeja a la de él, eche sal a los huevos de mi desayuno mientras el<br />
señor Nickel relataba que él también había recibido un mensaje del Señor en medio<br />
de la noche. Había estado trabajando hasta muy tarde en su imprenta de<br />
Watsonville, California, cerca de San Francisco; porque al haber caído la Navidad a<br />
mitad de la semana se había atrasado el trabajo. De pronto dijo, escuché al<br />
Espíritu Santo decirme claramente "Toma el coche y dirígete a Los Ángeles a la<br />
reunión del sábado por la mañana, al grupo al que acudiste una vez".<br />
Había consultado su reloj, apenas era media noche; la misma hora en que yo<br />
me dirigí a la sala para orar.<br />
Nickel argumentaba sobre esa voz que insistía en su interior, por que<br />
Watsonville está a seiscientos cuarenta kilómetros al norte de Los Ángeles, tendría<br />
que conducir durante toda la noche para llegar. Pero la voz siguió adelante:<br />
"Debes ir a la reunión". Tuvo que dejar un mensaje en la Escuela Cristiana Monte<br />
Vista, en donde era maestro, en el que decía que partía hacia el sur.<br />
"Y aquí estoy, concluyó Nickel, para ofrecerle mi imprenta y mis servicios."<br />
Rose, Miner y Tommy escuchaban atentamente. "¿Su imprenta?" Pregunto<br />
Tommy.<br />
"Sí para sacar una revista", dijo Nickel.. Ve, lo que el Espíritu me dijo fue: "la<br />
Fraternidad tiene que ir. por todo el mundo. Pero no puede comenzar sin una voz."<br />
Voz... repitió Rose. La Voz de los Hombres de Negocios...<br />
La reunión de esa mañana no fue muy larga, pero sí fue la más alegre que<br />
jamás habíamos tenido. Antes de que se terminase ya habíamos nombrado a<br />
Thomas R. Nickel, director y editor de una nueva revista que saldría con el nombre<br />
de La Voz de los Hombres de Negocios del Evangelio Completo.<br />
Piensa solamente, le dije a Rose esa misma noche mientras nos metíamos en<br />
el lecho, que anoche a esta misma hora la Fraternidad estaba acabada. Ahora<br />
tenemos una tesorería con mil dólares. y una revista. ¡Me muero de impaciencia<br />
por ver lo que el Señor hará próximamente!.<br />
CAPÍTULO 9<br />
Los pies sobre la mesa<br />
¡La respuesta no se hizo esperar mucho. Poco después de Año Nuevo recibí una<br />
llamada telefónica de Sioux Falis, Dakota del Sur. Era Tommy Hicks que llamaba desde<br />
detrás de la cortina del auditorio donde había hablado.<br />
Demos, me dijo, yo creo que ya tienes el capítulo número dos. Esa noche, él había<br />
contado la historia de la Fraternidad y la visión. Al fina! de su plática un miembro del<br />
auditorio se puso de pie y preguntó, por qué no se podía tener un grupo como ése aquí en<br />
Sioux Falls.<br />
Por su puesto que se puede, le respondí, y pregunté que si había alguno interesado<br />
que pasase al frente, y Demos, parecía como si toda la sala se hubiera venido al frente "Ya<br />
tenéis aquí mismo el Grupo Número Dos aquí en Dakota del Sur".<br />
Esto fue solo el principio. Por todas partes donde estuvo Tommy aquel año y habló de<br />
la Fraternidad, dejó una huella de hombres entusiasmados detrás de él y para el verano de<br />
1953 teníamos ya nueve capítulos y estábamos planeando una Convención Nacional en<br />
octubre, exactamente dos años después de la primera reunión en la Cafetería Clifton.<br />
Seiscientas personas salieron ese fin de semana de otoño hacia el Hotel Clark, en<br />
Los Ángeles hoy, cuando para una convención se congregan veinte mil personas, ese<br />
primer encuentro nacional parece en verdad pequeño. Pero para nosotros fue enorme, así<br />
también fue enorme nuestro entusiasmo.<br />
Hubo, por ejemplo, la cuestión del presupuesto. Ahora teníamos un empleado a<br />
tiempo completo, Floyd Highfields, que respondía a las preguntas de los hombres de<br />
todo el país, les ponía en contacto unos con otros, y les ayudaba a organizarse en<br />
capítulos. Uno de estos días Floyd iba a necesitar una secretaria. Ya teníamos<br />
también una revista: Tom Nickel estaba donando su tiempo y equipo, pero alguien<br />
tenía que pagar por la tinta y el papel. Ya también nos dábamos cuenta de que<br />
teníamos que imprimir más de cinco mil copias al mes para empezar. En 1954<br />
estimábamos que íbamos a necesitar alrededor de diez mil dólares para este fin.<br />
Por ello, en la última noche de la convención, uno de los oradores, Jack Coe,<br />
se puso de pie e hizo la más simple petición de dinero que he oído jamás. Jack era<br />
un hombre enorme, con una gran habilidad para ir directamente al grano.<br />
"Necesitamos diez mil dólares", dijo. "Me gustaría invitar a cien hombres de ustedes<br />
para que pasen adelante y empeñen su palabra por cien dólares cada uno". Luego se<br />
sentó.<br />
Inmediatamente los hombres comenzaron a acercarse a la mesa del orador. Jack<br />
les pidió que anotasen sus nombres y dirección en una hoja de papel. Al final de la<br />
reunión repasamos la lista de, nombres, exactamente cien hombres habían<br />
comprometido su palabra. El presupuesto se había completado hasta el último centavo.<br />
Y entretanto, las reuniones matutinas de los sábados en la Cafetería Clifton se<br />
estaban enfrentando a otra clase de problema, El primer año no lográbamos que los<br />
hombres vinieran, pero ahora no los podíamos mantener alejados.<br />
El segundo piso tenía capacidad para cuatrocientas personas sentadas y nosotros<br />
apretábamos allí de quinientas a seiscientas personas cada semana. Algunas veces<br />
aparecieron más de setecientas personas, estaban de pie junto a las paredes, apiñadas<br />
en la escalera. Pero por seis semanas consecutivas el departamento de bomberos envió<br />
a sus oficiales quienes amenazaban de que cerrarían el restaurante.<br />
Y por ésto tuvimos una reunión todos los directivos, algo temerosos, para discutir la<br />
situación, y enfrentarnos a algo sobre lo que debíamos tomar una decisión. Podíamos<br />
encontrar un lugar más amplio, el Salón de Baile del Hotel Claric, por ejemplo, y podíamos<br />
sugerir también a los hombres que habían estado viniendo a la Cafetería Clifton que<br />
formasen nuevos capítulos, más cerca de sus casas en Long Beach. Glendale, Pasadena.<br />
¿Por qué no tener en cada uno de esos lugares su propia "Cafetería Clifton", un centro de<br />
poder desde el cual la vida del Espíritu pudiera alcanzar a la comunidad?.<br />
No quiero una gran organización centralizada. Parecía ser el mensaje que nos<br />
daba el Espíritu.<br />
Por supuesto, reúnanse ocasionalmente para inspirarse y alentarse unos a otros, y<br />
así encender el brillante fuego de manera que todos lo puedan ver.<br />
Pero para sus reuniones diarias y su trabajo anual, prefiero las reuniones locales,<br />
pequeñas, sensibles a Mi. No deseo uniformidad. Yo nunca vendré a dos hombres o a<br />
dos lugares de la misma manera. Denme salidas para Mi infinita variedad.<br />
De este modo, la reunión del sábado por la mañana en la Cafetería Clifton se dividió<br />
en cuatro grupos, después en cinco y en diez. Algunos se reunían semanalmente otros<br />
cada quince días, otros cada mes, otros eligieron una noche a la semana. Cuando estas<br />
reuniones a su vez fueron creciendo, más de tres o cuatrocientas personas en una sola<br />
reunión, también a su vez, fueron formando grupos, hasta el presente que hay<br />
cuarenta y dos capítulos en el área de Los Ángeles, cada uno con su propio estilo<br />
particular.<br />
Algunos son demostrativos, otros reservados, otros dan importancia a la enseñanza,<br />
otros dan más importancia a las sanidades, o al evangelismo, y otros al trabajo entre los<br />
jóvenes.<br />
Pero ninguno habría existido sin ese primer año de lucha, al parecer, sin esperanza.<br />
Y esta ha sido la forma en que la Fraternidad se ha extendido. El primer año para<br />
cualquiera de los capítulos parece ser el más difícil.<br />
En Minneapolis, por ejemplo, en 1955, el dueño de un restaurante invitó a trece de<br />
nosotros para ir a un banquete de inauguración del primer capítulo de Minnesota.<br />
Viajamos bajo una tempestad de nieve que había por todo el país. Volé con C. C. Ford, un<br />
constructor de Denver, en su avioneta Cessna de cuatro plazas: me sentía feliz de que<br />
nadie de la iglesia nos hubiera visto en aquel pequeño avión de un solo motor, dando<br />
volteretas en el cielo.<br />
En el aeropuerto de Minneapolis nos esperaba Clayton Sonmore. Él hizo un ligero<br />
comentario sobre la tormenta. "Nosotros estamos acostumbrados a que nieve así aquí en<br />
Minneapolis", dijo. "Esperamos la llegada de doscientos cincuenta hombres de negocios<br />
importantes esta noche".<br />
En su restaurante descubrimos por qué estaba tan confiado de tener un gran éxito:<br />
pollo frito, pan casero, pastel de manzana recién hecho, y los camareros estaban ya<br />
preparados para servir aquel menú que hacía agua la boca. Los trece responsables de la<br />
Fraternidad habíamos llegado, cosa que me daba gran alivio, a pesar del mal tiempo, y<br />
estábamos de pie comparando impresiones de nuestros viajes, mientras Sonmore daba la<br />
bienvenida a los hombres de la localidad que habían empezado a llegar.<br />
Llegaron las siete, la hora en que estaba previsto que comenzase el banquete.<br />
Veintiocho personas nos habíamos reunido en el comedor. Trece, de nosotros, y quince<br />
de ellos, contando a Clayton Sonmore, de Minneapolis.<br />
Siete y media. Veintiocho personas hambrientas miraban el bien surtido "buffet". El<br />
tiempo no deja a la gente salir de casa, sugirió alguien.<br />
Pero a través de las ventanas se podía escuchar el tráfico normal moviéndose por las<br />
calles recién limpias de la nieve.<br />
A las ocho de la noche, veintiocho de nosotros nos sentamos a cenar, menos gente<br />
que el número de mesas que habían en el gran salón. El rostro de Sonmore era digno de<br />
estudio. Sé perfectamente cómo se sentía, pero también sabía algo más. Aquí se repetía un<br />
patrón, el patrón Dios. Le hablé al desalentado dueño del restaurante de nuestra<br />
experiencia en Los Ángeles y cómo nosotros nos quedábamos muchas veces con los<br />
desayunos, así como él se había quedado con la comida hoy. Pero Dios no necesita un<br />
gran número para realizar su obra. El necesita solamente unos pocos en cada lugar. No<br />
se fije en los doscientos treinta y seis asientos vacíos, le dije, fíjese en los catorce que<br />
vinieron con estos catorce, Dios puede volver esta ciudad al revés.<br />
Acabó por ser una hermosa reunión. El orador principal fue Henry Krause, un<br />
fabricante de Hutchison, Kansas, y presidente del "Consejo Directivo de la Fraternidad",<br />
Henry se quedó de pie y miró la sala casi vacía, con tanta ansiedad como si estuviera<br />
llena. No predicó un sermón. Como todos nuestros hombres lo acostumbraban, él<br />
simplemente contó su propia historia: cómo un día, mientras estaba arando su propio<br />
campo de trigo y orando a la vez, como acostumbraba hacerlo mientras estaba sobre el<br />
tractor. Dios le mostró una nueva clase de arado.<br />
Henry Krause no tenía una mente especialmente predispuesta a la mecánica, pero<br />
en ese momento era esa máquina la que tenía frente a sus ojos, completa en todos sus<br />
detalles. Cuando regresó a su casa la dibujó y cuanto más la miraba, más se daba cuenta<br />
de que, con un arado como aquel, si funcionaba, podía arar tres veces más con el mismo<br />
tractor, en el mismo espacio de tiempo.<br />
Henry hizo luego dibujos más exactos y comenzó a llevarlos a la fábrica de tractores.<br />
Donde quiera que fue, la reacción de los técnicos era siempre la misma, este arado no<br />
podrá funcionar.<br />
Henry no era un experto ni un técnico. Pero seguro de que el diseño procedía de<br />
Dios, y sabía que Dios sí que era un experto y un maestro.<br />
Y así, en su propio granero, comenzó a construir el arado él mismo, trabajaba a<br />
martillo, hoja por hoja con deshechos de metal, y utilizaba piezas de segunda mano. Tardó<br />
muchos meses en construirlo, trabajó en una forja casera, hasta que el arado estuvo<br />
terminado, según el diseño que Dios le había mostrado. Lo conectó al tractor y salió a los<br />
campos y éste funcionó.<br />
El arado Krause se utiliza hoy en todas partes del mundo, y Henry Krause se convirtió<br />
en el dueño de una de las mayores empresas manufactureras de equipo para granja; un<br />
hombre de negocios que dedicaba la mitad de su tiempo y todo su corazón, al servicio del<br />
Señor.<br />
Una especie de fluido eléctrico llenó el salón. Cuando Henry hablaba se podía<br />
"sentir" literalmente el Espíritu caer sobre la reunión. Tres de los hombres de Minneapolis<br />
recibieron el Bautismo, mientras se hallaban sentados en la mesa, sin que nadie posase las<br />
manos sobre ellos, y sin que nadie dijera una sola oración por ellos. Todos nos reunimos<br />
alrededor de ellos, llenos de gozo cuando uno de los camareros salió con rapidez por la<br />
puerta de la cocina.<br />
"Señor Sonmore! ¿Puede venir en seguida?".<br />
Abajo en el sótano parecía ser que a uno de los hombres del mantenimiento le había<br />
entrado de repente alguna enfermedad. El camarero no sabía precisar si se trataba de un<br />
ataque al corazón o un ataque epiléptico. Varios de nosotros corrimos escaleras abajo,<br />
junto al gran horno, un grupo de hombres sostenían a un compañero para mantenerlo<br />
sentado en una silla.<br />
De pronto, empecé a reír, aquel hombre no estaba enfermo. Estaba simplemente,<br />
como decían los antiguos siervos de la Iglesia Armenia: "bajo evidencia"...<br />
"Hermano", dije, ¡Alabado sea el Señor! ¡Gracias a Él, que lo buscó, y lo halló esta<br />
noche!"<br />
El hombre abrió los ojos, estaba asustadísimo, no era para menos. Tiene que haber<br />
sido algo muy grande para sentirse preso del poder de Dios, sin previo aviso, en mitad de<br />
aquel pasillo de cemento. Aquel hombre ni siquiera se había enterado de que arriba en el<br />
restaurante se estaba celebrando una sesión de oración.<br />
Pues bien, él subió las escaleras con nosotros, y ustedes nunca han visto una<br />
conversión mas completa. Primero tenía muchas cosas de su vida que quería confesar al<br />
Señor, después no podía terminar de decirle a Dios cuánto lo amaba.<br />
El episodio fue como el veredicto de Dios en una reunión que seguro las<br />
previsiones humanas había fallado. Era como si nos hubiese dicho: no os preocupéis<br />
en cuanto al número. Yo encontraré a la gente que quiero, donde quiera que esté, yo la<br />
traeré a ustedes. Hagan su parte con fe y déjenme el resto a mí.<br />
Y eso fue lo que hicieron allí en Minneapolis. Aquel primer grupo de hombres,<br />
inclusive el mecánico de la caldera, se mantuvieron reuniéndose constante y<br />
regularmente. No vieron el menor crecimiento por espacio de seis meses, no era<br />
visible el menor impacto en relación a lo que estaban haciendo. Pero de pronto sin<br />
algún cambio aparente, los hombres comenzaron a venir: doscientos, trescientos,<br />
quinientos, mil... ¡Otra vez se repitió lo mismo que en Los Ángeles!.<br />
Se avivó tanto lo región de Minneapolis que año y medio después de la noche de<br />
la gran nevada, elegimos esa ciudad para tener allí la Convención Nacional, en el<br />
otoño de 1956 y fue en esa Convención cuando vimos por primera vez que se<br />
rompieron las barreras entre pentecostales y una de la principales iglesias<br />
denominacionales.<br />
Durante años, por supuesto, individuos de todas las denominaciones han<br />
alcanzado la plenitud del Espíritu. Y en general ellos se han enfrentado a dos<br />
opciones: permanecer en su iglesia y callar esta nueva dimensión o salirse y unirse<br />
a un grupo pentecostal. Pero, el pentecostalismo es bienvenido y fomentado en las<br />
mismas iglesias históricas.<br />
Los vimos el primer día de la Convención, sentados en la última fila del gran<br />
salón en el Leamington Hotel, como dispuesto a escapar de un momento a otro:<br />
cinco ministros luteranos. Lo que escucharon no debió parecerles muy alarmante<br />
cuando volvieron el segundo día, y se sentaron menos alejados del frente, ya más<br />
cerca. El tercer día, un miércoles, en la reunión del desayuno, estaban allí ávidos de<br />
recibir, según nos dijeron: "todo lo que Cristo tenga para nosotros”.<br />
Un grupo de nosotros miembros de la Fraternidad fue a su mesa y oró para que<br />
Jesús los llenase con su Espíritu. Después nos dieron cortésmente las gracias y<br />
partieron. Todo fue muy tranquilo, muy quieto, muy luterano y no supimos sino hasta<br />
después que nuestras oraciones habían sido escuchadas.<br />
Y ciertamente que lo fueron. Uno de los clérigos recibió el Bautismo en el Espíritu,<br />
mientras conducía hacia su casa. Otro, mientras se afeitaba al día siguiente. Un tercero<br />
estaba recordando a uno de los oradores de la Convención que decía que no era cuando<br />
nos esforzábamos y luchábamos, cuando se recibían los dones de Dios, sino cuando se<br />
estaba más tranquilo. "¿Dónde puedo descansar mejor?", pensó. Un minuto después<br />
estaba bajo una ducha de agua caliente, alabando a Dios en lenguas celestiales.<br />
Este fue el principio de una transformación que desde entonces ha alcanzado las<br />
congregaciones luteranas de costa a costa. Sin abandonar sus tradiciones, sino todo lo<br />
contrario: con un revestimiento del poder del Espíritu, pastores luteranos y laicos, han<br />
convertido las afirmaciones de su fe en una realidad, día a día.<br />
Desde entonces hemos visto el mismo poder llenando a muchas denominaciones:<br />
presbiterianas, bautistas, metodistas, católico-romanas, episcopales. Siempre, al principio,<br />
el grupo que viene por primera vez con curiosidad a nuestras reuniones, es algo hostil.<br />
Pero luego el viento del Espíritu sopla a través de todas las iglesias, a través de todas las<br />
congregaciones.<br />
Recuerdo otro hecho. Fueron solamente siete estudiantes de Notre Dame los que<br />
hablaron en lenguas aquel lunes por la noche, en marzo de 1967, en el hogar de Ray<br />
Bullard, Presidente del Capítulo de la Fraternidad en South Bend. Pero el gozo y el<br />
poder que hallaron en ese cuarto del sótano fue tal que hoy Ray es considerado<br />
por muchos como una especie de padrino espiritual del movimiento mundial<br />
pentecostal católico que surgió en Notre Dame.<br />
De nuevo, la clave se hallaba en el pequeño capítulo que se reunía regularmente<br />
algunas veces con desaliento, que oraba por South Bend esperando, como San<br />
Gregorio esperó, el tiempo perfecto de Dios.<br />
No hay un hombre capaz de ver todo el cuadro completo, sólo se ven<br />
algunos aquí y al lá. En octubre de 1974, me tocó a mi ver el fragmento de<br />
ese cuadro cuando fui a ver el fragmento de ese cuadro, cuando fuí invitado al<br />
Vaticano, para recibir un reconocimiento oficial por el papel que ha tenido la<br />
Fraternidad en lograr alcanzar a millones de católico-romanos, laicos. ¿Millones?<br />
pensé ofuscado, cuando atravesaba la línea de los coloridos guardias suizos.<br />
¿Millones?.<br />
No te preocupes por el número. Esa ha sido la palabra de Dios para nosotros<br />
desde el principio. Cuando el Espíritu está en cont rol , los números serán más<br />
de lo que cualquier hombre hayan podido conocer.<br />
Y cuando el Espíritu no está. ..<br />
Fue en 1957. cuando C.G. Ford me llevó en una visita de dos semanas a una<br />
docena de capítulos en el sur. Quedamos muy impresionados con el grupo de<br />
Houston, Texas; se reunieron alrededor de seiscientas personas para el desayuno<br />
del sábado.<br />
“No se", dijo un hombre con tono displicente, cuando algunos de nosotros nos<br />
sentamos a hablar después de la reunión, “deberíamos estar alcanzando a miles,<br />
no a cientos”.<br />
"Pero ustedes han empezado hace sólo unos pocos meses", le dije, "esto toma<br />
tiempo"...<br />
"¡No en Texas!. En Texas hacemos las cosas en grande y las hacemos a prisa, dijo,<br />
dando un salto. Un delgado, vendedor de bienes raíces, cuya perfecta carrera ratificaba<br />
sus palabras. "¡Arrendemos un salón!. ¡Alquilemos un carro con equipo de sonido.<br />
Vayamos a todas las estaciones de radio, pongamos a esta ciudad de pie!.<br />
Andy SoRelle, Presidente del Capítulo, movió la cabeza en señal de duda, pero el<br />
otro hombre no pareció notarlo. Alquilemos el Auditorio de la ciudad, que tiene capacidad<br />
para seis mil seiscientas personas. ¡Cuando la gente escuche que Demos Shakarian está<br />
en la ciudad, lo llenaremos!.<br />
Lo miré horrorizado. "¿Yo..? ¿Quien querría oírme a mi?. Yo no soy un orador.<br />
Además tengo que volver a casa para hacer las compras de heno y...<br />
Pero aquel hombre no quería argumentaciones. C. y yo seguíamos viajando por otra<br />
semana más para visitar capítulos de Louisiana y Misissippi. "Vuelva por Houston. Una<br />
semana aquí en Texas es suficiente tiempo para hablar de la Palabra.<br />
Y debido a que el amor a Dios de aquel hombre era del tamaño de Texas, yo me<br />
dejé convencer. O casi. Durante los siguientes diez días me estuve repitiendo que el<br />
avivamiento de Houston no iría bien. Si había una cosa que había aprendido durante los<br />
seis años de la Fraternidad, era que, en esa misteriosa realidad que es el Cuerpo de<br />
Cristo, cada individuo tiene su función especial. Algunos hombres han nacido para<br />
organizar, otros son ungidos predicadores, otros pueden ser consejeros. Y cuando alguno<br />
asume una función que no es la suya, no solamente hace un trabajo de baja calidad, sino<br />
que bloquea el flujo de poder hacia la persona a quien le corresponde dicha función.<br />
En cuanto a mi trabajo yo he estado seguro de cuál es, desde que las trompetas<br />
sonaron en las colinas de Hollywood. Yo soy un ayudador. Mi don es proporcionar un lugar<br />
y un tiempo, y la forma para que otros hombres brillen. Este no es un don menor o mayor<br />
que los de los otros. Es simplemente mi don.<br />
Pero mi nombre en las luces de un auditorio!, ¡una reunión enfocada en mí!. Este<br />
era un error y cuanto más me esforzaba para preparar mi discurso, más me daba cuenta<br />
de lo errado que era esto.<br />
"¿Cual es el problema?”, me preguntó C. C. después de ver que página tras página<br />
iban a parar arrugadas al cesto de los papeles. "Pero si tú has hecho cientos de<br />
discursos".<br />
Pero no era verdad. Yo nunca di discursos. Yo simplemente me ponía de pie al frente y<br />
no sé, solamente hablaba. En tanto me limitaba a lo que estaba llamando a hacer, a<br />
presentar a otros hombres, a mostrar a la gente dónde estaban sus posibilidades, las<br />
palabras acudían. Pero al sólo pensar en miles de rostros pendientes de mí para guiarlos,<br />
me quedaba en blanco.<br />
Para cuando regresamos a Houston, yo era presa del pánico. Andy y Maxine<br />
SoRelle nos habían invitado a su casa a comer antes de la reunión, pero yo estaba<br />
demasiado excitado para comer. Aún a riesgo de ofender a su cocinera Lottie Jefferson,<br />
apenas probé los alimentos.<br />
Alrededor de las seis y cuarenta y cinco, nos dirigimos al Auditorio de la ciudad en<br />
dos carros: Lottie Jefferson, Andy y Maxine no pudo venir, C. C. y yo, y otros tres invitados<br />
a la comida. Ya desde casi dos kilómetros de distancia podíamos ver las luces del lugar<br />
que brillaban como los fuegos del juicio.<br />
Los empleados de los estacionamientos, uniformados, se acercaron para abrir<br />
las portezuelas de nuestros carros.<br />
En el vasto estacionamiento había solamente cinco automóviles más.<br />
Miramos nuestros relojes: eran las 7:15. La reunión estaba anunciada para las<br />
7:30. Nos dirigimos por una puerta lateral al inmenso auditorio, profusamente<br />
alumbrado y silencioso; nadie en el interior, salvo un guardián allá en el fondo. Fijé los<br />
reflectores en la forma como usted los quería, gritó, mirando al vendedor de bienes<br />
raíces. Bajamos lentamente en el pasillo central, las pisadas levantaban un eco<br />
cavernoso en aquel inmenso Auditorio. Los cinco carros debían pertenecer al guardia<br />
y al personal del establecimiento.<br />
Había una hilera de sillas abajo de la luz de los reflectores del escenario pero<br />
no parecía que alguien fuese a ocuparlas. Nos sentamos en siete sillas que<br />
habían cerca del frente; no llenamos ni la mitad de la hilera. Yo miré mi reloj; 7:25.<br />
De pronto, un tremendo éxtasis se apodero de mi. ¡Quizá no vendría nadie!<br />
¡Nadie en absoluto!. Quizá Dios había intervenido para protegerme contra mi propia<br />
desobediencia.<br />
"Estoy seguro de que puse la fecha correcta en las invitaciones", comenzó a<br />
decir el vendedor de bienes raíces.<br />
A las 7:30, él también comenzó a orar por que parecía que nadie vendría.<br />
¿Qué explicaciones daríamos, de una gigantesca campaña a la que nadie<br />
respondió?.<br />
Hacia las ocho, quedaba claro que Dios había hecho lo imposible. En una<br />
ciudad donde seiscientos hombres se reunían un sábado temprano por la<br />
mañana, él había dejado caer un velo de invisibilidad sobre una reunión que<br />
carecía de la bendición de Dios. El vendedor de bienes raíces, con el corazón tan<br />
grande como Texas, fue el primero en decirlo en voz alta y alabar al Señor por eso.<br />
"Pero, ahora. ¿Qué haremos?, preguntó Andy. Hemos alquilado este local tan<br />
enorme para toda la noche. ¿Tendremos una reunión de todos modos de nosotros<br />
siete?”.<br />
Tú has escrito algo, Demos, dijo C.C., pero nada pude hallar en mis bolsillos<br />
de mis páginas garabateadas.<br />
Bien, entonces, ¡yo tomaré la palabra! dijo Lottie Jefferson, ¡siempre he deseado<br />
hablar en un lugar tan hermoso como éste!.<br />
Se levantó de su silla, subió al frente del auditorio, y comenzó a hablar. Era<br />
una persona menuda, no debía pesar más de cuarenta y cinco kilos, pero cuando<br />
hablaba acerca de Jesús, su voz llenaba los 6.600 asientos de la platea. Durante<br />
treinta y cinco minutos estuvo predicando como si cada una de las sillas hubiera<br />
estado ocupada. Y tan llena estaba su voz del amor de Dios y de la verdad de cada<br />
una de sus palabras que yo sentí como las tensiones de los días anteriores Iban<br />
cediendo.<br />
Lo único que no pude entender fue su llamamiento final. Porque por supuesto<br />
los siete que componíamos su auditorio hacia ya tiempo que "habíamos entregado<br />
nuestros corazones a Jesús”. ¿Cómo nos estaba pidiendo ella que lo hiciésemos?.<br />
De todas formas, había sido una hermosa prédica que nunca olvidaría. De<br />
repente, escuché pisadas. Por allá abajo, venía el guardián, con las lágrimas que<br />
le resbalaban por las mejillas, se arrodilló frente a la plataforma y dio su corazón a<br />
Jesús.<br />
Y Lotty Jefferson, con el estilo de un evangelista acostumbrado a recibir cientos<br />
de almas para el Reino de los Cielos. puso las manos sobre la cabeza de aquel<br />
hombre y comenzó a orar por él.<br />
¿Quién sabe? Quizá no había ningún error después de todo. Quizás a aquella hora<br />
de la noche, el Auditorio de la ciudad, era el lugar que había designado el Señor para<br />
nosotros, porque allí estaba la persona que Él estaba buscando. Solo supe que había<br />
recordado una vez más que si había alguna persona que necesitaba oírlo tantas veces,<br />
era yo, que solamente es el Espíritu el que puede conducir los hombres a Jesús.<br />
Y solamente son los dones del Espíritu los que El usa para obras como ésta. A mi no me<br />
había dado el don del Evangelismo, sin embargo, yo tenía que ser un testigo, por impuesto.<br />
Cada cristiano lo es. Con la sola diferencia de que al lugar en que yo tenía que hablar de<br />
Jesús era mas bien un establo, en vez de una plataforma. Este era un sueño original que<br />
Dios me había dado después de todo: un vendedor de automóviles como Linwood Safford,<br />
en Washington, D.C. hablando de Dios a otros vendedores; un juez como Kermit Bradford, en<br />
Atlanta, Georgia, hablando a otros abogados; un lechero hablando a otros lecheros.<br />
Era una forma de hablar tan natural, que comenzaba con lenguaje común, intereses<br />
comunes...<br />
Como por ejemplo, el interés que tiene todo productor de leche, en la cría de<br />
ganado. Para nosotros es el típico más fascinante del mundo la búsqueda de un animal<br />
perfecto, que invariablemente transmitiría sus buenas características a las siguientes<br />
generaciones. Cada mes, escudriñaba en la revista de la asociación Holstein-Friesian las<br />
tablas genealógicas. Y cada vez me impresionaba más la líneas genealógica Burke, que<br />
se desarrollaba en la granja Pabst, allá por Wisconsin.<br />
Recuerdo cuando caminaba yo a través de esos impecables establos de terneros por<br />
primera vez, buscando un pequeño toro para introducir esa línea en nuestros rebaños. El<br />
primer animal que me detuve a observar costaba 25.000 dólares; muchas veces<br />
más de lo que yo podía pagar. Había animales entre ellos de dos o tres meses,<br />
que se vendían por 50.000 dólares otros de la misma edad, costaban 1.000 dólares.<br />
De pronto descubrí uno. En un corral a lo largo de la tapia sur del establo, un<br />
pequeño animal fornido, que se mantenía separado de los demás como iluminado<br />
por un rayo que estuviese brillando especialmente sobre él. Se trataba del mismo<br />
fenómeno que nunca había dejado de sorprenderme en la Fraternidad, en donde, en<br />
una habitación en la que se reunían 400 personas, siempre distinguía entre todos al<br />
que había de llamar. Ahora, este “Jovenzuelo" fornido de 90 kilos estaba junto a mí,<br />
del mismo modo.<br />
Me acerqué a su corral. Su nombre era Pabst Leader; su precio 5.000 dólares.<br />
Leí sus particulares y me gustó lo que vi, su madre tiene el grado E (excelente<br />
productora de leche) y su padre había engendrado mas de 50 vacas del grado E.<br />
Pero estos detalles no eran más que confirmaciones de lo que supe en cuanto lo vi.<br />
Me llevaré el torete Pabst Leader, le dije al encargado que me atendió.<br />
El señor SyIvester me miró con curiosidad. Los ganaderos no acostumbraban<br />
a decidirse tan rápidamente. Únicamente después de exhaustivas consultas con sus<br />
consejeros. ¿Esta seguro?, me dijo. Me gustaría mostrarle algunos animales del<br />
corral próximo, en los que el señor Pabst cree que podía interesarse.<br />
Estoy completamente seguro Señor Sylvester.<br />
Pues bien. Enjauló el animal y nos lo mandó con un cargo adicional de 350 dólares,<br />
y yo gire un cheque por 5.350 dólares a su favor. Generalmente, las diez primeras vacas<br />
descendientes de un toro, ofrecen un fiel retrato de su calidad como semental. Cada una<br />
de las diez hijas del toro Leader heredarían las cualidades superiores de su padre:<br />
aspecto, resistencia a las enfermedades y alta calidad de leche de su raza. incluso<br />
algunas de nuestras pequeñas vacas de piernas no muy esbeltas, tenían becerros que no<br />
heredaban sus propias desventajas, sino las cualidades del padre. Durante los quince años<br />
que lo tuvimos, nos dio quinientas hembras, cada una de ellas selladas con la indiscutible<br />
calidad del semental. Pabst Leader era el animal, entre un millón, con la capacidad de<br />
transmitir sus características cada vez.<br />
Entre tanto el señor Sylvester se lamentaba de que un animal que había vendido en<br />
la misma temporada por 50.000 dólares no había demostrado ser un buen semental. No<br />
valía ni cinco mil dólares, y el ternerillo que usted se llevó valía el doble de 50.000 dólares.<br />
Esta no fue una experiencia aislada. Cada uno de los toros que compramos a la<br />
ganadería Pabst, demostró ser una inversión de primer orden, ¡no podía evitarlo!.<br />
Recuerdo el día en que el señor Sylvester se inclinaba a través de la mesa del<br />
comedor, y me decía sería y solemnemente "Vamos Shakarían. ¿no me diga que elige así,<br />
en el acto como pretende?. Usted tiene un consejero ¿no es así?. ¿Es alguien que viaja<br />
antes que ustedes, y le recomienda qué animales comprar?".<br />
"Pues bien, señor Sylvester, en cierto modo, así es"<br />
Me lanzó una mirada triunfante a través de la mesa. "¡Lo sabía! ¿quién es? ¡vamos...!<br />
¡no le vamos a aumentar el precio por que sepamos que alguien le aconseja!"<br />
"¿Quiere decir que usted no sabe quien es mi "consejero”?”.<br />
"¡Por supuesto que no! pasan docenas de corredores y compradores, todos a la vez.<br />
Su hombre evidentemente es muy astuto".<br />
"¿Sabe más de animales que todo los que estamos en esta habitación juntos?".<br />
"¿Un viejo zorro, verdad?"<br />
“El ha estado en el negocio de animales más que nadie." "¿Especializado en<br />
Holstein, no es así?"<br />
"Oh, absolutamente"<br />
Por supuesto que me mantuve así, tanto como pude. A la hora que di el nombre de<br />
mi consejero no tuve nunca un interlocutor mas desalentado. El Señor Jesús hizo estos<br />
animales, le dije. Ustedes y yo sólo podemos mirar los "pedigrees", pero El sabe lo que está<br />
en el interior del animal, y del hombre también.<br />
Esta era la forma más idónea de abrir los corazones y las mentes de esos hombres.<br />
La oportunidad de mostrar a un Dios vivo en el mundo que cada hombre conoce; de esto<br />
es de lo que trata la Fraternidad.<br />
El mundo que el hombre conoce... Recuerdo cuando nuestro capítulo de la Fraternidad<br />
en Lancaster, Pennsylvania, estaba pasando un mal rato con una comunidad de granjeros<br />
muy conservadores. La principal objeción a la Fraternidad fue de que se trataba de un<br />
movimiento de "afuera" y que nuestros problemas y necesidades eran distintas a los de<br />
ellos.<br />
Una vez que Rase y yo estuvimos en Lancaster, el Capítulo invitó a varias docenas<br />
de granjeros locales para comer juntos, y yo me puse de pie como un compañero<br />
granjero, e intenté convencerlos para que se uniesen a nuestro movimiento de compartir<br />
experiencias unos con otros.<br />
Un silencio sepulcral fue la respuesta que obtuve.<br />
Ya sabes lo que ocurre; cuando se recibe una respuesta negativa, se pierde la<br />
seguridad y todo comienza a salir mal. A la vez que mi confianza disminuía, mis gestos se<br />
ampliaban. Recuerdo que abrí los brazos, y luego hice un gesto como que los abarcaba a<br />
todos y dije: "¡La Fraternidad depende de la participación de todos nosotros!" pero lo<br />
único que mis manos alcanzaron fue la jarra de leche que estaba en el centro de la mesa.<br />
La jarra se volcó y su contenido se derramó sobre mi mejor traje y mis zapatos. Estaba<br />
tan mortificado para darme cuenta de lo que estaba haciendo, que puse un pie sobre la<br />
mesa y comencé a secarme el zapato con el mantel blanco.<br />
Escuché a Rose dar un respingo. ¡Demos! ¡Qué estás haciendo!.<br />
Y mirando hacia la mesa, me di cuenta.<br />
Baje el pie apresuradamente. Sentí que mi rostro se ponía de color púrpura y<br />
hubiera deseado desaparecer debajo de la mesa. "Sentí como si estuviera en el establo,<br />
amigos" y me excusé.<br />
"¿A alguno de ustedes le ha pasado, estar ordeñando una vaca y que ésta, de una<br />
patada le haya echado encima todo el cubo de leche?".<br />
Se escuchó una risa ahogada en alguna parte de atrás del salón y luego, de<br />
pronto, una general explosión de risa. No se escuchó otra cosa que carcajadas por<br />
algunos minutos, y la reunión se transformó.. Los viejos granjeros se pusieron de pie y<br />
contaron como Dios les había ayudado a través de las tempestades de nieve invernales.<br />
Y al finalizar la noche, el Capítulo de Lancaster contaba ya con muchos nuevos<br />
miembros.<br />
"¿Sabes lo que nos hizo cambiar de idea respecto a la Fraternidad?”, me dijeron los<br />
hombres después. "Fue cuando pusiste el pie sobre la mesa. Comprendimos que<br />
realmente eras un granjero, como nosotros...".<br />
CAPÍTULO 10<br />
El mundo comienza a girar<br />
En 1956 iniciamos nuestro Capítulo canadiense en Toronto y, desde entonces la<br />
palabra "Internacional" de nuestro título comenzó a tener más sentido. Con todo Canadá y<br />
los Estados Unidos no son más que una tajada pequeña en comparación con la superficie<br />
terrestre. Comencé a pensar en el globo que había visto girando ante mí la noche de<br />
1952. Millones de hombres de todos los continentes con la vista hacia arriba, vivos con<br />
amor, esperanza la llegada de su Señor.<br />
La década de los cincuenta ya se estaba terminando, y no veía que ésta sucediera<br />
luego cuando llegó la oportunidad, estuve a punto de pasarla por alto.<br />
La invitación llegó en diciembre de 1959 a través de CABE. La fraternidad había<br />
enviado ayuda a las víctimas del hambre en la República de Haití. Ahora llegaba una<br />
invitación del presidente Francois Duvalier para que mantuviésemos una campaña de tres<br />
semanas de reuniones en su país.<br />
Todo lo que se de Duvalier, le dije, años del grupo de la Cafetería Clifton, es que se<br />
trata de uno de los dictadores más sanguinarios de todo el mundo. Tortura, policía secreta,<br />
cada cual ha oído una historia diferente de "Papá Doc". Acudir a esa Invitación sería<br />
como admitir que estábamos de acuerdo con su sistema.<br />
Y fue Rose quien lanzó el reto. ¿En tu visión, Demos, hay algunas partes del mundo<br />
afuera, por causa de sus gobiernos?. Intenté recordar. No, todos los continentes, todas<br />
las islas llenas de gente, hombro con hombro, sin vida y sin esperanza la primera<br />
vez, y gozosamente vivas la segunda.<br />
"Las divisiones políticas no entraban para nada".<br />
"Entonces no creo que debieran existir divisiones ahora. En cuanto peor es un<br />
sistema político, más necesita la gente confiar en el Espíritu.<br />
Y, por supuesto, Rose tenía razón. Así es que en febrero de 1960, veinticinco<br />
hombres de la Fraternidad tomamos un avión con dirección a Haití. No sabíamos<br />
entonces que este primer vuelo marcaría el rumbo para los siguientes quince años.<br />
Sólo sabíamos que cada uno de nosotros en alguna forma completó sus pasajes<br />
para Haití y cambió sus vacaciones para el invierno. ¡Y mi esposa contaba con un<br />
viaje en el verano!. Y partimos respaldados cada uno por las oraciones de nuestros<br />
respectivos capítulos.<br />
Apenas sí había aterrizado el avión en el aeropuerto de Puerto Príncipe,<br />
cuando se abrieron las puertas delanteras y entró un grupo de oficiales del ejército<br />
con uniformes muy adornados y llenos de medallas. ¿,Está aquí el doctor<br />
Shakarian?, dijo uno del grupo que aparentemente era el interprete.<br />
"Yo soy Demos Shakarian, pero soy solamente un lechero, no..." Bienvenido a<br />
Haití doctor Shakarian. Sus maletas serán llevadas al hotel. Usted venga con<br />
nosotros, tenga la bondad.<br />
Salimos del avión ante las extrañas miradas de los demás pasajeros, y<br />
atravesamos entre una doble fila de soldados rígidamente atentos.<br />
Una hilera de limosinas negras nos estaban esperando. Nunca pasamos por<br />
aduanas a pesar de que habíamos llenado en el avión una serie de formularios para<br />
tal propósito. Bajo doble escolta de motocicletas, atravesamos volando la ciudad<br />
hacia el Hotel Rivera. Allí el senador Arthur Bonhomme, líder de la mayoría del<br />
Senado, nos esperaba.<br />
Todo está preparado para su reunión de esta noche, me dijo en un excelente<br />
inglés.<br />
Al saber que yo era un ganadero, se ofreció a llevarme para visitar el<br />
mercado de ganado. Yo me quedaba fascinado al ver pasar a la gente Algunas<br />
personas llevaban vacas, o simplemente una cabra, y las mujeres, se<br />
balanceaban bajo una cesta de piñas, melones, incluso pollos, que llevaban sobre<br />
sus cabezas sin el menor esfuerzo. Pero para mi asombro, cuando llegamos al<br />
mercado, vi como destazaban a los animales allí mismo y los vendían<br />
inmediatamente en la misma plaza. "Es la sequía", me explicó el senador<br />
Bonhomme, “la peor de que yo recuerdo. Tenemos que sacrificarlos porque no hay<br />
bastante hierba para que coman".<br />
El Estadio Sylvio Cato, de Puerto Príncipe, tiene capacidad para unas 23.000<br />
personas y cuando nuestro grupo de veinticinco llegó aquella noche a las 7:30,<br />
estaba casi lleno. Una tarima de siete por veinte metros de largo, se había erguido<br />
en mitad de la pista para que pudiésemos hablar. Yo me hubiera sentido algo más<br />
feliz sin tantos uniformes militares en la plataforma acompañándonos. Pero el<br />
senador Bonhomme me aseguró que la presencia de generales y oficiales del<br />
gobierno, le daba más realce a la reunión a los ojos de la gente. Intentamos abrir<br />
la reunión con algunos himnos, pero pronto nos dimos cuenta que no teníamos<br />
nada en común con el público. Por ello, decidimos seguir el modelo de reuniones<br />
que solíamos tener en los capítulos de la Fraternidad, individuos dando sus<br />
testimonios personales. Una vez más el contacto inicial por medio de los hombres<br />
de negocios tuvo su efectividad, y ello demostró ser de valiosa ayuda. No<br />
asomaron diferencias políticas, teológicas o de raza, cuando los miembros de nuestro<br />
grupo hablaron a través de intérpretes acerca de experiencias comunes a todas las<br />
personas: falta de comprensión entre ambos, enfermedad en una familia. la lucha para<br />
ganarse la vida.<br />
La siguiente noche, todos los sitios del estadio estaban ocupados, y había miles de<br />
personas sentadas sobre la hierba de la cancha. La tercera noche, el senador Bonhomme<br />
estimó que había una multitud de unas treinta y cinco mil personas...<br />
Sin embargo ninguno de ellos había venido para orar. El problema comenzó cuando<br />
Earl Prickett estaba hablando. Earl posee un negocio de mantenimiento de tanques<br />
industriales y de control de contaminación ambiental en Nueva Jersey, pero la historia que<br />
contó aquella noche fue su batalla personal contra el alcohol. Debió haber sido muy buena<br />
para ese auditorio, por que el senador Bonhomme nos había dicho que el alcoholismo era<br />
el mayor problema de la isla.<br />
Earl describió cómo había comenzado a beber con sus clientes por que "perderás el<br />
negocio si no lo haces así". Sin embargo Earl era una de esas personas que no pueden<br />
parar de beber. Su esposa lo abandono; el doctor le dijo que estaba minando su vida,<br />
pero con todo y eso fue incapaz de dominar su hábito.<br />
El rumor en el estadio fue en aumento de tal forma que la voz de Earl apenas podía<br />
oírse. "Como resultado, mi hígado y mis riñones estaban tan dañados", dijo, "que el<br />
médico me dió sólo seis meses de vida". Y en ese momento él hizo memoria que un<br />
amigo lo había invitado a las reuniones de la Fraternidad en el Hotel Broadwood de<br />
Philadelphia. "Fue en ese mismo hotel donde el miércoles anterior por la noche, el<br />
cantinero me había dicho que me saliera y que nunca más me asomara por allí".<br />
Me incliné hacia adelante, para escuchar más detenidamente el creciente rumor que<br />
se escuchaba. Yo había estado en ese desayuno y creo que nunca olvidaré a Earl que<br />
vestía un inmaculado traje blanco, tendido en el suelo, pidiendo la gracia de Dios.<br />
Uno de los interpretes se inclinó hacia mí. ¿Ve usted a esos hombres, doctor<br />
Shakarian?.<br />
Miré hacia donde me señalaba, y fue cuando me fije por primera vez, una fila de<br />
hombres vestidos con túnicas rojas y capuchas del mismo color. Había por lo menos<br />
trescientos de ellos, y marchaban lentamente alrededor de la marca de ceniza que<br />
rodeaba el terreno de juegos, un número indefinido de gentes en traje de calle los seguía.<br />
"Sacerdotes vudú, me dijo el interprete. Están intentando acabar con la reunión".<br />
Ahora pude distinguir claramente un canto muy agudo que se elevaba sobre el<br />
murmullo de la gente. Centenares de personas estaban preparándose para sumarse a la<br />
procesión.<br />
El General que estaba a mi derecha vociferó una orden, y soldados que estaban<br />
detrás de él, bajaron inmediatamente de la plataforma.<br />
¿Qué es lo que ha dicho?, le pregunté al interprete.<br />
Ha ordenado a las tropas que estén alertas. Ellos pueden manejarlos.<br />
¡No.! ¡No deben hacerlo!, me volví hacia el General. ¡No. Llame a los soldados, por<br />
favor!.<br />
A través del interprete, el General le explicó. "Si no los paramos, le diré lo que va a<br />
ocurrir. Comenzarán a formar un círculo hasta que hayan conseguido que se les una<br />
bastante gente, y se pondrán a gritar todos juntos. Y... ¡se acabó su reunión de esta noche!.<br />
Miré al Senador Bohnomme en busca de ayuda, pero aquél se encogió de hombros. “No<br />
se qué mas podemos hacer, conocí al Senador y sabía que no estaba pensando solamente<br />
en la gente del estadio, sino en los centenares de miles de radioescuchas de los pueblos<br />
y las veredas de las montañas de toda la isla. Habíamos visto algunos de estos caseríos<br />
cuando viajábamos en automóvil por las montañas aquella misma tarde, un altavoz<br />
colgado de un árbol o en el frente de una casa era el único entretenimiento público en sus<br />
largas y oscuras noches".<br />
Earl intentaba describir el milagroso cambio que su vida había experimentado aquel<br />
sábado por la mañana; la reconciliación con su esposa, la sanidad médicamente<br />
Imposible" de su cuerpo, pero de nada sirvió. Se detuvo entonces y me miró en busca de<br />
instrucciones. La línea serpenteante que seguía a los sacerdotes encapuchados, estaba<br />
ahora formada por más de un centenar de personas, y seguía creciendo minuto a minuto.<br />
Pero... ¿si usábamos los método que utilizaba el hombre fuerte de Haití, para proteger la<br />
reunión, ¿no estaríamos desvirtuando lo que habíamos venido a hacer?. Estábamos allí<br />
para demostrar el poder de Dios, no el poder de las pistolas.<br />
Por favor, General, le rogué. Espere. Hay un mejor modo".<br />
Pero cuando los veinticinco de la Fraternidad nos reunimos en la parte posterior de la<br />
plataforma, me hubiera gustado saber de que se trataba. Ante aquellos miles de personas<br />
que nos estaban contemplando para ver qué haríamos, formamos un círculo, con las<br />
manos entrelazadas por los hombros, y empezamos a orar.<br />
Al cabo de un rato abrí los ojos y eché una ojeada al estadio. La situación empeoraba<br />
por momentos. Ahora debía haber como dos mil marchando y habían comenzado a batir<br />
las palmas. La multitud, contagiada, comenzaba también a batir las palmas en sus sillas, y<br />
balanceaban rítmicamente el cuerpo hacia adelante y hacia atrás, en forma vibrante,<br />
horrible, y se inició un grito general.<br />
Voy a hacer que los paren, dijo el General. No, le dije, todavía, no.<br />
Incliné la cabeza de nuevo. ¡Señor, es tu hora! Señor, salva tu reunión!.<br />
Desde alguna parte de atrás de las graderías se oyó un fuerte grito. Me di vuelta<br />
totalmente, alguien había sido acuchillado. Entonces, todos vimos a un hombre y a una<br />
mujer que traían apuradamente a un niño en sus brazos, y venían hacia la plataforma.<br />
En la otra parte del campo, la marcha se había convertido en una danza rítmica. La<br />
pareja subió a la plataforma. Y de repente, el Senador Bonhomme cruzó a grandes trancos<br />
hacia la parte de atrás de la plataforma y se agachó sobre la pareja.<br />
En otro minuto estaba de vuelta, sostenía en sus brazos a un niño delgado de unos<br />
ocho a nueve años, que miraba asombrado con sus ojos cafés, hundidos.<br />
¡Este chico!, dijo. ¡Lo conozco es de mi barrio, conozco a su familia de toda la vida!.<br />
Nos miraba a todos detenidamente, uno por uno, temblando de emoción. ¡Puede ver!.<br />
Esto sucedió mientras usted hablaba, le dijo a Earl. ¡Sus ojos se abrieron, y ahora ve!.<br />
Yo aún no comprendía. ¿Quiere decir que era ciego?, dije.<br />
¡Ciego de nacimiento!, respondió el Senador, y se dirigió a mí exasperado. Ciego<br />
toda su vida, hasta este momento.<br />
Sosteniendo todavía el chiquillo en sus brazos, casi corrió con él hacia el<br />
micrófono. Al principio no logró hacerse escuchar con todo aquel cantar y batir de<br />
palmas. Pero, gradualmente, viendo que la alta y familiar figura del Senador estaba<br />
delante del micrófono, con un niño en brazos, algunas de las personas<br />
comenzaron a quedarse quietas. El traductor parecía estar demasiado<br />
impresionado con lo que estaba sucediendo, para traducirnos ni una sola palabra de<br />
lo que el Senador decía a la multitud. Pero al poco rato comenzamos a notar un<br />
cambio en los ánimos de la multitud del estadio. A pesar de que la marcha<br />
continuaba, el ruido se estaba aquietando definitivamente. Los aplausos se<br />
escucharon más esporádicamente. Ahora, todos los ojos estaban clavados en el<br />
Senador.<br />
Una reacción eléctrica pareció barrer las graderías: aquí y allá veía manos que<br />
se alzaban al cielo. Al final, incluso, los sacerdotes vestidos de rojo, dejaron su<br />
canto y permanecieron de pie entre la multitud, confundidos.<br />
El muchachito, que era el centro de acciones de gracias, estaba mirando<br />
solamente al Senador, luchando un poco por salirse de sus brazos. Qué fue lo que<br />
vio por primera vez, no lo sé, pero era evidente lo que miraba ahora, pues sus<br />
pupilas pasaban de un objeto a otro, eran los brillantes adornos de los generales. A<br />
menudo giraba los ojos hacia los focos que iluminaban la plataforma, los miraba<br />
fijamente. hasta que la luz le hacía guiñar los ojos.<br />
Sus padres habían subido por las escaleras laterales de la plataforma, y<br />
ahora estaban de pie, junto al Senador, El se dio la vuelta y puso el niño abajo entre<br />
los dos.<br />
Pero yo continué mirando a la multitud que estaba adorando a Dios. Hombro con<br />
hombro, con sus cabezas alzadas en señal de adoración... ¿Dónde había visto<br />
ésto antes...?. Y entonces, por supuesto, recordé...<br />
Cuando el senador se alejó del micrófono le pedí al intérprete que tomase su<br />
lugar, y que hiciera un simple llamado al altar: ¿Vendrían hacia el campo todos los<br />
que deseaban conocer al amado Jesús?. Se levantaron de sus asientos y<br />
empezaron a bajar cientos de cientos. Muchos de los que se habían unido a la<br />
marcha del "vudú” ahora corrían hacia el centro del campo. Muy pronto, la multitud se<br />
derramaba desde la base de la plataforma, por todas las direcciones. En veinte<br />
minutos cinco mil personas se reunieron allí.<br />
Al día siguiente, el estadio estuvo completamente lleno desde la media tarde;<br />
nuevamente fueron centenares de personas las que respondieron al<br />
llamamiento. Hubo más sanaciones, algunas a la vista de nuestros ojos, al pie<br />
de la plataforma, otras por todas partes entre la multitud que llenaba el estadio. La<br />
tercera noche después de que el niño ciego recobrara la vista, estimamos que la<br />
cifra de los que se habían entregado a Jesús eran unas diez mil personas.<br />
Muchos de los que pudieron acercarse hasta la plataforma confesaron sus<br />
pecados llorando y especialmente los que practicaban la hechicería y la adoración<br />
demoníaca. Muchísimas cosas trajo la gente a la plataforma y las dejó ahí. Bolsas<br />
de cabello, pedazos de madera tallada algunas bolsas conte nían huesos y<br />
plumas. Lo que me alegró más en el feo montón de cosas fue contemplar las túnicas y<br />
capuchas rojas.<br />
La penúltima reunión ya se había terminado. Estaba asomado por la ventana<br />
de mi hotel mirando hacia la bahía iluminada por la luna, demasiado exhausto y<br />
demasiado gozoso para irme a la cama Gozoso y... preocupado. ¿Qué era lo que<br />
realmente había sucedido en las reuniones?. ¿Un caso de histeria colectiva?. ¿Una<br />
reacción de la muchedumbre que podía responder el canto del "vudú" un minuto antes, y al<br />
evangelismo cristiano después? y; ¿Podría esta gente tan fácilmente cambiar de nuevo<br />
en la otra dirección?. ¿Que podrían haber conocido estos miles de personas de las<br />
realidades de Cristo en una campaña de tres semanas?. ¿Qué sería de ellos después?.<br />
Yo en teoría sabía muy bien que los dejaríamos en manos de la Divina Providencia,<br />
pero mi fe no era suficientemente fuerte como para creer que esto era suficiente.<br />
"Muéstrame, Señor que todo esto es real. Muéstrame que realmente algo diferente<br />
ha sucedido".<br />
Lo vi con toda claridad a través de la terraza la mañana siguiente. Estábamos<br />
desayunando en la amplia terraza del Hotel Rivera; nuestro grupo de la Fraternidad,<br />
el Senador Bonhomme, y otros oficiales gubernamentales, más un buen número que se<br />
había estado reuniendo con nosotros para las reuniones matinales y la oración. Yo estaba<br />
en la mesa del Senador Bonhomme junto a otros seis hombres, cuando el camarero se<br />
nos acercó sonriendo.<br />
¡Bonjour, méssieurs!, Dijo a la vez que comenzaba a llenar las tazas. Era la primera<br />
vez que le oíamos hablar. Era un muchacho de rostro taciturno que hasta el momento nos<br />
había servido en silencio absoluto. Cuando llegó hasta donde estaba el Senador<br />
Bonhomme habló de nuevo, apretando su mano libre más y más fuerte sobre su pecho.<br />
"Dice", tradujo el señor Bonhomme, dirigiéndose al resto de nosotros, "que esta<br />
mañana cuando se despertó, el gran peso que le había estado oprimiendo había<br />
desaparecido".<br />
Había acudido a la reunión de la noche anterior traduciendo el Senador. No había<br />
pasado al frente, pero cuando nosotros habíamos estado orando por los que<br />
habían venido al frente, él dijo para sí: Jesús, si Tú eres el que estos hombres dicen<br />
que eres, yo quiero seguirte.<br />
Viendo que todos los ojos de los presentes estaban posando sobre él, puso<br />
abajo la cafetera. El Senador continuó traduciendo:<br />
"Durante toda mi vida este peso me había estado oprimiendo. Eran<br />
pensamientos malos, terribles. Tenía miedo de mi mismo, temía el acostarme por<br />
miedo a los pensamientos que me acosaban. El camarero ahora estaba<br />
sollozando. El Senador interpretó sus palabras "esta mañana, cuando abrí los ojos,<br />
el peso no estaba. Era como si de pronto me sintiera más ligero, como si pudiera<br />
flotar hacia afuera de mi cama. No había ninguna opresión dentro de mí".<br />
Otra persona estaba llorando. Me volví y vi al segundo camarero; las<br />
lágrimas le resbalaban por las mejillas, también. El Senador tradujo de nuevo:<br />
"¡Yo conozco ésto ligeramente!. También yo he tenido esos pensamientos. Hace<br />
cuatro noches fui a la plataforma, cuando preguntaron quienes deseaban una nueva<br />
vida. Desde entonces he estado pensando si vendrían de nuevo los<br />
pensamientos, pero no han vuelto, ¡ahora mi mente es la de un hombre, y no la de<br />
una bestia!". Esta vez me tocó a mí el turno de frotarme los ojos, mientras musitaba:<br />
¡Señor Jesús, perdóname!. Perdóname por haber dudado que Tú eres suficientemente<br />
fuerte.<br />
Más tarde, en la misma mañana, nos llegó el mensaje de que el doctor Duvalier<br />
recibiría a tres de nosotros en el Palacio Presidencial.<br />
Una de las brillantes limosinas fue enviada para transportarnos al Palacio. Una<br />
audiencia con el Presidente acostumbra durar alrededor de cinco minutos, dijo el oficial<br />
que nos esperaba en la entrada. No sé cuándo los podrá recibir, pero aquí hay una sala<br />
donde pueden esperar.<br />
En el interior de la enorme antesala había unos cincuenta hombres que esperaban<br />
sentados con sus “attachés" a los pies. Nos sentamos dispuestos a esperar mucho rato,<br />
pero para sorpresa nuestra, la puerta del Presidente se abrió inmediatamente, y se nos<br />
invitó a entrar. No sé cómo me había imaginado antes de ver a Duvalier, cómo era un<br />
dictador. No precisamente a este hombre menudo, con enormes gafas redondas, que se<br />
levantó de detrás de su escritorio para recibimos. En un inglés fluido nos preguntó, si<br />
habíamos tenido una permanencia agradable. Hablamos acerca de las reuniones, la<br />
enorme concurrencia, la fuerza con que el "vudú" se había asentado en el país.<br />
Los cinco minutos se convirtieron en diez y los diez en veinte. Duvalier preguntó<br />
sobre las técnicas de criar ganado y la producción de leche en Estados Unidos y después<br />
de media hora dijo: "Me gustaría escucharlos aún más, pero hay gente afuera esperando".<br />
"Antes de que nos marchemos" le dije a quemarropa, "¿podemos orar por su país y<br />
por su gente, aquí, en esta oficina?".<br />
Todos nosotros inclinamos la cabeza, inclusive el doctor Duvalier y su Estado Mayor.<br />
Los tres componentes de la Fraternidad oramos en voz alta, pedimos las bendiciones del<br />
Señor para los miles de personas que habían acudido a la campaña, personalmente o que<br />
la habían seguido por radio, y por las nuevas vidas que ahora comenzaban. Luego,<br />
alguien le pidió al doctor Duvalier si tenía alguna petición especial por la que desearía que<br />
orásemos.<br />
"Lluvia", dijo sin titubear. "Pídale a Dios que nos mande lluvia".<br />
Nos miramos los unos a los otros sorprendidos, pero bajamos de nuevo nuestras<br />
cabezas. "Señor Dios que has derramado tu Espíritu sobre estos corazones sedientos,<br />
manda lluvia, te rogamos, también sobre esta tierra sedienta."<br />
La reunión final aquella noche fue la menos concurrida de toda la campaña.<br />
La razón era bastante simple. Nadie quería salir al descubierto bajo aquel aguacero<br />
tan fuerte que caía.<br />
CAPÍTULO 11<br />
La cadena de oro<br />
Era el 24 de mayo de 1975: una vez más, Rose y yo subíamos nuevamente abordo<br />
de un avión en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles.<br />
Ninguna multitud vino esta vez a despedirnos, únicamente Steve y su esposa Debra<br />
que nos trajeron. Ni el grupo de preocupados ancianos de la Iglesia Armenia, ni ningún<br />
rostro ansioso. ¿Por qué deberían haber estado?. Durante 24 años que habían<br />
transcurrido desde aquel nuestro primer vuelo. Rose y yo habíamos volado más de cuatro<br />
millones de kilómetros.<br />
Steve y yo intercambiamos palabras acerca del programa de televisión que el tenía<br />
que ir a filmar a Portland, Oregon, para la Fraternidad, mientras estábamos ausentes Rose,<br />
le dio a Debbie un último abrazo, luego marchamos a través del conducto de embarque<br />
hasta la nave aérea. Esta tarde estábamos volando hacia Honolulu en camino de Auckland<br />
donde nuestros dieciséis capítulos de Nueva Zelandia estaban patrocinando una actividad<br />
con una semana de duración que llamaban "Jesús 75”. De acuerdo con el último informe<br />
llegaron tantos miles que hubo necesidad de alquilar el Hipódromo Alexandra Park por<br />
siete noches.<br />
La comida fue servida después de despegar el avión y Rose inclinó su cabeza sobre<br />
la ventanilla para su habitual siesta en el avión. Era una buena oportunidad para que yo<br />
preparase la respuesta a la primera de las preguntas que harían miles de personas:<br />
"¿Qué es la Fraternidad?"<br />
¿Cómo podría responder a una pregunta como esa?. ¿En términos<br />
estadísticos?. Bueno, podría ser verdaderamente interesante. Tomé una hoja de<br />
papel, un lápiz y anoté.<br />
Años de existencia: 24.<br />
Número de estados en los Estados Unidos que tiene capítulos: 50.<br />
Número de países que tienen capítulos: 52. Número total de capítulos 1.650.<br />
Concurrencia aproximada mensual en la totalidad de capítulos: más de medio<br />
millón de asistentes.<br />
Tasa de crecimiento: un nuevo capítulo cada día.<br />
Sonreí recordando el sueño de mil capítulos de Oral Roberts, que una vez<br />
nos pareció imposible. Muy pronto habríamos doblado el número. Seguí escribiendo:<br />
Circulación mensual de la revista "La Voz": 800.000 copias.<br />
Estaciones de T. V. que transmiten nuestro programa "Las Buenas Nuevas:" 150.<br />
Auditorio visual: cuatro millones. Viajes aéreos: tres al año, desde 1965.<br />
Puse el lápiz sobre la bandeja. ¿Era esta la forma correcta de describir la<br />
Fraternidad?. ¿Contando cabezas, haciendo lista de actividades?. No, no era la<br />
forma.<br />
Bien, entonces. ¿qué pasa con nuestros distintos ministerios?.<br />
El de sanidad, por ejemplo. Nunca hacemos en la Fraternidad mucho énfasis en la<br />
sanidad por que tiende inmediatamente a ganarse toda la atención. Sin embargo, las<br />
sanidades se presentan siempre. Algunas veces invitamos a algún hombre dotado por el<br />
Espíritu Santo con don de sanidad para llevar a cabo algún servicio especial. Pero muy a<br />
menudo era algún miembro común y corriente que se ocupaba de negocios comunes y<br />
corrientes al que Dios usaba en un momento particular.<br />
Mi don, por ejemplo, era el de ayudar, no sanar. Sin embargo... en mayo de 1961 la<br />
Fraternidad había enviado una gran delegación a la Conferencia Pentecostal Mundial, que<br />
se reunía aquel año en Jerusalén. Que impresión fue recorrer todos aquellos lugares que<br />
conocíamos tan bien a través de la "Biblia", el Monte de los Olivos, la Puerta La Hermosa,<br />
el Estanque de Siloé... casi lamentamos cuando llegó la hora de ir al auditorio. Tres mil<br />
personas asistían a las conferencias, y a Rose le pareció, y también a mí, que todos habían<br />
llegado al vestíbulo a la vez y que intentaban penetrar todos al mismo tiempo el auditorio.<br />
La conferencia fue tan popular que los delegados tuvieron que ponerse un distintivo para<br />
que les permitiesen entrar.<br />
Distinguimos a nuestro amigo Jim Brown, delegado de la Fraternidad de Parkesburg.<br />
Pennsylvania, y juntos permanecimos detrás de todos esperando que la muchedumbre<br />
comenzara a disminuir.<br />
¿De-mos Shak-arr-ian?. La voz era de una mujer, el acento, ruso o polaco. Miré en la<br />
habitación para descubrir quién me llamaba.<br />
¡Ahí está ella!.<br />
Jim señaló. Estaban caminando en dirección a nosotros un hombre y una mujer.<br />
Ella era bajita y gordita, y andaría por ahí en los cincuenta avanzados. El hombre era el<br />
individuo más terriblemente paralítico que jamás había visto. Estaba doblado formando un<br />
siete. Andaba apoyando ambas manos en un bastón y su rostro paralelo al suelo.<br />
¿Me buscaban?, Pregunté a la mujer. No podía ver el rostro del hombre.<br />
Si... Señor Shak-arr-ian. Este hombre necesita ayuda. Explicó ella que lo había<br />
encontrado en un refugio en las afueras de la ciudad. Él le había pedido que ella lo<br />
llevase hasta el auditorio porque había oído decir que Jesús sanaba a la gente allí. Cuando<br />
supieron que todos los asientos estaban ocupados, alguien les había sugerido que<br />
hablasen conmigo.<br />
Mi corazón se dolió al contemplar aquel hombrecillo cubierto de andrajos. Ambos, la<br />
mujer y el hombre eran judíos. Sólo tenía que acordarme de los judíos que habían en la<br />
Fraternidad: hombres como David Rothschild, Presidente de nuestro capítulo de Beverly<br />
Hills, para recordar que Jesús tenía un especial amor por Su "pueblo elegido". ¿Pero, qué<br />
podía hacer yo ahora?. Yo no tenía una influencia especial en aquella reunión.<br />
Y de pronto se me ocurrió una idea. ¿Supongamos que yo le diera a este hombre<br />
mis credenciales para la tarde?. Jim Brown era uno de los oradores de hoy pero yo...<br />
Venga, le dije desabrochándose el distintivo que yo llevaba en la solapa, con ésto usted<br />
podrá entrar.<br />
Me arrodillé en el piso del vestíbulo y me eché hacia atrás, intentando alcanzar la<br />
solapa de la chaqueta del hombrecillo. Al final le aseguré la insignia y estaba a punto de<br />
ponerme de pie cuando escuché una inconfundible voz:<br />
No Demos, no dejes a este hombre. Tienes que orar por su sanidad aquí mismo.<br />
Me sentí turbado, ¿Aquí?. ¿Ahora?. ¿Con el vestíbulo lleno de poderosos<br />
líderes pentecostales de todo el mundo?. Le eché una mirada a Jim Brown, Jim tenía<br />
mucha más experiencia en sanidades que yo, y él...<br />
Tú, Demos, aquí mismo.<br />
Y, así todavía de rodillas, le hablé al oído al hombre: "¿Señor, me permite que ore por<br />
usted ahora mismo?".<br />
Como respuesta el hombrecillo, apoyó su cabeza sobre el bastón y cerró los ojos.<br />
Querido Jesús, oré. Te damos gracias por que Tú hiciste que el cojo saltase de alegría en<br />
estas mismas colinas. Hoy. Señor, otro hombre cojo viene hacia Ti, es uno de tus<br />
escogidos.<br />
Las lágrimas saltaron sobre las nudosas articulaciones y cayeron al suelo. Se<br />
empezó a formar un grupo a nuestro alrededor.<br />
¡En el nombre de Jesucristo, le dije, ponte derecho!. Escuché un chasquido.<br />
Al principio me asuste temiendo que aquel frágil hombrecillo se hubiese roto algún<br />
hueso. Pero el gemido que salía de él, en el momento que levantaba su cabeza y su<br />
espalda unos centímetros, fue de alivio, y no de dolor. Por tal esfuerzo los músculos de<br />
su garganta se cambiaron, se estiró otros centímetros. Hubo otro chasquido. De nuevo él<br />
luchaba como si estuviese atado por invisibles cadenas. Se hacía más alto.<br />
Por si alguno de los que estaban en el vestíbulo no se hubieran dado cuenta de lo<br />
que estaba sucediendo, los gritos de la mujer hicieron volver todas las cabezas hacia<br />
nosotros:<br />
¡Un milagro!. Siguió llorando. ¡Esto es un mi-la-gro!.<br />
El hombrecillo se estiró los últimos centímetros y me miró triunfante a la cara. De<br />
todas partes llegaron coros de gozo y de acción de gracias, en docenas de diferentes<br />
lenguas.<br />
También yo me puse de pie. ¡Me acerqué y tomé el bastón de aquél hombre!. ¡Sólo<br />
con el poder de Dios!, le dije. Y bastante seguro, arrastrando un poco los pies al principio,<br />
comenzó a andar hacia adelante y hacia atrás, con la columna vertebral derecha, y los<br />
hombros rectos.<br />
En lugar del material que había preparado para aquella noche, Jim Brown contó la<br />
historia que había sucedido en el vestíbulo. Ahora no hubo ningún problema para que la<br />
pareja pudiese entrar, y se hallaron sillas para ellos, y también para nosotros, en la<br />
primera fila. Cada tanto, mientras Jim hablaba, el hombrecillo saltaba de su silla.<br />
¡Ese soy yo! gritaba. ¡Ese soy yo!.<br />
Y se ponía a saltar y a danzar y a hacer piruetas hacia arriba y abajo de la sala,<br />
hasta que llegué a temer que llegase a casa curvado de nuevo a causa de tanto ejercicio.<br />
Si, yo podría contar esa historia en Alexandra Park, a pesar de que ahora no fuera<br />
capaz de contarla como lo hiciera entonces. A diferencia de los hombres dotados con el<br />
especifico don de sanidad, yo no había buscado la experiencia, yo no había pasado horas<br />
y días ayunando y preparándome. Ni dejé el extraño poder permanecer en mi más que por<br />
esos escasos momentos, aún cuando la gente necesitada vino hacia mi durante el resto<br />
de la conferencia.<br />
Lo mejor que fui capaz de decirle a la gente de Auckland fue que la sanidad es una<br />
de las funciones normales del Cuerpo de Cristo y que, cualquier miembro puede llevarla a<br />
cabo. Cuando llega este llamado, la clave parece ser la obediencia.<br />
Mire a Rose con sentimiento de culpa, me acurruqué bajo la manta del avión y recordé<br />
cierta noche en Downey.<br />
Nos habíamos metido en la cama, ya era media noche, tiempo de apagar las luces.<br />
Pero por alguna razón Rose se sentía inquieta. Terminó por levantarse, ir hacia la<br />
ventana, volver junto a la cama y se sentó a la orilla. Yo estaba desconcertado;<br />
generalmente me paso la noche despierto y Rose es de las personas que no tarda en<br />
dormirse. ¿Qué pasa, querida?.<br />
Voy a telefonear a Vivían Fuller.<br />
¡Vivían Fuller!. Los Fuller vivían al sur de Nueva Jersey. Herb Fuller era el presidente<br />
de nuestros capítulos de Filadelfia, y creo recordar que la última vez que estuvimos allá, su<br />
esposa tenía dolores en un ojo. ¡pero, llamar a estas horas de la noche!.<br />
"¿Rose, tú sabes qué hora es ahora en Nueva Jersey?, ¡las tres de la mañana!".<br />
Rose suspiró "lo sé", dijo, y estuvo de acuerdo que sería mejor esperar a la mañana. Pero<br />
jamás he visto al Espíritu de Dios inquietar tanto a una persona Rose no consiguió<br />
descansar. Se levantó a cepillarse el pelo. Volvió a meterse en cama Salió a ver si la<br />
estufa se estaba apagando, regreso una vez más, y subió de nuevo para ver si la puerta<br />
estaba bien cerrada.<br />
"¡Por el amor de Dios, querida!". Acabé por decirle. "Haz esa llamada antes de que<br />
hagas un hoyo en la alfombra".<br />
Rose se abalanzó sobre el teléfono, yo me sorprendí al notar la rapidez con que le<br />
respondieron al otro lado de la línea.<br />
Rose escuchó durante unos minutos luego volviéndose hacia mi me dijo "¡Demos<br />
escucha por el otro teléfono!”.<br />
Me dirigí a la parte anterior de la habitación y tomé el auricular.<br />
"Vivían" dijo Rose, "repite a Demos lo que acabas de decirme".<br />
Sin parecer soñolienta o aburrida la señora Fuller me contó que le habían<br />
diagnosticado que su ojo padecía de glaucoma en estado avanzado, y que no respondía<br />
al tratamiento. Sabiendo que estaba quedándose ciega había intentado enfrentarse al<br />
hecho valientemente. Se pasaba las horas intentando transitar por la casa sin tropezar en<br />
los muebles. Aquella noche en particular la depresión estaba siendo insoportable. Vacía,<br />
despierta, sintiéndome abandonada de Dios, abandonada de todo el mundo.<br />
"Por favor, Señor", había orado al final. "Si me amas muéstramelo haciendo que<br />
alguien me llame, ¡ahora mismo, en mitad de la noche!".<br />
Por unos momentos solo escuchó el zumbido del teléfono a distancia.<br />
"Vivían", le dijo Rose. "Dios no solamente me dijo que te llamase sino que me dijo<br />
algo más. Me dijo que ibas a ser curada por completo".<br />
Espero que el respingo que di no fuese transmitido hasta Nueva Jersey. Pero Rose<br />
siguió hablando y recordando a Vivían todas las señales del amor de Dios que habíamos<br />
estado viviendo juntos en la Fraternidad, a través de los años. A continuación oramos los<br />
tres por la completa curación de Vivían y pedimos que toda la sanación comenzara desde<br />
aquel momento. Cuando terminamos era la 1:30 de la mañana en Downey y las 4:30 en<br />
Nueva Jersey.<br />
Algunos días después llamó Vivían. No tengo ninguna noticia concreta que darles,<br />
dijo, pero una hora después de que hablamos la otra noche, algo pareció saltar en el interior<br />
de mi cabeza; no se me ocurre ninguna otra forma de explicarlo. Al día siguiente fui al<br />
especialista. Todo lo que me dijo fue que no había empeoramiento alguno desde la última<br />
visita.<br />
Pocas semanas después recibimos una segunda llamada de Vivían: no sólo la<br />
enfermedad no había avanzado sino que sus ojos parecían estar mejorando.<br />
Pasaron meses y luego nos encontramos, con motivo de una Convención Regional<br />
en el Statier Hilton, en la ciudad de Nueva York. Yo compartí con la multitud reunida en el<br />
Salón de la reunión la historia de Vivían y cómo algunos de los mejores doctores del este le<br />
habían diagnosticado un glaucoma irreversible. "Pero ahora... " Vivían subió los escalones<br />
que la condujeron al micrófono y describió el agonizante progreso de la enfermedad, cómo<br />
cada día, se decía a sí misma, que quizás aquella sería la última vez que veía el rostro de<br />
su marido. Luego habló de cuando la depresión le llegó a su fase más aguda, cuando yacía<br />
en su cama a las tres de la mañana, orando por que alguien la llamase. Narró la historia de<br />
la llamada de Rose y las siguientes visitas al especialista y la feliz noticia de que sus ojos<br />
inexplicablemente habían comenzado a responder al mismo tratamiento que hacía tanto<br />
tiempo que le estaban aplicando. ¡Yo alabo al Señor cada día por mi maravillosa vista!.<br />
Y la obediencia de Rose continuó siendo usada. Aún cuando Vivían estaba hablando,<br />
la gente comenzó a abandonar sus asientos para acercarse a la plataforma; hasta<br />
veintisiete pacientes de glaucoma se reunieron en la plataforma. En una atmósfera<br />
cargada de fe., la entera sala oró por ellos. Seis meses después, siete de estos<br />
veintisiete, concurrieron a la convención en Washington, D.C.. No sabemos nada acerca<br />
de los otros veinte, pero cada uno de estos siete había sido curado por completo.<br />
En cada una de las convenciones se cuentan experiencias similares y algunas más<br />
asombrosas que éstas. Cáncer terminal curado al instante. Un paciente cardíaco que<br />
recibió un nuevo corazón (no sanado sino un corazón nuevo sin trazas de tubos plásticos y<br />
válvulas colocadas anteriormente por medio de cirugía). Un joven muerto por una herida de<br />
bala calibre 38, que se sentó en un hospital de Jackson Ville y pidió agua después de que el<br />
director de la Fraternidad oró por él. Otro hombre al cual un doctor de Sudáfrica le había<br />
dado por muerto, resucitó después de que un grupo de la Fraternidad oró por él y hoy<br />
llevaba con orgullo su certificado de defunción en la bolsa de su pecho. Y en cada caso los<br />
milagros se daban cuando alguien estaba dispuesto a ser obediente, sin importarle lo<br />
ridículo y lo desesperado que pudiera parecer el caso.<br />
Oh... nuestro ministerio era de alcance mundial.<br />
Los números que dió Dios a un grupo de nosotros en oración el pasado diciembre: un<br />
billón, doscientos cincuenta millones de personas que serían alcanzadas en 1975, eran<br />
tan, astronómicos, que nos parecieron irreales. Pero también, la completa era electrónica<br />
que me parecía a mi tan irreal, era precisamente ella la que en agosto estaba cubriendo<br />
las multitudes que jamás se habían oído.<br />
Por el momento el programa radial de, la Fraternidad, se transmite semanalmente en<br />
veintiuna lenguas diferentes, a través de Europa, América del Sur y Asia. En Estados<br />
Unidos, nuestro programa de televisión de media hora semanal "Las Buenas Nuevas"<br />
está entrando en su cuarto año para toda la nación, Canadá, las Bermudas, Australia y<br />
Japón.<br />
Una parte importante de esta actividad esta a cargo de nuestro hijo, Steve, ahora es<br />
nuestro productor ejecutivo. Micrófonos, discos de reloj, cintas filmadas o grabadas<br />
parecen serle tan familiares a él, como extraños a mi. Aun me estremezco cuando<br />
recuerdo mi primer día ante las cámaras. La idea del programa "Las Buenas Nuevas" era<br />
que otros nombres hablasen de sus experiencias, del mismo modo como yo lo hacía en<br />
las reuniones de la Fraternidad. Me parecía bastante sencillo, y como el tiempo en un<br />
estudio de televisión era tan caro, esperábamos filmar los trece primeros programas de<br />
media hora en una semana.<br />
Cuando entré en la cabina de sonido, vi aquellos cables y cámaras y los hombres con<br />
los cronómetros, me quedé plantado como una vaca ante un cepo que no es el suyo. Los<br />
directores del guión me ordenaban: Párese aquí. Siéntese allá. Ahora vuelva la cabeza.<br />
Cuando se encendieron las luces a las siete de la mañana, comencé a sudar; al medio día<br />
parecía como si hubiéramos estado filmando en una bañera.<br />
Lo peor de todo fue el monitor que mostraba en una pequeña caja adherida a las<br />
cámaras, las líneas de mi discurso. Yo distorsioné las palabras, le di vueltas a las frases,<br />
hasta que las pobres personas a quienes iba a entrevistar se hallaron tan confundidas<br />
como yo. Después de dos semanas de filmación, había perdido el entusiasmo por el<br />
proyecto entero y diez kilos de peso. Desesperado, me dirigí al productor de aquella<br />
original serie. Dick Mann "No usemos el guión", le supliqué "déjeme que yo solo hable a la<br />
gente".<br />
"Usted no puede hacer eso en televisión", me explicó Dick pacientemente. "El tiempo<br />
se tiene que calcular al segundo, y los camarógrafos tienen que saber de antemano<br />
cuando deben hacer determinadas tomas". Y, por supuesto, prevaleció su experiencia<br />
hasta que llegaron las pruebas. Estas mostraban a un hombre mecánico, de ojos estáticos<br />
y un rostro de madera.<br />
Las siguientes series las hicimos al estilo aficionado. Sin guión ni ensayos,<br />
solamente oramos antes de empezar, oramos durante la filmación y oramos al terminar.<br />
Me olvidé de las técnicas de producción y me concentré en el hombre que me acompañaba.<br />
Todos notamos al instante el cambio y el flujo del Espíritu de Dios en el estudio. Las<br />
cámaras dejaron de trabarse, la gente llegó a tiempo y las cuatro entrevistas de<br />
media hora formaban un perfecto equilibrio, Dick Mann no podía creerlo: cada vez que me<br />
daba la señal y decía "un minuto para entrar”, yo terminaba precisamente sesenta<br />
segundos después.<br />
Sucedieron aún cosas más difíciles de explicar. Una vez estábamos filmando en<br />
Puerto Rico. Se trataba de dieciocho historias seleccionadas por el capítulo de ese<br />
país. Teníamos que ceñirnos a un programa muy rígido por que teníamos que hacer<br />
todas las tomas con luz diurna.. . ¡Y estaba lloviendo!.<br />
Por la tarde, yo tenía que entrevistar a un hombre que había sido sanado de<br />
lepra, y estaba cayendo un regular diluvio en aquel momento. Los camarógrafos<br />
cubrieron las cámaras con papel impermeable, y nos sentamos a ver cómo caía la<br />
lluvia. Rogelio Parilla llegó, y estreché la mano que me tendía. Al principio, creí que<br />
se trataba del gozo de sus ojos que me hacía ver el día mas claro; luego me di<br />
cuenta que un rayo de sol estaba atravesando las nubes. El personal destacó las<br />
cámaras, y Rogelio y la señora que lo acompañaba como Intérprete, se colocaron<br />
frente a las cámaras.<br />
A través de Sally Olsen describió lo que había representado para él, a los<br />
nueve años, saber que era leproso. La agonía física de la enfermedad era más<br />
soportable que tener que separarse de su familia, y verse encerrado en un campo<br />
de aislamiento. Hasta entonces él nunca había visto a un leproso: ahora se veía<br />
obligado a vivir entre gente cuyo aspecto lo horrorizaba. Y lo peor estaba aún por<br />
venir. Después de pocos años él era el que estaba más desfigurado de todos<br />
ellos, cubierto de llagas malignas, de tal suerte que incluso los demás leprosos lo<br />
evitaban, y tenía que comer solo.<br />
Luego, un día, cuando tenía veintidós años, un grupo de cristianos visitó la colonia de<br />
leprosos y, por primera vez, escuchó el mensaje de Jesús. Esto transformó a Rogelio, de<br />
un hombre miserable y abatido, sin esperanzas, en un ser lleno de gozo y amor. Por aquel<br />
entonces, la enfermedad había roído sus cuerdas vocales y comenzó a pedirle a Dios que<br />
le devolviese la voz para poder decir a los demás la nueva vida que había encontrado.<br />
Un tiempo después oyó hablar de un servicio de sanación que tenían en la Iglesia<br />
Pentecostal de Río Piedras. Una indescriptible esperanza comenzó a crecer en él. Pidió a<br />
las autoridades del campamento que le diesen una autorización especial para dejar el<br />
campo, y acudió al servicio: se sentó en la pared del fondo alejado de los demás<br />
asistentes. Cuando se formó la cola de los que deseaban ser sanados esperó a que todos<br />
los demás hubiesen pasado. Y cuando lo hizo, la desesperación lo acometió. La sanidad<br />
se llevaba a cabo imponiendo las manos sobre la cabeza. Ningún hombre querría tocar a<br />
un leproso.<br />
Al fin, el altar quedó vacío, Rogelio corrió hacia adelante y se inclino, el pastor Torres<br />
bajó los peldaños, y colocó ambas manos sobre su cabeza. Luego. las puso sobre su<br />
rostro, sus hombros, su espalda, puso sus brazos a su alrededor y lo abrazó, y en aquel<br />
momento Rogelio supo que había sido senado.<br />
Esto sucedía muchas semanas antes de que los doctores pudieran creer lo que veían,<br />
que Rogelio Parilla ya no era un caso de lepra positivo. Al final, le dejaron ir, y a lo largo<br />
de veinticinco años había estado predicando por todo Puerto Rico. Dios le ha dado no<br />
solamente una hermosa voz, sino además un hermoso don para el canto. Los músicos que<br />
vinieron con él se pusieron a tono con él y Rogelio, con un airoso ritmo de calipso cantó<br />
para la gloria de Dios.<br />
La última nota moría en su garganta cuando el sol desapareció. Los músicos y los<br />
camarógrafos apenas tuvieron tiempo de poner sus equipos a cubierto cuando una fuerte<br />
lluvia volvió a caer del cielo.<br />
Luego contamos esta experiencia en la reunión del capítulo de San Juan esa noche.<br />
¿No fue maravilloso que la tormenta cesase tan a tiempo a la hora de comenzar a filmar?.<br />
Rostros perplejos se miraban una y otra vez. En ninguna parte en todo San Juan, según<br />
parecía, había cesado de llover ni tan sólo por unos minutos...<br />
Esta es la forma como preparamos los programas de la televisión por tres años; sin<br />
guiones, sin ensayos, confiando solamente en el Espíritu Santo. Los programas no serían<br />
de primera clase. Pero llevaban consigo tanta sinceridad que llegaban al corazón de la<br />
gente.<br />
Cada estación deba un número de teléfono local para que los televidentes<br />
interesados en recibir más información pudieran ponerse en contacto con alguien del<br />
capítulo más cercano. Yo tenía el número de llamadas que íbamos recibiendo y éstas<br />
provenían de toda la nación. Atientas me incline para tomar mi portafolio que estaba debajo<br />
del asiento de adelante.<br />
Ahora Rose se había despertado, y estaba mirando con curiosidad las cifras que yo<br />
había estado anotando ¿Qué significa "T. V. 13-3"? Me preguntó.<br />
Trece programas en tres días, le respondí. Es el tiempo normal que hemos dedicado<br />
a las filmaciones por ahora. Y hasta el momento no hemos tenido que repetir más que una<br />
toma dos voces.<br />
Estoy intentando saber con seguridad, le dije, cuánta gente llama después de cada<br />
programa.<br />
Yo creo, Demos, dijo Rose después de un rato, que el número de gente que llame es<br />
menos interesante que lo que suceda. Es más importante un sólo hombre y cómo cambió.<br />
Un sólo hombre, pero, ¿cuál entre los miles de historias que vamos a contar?. Dejé<br />
vagar mi mente a través del país, de Puerto Rico, hacia el este. A la costa este. Hacia el<br />
medio oeste. A través de las montañas, hacia California. Y más allá, a la parte opuesta de la<br />
nación, a Hawai. Y pensé en Harold Shirakl.<br />
Harold fue la primera persona que llamó al número de la televisión en Honolulú,<br />
después de que el programa se presentó, en septiembre de 1972. No había tenido la menor<br />
intención de sintonizarlo aquel domingo por la mañana. Lo que Harold tenía intención de<br />
hacer, era algo muy diferente.<br />
Harold había nacido en una pequeña granja donde se cultivaba café en Kona en las<br />
islas Hawai, el sexto entre dieciséis hermanos. En la mejor tradición japonesa se le había<br />
enseñado a trabajar duramente, a tener consideración de los demás y a respetar la<br />
autoridad.<br />
El padre de Harold padecía de "parkinson" y cuando estuvo ya demasiado enfermo<br />
para trabajar, los hijos mayores dejaron los estudios para poder sostener a la familia.<br />
Como ellos trabajaban horas extras cada día, Harold pudo continuar su educación, y fue el<br />
primero de la familia que se graduó en la escuela secundaria.<br />
Después de ésto, Harold trabajó para que sus hermanos menores tuviesen la misma<br />
oportunidad que él. Se levantaba cada día a las cuatro de la madrugada, se vestía a la luz<br />
de una lámpara de kerosene y caminaba varios kilómetros hasta cualquier granja cafetera<br />
que necesitase peones. Solamente cuando todos sus hubieron terminado la<br />
escuela secundaria, se pudo casar para formar su propia familia.<br />
Para entonces, Harold se había trasladado a Honolulú; trabajó primero en el muelle,<br />
descargando buques; luego, como mozo de un almacén de comestibles, finalmente, puso un<br />
negocio propio. La sana costumbre de Harold de trabajar duro le dio su recompensa; por<br />
ahí de la década de los setenta ya había conseguido ahorrar una buena suma de dinero.<br />
Pero más tarde lo perdió casi todo. Se lo quitaron suavemente, con sonrisas, los<br />
hombres en. quienes había confiado. Cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, la<br />
fe que había adquirido toda su vida, se derrumbó.<br />
Él había confiado en el esfuerzo humano y en la decencia, pero no en Dios.<br />
Nominalmente, la familia de Harold era budista, pero, como sucedía a mucha gente de las<br />
islas, creían en muchos dioses y espíritus. Uno de ellos, Odaisan, tenía una influencia<br />
particular en ellos. Había una pequeña imagen de piedra de este espíritu en el templo<br />
japonés de Kona, y la familia le consultaba casi todas sus decisiones. Cuando ese dios le<br />
concedía un favor, la imagen se podía alzar con facilidad. Cuando apenas podían mover la<br />
imagen. la respuesta era negativa.<br />
Con el pasar de los años, Harold llego a desilusionarse de estas creencias<br />
tradicionales, especialmente cuando veía la forma en que ataban a su familia. Su anciana<br />
madre, ahora viuda, vivía toda su vida aterrada por miedo a ofender a un dios o a otro.<br />
Cuando se trasladó a Honolulú. Harold se unió a la iglesia episcopal por que parecía<br />
ofrecerle la libertad de todos sus temores. Había intentado conducir a su madre a que<br />
aceptase el cristianismo también, pero ella explicó que también Jesús era uno de los<br />
dioses a quien ella oraba. Pero según ella, el principal interés de Jesús se centraba en la<br />
gente blanca. Cada una de sus imágenes y cuadros, explicaba ella, lo representaban con<br />
barba, prueba evidente de que muy poco podía interesarse por los orientales.<br />
Ahora, con la pérdida de su dinero. Harold se dirigió al pastor de su iglesia. El<br />
clérigo lo escuchó con simpatía, estuvo de acuerdo en que le habían hecho una gran<br />
injusticia. Pero no lo aconsejó que denunciase el caso al juzgado. Estas cosas<br />
pasan todos los días en el mundo de los negocios y no hay nada que podamos<br />
hacer ni tú ni yo. Intenta olvidarlo.<br />
Pero ésto fue precisamente lo que Harold no consiguió. Dejó de comer, dejó de<br />
ver a sus amigos, se sentaba solo en la sala al atardecer mientras caía la noche,<br />
sentía que el odio crecía en su interior. Honestidad, sacrificio, largas horas de<br />
trabajo, si todo ésto no lo conducía a ninguna parte, ¿cuál era la meta de la vida?.<br />
La muerte sería mil veces mejor. Los muertos podían dormir. A los muertos nadie los<br />
engaña ni les roba.<br />
Harold tenía un amigo que tenía una pistola, pero él no iba a morir solo, Antes<br />
de suicidarse, se llevaría por delante a otros dos hombres. Tres, si el pudiera<br />
hacerlo antes de que pudieran pararlo.<br />
La idea fue creciendo en su interior hasta convertirse en una obsesión, hasta<br />
convertirse en la única idea que llenaba su cerebro. Escogió el día: un domingo.<br />
Tenía que ser un domingo, porque así podría decir a sus amigos que iba de<br />
cacería. Un domingo de septiembre, tan pronto corno se abriese la estación de<br />
caza.<br />
Llegó el domingo escogido por Harold. Su esposa le pidió nuevamente que fuese a<br />
la iglesia, Harold no había vuelto a la iglesia después de su conversación con el<br />
pastor. Harold sólo movió la cabeza.<br />
“Por lo menos, pon la televisión", le suplicó ella, “Mira el partido de fútbol".<br />
Aquella extraña indiferencia a todo, la estaba alarmando.<br />
Harold hizo un movimiento de cabeza; luego miró a su esposa con expresión adusta.<br />
Ella nunca pudo sospechar lo que se proponía hacer. En absoluto. Ella presionó el botón<br />
del televisor. Se quedó mirando el partido, hasta que dejó de preocuparse, y se marchó a la<br />
iglesia. El le echó un vistazo a su reloj: las 10:35. Los juegos de la tarde ya debían haber<br />
comenzado, allá en el continente. El lo cambió al canal cuatro.<br />
Había dos hombres hablando juntos. Uno era blanco, el otro, él no estaba seguro:<br />
polinesio, probablemente (Yo me reí entre dientes al recordarlo: cuantas veces había<br />
orado al Señor por este curioso tipo de mi rostro armenio. Los judíos me tomaban por<br />
Judío, los árabes por árabe, en América Latina me hablaban en español, en el este me<br />
tomaban por indio. Y ahora, en Honolulú, me tomaban por ¡hawaiano!).<br />
En su tenso estado mental Harold no pudo seguir lo que los dos hombres estaban<br />
hablando. Estaba inclinado hacia adelante en su silla, como si aún fuera a encender el<br />
televisor, sólo miró sus rostros. Eran las personas con los rostros mas felices que él<br />
recordaba haber visto.<br />
Intentó concentrarse en las palabras, pero sus pensamientos eran un torbellino<br />
en acción. De modo que siguió mirando y mientras lo hacía una extraña paz reinó en la<br />
pequeña habitación en que se encontraba. Amor, armonía, esperanza: al mismo tiempo que<br />
pensaba en esas palabras, un sentimiento de paz y perdón parecía fluir del mismo<br />
aparato de televisión.<br />
Al final del programa apareció un número de teléfono en la pantalla. Todavía sentado<br />
sobre el asiento acojinado en su silla donde estaba desde que apareció la imagen en la<br />
pantalla, Harold repitió el número para si.<br />
Unos minutos después estaba hablando con Roy Hitchcock, miembro de<br />
nuestro capítulo de Honolulú escuchando palabras demasiado hermosas para creerlas"<br />
Jesús conoce todos los detalles de tu situación... Jesús es la respuesta... Jesús te ama".<br />
Hoy en día Harold es un líder, no solamente en su iglesia episcopal, sino también en<br />
los programas de la Fraternidad en todas las islas. Nunca recuperó su dinero, pero en la<br />
Fraternidad lo ayudaron a librarse del peso del resentimiento y de la rabia y a convertirse<br />
en una persona en victoria, No solamente él ha iniciado una refrescante renovación de si<br />
mismo, sino que ha ayudado a centenares de otras personas a renovarse.<br />
Entre las primeras personas a quienes ayudó, se encontró su anciana madre, de<br />
ochenta y un años. Al ver el cambio de su hijo, se dio cuenta de que había un poder<br />
mayor que el de los espíritu que la habían aprisionado por tanto tiempo. Ella y otros<br />
miembros de su familia hicieron un montón con las numerosas imágenes y altares que<br />
tenían en su casa y los quemaron en el patio de una iglesia. La madre de Harold murió en<br />
1973, como una serena y radiante cristiana.<br />
Experiencias como éstas eran las que me confirmaban que el papel de la televisión<br />
era decisivo en la visión que yo había tenido de un mundo que despertaba a la vida. Lo<br />
mismo sucedía con los modernos y maravillosos viajes en "jet". Hice análisis de los países<br />
adonde nuestras misiones aéreas de "buenas nuevas" nos habían llevado: Inglaterra,<br />
Suecia, Noruega, Francia, Italia, Japón, Filipinas, Vietnam, India, más de cincuenta. En la<br />
mayoría de ellos, después de semanas de reuniones y campañas, algo más importante<br />
había quedado, un capítulo local; a menudo varios, como centros de la continuación de la<br />
actividad laica.<br />
En otros países, tales como Finlandia. Estonia. Yugoslavia, sólo pudimos orar y<br />
esperar efectos a largo plazo. Pienso en la primera visita a un país comunista, y la<br />
resolución que nació en mí.<br />
Fue en Cuba, después de la toma del poder por Castro y nuestro grupo estaba<br />
hospedado en el Habana Hilton, rebautizado ahora con el nombre de Cuba Libre.<br />
Castro había hecho del hotel su cuartel general, y el lugar hervía de soldados armados,<br />
pero nunca conseguimos verlo de cerca o saber si estaba allí o no. Una mañana,<br />
alrededor de las dos de la mañana, me estaba metiendo en la cama y de pronto supe que si<br />
me vestía y bajaba al restaurante por el ascensor, me encontraría cara a cara con Fidel<br />
Castro. Había tenido ya muchas experiencias con los avisos del Espíritu Santo, para<br />
poner a cuestionar estos inexplicables chispazos de conocimiento, de modo que tan de<br />
prisa como pude, me vestí de nuevo.<br />
Rose abrió los ojos: "¿A dónde vas?". "Abajo a encontrarme con Castro ".<br />
También Rose estaba acostumbrada a estos avisos del Espíritu. "Eso es<br />
interesante", dijo, con voz soñolienta.<br />
Abajo en el restaurante, los únicos clientes era un grupo de soldados jóvenes, de<br />
quince a dieciséis años, según me pareció, sentados ante el mostrador bebiendo jugo de<br />
naranja. "Pocos años antes", me dijo el camarero, "el lugar estaría atestado de gente a<br />
estas horas: norteamericanos, me dijo pensativo. . ., del casino."<br />
Señaló con un gesto hacia arriba, en dirección a las ahora desiertas mesas de juego,<br />
del "mezzanine". "A ellos no les importaba cuánto dinero gastaban."<br />
Escribió mi orden de una copa de helados y se dirigió a la cocina con un suspiro.<br />
Cuando regresó con el helado, limpió la mesa, pareciendo contento de la oportunidad de<br />
poder hablar. El léxico español cubano era diferente de la variedad mexicana que yo había<br />
aprendido, pero nos pudimos entender sin dificultad.<br />
"Cuando el Primer Ministro Castro venga esta noche", le dije, ¿quiere decirle que soy<br />
un productor de leche de California, y que me gustaría hablar con él?.<br />
"¿Esta noche?".<br />
Preguntó extrañado el camarero. "¡Esta noche no vendrá!. Nunca viene tan tarde".<br />
Terminé mi helado. "El vendrá esta noche". El camarero me miro. "¿Alguien le dijo<br />
que él vendría?". Pensé por un minuto. "Sí", dije "alguien me lo dijo".<br />
El meneó su cabeza. "¡Imposible!", dijo "nunca viene después de las diez".<br />
Y comenzaba a parecerme que el camarero tenía razón. Pasaron otros cinco<br />
minutos, y diez más. Los jóvenes soldados se marcharon. Tomé la factura y fui a la caja<br />
para pagar mi cuenta. El cajero estaba contando el dinero cuando, de repente, se oyó el<br />
taconeo de botas en el pasillo, y a través de la puerta aparecieron dieciocho o veinte<br />
hombres con negras barbas y uniformes color verde olivo, algunos de ellos llevaban rifles,<br />
otros portaban ametralladoras americanas; en medio del grupo estaba Fidel Castro.<br />
Castro se sentó a la mesa y pidió un filete mientras los guardaespaldas se<br />
acomodaron por diversos puntos de la habitación. No viendo otro a quien vigilar me<br />
miraron a mí. Vi al camarero inclinarse y hablar con Castro. También el me miró por un<br />
momento. Luego, con el dedo, me hizo señal de que me acercase.<br />
Me senté a su derecha, consciente de las armas que me seguían por toda la<br />
habitación. Castro me hizo un sin fin de preguntas acerca de la producción de leche en<br />
California, y pareció decepcionado por que no le permití que me invitase a un filete.<br />
"Cuando yo vaya a visitarlo, dijo, me beberé cuatro litros de leche".<br />
Por toda la habitación los hombres barbudos soltaron la risa. Para alivio mío bajaron<br />
las armas, y algunos encendieron cigarrillos. Ya había conocido al líder revolucionario<br />
solamente a través de sus inacabables discursos y me sorprendió encontrar en él a una<br />
persona atenta y cuidadosa para escuchar. ¿Y qué le trae a Cuba?, me preguntó al poco<br />
rato.<br />
Le dije que un grupo de nosotros habíamos venido aquí para hacer conocer a los<br />
cubanos, de nuestros mismos campos de labor y contarles lo que el Espíritu Santo estaba<br />
haciendo en medio de gentes como ellos en otros países.<br />
De nuevo, para sorpresa mía, pareció genuinamente interesado. Me dijo que una vez<br />
había estado en el hospital en Brownsville, Texas. "Cada semana salían dos hombres en<br />
la televisión. Uno era Billy Graham y el otro Oral Roberts. A mí me parecieron hombres<br />
honestos que decían cosas honestas".<br />
Estuvimos hablando por espacio de unos treinta y cinco minutos, cuando un<br />
americano, muy enfadado y muy borracho se acercó a la mesa. “¿Alguna vez ustedes<br />
contestan cartas? preguntó. ¡Hace tres meses que estoy esperando recibir una respuesta<br />
de este llamado gobierno!".<br />
No pude entender mucho de lo que estaba diciendo pero creí comprender que era el<br />
dueño de un club nocturno que había sido cerrado por el gobierno revolucionario. Yo estaba<br />
asombrado del atrevimiento de este hombre en una habitación llena de soldados, pero él,<br />
aparentemente estaba demasiado preocupado con sus problemas para notario. "Ustedes<br />
también están perdiendo dinero". le dijo a Castro. "¡No lo olvide!. ¡Yo estaba trayendo<br />
buenos negocios para acá!".<br />
El rostro de Castro se iba tornando mas gris verdoso que su uniforme ¿Buenos<br />
negocios?, dijo éste. ¿Así lo llama usted?. ¿Juego y prostitutas?. ¿Eso era todo lo que les<br />
interesaba a ustedes en este país?".<br />
Intenté mirar a los ojos de aquel hombre, seguramente uno no podía estar tan borracho,<br />
tan ensimismado, que no advirtiese el grito en esta pregunta. ¿Te importó alguna vez?.<br />
¿Nos conociste a nosotros alguna vez?.<br />
Pero aquel hombre no oía. "¡No me enseñe moral!" dijo. Los cubanos tenían mucha<br />
parte en mis negocios ¿Por qué cada vez.?"...<br />
Castro se puso de pie, dejando la cena a medio terminar. Estaba ya a mitad de<br />
camino de la puerta seguido por sus soldados, cuando se volvió, regresó y me tendió la<br />
mano.<br />
Me alegro de que haya venido, dijo, deseo ...<br />
Su rostro todavía seguía grisáceo, y no terminó la frase. Un minuto después todos se<br />
habían marchado, el dueño del club nocturno detrás de ellos, siguiéndoles, todavía<br />
protestando, y yo me quedé solo en la mesa, miré mi reloj. Las tres y cinco.<br />
Deseo... Deseo que vengan más hombres como usted a orar, en vez de venir a<br />
Cuba a apostar.<br />
Qué habría pasado si hubiera sido así, me preguntaba, mientras el ascensor me<br />
llevaba hacia arriba. ¿Cómo sería el mundo hoy en día si los millones de viajeros<br />
americanos hubieran ido por el mundo llevando el amor de Dios a la gente que visitaban?.<br />
"¿Y si lo hicieran ahora...?".<br />
Desde aquella noche en adelante ésta fue mi plegaria, en todos los lugares en donde<br />
me he encontrado con capítulos de la Fraternidad. ¡Adelante!. ¡Llevad las buenas nuevas!.<br />
¡Viajad para Dios!. ¡Ayudad a cambiar la imagen de los viajeros que el mundo ve muy a<br />
menudo!.<br />
Y nuestros hombres han ido; han ido como personas que han recibido la confianza y<br />
la fidelidad de otros lugares y otros tiempos, y han regresado a pagar un poquito de<br />
nuestra deuda.<br />
Recordé un septiembre por la noche, en 1966, en Moscú, siete años después de mi<br />
visita a Cuba, cuando tuve la oportunidad de contarles, a dos mil doscientas personas que<br />
se habían reunido en la iglesia bautista, la historia de los pentecostales rusos que cruzaron las<br />
montañas para llegar a Armenia, en sus carromatos cubiertos. Dos mil doscientas<br />
personas se levantaron de sus asientos, y elevaron sus manos al cielo, lloraron de gozo,<br />
mientras el Espíritu de Dios, barría la reunión.<br />
Al día siguiente tuve la segunda oportunidad de grabar la misma historia para Radio<br />
Moscú: para agradecer al pueblo ruso desde el fondo de mi corazón por traernos ese<br />
indecible regalo de Dios.<br />
Bajé el respaldo de mi asiento unos centímetros y cerré los ojos. Hombres de todo el<br />
mundo que despertaban de la muerte a la vida, sí, ésto es la Fraternidad.<br />
Y ésto es lo que había visto en nuestra sala de Downey. ¿Qué más me había<br />
mostrado la visión?. Hombres volviendo a la vida, no solamente para Dios, sino para los<br />
unos con los otros. Hombres que habían estado aislados, ahora juntándose,<br />
descubriéndose unos a otros. Esto también es la Fraternidad.<br />
Para la sesión de apertura en las convenciones ahora nos gustaba pedir a los<br />
presentes que levantasen sus manos: ¿Cuántos episcopales, aquí esta noche?. ¿Cuántos<br />
presbiterianos?. ¿Cuántos bautistas?. La parte más importante para mi no era la<br />
respuesta a cada pregunta, sino que cada vez se alzaban manos por todo el salón<br />
Católicos sentados con metodistas, cuáqueros junto a adventistas del séptimo día, de<br />
modo que cuando el Espíritu desciende en las reuniones, los hermanos se abrazan a<br />
pesar de que podían pertenecer a iglesias que no se han hablado por centurias.<br />
Las razas juntándose. Las cosas están cambiando ahora, pero allá por los años<br />
cincuenta existía segregación racial en muchas partes del país. Recordé los preparativos<br />
para una convención mundial en Atlanta. Habíamos alquilado el salón de baile en un hotel<br />
del centro de la ciudad, se había reservado más de mil habitaciones para cinco noches,<br />
reservado el tiempo en una radio, impreso formularios para el registro, todos los detalles<br />
bien sincronizados, necesarios para reunir a un gran grupo de gente. Y luego, como un<br />
mes antes de la convención, el hotel descubrió que estábamos esperando, como siempre, a<br />
un buen números de hombres de negocios negros. Bueno, ellos iban a hacer un arreglo<br />
que ellos llamaban de "acomodamiento idéntico". Las reuniones podrían ser seguidas en<br />
un lujoso salón privado por medio de televisión en circuito cerrado.<br />
Tomo cerca de un millón de llamadas telefónicas para llevar la convención a Denver.<br />
Y notamos allí algo curioso. La participación de hombres de negocios negros no fue<br />
solamente grande, sino mucho más grande de lo que se esperaba. Finalmente el dueño<br />
de un almacén de ropa de Atlanta nos dio una luz sobre esto. "Mis amigos me han estado<br />
preguntando durante meses por qué yo voy a ese desayuno de oración de hombres<br />
blancos. Pero cuando ellos oyeron lo que pasó en el hotel, yo tuve que alquilar un autobús<br />
para llevar a toda la gente que quería ir conmigo". (En el verano de 1973, incidentalmente<br />
tuvimos una convención regional en el Hayatt House de Atlanta y cada noche estuvieron<br />
indistintamente juntos, 1500 personas blancas y negras.)<br />
Las diferentes generaciones se han juntado. Bajo el liderazgo de Richard y su<br />
bellísima esposa, Evangeline, había ahora un programa lleno de juventud en cada<br />
convención muchas veces en un pasillo de un hotel pasé junto a un joven con su pelo largo<br />
y a un hombre de mediana edad bien vestido, con lágrimas de reconciliación, uno llorando<br />
sobre el hombro del otro.<br />
Gente con toda clase de antecedentes juntándose. Negros y blancos reuniéndose en<br />
muchos de nuestros capítulos en Sudáfrica. Protestantes y católicos pidiéndose perdón<br />
unos a otros, abrazándose con gozo en nuestros capítulos en Belfast, Irlanda.<br />
La gente tumbando los muros que se habían levantado entre nosotros y los otros.<br />
Recuerdo a una mujer que literalmente tenía que tener un muro entre ella y el resto del<br />
mundo, antes de poderse sentir tranquila. Sarah Elías, pianista, había estudiado con<br />
Julliard, en Nueva York, y cantaba bajo la dirección de Leopold Stokowski. Viéndola tan<br />
alta, imponente, nadie hubiera creído que tenía problema alguno en su vida. De modo que<br />
cuando ella especificó "habitación simple”, en una convención regional en Indianapolis,<br />
nadie hubiera soñado en el tormentoso temor que toda su vida había sufrido, y que ahora<br />
escondía tras esta petición.<br />
Cuando llegó la ocasión de la convención, fueron necesarias todas las camas del<br />
hotel para acomodar la multitud que esperaba acudir aquel fin de semana de mayo en<br />
1972. Lo lamento, le dijo el recepcionista, hemos tenido que acomodarla en una habitación<br />
doble. El empleado revisó la lista. La otra dama es la Hermana Francis Clare, de la<br />
Escuela Hermanas de Nuestra Señora. Estoy seguro de que disfrutará de su compañía".<br />
Sarah Elías estaba segura de que no sería así. Educada por personas que le habían<br />
enseñado un tipo particular de santidad, en una pequeña ciudad al oeste de<br />
Pennsylvania; le habían enseñado a desconfiar de las monjas, en general. Pero su<br />
problema real provenía de su trágica niñez. Desde el tiempo en que su padre disparó y<br />
mató a su mamá, cuando ella era una niñita, durante sus años en un orfanato, hasta<br />
cuando la familia que la adoptó la desheredo, ella había aprendido que la gente la<br />
rechazaría. Y ella, a su vez, en donde no fuera su lugar de trabajo, rechazaba a la gente, la<br />
apartaba de su vida y levantaba un muro entre ella y el mundo.<br />
Nadie, como digo, sabía nada de ella hasta que aquel día penetró apresuradamente<br />
a la habitación que creía vacía y halló en ella a la otra mujer. Y la hermana Francis Ciare,<br />
una cristiana inteligente y amable, que tenia el ministerio especial de sanar recuerdo, pidió<br />
si podía orar por Sarah. Toda aquella amargura desapareció, y las horas que siguieron, el<br />
temor, el resentimiento y la amargura pasaron, dando paso al amor y a la aceptación de<br />
Dios.<br />
Cuando yo ví a Sarah aquella noche, su rostro estaba tan transfigurado que le pedí<br />
que pasara frente al micrófono y nos dijera qué le había sucedido. Después de eso se<br />
sentó al piano. Cuando terminó, la convención entera se puso de pie y la estuvo<br />
aplaudiendo hasta que volvió a tocar. Le dedicaron cuatro ovaciones de pie, y al final<br />
todos nosotros supimos que el mismo Espíritu había tocado el piano para nosotros<br />
aquella noche.<br />
Sarah Elías pertenecía a aquella categoría de gente a quienes la Fraternidad estaba<br />
ayudando: a mujeres de negocios y profesionales. Al principio yo estaba tan preocupado<br />
por los hombres que habían perdido interés en la vida, que no me daba cuenta de alguien<br />
más. Las mujeres, en los primeros años de la Fraternidad, y había muchas, eran<br />
generalmente las esposas de dichos hombres, cristianas ellas mismas, que buscaban la<br />
forma de alcanzar a sus maridos.<br />
Luego, a medida que la Fraternidad fue siendo más conocida, un nuevo grupo de<br />
mujeres apareció, tanto casadas como solteras, jóvenes como de más edad; eran personas<br />
que trabajaban y que como los hombres, se sentían apartadas de los programas<br />
tradicionales de las iglesias, de los círculos de costura, ventas de artículos, el café<br />
matutino, estaban tan aparte de las actividades de las profesionales: doctoras, maestras,<br />
trabajadoras de oficina, como estaban para mí. Ahora tenemos mujeres abogados,<br />
actrices, trabajadoras de fábricas que asisten a nuestras reuniones. "Vendedoras", escribí<br />
en un papel, "Enfermeras", "Periodistas".<br />
"¿Demos?"<br />
Rose me estaba codeando y yo miré hacía arriba y vi a la azafata de pie con una<br />
bandeja de bocadillos. Estaríamos en Honolulú dentro de poco; ya era cosa de una hora.<br />
"Azafatas..." añadí a las notas que tenía frente a mi. Hubo cinco o seis en la última<br />
convención. Releí las páginas manuscritas. Me había extendido por todo el mundo de mil<br />
formas diferentes, a toda clase de gente. ¿Sería este un fiel retrato de la Fraternidad?.<br />
¿Qué es lo que había dicho Rose?. Habla de un individuo lo que él había cambiado.<br />
Era cierto, pues todas las estadísticas del mundo no podían sobrepasar a la maravilla de<br />
una sola vida renovada por el Espíritu.<br />
Pero, ¿por dónde podía empezar?, ¿o detenerme?. Cuando conté la fabulosa historia<br />
de George Otis, o de Walter Black, o del General Ralph Haines, me faltó tiempo y tuve que<br />
dejar afuera la igualmente estupenda historia de Jim Watt, de Otto Kundert, o de Don<br />
Locke.<br />
Había un millón de historias ahora en la Fraternidad cada una de ellas más hermosa<br />
que la otra, cada una era única a pesar de que a la vez estuviese ligada a las demás por<br />
una cadena de oro.<br />
Cada una ligada...<br />
Por qué no explicar la historia de una tal unión, de una bella continuidad de la reacción<br />
en cadena que es la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo...<br />
Era viernes por la mañana a principios de los años sesenta, cuando recibí una<br />
llamada telefónica de un hombre joven que me dijo que nos habíamos encontrado<br />
recientemente en la convención de la Fraternidad en Oklahoma. Señor Shakarian, dijo el<br />
joven, me gustaría que pudiese hablar con mi tío. Creo que está preparado para conocer<br />
al Señor.<br />
¿Quién es su tío?.<br />
Shannon Vandruff.<br />
El nombre me sonaba vagamente familiar. ¿Dónde vive?.<br />
Me dio una dirección en una parte elegante de la ciudad de Downey.<br />
¿En qué se ocupa?, le pregunté, ligeramente nervioso.<br />
Es un constructor. ¿Ha oído hablar de las “Cinderella Homes”?. Esa es su compañía.<br />
Bueno mi primer pensamiento fue que jamás conseguiría hablar con él. Todos nosotros<br />
conocíamos "Cinderella Homes". Era una empresa muy, muy grande e importante.<br />
Pero, por lo menos, prometí que llamaría a Shannon Vandruff y al día siguiente,<br />
sábado, lo hice. Muy lejos de ser un hombre lleno de prisa. Shannon demostró ser una<br />
persona, de agradable trato. Y su sobrino tenía razón: Shannon estaba predispuesto a<br />
escuchar las buenas nuevas de Jesús. El y su esposa. Veta, nos invitaron a Rose y a mi<br />
aquella misma noche a su estupenda casa por el campo de golf. Mas adelante fue con<br />
nosotros a una convención de la Fraternidad en Phoenix, Arizona, donde ambos recibieron el<br />
bautismo en el Espíritu Santo.<br />
Ahora un nuevo hombre estaba en esta reacción en cadena. El doctor Ray Charles<br />
Jarman era el pastor de la gran iglesia de South Gate, California, donde los Vandruff<br />
habían asistido durante catorce años. Bajo la brillante dialéctica del doctor Jarman se<br />
había convertido en una institución de un millón de dólares, con asientos tapizados,<br />
gruesas alfombras, aire acondicionado, estatuas de mármol importado. El doctor Jarman<br />
tenía además un programa de radio diario que era una fuerza en la vida intelectual del sur<br />
de California.<br />
La única cosa que los Vandruff nunca le habían "escuchado" a él era predicar a<br />
Cristo. Como tantos bien educados ministros, él había cesado, hacía ya mucho tiempo de<br />
creer en la divinidad de Jesucristo, en sus milagros, y otros conceptos "pre-científicos". Pero<br />
era un pastor responsable, que deseaba dar a su congregación algo real y verdadero.<br />
Por eso, durante cincuenta años buscó esta evasiva realidad. Buscó en la ciencia<br />
religiosa, pensamiento nuevo, unidad cristiana, ciencia cristiana. Halló que su vida estaba<br />
cada vez más vacía, se volvió hacía las religiones orientales, estudio durante tres años bajo<br />
Paramahansa Yogananda, entre otras. Fue tras el rosacrucismo y, finalmente, fue tras la<br />
teosofía.<br />
En 1961, antes de que las drogas se declarasen ilegales, entró en una clínica de San<br />
Francisco donde pagó a una enfermera, a un doctor y a un psiquiatra, para que estuviese<br />
en su compañía durante su experimento de veinticuatro horas con el L.S.D. Lejos de<br />
procurarle una revelación de Dios le produjo pesadillas que le persiguieron durante<br />
muchos meses.<br />
Mientras tanto, después de su conversión Shannon Vandruff siguió una tranquila<br />
campaña para llevar a Jarman a una reunión de la Fraternidad. El erudito ministro<br />
demostró su más absoluto desinterés. Por casi cuatro años Shannon perseveró. Jarman<br />
llegaba al lugar y le disgustaba ver venir al hombre.<br />
Por fin un amigo mutuo invitó a Jarman a una velada de música cristiana y de la<br />
Fraternidad en casa de los Vandruff.<br />
Con un encogimiento de hombros, el Dr. Jarman accedió. ¿Qué tenía que perder?.<br />
Sería un experimento más.<br />
Quién sabe cómo, pero en agosto de 1965 Ray Charles Jarman llegó a casa de los<br />
Vandruff con tres personas de su iglesia. La enorme sala de los Vandruff estaba tan<br />
concurrida, que resultaba difícil hallar un lugar en ella. Jarman notó una alegría radiante en<br />
estas personas como si asistieran a un "cocktail" y ésto le llamó la atención y le molestó a<br />
la vez. Si no hubiera traído gente consigo se hubiera marchado al momento.<br />
Y mientras transcurría la velada, Jarman se sentía más y más incómodo; hubo<br />
cantos, oración: después siguieron testimonios, todo ello coronado por un "Gloria a Dios".<br />
Jarman comenzó a pensar en lo que pensarían de él sus amigos de la Universidad.<br />
En mitad de la velada la puerta frontal se abrió y allí, sostenido por dos hombres,<br />
apareció la mujer más frágil que él jamás había visto, profundos círculos rodeaban sus<br />
ojos, ropas colgaban como si no hubiese habido un cuerpo debajo de ellas.<br />
Aquella mujer era mi hermana Florence.<br />
Mientras Jarman miraba horrorizado, los dos hombres casi la transportaron a través<br />
de la sala y la depositaron en una silla. Habían pasado veinticinco años desde su<br />
accidente automovilístico. ¡Y que cuarto de siglo de servicio había sido!. A menudo, con<br />
Rose al piano o al órgano, Florence había cantado en iglesias y en reuniones de la<br />
Fraternidad por todo lo ancho y lo largo del país. Ahora, precisamente como predijo su<br />
sueño, se moría de una extraña forma de cáncer.<br />
Florence Shakarian Lalain, le dijo Shannon. ¿Te sientes con fuerzas bastantes para<br />
cantarnos algo?, Florence sonrió:<br />
Lo intentaré, dijo. Alzó ambas manos hasta su frente y la echó hacia atrás; ya no<br />
tenía suficientes fuerzas para levantar la cabeza; luego, comenzó a cantar.<br />
Ray Jarman se enfrentó cara a cara con la realidad que había estado buscando por<br />
largos años. Jarman era un fanático de la ópera, había escuchado las voces más<br />
importantes de aquellos días. Pero jamás había escuchado una voz como ésa, me dijo<br />
luego. Cuando ella estaba cantando se hubiera dicho que había un ángel en la sala.<br />
Florence pidió a los presentes que se uniesen al coro de "Que Grande eres Tú". Cuando<br />
lo hicieron, su voz se escuchaba por encima de las de los demás como un ave canora,<br />
hasta que Jarman creyó hallarse en las puertas del cielo.<br />
Aquella fue la última canción de Florence, y para el pastor Ray Charles Jarman la<br />
primera vez en su vida que lloraba en público.<br />
Pero su costumbre de intelectualizarlo todo, estaba tan arraigada en Jarman que su<br />
mente continuó resistiendo lo que su espíritu ya conocía. No fue antes de algunos meses<br />
que consiguió dar el paso que lo aterraba tanto, es decir, el salto más allá de su<br />
comprensión. En su apartamento de viudo, con Shannon.<br />
Vandruff como testigo, cayó sobre sus rodillas, una cosa que tampoco había hecho<br />
antes, y le pidió a Jesús que tomase su vida. Se puso de pie tan lleno y gozoso, como<br />
antes se había sentido, vacío y asustado.<br />
Es este el nuevo doctor Ray Jarman al que han escuchado centenares de miles de<br />
personas en las reuniones de la Fraternidad alrededor del mundo: "Estuve predicando<br />
durante cincuenta y dos años. antes de conocer a Jesús". Pero, ¿quién puede contar<br />
cuántos hombres ha alcanzado el ministerio de Ray Jarman, y cuántos hombres de estos<br />
a su vez han alcanzado a otros?. ¿Dónde termina la cadena de oro que une a cada uno de<br />
nosotros con el otro?.<br />
¿Dónde empieza?.<br />
Recordé los eslabones de esta cadena, forjados antes de que yo naciera. Magardich<br />
Mushegan lo profetizó allá en Kara Kala. "De hoy en un año tendrás un hijo. "También<br />
pensé en aquel hijo que conducía un carro de vegetales detrás de su caballo Jack. ¡Que<br />
lazo tan fuerte el que unía las vidas de los Shakarian con los Mushegan!. Fue el nieto de<br />
Magardich Harry, quien, en un domingo de 1955, recibió la visión en la iglesia Pentecostal<br />
Armenia en el Boulevard Goodrich. Había visto el santuario lleno de luces y ríos de aceite<br />
que descendían desde el cielo sobre Isaac Shakarian. En una ordenación y la única que<br />
nuestra iglesia reconocía. Y por ello, por casi diez años, papá había servido como pastor<br />
en la iglesia, sin recibir salario por supuesto, según la tradición armenia, obteniendo una<br />
licencia del estado para casar y dar sepultura, predicaba los domingos, y se ocupaba de<br />
las necesidades de la gente.<br />
Entonces un viernes por la mañana, en el otoño de 1964 Harry Mushegan tuvo otra<br />
visión. Yo estaba en el Hotel Coronado, al sur de San Diego aquella noche Era el día 6 de<br />
noviembre, al principio de los tres días de la convención regional. Nuestra hija Gerry y su<br />
esposo, Gene Scalf también estaban allí y amaban a la Fraternidad, pero como tenía dos<br />
niñas pequeñas, no podían acudir a menudo a las reuniones .Yo sabía cuantos<br />
preparativos habían tenido que hacer para poder asistir los dos; por eso me sorprendí<br />
cuando se me acercó Gerry y me dijo que teníamos que volver inmediatamente a<br />
Downey.<br />
"¡Se trata del abuelo!, dijo. ¡está... está en el hospital!".<br />
"¿En el hospital?. ¡Pero, él no está enfermo!, ¡se encontraba estupendamente<br />
cuando dejé la oficina esta tarde!".<br />
En la recepción del hospital me dijeron que papá estaba en el edificio, al otro lado de<br />
la calle. ¡Qué extraño!, pensé mientras estaba en la casa de una sola planta, por qué lo<br />
pondrían en un lugar tan obscuro y desierto. ¿Dónde estaban las enfermeras...? y de<br />
pronto me di cuenta que ese pequeño edificio era la morgue.<br />
Papá yacía en una mesa blanca y alta. No era extraño que nadie hubiese intentado<br />
avisarme. Nunca un padre y un hijo habían estado en tan íntima relación. Me quedé de<br />
pie en aquella habitación, escuchaba su voz, como lo había hecho centenares de veces,<br />
cuando a través de los años se abría la oportunidad, en alguna parte, de hablar a los<br />
hombres de Jesús: "Ve Demos. Yo me haré cargo del negocio".<br />
En nuestra casa, el doctor Donald Griggs nos estaba esperando. Tenía yo razón,<br />
papá no había estado enfermo. "Murió como lo hacían los viejos patriarcas, dijo el doctor<br />
Griggs, con todas sus fuerzas, sin enfermedad. Estaba leyendo el periódico de la<br />
tarde y se quedó dormido".<br />
Nadie aparte del doctor Griggs y la familia más inmediata sabían la noticia de modo<br />
que nos sorprendimos cuando Harry Mushegan me llamó por teléfono desde Atlanta,<br />
Georgia, donde él tenía ahora un pastoreo.<br />
"Los viejos", dijo "acabo de verlos a todos". "Mi abuelo, mi padre, todos los viejos que<br />
recuerdo desde niño, y algunos hombres con largas barbas blancas, riendo, corriendo y<br />
alzando sus brazos como si le estuviesen dando la bienvenida a alguien. Y luego vi a<br />
Isaac, corriendo hacia ellos". Se hizo una pausa en el teléfono. ¿Isaac ha muerto, no es<br />
así?. Se encendió el letrero que advertía la necesidad de abrocharse los cinturones para<br />
aterrizar y el avión, se inclino y comenzó a descender.<br />
Tu ve. Demos...<br />
Esto es lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros. ¿No es así? "Tú ve, Juan. Jaime<br />
Guillermo, María". No siempre nos dijo adónde, al principio del viaje. Yo pensé en el<br />
segundo mensaje del niño profeta recibido hacía tanto tiempo todavía sellado y sin abrir.<br />
¿Predecía una gran persecución que habría en América contra los cristianos, justo antes<br />
del retomo del Señor?. Personalmente, eso creo. Creo que el Espíritu Santo nos esta<br />
preparando para ese tiempo uniéndonos en un cuerpo, para asignarnos a cada uno una<br />
tarea que sólo Él puede hacer para el bienestar del cuerpo. A menudo me pregunto a quién<br />
se le pedirá que abra el mensaje y que lo lea para la iglesia.<br />
Pero esto no es lo importante. Lo importante es que Él nos manda a ir, a cada uno de<br />
nosotros ir con el don que Él nos ha dado. Él sabe que cuando descubramos ese don y lo<br />
usemos no importa las condiciones del mundo que nos rodea, seremos "la gente más feliz<br />
de la tierra".<br />
El avión al aterrizar hizo un pequeña sacudida y se dirigió a la terminal, Rose rebuscó<br />
bajo el asiento por nuestras cosas.<br />
¿Estás listo, Demos?, me dijo. "Estoy listo, Rose".<br />
Caminamos por el pasillo del avión juntos, preparados para emprender la próxima<br />
aventura.<br />
"¿Estás listo, Demos?".<br />
Cuando este libro se publicó por primera vez concluyó con esa pregunta que me hizo<br />
mi esposa Rose, y mi respuesta.<br />
"Estoy listo, Rose".<br />
Ninguno de los dos nos pudimos imaginar que aventuras nos esperaban,<br />
invitaciones a la Casa Blanca; presenciar la transferencia del Monte Sinaí: dirigirnos a<br />
líderes religiosos de la India: comida con Madam Soong, esposa del primer presidente de<br />
China, en su residencia: encuentros con líderes de las naciones de América Central.<br />
No teníamos idea que este libro sería traducido al alemán, holandés, francés,<br />
español, portugués, polaco, húngaro, ruso; ucraniano, armenio, árabe, sueco, danés,<br />
noruego, japonés, chino y telugu, y que bendeciría a tanta gente.<br />
No pudimos haber soñado hasta dónde llegaría el ministerio de la Fraternidad<br />
Internacional de Hombres de Negocio del Evangelio Completo, a través del trabajo de sus<br />
capítulos, convenciones, libros, revistas, grabaciones, televisión, radio y ministerios por<br />
medio de "satélites".<br />
Esta organización no lucrativa de cristianos laicos es guiada por 70 directores<br />
Internacionales y 500 directores nacionales y su membresía representa casi cada<br />
antecedente denominacional. Es el más grande ministerio laico de su tipo en el mundo,<br />
con más de un millón de hombres laicos que se reúnen regularmente cada mes o cada<br />
semana.<br />
Complementando el ministerio de las iglesias locales por medio de un llamado a los<br />
hombres de negocio a Dios, la Fraternidad hoy abarca mas de 3.500 capítulos en 134<br />
países y toca las vidas, de millones de gente a través de sus alcances a nivel mundial.<br />
La visión que Dios me reveló a mí en 1952, en la cual gente alrededor del mundo que<br />
estaba sin vida, deprimida, fue transformada en personas gozosas, unidas todas y<br />
llenadas con el amor de Jesús.<br />
Evidencia de esto es visible cuando miles de miembros y amigos de todos los<br />
continentes, muchos en ambientes culturalmente distintos, celebran convenciones<br />
anuales de la Fraternidad por todo el mundo.<br />
Dios está proporcionando el cumplimiento de este propósito por medio de más de<br />
80.000 miembros dedicados a alcanzar hombres para Cristo, tales como Sir Lionel<br />
Luckhoo, de Guyana, aclamado en el Libro de Records de Guinness como el más exitoso<br />
defensor en el mundo; como Charles M. Duke, astronauta de Apolo 16: como el famoso<br />
Rosey Grier, de la Liga Nacional de Foot Ball (NFL): y miles de profesionales y hombres<br />
de negocio de varios senderos de la vida. A través de ellos, los miserables, los solitarios,<br />
que yo observé al principio de mi visión, son ahora transformados en la Gente más Feliz<br />
de la Tierra.<br />
Demos Shakarian.<br />
EL HOMBRE SE PREGUNTA:<br />
¿Cómo puedo tener una relación personal con Dios?<br />
Querido Lector: Al concluir la lectura de este libro es posible que te preguntes si<br />
también tu puedes conocer a Dios de un modo personal como Demos y tener paz en tu<br />
corazón Jesús dijo que para conocer a Dios, que es Espíritu, debes "nacer de nuevo". Para<br />
que esto ocurra es necesario:<br />
1.- Reconocer, delante de Dios, que has vivido totalmente centrado en tu egoísmo y<br />
que no estas honrándolo como Señor de tu vida, puesto que has pecado y estas<br />
separado de Él. "Porque todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios"<br />
Romanos 3:23<br />
2.- Arrepentirte, volviéndote a Dios y pidiéndole perdón por tus pecados pasados e<br />
implorando su ayuda para vivir como Él quiere. "Si no os arrepintieréis, todos<br />
pereceréis igualmente" Lucas 13:3<br />
3.- Creer que Jesús es el hijo de Dios y que al morir en la cruz asumió tus pecados<br />
para que de este modo tu puedas obtener el perdón de Dios. “Porque de tal manera<br />
amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que todo aquel que crea en<br />
Él, no muera sino que tenga vida eterna" Juan 3:16.<br />
4.- Decirle a Dios que ahora aceptas a Jesús como Salvador y Señor de tu vida. "Que<br />
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios<br />
lo levantó de los muertos, serás salvo". Romanos 10:9.<br />
Si después de pensar despacio y reflexionar sobre estos versículos de la Biblia<br />
deseas dar este paso, di en voz alta la siguiente oración:<br />
"Dios mío, estoy consciente de que soy pecador y que por lo tanto merezco la<br />
condenación. Creo firmemente que Jesús, tu Hijo murió por todos los pecadores,<br />
incluyéndome a mi, y derramó su sangre para limpiarme de mis pecados. Confieso<br />
que Jesús es el Señor y Salvador de mi vida y te doy las gracias por el don de la<br />
vida eterna. Ahora te pido ayuda para vivir conforme a tus deseos."<br />
No confíes en tus sentimientos como prueba de que Dios te ha perdonado y<br />
aceptado. Los sentimientos son volubles. Tu nueva relación con Dios está basado<br />
en sus promesas. - Romanos 10:13. No te avergüences de hablar a otras personas<br />
de tu relación con Jesús. - Mateo 10:32. Emplea DIARIAMENTE algún tiempo para<br />
orar y leer la Biblia 1a de Pedro 2:2 -Salmos 37:4 - Romanos 8:14. Cuando<br />
hayas tomado la más importante de las decisiones, ponte por favor, en contacto<br />
con nosotros y/o con otros hermanos en la fe, de tu iglesia.<br />
I N M E M O R I A M<br />
D E M O S S H A K A R I A N<br />
1913-1993<br />
Demos Shakarian fue un hombre lleno del Espíritu Santo, un hombre que caminó con<br />
Dios y que amó a la gente. El nació en Los Ángeles el 12 de julio de 1913, hijo de Isaac y<br />
Zarouhi Shakarian. Creció en Downey, California. Asistió a la Escuela Secundaria de<br />
Downey y al Colegio Universitario de Davis. Se casó en 1933 a la edad de 20 años con<br />
Rose Gabrielian. Tuvieron cuatro hijos: Richard, Geraldine, Carolyn y Stephen.<br />
Demos fue un productor de leche y vendedor de bienes raíces. Con su padre Isaac<br />
construyeron la más grande e independiente lechería del mundo.<br />
Demos fue verdaderamente un pilar de su comunidad. Fue nombrado por dos<br />
gobernadores de California. Pat Brown y Donald Reagan, miembro de la Junta Agrícola<br />
del Estado de California. El ayudó en la construcción del Hospital de Downey.<br />
Inició la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo<br />
con 21 hombres. Hoy hay capítulos en más de 150 naciones del mundo. La Fraternidad<br />
Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, con más de un millón de<br />
personas que asisten semanalmente a reuniones alrededor del mundo. Durante la<br />
expansión de los trabajos del Evangelio Completo, Demos conoció líderes del mundo y<br />
presidentes de muchos países. El también sirvió en el fideicomiso de la Universidad Oral<br />
Roberts y como directivo del Trinity Broadcasting Network. Adicionalmente él y su esposa<br />
Rose, contribuyeron para escribir este libro "La Gente Más Feliz de la Tierra" que narra la<br />
historia del nacimiento de la Fraternidad que ha sido usada por Dios para cambiar las vidas<br />
de hombres y mujeres de todo el mundo.<br />
...Grandes bendiciones reciben quienes<br />
hayan leído estas líneas,<br />
que esta inspiración no quede solo en tí,<br />
entrega esta alegría<br />
para que otros también sean tocados en su corazón...masfelizdelatierrahttp://www.blogger.com/profile/00801516079606520413noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4508894107036046604.post-51668652289334898872013-02-19T12:02:00.001-08:002013-02-19T12:02:39.739-08:00<br />
LA GENTE MAS FELIZ DE LA TIERRA<br />
Es una historia para hacerlo reír, para hacerlo llorar, para construir su fe, Usted caminará<br />
con Demos:<br />
· Cuando él corteja al estilo armenio, a una chica de sólo quince años, Rose<br />
Gabrielian.<br />
· Cuando él pondera profecías "que no tienen sentido"<br />
· Cuando él y Rose, se enfrentan a la trágica pérdida de su hijita querida.<br />
Cuando él le hace frente a una crisis de sus negocios, descubre una enfermedad<br />
mortal en sus vacas lecheras, se enfrenta a una voluntad de Dios para su vida.<br />
La historia personal de Demos, nos comparte un poderoso secreto que, todos los<br />
creyentes necesitamos conocer para sobrevivir a los problemas contemporáneos.<br />
<br />
Descubra usted, como ser ¡la gente más feliz de la tierra!.<br />
<br />
<br />
INDICE<br />
Prefacio___________________________________________________________9<br />
1.Un mensaje desde lo alto de la Montaña _________________________13<br />
2.Avenida "Unión Pacific" ______________________________________37<br />
3.Una bomba de tiempo _______________________________________59<br />
4.El hombre que cambió su modo de pensar _______________________75<br />
5.Afianzamiento del cielo _______________________________________91<br />
6.Hollywood Bowl ____________________________________________111<br />
7.Tiempo de prueba __________________________________________127<br />
8.La cafetería Clifton _________________________________________149<br />
9.Los pies sobre la mesa ______________________________________177<br />
10. El mundo comienza a girar ___________________________________197<br />
11.La cadena de oro __________________________________________211<br />
12.Al día _____________________________________________________246<br />
13.¿Cómo puedo tener una relación con Dios? _____________________249<br />
14. In memoriam _____________________________________________251<br />
<br />
PREFACIO<br />
Era un día gris de diciembre en 1960, cuando llevamos nuestra furgoneta al<br />
penúltimo aparcamiento frente al Hotel Presidente de la ciudad de Atlántico.<br />
Segundos después, un Cadillac con matricula de California dio la vuelta hacia el<br />
lugar libre junte a nosotros y se bajó un hombre corpulento, la cabeza cubierta con un<br />
sombrero "Stetson " de ala ancha. Extendió una mano enorme llena de cicatrices par el<br />
duro trabajo.<br />
Soy Demos Shakerian, dijo.<br />
Dio la vuelta hacia el otro lado de su automóvil y sostuvo abierta la puerta para<br />
que descendiera una mujer bonita de pelo oscuro. "Y ella es mi esposa Rose".<br />
Les dijimos que éramos periodistas de la revista "Guideposts" y que<br />
teníamos asignada la labor de investigar el fenómeno de "hablar en lenguas", añadiendo<br />
rápidamente que estábamos allí "solamente para observar"<br />
Nos divertimos mucho. El Hotel Presidente era escenario esa semana de una<br />
convención regional de la organización llamada " Fraternidad Internacional de Hombres<br />
de Negocios del Evangelio Completo", de la cual, Demos era fundador y presidente.<br />
Habrán venido miles de personas hasta la ciudad de Atlantic, de toda la costa oriental,<br />
unas para encontrarse con el curtido granjero del sombrero "Stetson", otros para<br />
compartir historias de lo que el Espíritu Santo había hecho en sus vidas, y los demás,<br />
como nosotros, sólo como observadores, un poco más que temerosos.<br />
"Al observar el emocionalismo", nos dijimos el uno al otro "gritar, alzar los brazos,<br />
frenéticos testimonios, esas viejas técnicas usadas para manipular a las masas<br />
hasta el emocionalismo.<br />
".. Estuvimos observando... y nada de eso ocurrió. Demos, desde el frente de la<br />
pista de calle del hotel, dirigía la reunión con la callada sensibilidad de quien está<br />
escuchando una voz, que el resto de nosotros no podía ir. En lugar del caos que<br />
esperábamos, reinó un gozo ordenado en la convención. Habiéndonos presentado<br />
prevenidos contra esas manifestaciones emotivas, que no se llegaron a producir, nos<br />
hallamos sin defensa contra el amor con que nos topamos esa semana, y con nosotros,<br />
cientos de personas iniciaron el camino en el Espíritu.<br />
Durante los quince años que han pasado desde aquel diciembre, hemos seguido<br />
el movimiento pentecostal en diferentes partes del mundo, parque nos hemos dado<br />
cuenta de que es donde se hallan las buenas noticias, el entusiasmo, los cambios de vida,<br />
la realidad viva de la iglesia de hoy. Y cuando procedimos les advertimos un hecho<br />
interesante, donde quiera que hablásemos con personas cuya fe estuviese viva, hombres<br />
o mujeres, niños o viejos, católicos romanos o menonitas, una y otra vez la historia<br />
comenzaba con este extraordinario grupo de hombres de negocios y con un granjero de<br />
Downey, California, que se llama Demos Shakarian.<br />
¿Como era posible, nos preguntábamos, que este hombre tímido, sin don de<br />
gentes, con una sonrisa amable, un hombre que jamás parece tener prisa, que nunca<br />
parecía tener idea de lo que iba a hacer al día siguiente, pudiera tener tal en millones de<br />
personas? Nos decidimos a entrevistarlo para descubrir su secreto.<br />
Fue más fácil decidirlo que hacerlo. Demos puede encontrarse en Boston o<br />
Bangkok o Berlín, y Demos no contesta su correspondencia. Pero durante los últimos<br />
cuatro años conseguimos hacerle un buen número de visitas. Demos y Rose vinieron a<br />
nuestra ciudad para vernos; mas tarde nos reunimos en el chalet de un amigo común en<br />
Suiza. Trabajamos juntos en Mónaco y en Palm Springs. Charlamos en automóviles,<br />
aeropuertos y restaurantes armenios. Pero la mejor de todas las ocasiones que pasamos<br />
con Demos y Rose fue en su casa en Downey, la misma casa que construyó en 1934,<br />
cuando nació su primer hijo. La casa del padre de Demos está contigua a la suya y<br />
permanece vacía desde que aquél falleció. Aunque esta casa es más grande y con más<br />
espacio, Demos y Rose profieren vivir en ella, parque bueno... les evoca ciertas<br />
memorias...<br />
Y, poco a poco, comenzamos a captar el secreto de Demos.<br />
Parte del mismo, lo trajo su familia desde Armenia. Esta vieja nación cristiana es<br />
la que más ha sufrido par su fe. Y desde lo más profundo del sufrimiento han emergido las<br />
percepciones.<br />
No se trata, sin embargo, de una misión mayor o distinta de la que pueda tener<br />
cualquier raza o nación. Se trata de un secreto que cada uno de nosotros necesita<br />
conocer, porque, cuando lo conocemos, coma Demos dice, "no importa cuáles sean las<br />
condiciones del mundo que nos rodeó seremos siempre las personas más felices de la<br />
tierra."<br />
Noviembre 1975<br />
John y Elizabeth Sherrill<br />
Chosen Books<br />
Lincoin,Virginia<br />
<br />
<br />
Capítulo 1<br />
Un mensaje desde lo alto de la montaña<br />
Una noche Rose y yo viajábamos en automóvil a través de Los Angeles, de regreso<br />
a casa, cuando de pronto me sentí impulsado a salirme de la autopista y pasar enfrente de<br />
la casa en donde vivía mi abuelo Demos, cuando llegó a América.<br />
Después de cuarenta y dos años de matrimonio, Rose ya está acostumbrada a estos<br />
inesperados impulsos míos, de modo que aunque fuese la una de la madrugada, no dijo<br />
una sola palabra cuando yo di la vuelta hacia el lugar que antes se llamaba "Los Angeles<br />
Flats". La casa de estuco, de forma cuadrada, había desaparecido del número 919 de la<br />
calle Boston. Permanecimos sentados en el automóvil durante unos momentos,<br />
contemplando los nuevos edificios federales que han reemplazado las viejas casas del<br />
antiguo vecindario. Luego le di vuelta al automóvil y regresé a la autopista.<br />
Pero conmigo, en la cálida noche de California, viajaban recuerdos del abuelo.<br />
Sabía por que había necesitado dar aquel rodeo esa noche, era debido a una profecía que<br />
habíamos escuchado Rose y yo a primera hora de la noche. Habíamos estado en una<br />
reunión de "hombres de Negocios del Evangelio Completo", en Beverly Hills, en donde<br />
alguien había hecho una predicción, proclamaba que estaba transmitiendo las propias<br />
palabras de Dios y que una gran persecución contra los cristianos tendría lugar muy pronto<br />
en muchas partes del mundo, inclusive en los Estados Unidos de América.<br />
¿Que tendríamos que hacer nosotros con tal afirmación? ¿Qué había hecho mi<br />
familia con un mensaje similar hacía ya un siglo? Porque hubo entonces también una<br />
profecía y todo lo que sucedió desde entonces en la vida de mi abuelo, en la vida de mi<br />
padre y en la mía propia, fue resultado de haberla tomado en serio.<br />
Eran las dos de la mañana cuando llegamos a la entrada de nuestra casa en<br />
Downey, una noche de luna demasiado bella para desperdiciarla durmiendo. Yo soy un<br />
trasnochador, para desesperación de Rose, así que ella se fue a la cama, mientras yo<br />
acerqué la vieja silla de la sala junto a la ventana, me senté en la oscuridad y dejé que mi<br />
mente vagase par el pasado.<br />
Yo no conocí al abuelo Demos, falleció antes de que yo naciera, pero tango que<br />
haber escuchado cuentos que se referían a él, al menos un millar de veces. Conocía tan<br />
bien cada detalle de los mismos, que, cuando me senté mirando los naranjos plateados<br />
por la luna me pareció estar contemplando otro paisaje, muy lejano en el tiempo y en el<br />
espacio. Esto no es difícil para un armenio. Somos un pueblo del Antiguo Testamento, el<br />
pasado y el presente están entretejidos de tal forma en nuestras mentes que lo que pasó<br />
hace cien años, o mil, o dos mil, es tan real para nosotros como la fecha presente del<br />
calendario.<br />
He escuchado contar este relato marchas veces y hasta puedo evocar en este<br />
momento al pueblo de Kara Kala situado sólidamente en la rocosa falda del Monte Ararat,<br />
la montaña según la Biblia donde se poso el Arca de Noé. Al cerrar los ojos, veo las casas<br />
de piedra, el granero, el cobertizo, y la casa de la granja de una sola habitación donde vivía<br />
mi abuelo Demos. En la casa de mi abuelo habían nacido cinco hijas ningún varón, y eso<br />
era una desgracia entre los armenios, coma lo era entre los antiguos israelitas.<br />
Podía imaginar al abuelo yendo hacia la iglesia cada domingo por la mañana con<br />
sus cinco hijas. A pesar de que la mayoría de los armenios son ortodoxos, el abuelo y<br />
muchos otros en Kara Kala eran presbiterianos. Podían verlo marchar aquel domingo a<br />
través de la aldea hacia la casa en dónde se reunía la iglesia, con su cabeza erguida ante<br />
su silencioso reproche.<br />
En vista de su gran necesidad, siempre me había sorprendido que mi abuelo no<br />
hubiese aceptado inmediatamente el extraño mensaje que corría por lo alto de las<br />
montañas desde hacía cincuenta años. El mensaje lo trajeron los rusos. Al abuelo le<br />
gustaban los rusos, pero era una persona de mucho sentido común para aceptar esos<br />
cuentos milagrosos. Los rusos venían en grandes caravanas de carretas cubiertas.<br />
Vestían como la gente nuestra, con túnicas largas, de cuello alto, sujetas par la cintura<br />
con un cordón a manera de cincho, los hombres casados, con barba. Los armenios no<br />
tenían ninguna dificultad para entenderse con ellos, ya que la mayoría de los nuestros<br />
hablaban también ruso. Ellos escuchaban los cuentos de lo que los rusos llamaban "la<br />
efusión del Espíritu Santo" sobre centenares de miles de cristianos, ortodoxos rusos. Los<br />
rusos, venían como quien trae regalos, regalos del Espíritu Santo que querían compartir<br />
con nosotros. Podría aún escuchar al abuelo y a la abuela hablando a altas horas de la<br />
noche después de una de estas visitas. Uno tiene que admitir, hubiese dicho el abuelo,<br />
que todo lo que hablan los rusos es bíblico.<br />
Me refiero a que el don de sanidad, está en la Biblia. También está el de hablar en<br />
lenguas. También el don de profecía. Lo que sucede es que todo eso, no suena...<br />
armenio con lo cual hubiese querido decir confiable. Con los pies en la tierra, práctico.<br />
Y la abuela, con su corazón siempre abierto hubiese respondido "sabes, cuando<br />
estás hablando de profecías y de sanidad estás hablando de milagros".<br />
"Pues si".<br />
"Si alguna vez "recibiéramos el Espíritu Santo" en esa forma ¿crees que también<br />
nosotros podríamos pedir un milagro?"<br />
¿Quieres decir un milagro, como tener un hijo?."<br />
Y luego la abuela se habría puesto a llorar. Sé, como un hecho, que en una cierta<br />
soleada mañana de maya de 1891, la abuela estaba llorando.<br />
En el transcurso de los años, varias familias que vivían en Kara Kala habían<br />
comenzado a aceptar el mensaje de los pentecostales rusos. El cuñado del abuelo,<br />
Magardich Mushegan fue uno de ellos. Recibió el Bautismo del Espíritu Santo y en sus<br />
frecuentes visitas a la granja de los Shakarian solía hablar del nuevo gozo que había<br />
encontrado en su vida.<br />
En este día particular, 25 de mayo de 1891, la abuela y algunas otras mujeres<br />
estaban cosiendo en un rincón de la casa de campo de una sola habitación, es decir, la<br />
abuela trataba de coser, porque las lágrimas caían sobre la tela que yacía en su regazo.<br />
A través de la habitación, cerca de la ventana en donde la luz era más clara,<br />
Magardich Mushegan se hallaba sentado con la Biblia abierta sobre las rodillas,<br />
leyéndola.<br />
De improviso, Magardich cerró la Biblia de un golpe, se puso de pie y cruzó la<br />
habitación. Se detuvo delante de la abuela, con su espesa barba negra, moviéndose a<br />
causa de la emoción.<br />
"Goolisar", dijo Magardich "el Señor acaba de hablarme".<br />
La espalda de la abuela se enderezó. "¿De veras, Magardich?"<br />
“Me esta dando un mensaje para ti, prosiguió Magardich. “Gocilisar, exactamente<br />
de hoy en un año darás a luz un niño".<br />
Cuando el abuelo regresó de los campos, la abuela salió a su encuentro a la puerta<br />
de la casa con la noticia de la maravillosa profecía. Complacido y deseando creer, a pesar<br />
de su escepticismo, el abuelo no dijo palabra. Tan sólo sonrió y se encogió de hombros y<br />
marcó la fecha en el calendario.<br />
Los meses pasaron y la abuela quedó encinta de nuevo.<br />
Para aquel entonces, todos en Kara Kala sabían acerca de la profecía, y el pueblo<br />
esperaba en suspenso. Luego, el 25 de mayo de 1892, exactamente un año después de<br />
que se recibió la profecía, la abuela dio a luz un varón.<br />
Esta fue la primera vez que mi familia tuvo un encuentro con el Espíritu Santo en<br />
forma tan personal. Todos los vecinos de Kara Kala estuvieron de acuerdo en que el<br />
nombre escogido para el pequeño niño era perfecto; fue llamado Isaac, porque fue<br />
como el hijo de Abraham largamente esperado, el hijo de la promesa.<br />
Estoy seguro de que era un hombre feliz y orgulloso quien desfilaba con su<br />
familia a la iglesia todos los domingos después del nacimiento de su hijo Isaac. Pero<br />
el abuelo era muy terco, todos los armenios lo son. Se consideraba a si mismo demasiado<br />
inflexible para aceptar sin reservas que había presenciado una profecía sobrenatural de la<br />
misma clase que se menciona en la Biblia. Quizá la predicción de Magardich había sido<br />
solamente una afortunada coincidencia.<br />
Pero al fin, en un mismo día, todas las dudas de mi abuelo desaparecieron de una vez por<br />
todas.<br />
En el año 1900, cuando Isaac tenia ocho años y su hermana menor, lamas, cuatro,<br />
llegaron noticias de que un centenar de cristianos rusos se acercaban por la parte alta de<br />
la montaña en sus carretas cubiertas. Todos se alegraron, en Kara Kala era costumbre<br />
preparar una fiesta para los visitantes cristianos cuando llegaban. A pesar de no estar de<br />
acuerdo con "el evangelio completo" que predicaban los rusos, el abuelo consideraba sus<br />
visitas como un tiempo reservado para el Señor, e insistía en que la bienvenida tuviese<br />
lugar en la explanada frente a su propia casa.<br />
Ahora, el abuelo se sentía orgulloso de su fino ganado. Al escuchar la noticia de la<br />
llegada de los rusos marchó al corral para inspeccionar su manada. Elegiría el mejor de<br />
sus novillos,el más gordo, para aquella comida especial.<br />
Desafortunadamente, sin embargo, al inspeccionarlo resultó que el más gordo de<br />
sus animales tenía una falla, era tuerto.<br />
¿Qué debería hacer? El abuelo conocía la Biblia muy bien, sabía que no debía<br />
ofrecer un animal imperfecto al Señor, acaso no dice el capitulo 22 de Levítico, en el<br />
versículo 20: "¿Cualquier casa que tenga defecto no debéis ofrecerla, pues ésta no será<br />
aceptable...?"<br />
¡Vaya dilema! Ningún otro animal de la manada era suficientemente gordo para<br />
alimentar a un ciento de huéspedes. El abuelo miró alrededor, nadie estaba mirando.<br />
¿Supóngase que lo destace y simplemente esconda la cabeza defectuosa? ¡Si, esto es lo<br />
que haría! El abuelo condujo el animal tuerto al cobertizo, lo degolló el mismo, y a toda<br />
prisa metió la cabeza en un saco y la escondió debajo de un montón de grano de trigo<br />
trillado en un rincón obscuro.<br />
El abuelo estuvo apenas a tiempo, parque cuando terminaba de condimentar el<br />
novillo, oyó el rumor de las carretas que llegaban a Kara Kala. ¡Que vista tan estupenda...!<br />
Por la polvorienta carretera se veía la conocida caravana de carretas, coada una de ellas,<br />
tirada par cuatro caballos bañados de sudor. Al lado del conductor del primer carro erguido y<br />
en posición de mando, como de costumbre, iba sentado el patriarca de la barba blanca<br />
que era el jefe y profeta del grupo. El abuelo y el pequeño Isaac corrieron camino arriba a<br />
dar la bienvenida a los huéspedes.<br />
Por todas partes del pueblo se hacían preparativos para la fiesta. Pronto, el enorme<br />
novillo se estaba asando sobre un lecho de carbones encendidos. Esa noche todos se<br />
juntaron ansiosos y hambrientos en torno de las tablas de madera que les servirían de<br />
mesa. Sin embargo, antes de que la cena pudiese comenzar, la comida debía ser<br />
bendecida.<br />
Estos viejos cristianos rusos no oraban nunca, ni aún daban gracias par las<br />
comidas, hasta no haber recibido lo que llamaban "la unción". Esperaban ante el Señor,<br />
hasta que, según sus palabras, el Espíritu Santo descendiese sobre ellos. Ellos clamaban<br />
(y ésto divertía un poquito al abuelo) que podrían sentir descender la presencia del Señor<br />
y cuando este ocurría alzaban sus brazos y danzaban de gozo.<br />
En esta ocasión, como siempre, los rusos esperaron la unción del Espíritu y tal<br />
como sucedía, uno y después otro, comenzaron a bailar en su lugar a la vista de todos.<br />
Todo marchaba como siempre. Pronto vendría la bendición de los alimentos y la fiesta<br />
comenzaría.<br />
Pero, para consternación del abuelo, el patriarca alzó de pronto la mano, no en<br />
señal de bendición, sino coma señal para que todos parasen. Dirigiendo al abuelo una<br />
mirada penetrante, aquel hombre alto de barba blanca se alejó de la mesa sin decir una<br />
palabra.<br />
Los ojos del abuelo seguían los movimientos del anciano, mientras el profeta<br />
cruzaba el patio en dirección al establo. Reapareció después de un minuto. En su mano<br />
sostenía el saco que el abuelo había escondido debajo de un montón de trigo.<br />
¡El abuelo comenzó a temblar. Cómo pudo saberlo aquel hombre! Nadie lo había<br />
visto. Los rusos todavía no habían llegado al pueblo cuando él escondió la cabeza. Ahora<br />
el patriarca ponía el saco delante de mi abuelo y lo dejaba abierto, revelando a todos la<br />
cabeza con el ojo lechoso.<br />
“¿Tienes algo que confesar, hermano Demos?" pregunto el ruso.<br />
"Si, yo lo tengo", dijo el abuelo temblando, ¿pero como lo supo?<br />
“Dios me lo dijo", respondió el hombre con sencillez. Tú todavía no crees que El<br />
habla a su pueblo como lo hacía en el pasado. El Espíritu me dio esta palabra de<br />
conocimiento por una razón especial, para que tú y tu familia creáis. Habéis estado<br />
resistiendo el poder del Espíritu. Hoy es el día en que deja de resistirlo".<br />
Ante vecinos y huéspedes, aquella noche el abuelo confeso el engaño que había<br />
proyectado. Con las lágrimas rodando por su hirsuta barba, pidió perdón. "Muéstrame", dijo<br />
al profeta, "¿cómo puedo yo recibir al Espíritu de Dios?".<br />
El abuelo se arrodilló, y el anciano ruso posó sus manos marcadas por el duro<br />
trabajo, sobre su cabeza. Inmediatamente el abuelo prorrumpió en una gozosa oración,<br />
en una lengua que ninguno de nosotros conocía. Los rusos llamaban a esta clase de<br />
éxtasis "lenguas" y lo tomaban como un signo de que el Espíritu Santo estaba con quien<br />
así hablaba. Aquella noche, también la abuela recibió "su Bautismo en el Espíritu Santo".<br />
Este fue el principio de grandes cambios en la vida de mi familia, y uno de los<br />
primeros síntomas fue un cambio de actitud hacia el más famoso ciudadano de Kara Kala.<br />
Este era conocido en toda la región como “el niño profeta”a pesar de que aquellos días del<br />
incidente de la cabeza del novillo, el niño profeta contaba con cincuenta y ocho años.<br />
El verdadero nombre de aquel personaje era Efim Gerasemovitch Klubniken, y tenía<br />
una peculiar historia. Era de origen ruso y estaba su familia entre las primeras pentecostales<br />
que habían cruzado la frontera para asentarse permanentemente en Kara Kala. Desde su<br />
primera infancia Efim había mostrado un don para la oración, practicaba frecuentes y<br />
largos ayunos, oraba sin cesar en veladas de oración de toda la noche.<br />
Como todos los vecinos de Kara Kala lo sabían, cuando Efim tenía once años oyó la<br />
voz de Dios llamándolo en una de sus vigilias de oración. Esa vez continuó orando durante<br />
siete días con sus noches y durante ese tiempo recibió una visión.<br />
Este hecho en sí mismo no era extraordinario. En verdad, coma el abuelo<br />
acostumbraba a mascullar, cualquiera que pasase tanto tiempo sin comer ni dormir tenía<br />
mucha probabilidad de comenzar a ver cosas. Pero lo que Efim fue capaz de hacer<br />
durante esos siete días no resulta fácil de explicar.<br />
Efim no sabía leer ni escribir, sin embargo, cuando se sentó en su pequeña cabaña de<br />
piedra en Kara Kala, vio ante si una visión de mapas y un mensaje escrito en una<br />
bellísima caligrafía, Efim pidió pluma y papel, y durante siete días, sentado en la dura<br />
banca de la mesa de madera donde comía su familia, copió laboriosamente la forma y<br />
hachura de las letras y los diagramas que pasaban trente a sus ojos.<br />
Cuando hubo terminado el manuscrito fue llevado a personas del pueblo que sabían<br />
leer, y resulto que aquel niño analfabeto había escrito en caracteres rusos una serie de<br />
instrucciones y advertencias. En un tiempo futuro que quedaba sin especificar, escribió el<br />
muchacho todos los cristianos de Kara Kala estarían en gran peligro. Predijo una época<br />
de inexplicable tragedia para toda la región, cuando centenares de miles de hombres,<br />
mujeres y niños serían brutalmente masacrados. El tiempo llegaría, advertía, cuando<br />
todos los habitantes de la región tendrían que huir. Deberían irse a una tierra atravesando<br />
el mar. A pesar de que jamás había visto un libro de geografía, el muchacho profeta dibujó<br />
un mapa que mostraría exactamente el lugar a donde los cristianos deberían huir. Para<br />
asombro de los adultos, el mar que había dibujado con tanta precisión no era precisamente<br />
el cercano Mar Negro o el Mar Caspio, ni tan siquiera el más lejano Mediterráneo, sino el<br />
distante e inimaginable Océano Atlántico. No había dudas acerca de este, ni tampoco<br />
acerca de la identidad de la tierra que se dibujaba al otro lado del mapa, raramente era la<br />
costa este de los Estados Unidos de América.<br />
Pero los refugiados no se quedarían allí, continuaba la profecía. Deberían seguir<br />
viajando hasta llegar a la costa oeste de la nueva tierra. Allí, escribió el muchacho, Dios los<br />
bendeciría y los haría prosperar, y haría que su semilla fuese una bendición para las<br />
naciones.<br />
Un poco después, Efim escribió también una segunda profecía, pero lo único que<br />
todo el mundo conocía de esta otra era que se refería a un futuro todavía más lejano,<br />
cuando la gente tendría otra vez que huir. Efim pidió a sus padres que sellaran la segunda<br />
profecía en un sobre y repitió las instrucciones previas que había recibido. Se le dijo en su<br />
visión que únicamente un profeta, elegido por el Señor para esta tarea, podría abrir el<br />
sobre y leer la profecía a la iglesia. Cualquiera que se atreviese a abrir el sobre entes,<br />
moriría.<br />
Bueno, lo cierto es que mucha gente en Kara Kala sonreía ante estos cuentos del<br />
niño. Sin duda tenía que haber alguna explicación para aquella lectura "milagrosa". Quizá<br />
había aprendido a leer y escribir en secreto, con el único motivo de hacerle un broma a<br />
los del pueblo.<br />
Otros sin embargo, comenzaron a llamar a Efim el niño profeta y no estaban<br />
demasiado convencidos de que el mensaje fuese genuino. Cada vez que llegaban<br />
noticias frescas sobre la situación política a estas tranquilas cortinas del Monte Ararat,<br />
cogían las ya amarillentas hojas para leerlas de nuevo. Los problemas entre los<br />
musulmanes-turcos y los cristianos-armenios parecían crecer en intensidad. En agosto de<br />
1896 cuatro años antes de que el abuelo degollara el novillo tuerto ,,no hubo acaso una<br />
turbo enfurecida de turcos que asesinó a seis mil cristianos armenios en las calles de<br />
Constantinopla?<br />
Pero Constantinopla estaba muy lejos, y habían pasado muchos años desde que<br />
se dio la profecía. Las profecías de la Biblia se daban en docenas y aún hasta centenares<br />
de años antes de que se produjesen los sucesos profetizados, pero la mayoría de la gente<br />
de Kara Kala, el abuelo entre ellas, creía que esos genuinos dones proféticos habían<br />
cesado al completarse la Biblia.<br />
Y después, a poco de comenzar el nuevo siglo, Efim anunció que el tiempo del<br />
cumplimiento de la profecía que había escrito hacía casi cincuenta años, estaba cerca.<br />
"Tenemos que escapar a América. ¡Todos los que permanezcan aquí perecerán"<br />
Aquí y allá en Kara Kala, familias pentecostales empaquetaban sus casas y<br />
abandonaban las pertenencias que habían sido sus posesiones desde tiempos<br />
inmemoriales Efim y su familia, fueron de las primeras en marcharse. Cada vez que un<br />
grupo de pentecostales abandonaba Armenia, eran la irrisión de los que quedaban atrás.<br />
Estos buenos paisanos escépticos e incrédulos, inclusive muchos cristianos, rehusaban<br />
creer que Dios podía dar instrucciones exactas a la gente moderna de nuestros días.<br />
Pero las instrucciones demostraron ser correctas. En 1914 un período de horror<br />
inimaginable invadió Armenia. Con una cruel eficacia, los turcos iniciaron su sangrienta<br />
labor de conducir a dos tercios de la población hacia el interior del desierto de la<br />
Mesopotamia. Más de un millón de hombres, mujeres y niños murieron en aquellas<br />
marchas mortales, inclusive todos los habitantes de Kara Kala. Otro medio millón fue<br />
masacrado en sus pueblos, en un programa que le serviría mas tarde a Hitler de modelo<br />
para exterminar a los judíos. "El mundo no intervino cuando los turcos barrieron a los<br />
armenios", recordó a sus seguidores, "tampoco intervendrá ahora".<br />
Los escasos armenios que consiguieron escapar al asedio, llevaron consigo relatos<br />
de gran heroísmo. Explicaron que a veces los turcos ofrecían una oportunidad de negar<br />
su fe, a cambio de sus vidas. El procedimiento favorito de los turcos era encerrar a un<br />
grupo de cristianos en un establo y prenderle fuego "Si estáis dispuesto a aceptar a<br />
Mahoma en lugar de Cristo, abriremos las puertas." Una u otra vez, los cristianos elegían<br />
morir, cantando himnos de alabanza mientras las llamas los devoraban.<br />
Los que habían obedecido al aviso del Niño Profeta y habían buscado asilo en<br />
América, escuchaban las noticias con espanto.<br />
El abuelo Demos se contaba entre los que habían huido. Después de su<br />
experiencia con el patriarca ruso, el abuelo no volvió a dudar de la validez de la profecía.<br />
En 1905 vendió la granja que había pertenecido a su familia durante generaciones y<br />
aceptó a cambio el poco dinero que quisieron darle para ella. Después seleccionó las<br />
pertenencias que la familia podría llevar consigo a sus espaldas, inclusive su propia<br />
tetera rusa de bronce. Y con su esposa y sus seis hijas, Shushan, Esther, Siroon, Magga,<br />
Yerchan y Humas, y el, orgullo más de su vida, su hijo de trece años Isaac, partió para<br />
América.<br />
La familia llegó a salvo a Nueva York, pero conscientes de la profecía, no se<br />
quedaron allí. De acuerdo con las instrucciones escritas comenzaron a viajar a través de<br />
esa tierra nueva y salvaje para ellos hasta que llegaron a Los Ángeles. Allí, para su dicha,<br />
hallaron un pequeño sector armenio en pleno proceso de crecimiento donde ya vivían<br />
algunos amigos de Kara Kala y con la ayuda de esos amigos, mi abuelo comenzó a buscar<br />
casa. "The Flats" era la localidad más barata de Los Ángeles y sin embargo fue solamente<br />
al juntarse con otras dos familias que pudo llevar a su familia a vivir en la casa de estuco<br />
en forma cuadrada en el número 919, de la calle Boston.<br />
El pasaje del barco, el viaje a través de los Estados Unidos y su parte del alquiler<br />
de la casa, acabó con todo el dinero que obtuvo por la venta de la finca ancestral y el<br />
abuelo se puso inmediatamente a buscar trabajo sin éxito alguno. La gran depresión de los<br />
últimos años de 1800 todavía se dejaba sentir en California, no había puesto de trabajo<br />
disponible, especialmente para un recién llegado que no hablaba ni una palabra en inglés.<br />
Todas las mañanas el abuelo iba a las oficinas de empleo y siempre regresaba con el<br />
paso más vacilante que el día anterior.<br />
Pero había un tiempo cada semana, cuando todas las preocupaciones se hacían a<br />
un lado, el culto de adoración del domingo. La casa de la Calle Boston tenía un salón al<br />
trente, bastante grande, que de pronto se convirtió en el lugar de reunión de la comunidad.<br />
Los servicios se llevaban a cabo según las costumbres que traíamos de reuniones en las<br />
iglesias en el hogar, allá de Kara Kala. El punto de enfoque era una mesa grande en la<br />
que descansaba una Biblia abierta. A ambos lados se sentaban los hombres, alineados según<br />
orden de edad, los ancianos en primer lugar, después los jóvenes y finalmente los niños; al otro<br />
lado las mujeres, también en orden de edad. Los ancianos continuaban llevando sus pobladas<br />
barbas negras, aunque de vez en cuando un hombre joven asombraba a todo el mundo al dejarse<br />
crecer tan solo el bigote. Y se esperaba que al menos para asistir a la iglesia (aunque no durante la<br />
semana), los hombres llevasen sus túnicas de vivos colores, las mujeres sus vestidos largos<br />
bordados, con sus tocadas en la cabeza, tejidos a ganchillo, tal como se había hecho por<br />
generaciones.<br />
Que alivio tiene que haber proporcionado al abuelo encontrar apoyo espiritual en aquel<br />
grupo de cristianos... Hacía mucho tiempo que habían aprendido que Dios podía hablarles<br />
directamente desde la Biblia. Con su necesidad de un trabajo en su mente, el abuelo se<br />
arrodillaba sobre la pequeña alfombra oriental, que había sido traída de su vieja nación, para pedir<br />
'por una palabra'. Y enseguida toda la congregación comenzaba a orar en voz baja, a menudo en<br />
éxtasis, en desconocidos y exóticos idiomas llamados lenguas". Al final, uno de los mayores se<br />
acercaba a la Biblia y colocaba su dedo en un pasaje elegido al azar. Siempre las palabras parecían<br />
hablar directamente sobre la necesidad del momento.<br />
A veces eran acerca de la fidelidad de Dios, y otras, acerca de la venida de los días de<br />
leche y miel, tal como lo había predicho el Niño Profeta. De cualquier modo la pequeña iglesia<br />
armenia esperaba que llegasen esos ansiados días, pero mientras duraba la espera, podía<br />
gozar de esos hermosos momentos de comunión.<br />
Un día llego un nuevo motivo de aliento. Sucedió que el abuelo y su cuñado<br />
Magardich Mushegan (el mismo que había predicho el nacimiento de Isaac) caminaban por la Calle<br />
San Pedro de Los Ángeles en busca de trabajo en los establos. Cuando al pasar por la<br />
calle de al lado llamada Azusa, se pararon en seco. Junto con el olor de caballos y arneses<br />
de cuero les llegó el inconfundible sonido de gentes que alababan a Dios en lenguas. No<br />
sabían que en los Estados Unidos hubiese personas que adorasen a Dios en la forma<br />
como ellos lo hacían. Se acercaron precipitadamente al establo transformado de donde<br />
procedían las voces y llamaron a la puerta. Por aquel entonces el abuelo ya había<br />
aprendido unas pocas palabras en inglés.<br />
¿Podemos, entrar.. nosotros...?<br />
¡Por supuesto! La puerta se abrió de par en par. Hubo abrazos, manos levantadas<br />
a Dios en acción de gracias, cánticos y alabanzas al Señor, el abuelo y Magardich<br />
regresaron a la calle Boston con la noticia de que que pentecostés había llegado hasta estas<br />
lejanas tierras desde el otro lado del mar. Nadie sabía entonces que la calle Azusa llegaría<br />
a ser un nombre famoso. Comenzaba un avivamiento aquí en ese viejo establo de<br />
caballos de alquiler que esparciría la renovación carismática por diferentes lugares<br />
alrededor del mundo. En aquel momento, el abuelo vio aquel otro cuerpo de creyentes<br />
como una clara confirmación de la promesa de Dios de que haría cosas nuevas y<br />
maravillosas en California.<br />
Cuales serían estas cosas, el no alcanzó a vivir para verlas el tan ansiado trabajo<br />
estable que por fin llegó, se convirtió en tragedia.<br />
Un día, en 1906, el abuelo llegó a casa con el paso más ligero,<br />
¡Haz encontrado trabajo! dijo la abuela.<br />
Sí lo he encontrado.<br />
Todos los miembros de la casa se reunieron alrededor del abuelo que contaba la<br />
gran noticia. Allá en Nevada, en otro estado junto a California, explicó, los ferrocarriles<br />
estaban contratando persona.<br />
El rostro de la abuela perdió la sonrisa, había oído hablar de Nevada. Se trataba de<br />
un desierto donde la temperatura subía por encima de los 48 grados centígrados y donde<br />
los hombres caían muertos mientras intentaban llevar acabo el duro trabajo de tender la<br />
línea.<br />
Pero tú te olvidas replicó el abuelo, que soy granjero. Estoy acostumbrado a trabajar<br />
al aire libre en el sol. Por otro lado, Goolisar, madre de mi hijo, ¿tenemos otra opción?.<br />
Así fue como el abuelo pidió a los ancianos de la iglesia que se reuniesen y recibió<br />
la bendición tradicional por el viaje. Después, con una muda de ropa arrollada dentro de<br />
una manta se dirigió hacia el desierto. Muy pronto el cartero trajo un giro postal cada<br />
semana a la casa de la calle Boston.<br />
Y entonces un verano por la noche, llegó el cable que la abuela había estado<br />
temiendo desde el principio. En un día de calor agobiante, el abuelo se había desplomado<br />
mientras trabajaba en la línea del ferrocarril. Su cuerpo sería enviado por tren de regreso.<br />
Y con la muerte de mi abuelo, mi propio padre, Isaac, tomó el empleo para el que no<br />
estaba preparado, porque a los 14 años se había convertido en cabeza de la familia.<br />
Desde hacía varios meses, papá vendía periódicos en la esquina de una calle del<br />
centro de Los Ángeles. Ganaba casi diez dólares al mes lo cual era una valiosa<br />
contribución mientras el abuelo vivía, pero insuficiente para alimenten ahora a su madre y a<br />
sus seis hermanas. Incluso en el gran momento periodístico que fue el terremoto de San<br />
Francisco de 1906 cuando vendió seis atados de periódicos "extras" en una hora, apenas<br />
alcanzó para poner un poco más de leche sobre la mesa.<br />
Papá nunca hubiese tomado dinero por el que no hubiese trabajado. En los<br />
primeros años del siglo, todavía circulaban monedas de oro, las piezas de oro de cinco<br />
dólares eran de un diámetro aproximadamente al de las de una moneda de cinco centavos<br />
de ahora. Un día, un cliente con mucha prisa, depositó en su mano una moneda, recogió<br />
los tres centavos de cambio y se alejó rápidamente. Papá estuvo a punto de deslizar la<br />
moneda en el bolsillo de su delantal azul de vendedor de periódicos que llevaba escritas<br />
las palabras "Los Angeles Times” cuando se dio cuenta, al mirarla con detenimiento, que<br />
la moneda que tenía en la mano era en realidad una moneda de oro de cinco dólares.<br />
Señor! gritó. Pero el cliente ya estaba a casi de una cuadra de distancia. Papá puso<br />
una pesa encima de sus periódicos y echó a correr tras el hombre. Un vehículo público<br />
pasó frente a él. Sin pensarlo dos veces papá montó, pagó el pasaje con sus preciosas<br />
ganancias y siguió al individuo. Cuando por fin lo alcanzó, papá saltó del tranvía.<br />
"Señor". El hombre se volvió finalmente. "Señor, esto no es una moneda de cinco<br />
centavos", dijo papá en su inglés y extendió su mano, el oro brillo con el sol.<br />
A menudo pienso en aquel hombre que tomó su moneda sin extender por lo menos<br />
un reconocimiento. Me gusta pensar que si hubiera podido ver los hambrientos rostros<br />
esperando coda noche a la puerta del número 919 de la calle Boston, le hubiera dicho al<br />
muchacho que se quedara con la moneda.<br />
Diez dolares al mes no eran suficientes para la familia. Por las noches, después del<br />
trabajo, papá comenzó a recorrer las oficinas de empleo como había hecho antes el abuelo.<br />
Pero si el trabajo para los hombres escaseaba. Los trabajos para un muchacho todavía eran<br />
más difíciles de encontrar. Por fin, supo que había una plaza en una fábrica de arneses. El<br />
sueldo era poco, quince dólares al mes, pero aun así era más de lo que podía ganar con<br />
la venta de periódicos, y papá tomó el empleo.<br />
Un día en 1908, cuando papa tenía dieciséis años, vino a casa desde la fábrica para<br />
escuchar alarmantes palabras de la abuela.<br />
¡Isaac!. ¡Escucha que noticias tan estupendas! dijo la abuela.<br />
Si que necesitamos buenas noticias, respondió papá a través del pañuelo que a<br />
menudo se ponía en la boca. El fino polvo del cuero en la fabrica de arneses se le<br />
depositaba en los pulmones y le hacía toser continuamente.<br />
¡He encontrado trabajo!, dijo la abuela.<br />
Papá no podía creer lo que escuchaban sus oídos. Ninguna mujer armenia<br />
trabajaba por un sueldo. En su antiguo país los hombres se ocupaban de la manutención<br />
de sus familias, le recordaba a la abuela en la cocina, mientras él lavaba sus cabellos<br />
sucios por el polvo del cuero.<br />
Pero Isaac ¿no te das cuenta de lo que significa para ti llevar esta carga? estás<br />
más delgado que un palillo. Incluso te he oído hablar ayer con rudeza a tu hermana<br />
Hamas.<br />
Papá se ruborizó, pero mantuvo el aplomo. No tomarás ese trabajo.<br />
Ya lo tengo. Es una familia muy amable de Hollenbeck Park. Lavaré, plancharé y<br />
haré algo de limpieza.<br />
Entonces voy a empacar y me marcho de casa, contestó papá con lentitud,<br />
mientras abandonaba la cocina. Subió a la habitación y la abuela le siguió. Se mantuvo en<br />
pie en el umbral de la puerta mientras papá ataba sus ropas en un paquete. Sí tu trabajas,<br />
ya no me necesitas a mí aquí.<br />
Al día siguiente, después de todo, la abuela informó a la gente de Hollenbeck Park<br />
que no les lavaría la ropa.<br />
Pero en la fábrica de arneses la tos de papá fue empeorando. No mejoraba, ni<br />
siquiera cuando lo hicieron capataz al año siguiente, y con ello podía, a veces, estar fuera<br />
de la planta. La abuela acostumbraba comentarme cómo se quedaba despierta en cama<br />
escuchando toser a papá durante toda la noche cuando por fin persuadió a papá de que<br />
fuese a visitar al médico. El doctor confirmo lo que toda la familia ya sabía, si papá no<br />
abandonaba la fábrica de arneses, no llegaría a los veinte años.<br />
La interrogante era ¿de qué otra forma podría él sostener a su madre y a sus<br />
hermanas? Y en este momento, como solía hacerlo siempre la familia en tiempos de<br />
perplejidad, papá se volvió a la iglesia.<br />
La iglesia pentecostal armenia ya no se reunía en el salón de la calle Boston.<br />
Conforme los hombres habían ido encontrando trabajo aquí y allá, lo primero que hicieron<br />
fue construir un edificio para la iglesia. Se trataba de un pequeña estructura en la calle<br />
Gless, de tal vez 20 por 10 metros, con bancas sin respaldo, que se podrían arrinconar<br />
hacia la pared cuando el gozo del Señor movía la congregación a danzar en el Espíritu. Al<br />
frente de la sala se hallaba la tradicional “mesa”.<br />
Puedo imaginar a mi papá dirigiéndose hacia la "mesa", en la misma forma en que<br />
lo había hecho en muchas ocasiones el abuelo. Se arrodilló en la pequeña alfombra<br />
marrón oscuro y expresó su necesidad, mientras detrás de él se agrupaban los ancianos,<br />
inclusive Magardich y su hijo Aram Mushegan de quien se decía que era tan fuerte que podía<br />
levantar una carreta del suelo mientras se reparaba una rueda. Fue Aram quien colocó su<br />
dedo en la Biblia y leyó en voz alta estas extrañas y hermosas palabras:<br />
"Bendito serás tú en la ciudad, y bendito serás tú en el campo. Bendito será el fruto<br />
de tu vientre, el fruto de tu tierra, y el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños<br />
de tus ovejas" (Deut. 28: 34).<br />
¿Tierra? Papá se pregunto ¿Ganado?, pero las hermosas palabras del capitulo 28<br />
de Deuteronomio continuaban:<br />
“El Señor enviará bendición sobre ti, en tus establos, y sobre todo aquello que<br />
emprendas y te bendecirá en la tierra que el Señor tu Dios te da".<br />
Y mientras papá escuchaba, se daba cuenta de que había una sola cosa que<br />
siempre había deseado hacer. Lo que había estado soñando durante todos los días<br />
cuando trabajaba las máquinas cortadoras de cuero. Deseaba trabajar con vacas, con<br />
cosas verdes y frescas que crecían al aire libre.<br />
Pero se necesita mucho dinero para adquirir tierra, lo recordaba a menudo, cuando<br />
sus pensamientos llegaban a este punto. Ahora, con la promesa de las Escrituras que se<br />
repetían sus oídos, se decidió. Papá aviso a la fábrica de arneses, y al cabo de dos<br />
meses estaba sin empleo.<br />
Y casi al mismo tiempo comenzó a darse cuenta de una cosa. Las frutas y verduras<br />
que se exhibían en las tiendas de los alrededores de la ciudad, no sólo eran demasiado<br />
caras para que familias modestas como la suya las pudieran comprar, si no que además<br />
eran pequeñas y pálidas como si hubiesen sido cortadas antes de tiempo. ¿Que pasaría,<br />
se preguntaba, si él las llevase a la ciudad a vender, de casa en casa?<br />
Y así fue como papá comenzó su próspero negocio. Al sur y al este de Los Ángeles,<br />
se encontraba una área llena de pequeñas granjas cuyos dueños eran armenios, que<br />
cultivaban algunas de las verduras y frutas mejor seleccionadas del mundo. Papá tomó el<br />
poco dinero que había estado ahorrando mes tras mes para el ajuar de sus hermanas y<br />
con él hizo dos compras, una carreta y un caballo de pelo rojizo de dos años,<br />
llamado“Jack".<br />
Al día siguiente, papá condujo a "Jack" y su carreta a un cruce de ferrovía que se<br />
llamaba Downey, en aquellos días no era aun un suburbio de la ciudad, sino un poblado a<br />
veinticinco kilómetros en el campo. El viaje le llevaba casi tres horas cada vez, pero papá<br />
disfrutaba cada minuto de ese tiempo. El aire limpio y fresco llenaba de salud sus malsanos<br />
pulmones. En la mente de papá comenzaban a emerger los sueños, un día también él sería<br />
un granjero. Incluso poseería vacas. Sería un lechero, el mejor del país.<br />
Pero entre tanto, quedaba mucho trabajo por hacer. Aquel día, en Downey, papá fue<br />
de granja en granja a comprar lechugas aquí, toronjas allá, naranjas en otro lugar<br />
zanahorias en cualquier otra parte y cualquier otra fruta o verdura que estuviesen en su<br />
punto mas alto de la cosecha. Luego con el carro cargado con productos de primera<br />
calidad, regresaba a Los Ángeles. Mientras Jack iba de arriba abajo, hacia sonar el<br />
empedrado de las calles con las herraduras de sus patas, papá anunciaba a voz en<br />
cuello su mercancía: ¡Fresas maduras! i Naranjas dulces! ¡Espinacas recién cortadas!. Su<br />
producto era bueno y sus precios justos, así que la próxima vez que volvió, encontró a las<br />
amas de casa esperándolo.<br />
Pasó un año y ahora papá tenía diecinueve, y lucía bigote de moda. El dinero del<br />
ajuar para sus hermanas se había repuesto y aumentado. Con su salud renovada y el<br />
negocio floreciente, papá comenzó a pensar en una familia propia.<br />
Ya había echado el ojo a la muchacha que quería por esposa, una chica de quince<br />
años, con ojos negros y pelo negro que se llama Zarouhi Yesseyian. No es que la<br />
conociese personalmente. De acuerdo con las costumbres armenias, un muchacho y una<br />
chica no pueden hablarse antes de que las familias se hayan puesto de acuerdo para el<br />
matrimonio. Papá solo sabía que cuando pasaba cerca de su casa entre la Calle Sexta y<br />
Gless, el corazón le daba saltos en el pecho.<br />
Puesto que el papá había fallecido, uno de los ancianos de la iglesia hizo la<br />
petición formal de la mano de Zarouhi. El hombre manifestó los propósitos de papá en<br />
cuanto hubiese ahorrado lo suficiente para el pago inicial, vendería su productivo negocio<br />
y compraría tierra para ganado. Después de ésto, proclamaba el joven, únicamente el cielo<br />
azul de California le pondría límites.<br />
Así que papá se casó. Muy pronto, él y mi madre estuvieron en disposición de<br />
comprar cuatro hectáreas de tierra con cultivos de maíz, algunos eucaliptos y tierra de<br />
pasto en el corazón de Downey. Y lo más hermoso de todo, tres vacas lecheras. Con sus<br />
propias manos él y mamá construyeron una casita de tablas de madera rústica. Mamá<br />
acostumbraba decir que era una casa muy fácil de limpiar; las tablas de treinta centímetros<br />
que formaban el piso, encajaban tan mal entre ellas, que el agua de fregar se filtraba por las<br />
ranuras de la madera del piso hacia la tierra que había debajo...<br />
De pronto me di cuenta de que mientras estaba sentado en la silla de la sala de<br />
estar y hacía recuerdos, el cielo se hacía claro tras los naranjos. Y todavía mis<br />
pensamientos seguían hurgando el pasado. El 21 de julio de 1913, aún antes de que papá y<br />
mamá terminasen la casita de madera en Downey, nació su primer hijo. A diferencia del<br />
abuelo, quien tuvo que esperar tanto para un hijo, el primer bebé de papá y mamá fue un<br />
niño. Me llamaron Demos.<br />
En la mesa, junto a mi, la gran tetera de bronce que el abuelo había traído a sus<br />
espaldas desde Kara Kala comenzaba a reflejar la primera luz del día. Volví a mirarla,<br />
contemplé sus costados que brillaban como el oro a la luz de la aurora. Y me pregunté si<br />
al darme el nombre de mi abuelo, mis padres habían adivinado el papel misterioso que<br />
la profecía jugaría también en mi propia vida.<br />
CAPITULO 2<br />
Avenida Unión Pacific<br />
A pesar de que mis padres se trasladaron a Downey cuando yo tenía ocho meses,<br />
siguieron asistiendo a la pequeña iglesia de la calle Gless. Papá decía que era de sus<br />
iglesias de donde los armenios obtenían su fuerza. Papá también me enseño dos<br />
habilidades a la vez. Tan pronto mis manos fueron suficientemente grandes me enseñó a<br />
ordeñar y tan pronto como fui lo bastante alto para subir un cesto de naranjas y llegarle a la<br />
cabeza de "Jack", me enseñó a ponerle el arnés. Muchas de mis primeras memorias que<br />
recuerdo son de cuando uncía a Jack al carro y salíamos con mi familia hacia la iglesia;<br />
para entonces ya tenía dos hermanas, Ruth y Lucy.<br />
El viaje tomaba tres horas tanto de ida como de regreso, y el servicio con todo y<br />
almuerzo, duraba cinco, y yo disfrutaba cada momento. Me gustaba observar a aquellos<br />
musculosos granjeros y trabajadores levantando sus manos al aire mientras el Espíritu se<br />
movía por toda la congregación, los rostros elevados al cielo, hasta que sus largas barbas<br />
apuntaban hacia adelante, paralelas a la mesa. Me gustaba escuchar sus voces<br />
profundas y encantadoras que cantaban el antiguo salterio armenio.<br />
Aún los sermones levantaban los ánimos en aquella pequeña construcción de la<br />
calle Gless, porque hacían revivir el pasado. Armenia, nos recordaba el predicador, es la<br />
nación cristiana más antigua del mundo, y también la que más ha sufrido a causa de su fe.<br />
Las recientes masacres de los turcos eran tan sólo las últimas entre los recuerdos de<br />
salvajes atentados que los vecinos habían perpetrado con intención de aniquilar a esta<br />
pequeña nación inflexible, y de tanto oír la misma historia, llegó a convertirse en la fibra y el<br />
hueso de todos nosotros. "Estamos en el año 287, comenzaba el predicador, y el joven<br />
San Gregorio se está preguntando si debe regresar a su hogar en su amada Armenia".<br />
Gregorio había caído en desgracia con el Rey y por ello se encontraba exiliado de su país,<br />
pero en el exilio había tenido la oportunidad de escuchar el mensaje de Cristo.<br />
Finalmente, a pesar del riesgo, decidió regresar para compartir el evangelio con sus<br />
compatriotas.<br />
El Rey pronto sabe de su retorno, lo manda a apresar y lo encierra en la más<br />
lóbrega mazmorra del castillo, para que muera de inanición. Pero no antes de que la<br />
hermana del rey escuchara a Gregorio y se convirtiera. El predicador describía con vivos<br />
colores el cuadro de la joven bajando furtivamente las húmedas escaleras de piedra de la<br />
negra y maloliente prisión, escondiendo un pan o una calabaza llena de leche de cabra,<br />
bajo una andrajosa capa. Por catorce años, la princesa consiguió mantener vivo a<br />
Gregorio.<br />
Por aquel entonces una espantosa enfermedad se apodera del rey, una extraña<br />
locura le hizo revolcarse en el suelo aullando como un animal. Durante sus momentos de<br />
lucidez el Rey suplicó a los médicos que lo curasen, pero ninguno lo consiguió.<br />
"Gregorio puede curarte" sugiere su hermana. "Gregorio murió hace muchos años"<br />
respondió el Rey, "sus huesos yacen podridos bajo este mismo castillo".<br />
"El está vivo" le dice ella quedamente, y describe sus catorce años de vigilia.<br />
De modo qué, Gregorio es sacado de su mazmorra, sus cabellos se han tornado<br />
blancos como la nieve del Monte Ararat, pero su mente y su espíritu están sanos. En el<br />
nombre de Jesucristo, Gregorio increpa al demonio que atormenta al rey, y en aquel<br />
mismo instante el Rey es sanado. Juntos, en el año de 301, él y San Gregorio se dedican<br />
a la conversión de toda Armenia.<br />
En el largo camino de regreso a casa yo revivía de nuevo la historia, recordaba al<br />
hombre paciente en su mazmorra, encerrado mientras los años transcurrían uno tras otro,<br />
sin perder jamás la fe, sin perder nunca la esperanza, esperando solamente que llegase el<br />
momento perfecto que el Señor le tenía preparado...<br />
Cuando la última de sus seis hijas se casó, la abuela vino a vivir con nosotros a la<br />
pequeña casa de madera; la recuerdo bien, una mujer menuda de cabellos blancos cuyos<br />
ojos brillaban orgullosos de su único hijo varón. Lo único que lamentaba, solía decir, era<br />
que el abuelo Demos no hubiera vivido lo bastante para ver a los Shakarian con tierra<br />
propia de nuevo. Goolisar murió allí en su pequeña habitación, una mujer feliz y realizada.<br />
Cuando yo tenía diez años, la lechería prosperaba. Las tres vacas se habían<br />
convertido en treinta, después en cien y más tarde en quinientas, y también las cinco<br />
hectáreas originales se habían convertido en cien. Ahora papá soñaba con poseer la<br />
granja más grande y mejor de California. Si el trabajo era todo lo que necesitaba para<br />
conseguir su propósito, entonces todo estaba solucionado por que mi padre sabía<br />
ciertamente trabajar y sabía también cómo conseguir que todos los demás trabajásemos.<br />
Además de mí, trabajaban en el establo con nosotros, un grupo de méxicoamericanos<br />
que vivían en un barracón vecino y con ellos mi padre y yo aprendimos<br />
español. No se quien disfrutaba más de los relatos, si nosotros con los cuentos mexicanos<br />
o ellos con los recuerdos de mi padre de la vida en Armenia. Nunca se cansaban de<br />
escuchar los relatos acerca de Efim, el niño profeta, o como Magardich Mushegan había<br />
predicho el nacimiento de papá. Cada vez que se sumaba una mano más al trabajo, mi<br />
papá tenía que contar los mismos relatos.<br />
Y después tendría también que describir el funeral de Efim en 1915, el más grande<br />
que se había visto jamás en "Los Angeles Flats". Efim no había asistido a la iglesia de la<br />
calle Gless (donde los servicios se tenían en lengua armenia) sino a la iglesia de habla<br />
rusa, a unas pocas cuadras de distancia. En la fecha del gran funeral, no solamente estas<br />
dos congregaciones se juntaron, sino también las de los armenios y rusos ortodoxos, que<br />
se tuvieron que tragar sus reparos al "salvaje culto pentecostal" y asistieron al servicio,<br />
porque muchos de ellos habían venido a América como resultado de la profecía de Efim.<br />
¿Y que hay de la segunda profecía? preguntaban los méxico-americanos. ¿La que<br />
aún está por cumplirse?<br />
Sigue bien guardada. La tiene el hijo de Efim.<br />
¿Y morirás tú si la abres?<br />
"A menos que tu seas la persona señalada por el Señor"<br />
¿Quién crees que será esta persona?<br />
Pero, por supuesto, nadie conocía la respuesta...<br />
Fue en la época en que el joven profeta murió que recibí la herida que me causaría<br />
tantos problemas.<br />
Nunca supe como me había roto la nariz. Un muchacho de diez años, que trabaja<br />
en una granja, generalmente se da muchos golpes. De cualquier modo, cuando comencé<br />
a notar que no podía oír con tanta facilidad como los demás niños del quinto grado, mamá<br />
me llevo al doctor.<br />
“Yo se dónde está el problema, Zarouhi", dijo el médico, pero no lo que se puede<br />
hacer. Demos se rompió la nariz y sano mal. Los conductos nasales y auditivos están<br />
bloqueados. Se puede intentar operar, pero por lo general estas operaciones no tienen<br />
buenos resultados."<br />
Y tampoco dicha operación obtuvo buen éxito en mi caso. Cada año iba al hospital<br />
para que tratasen la obstrucción, pero otra vez volvían a cerrarse los conductos. En clase<br />
me tenía que sentar en primera fila para poder oír al maestro.<br />
Sin embargo, no recuerdo ni una vez en que Jesús no fuese como un amigo íntimo<br />
durante estos meses en que la sordera iba en aumento; cada vez lo sentía a El más cerca<br />
ya no pude seguir participando en los juegos con los demás niños después de la escuela<br />
( no elijamos a Demos que no oye bien"). Así que comencé a sentirme sólo por completo.<br />
No es que me importase demasiado. Mi ocupación favorita en la granja era<br />
deshierbar el maíz, porque podía alejarme por los campos hablando con el Señor en voz<br />
alta. Los veranos cuando tuve doce y trece años, las líneas de los surcos que se unían en<br />
la distancia me parecían como una inmensa catedral que se arqueaba sobre mi cabeza.<br />
Allí alzaba mis manos en el aire al estilo como lo hacían los hombres de nuestra iglesia.<br />
"¡Déjame oír de nuevo, Jesús!" ¡No escuches lo que dice el médico acerca de que<br />
no me curaré... !<br />
Que bien recuerdo los detalles de aquel domingo de 1926 cuando contaba trece<br />
años. Recuerdo que me levanté y me vestí en mi habitación del segundo piso de la nueva<br />
casa. Ahora ya papá tenía mil vacas lecheras, y había construido una casa de estilo<br />
español de dos pisos, con paredes de estuco blanco, con tejas rojas.<br />
Me sentía raro mientras me vestía para ir a la iglesia. Raro en una forma muy bonita,<br />
como si todo mi cuerpo estuviese en algún tono espiritual no usual. Bajé la larga escalera de<br />
caracol a tomar mi desayuno cantando. Mis padres y hermanas ya estaban en la mesa;<br />
por aquel entonces tres nuevas chicas se habían añadido a la familia. La más joven,<br />
Florence, era todavía una bebé de dos años, pero las otras cuatro chicas estaban charlando<br />
emocionadas sobre el viaje semanal a la ciudad. Yo traté de unirme a ellas pero pronto<br />
abandoné la idea. ¿Cómo podía yo hablar con gente que mascullaba las palabras?<br />
Nuestro viejo caballo "Jack", ya no jalaba el carro de la familia hacia la iglesia cada<br />
domingo. El año anterior cuando "Jack" cumplió 16 años, papá lo soltó en los potreros por<br />
el resto de su vida como un bien merecido retiro. En su lugar ahora teníamos un carro<br />
Studebaker con una capota de lona y caja con ejes de repuesto, debajo del asiento trasero,<br />
como prevención contra lo desparejo del camino.<br />
Aquel domingo la iglesia hervía de emoción. No había ni una sola persona en el<br />
lugar que no recordase lo que había sucedido la semana anterior. La madre de una de las<br />
muchachas de la congregación había dejado Armenia hacia dos meses para reunirse con<br />
su hija en América. No se había recibido ni una noticia de ella desde entonces y la hija<br />
estaba histérica. Como la congregación había comenzado a orar por esta situación, el<br />
esposo de tía Esther, el tío George Stepanian, de pronto se puso de pie y se dirigió hacia<br />
la puerta. Por largo tiempo estuvo observando calle arriba como si viera horizontes<br />
lejanos. Al fin habló: "Tu madre está bien. Estará en Los Ángeles dentro de tres días".<br />
Tres días después llegó la madre.<br />
Y por ello el sentido de expectativa era tan alto aquel domingo, todos se<br />
preguntaban qué nueva forma tomaría la siguiente bendición de Dios. Quizás alguien<br />
recibiría alguna guía...<br />
Y mientras yo pensaba en esto, algo empezó a suceder, pero no a otra persona sino<br />
a mí. Sentado en la banca de atrás con los demás muchachos, sentí algo así como si me<br />
hubiesen echado un cobertor de lana sobre los hombros. Miré a mi alrededor, asombrado,<br />
pero nadie me había tocado. Intente mover los brazos, pero éstos se resistían a obedecer<br />
como si intentase moverlos dentro del agua.<br />
De pronto mi mandíbula comenzó a temblar como sí tuviese frío a pesar de que "el<br />
cobertor" me hacía sentir calor. Los músculos de la parte posterior de mi garganta<br />
estaban tirantes. De pronto sentí un fuerte deseo de decirle a Jesús que lo amaba, pero<br />
cuando abrí la boca para decirlo, las palabras que salieron de mis labios eran<br />
incomprensibles para mí. Sabía que no era armenio, ni español, ni inglés, pero era una<br />
lengua que fluía de mí como si toda mi vida la hubiese hablado. Me volví al muchacho que<br />
tenía a mi lado y vi que me miraba con una gran sonrisa.<br />
¡Demos ha recibido al Espíritu! gritó, y toda la gente de la iglesia se volteó. Alguien<br />
me hizo una pregunta, pero a pesar de que le entendí perfectamente sólo pude<br />
responderle con los balbucientes gozos de los sonidos nuevos. Toda la iglesia comenzó a<br />
cantar y a alabar al Señor con júbilo, mientras yo adoraba al Señor en mi nueva lengua.<br />
Incluso horas después, mientras conducía hacia casa, a todo el que se dirigía a mí<br />
no podía sino responderle en lenguas. Subí a mi habitación y cerré la puerta, todavía las<br />
estáticas e ininteligibles sílabas surgían de mi interior. Me puse mi pijama y apague la luz.<br />
Y en aquel momento el sentimiento de la presencia del Señor vino sobre mí más fuerte<br />
que nunca. Era como si el invisible manto había permanecido sobre mis hombros durante<br />
todo este tiempo se hubiera vuelto irresistiblemente pesado, aunque no en forma<br />
desagradable. Caí al suelo y quedé tendido en la alfombra absolutamente desamparado,<br />
incapaz de incorporarme y meterme en la cama. No se trataba de una experiencia<br />
aterradora sino como un momento sano y refrescante, como el momento especial antes de<br />
caer en un sueño profundo.<br />
Mientras yacía allí, en mi habitación, el tiempo tomó calidad de eternidad, y en la<br />
eternidad escuché una voz. Era una voz que reconocí claramente, porque la había<br />
escuchado muchas veces afuera en mi verde catedral de los campos de maíz.<br />
Demos, ¿puedes sentarte?, preguntó.<br />
Lo intenté, pero sin resultado. Una fuerza increíblemente fuerte, y a la vez<br />
sumamente gentil, me mantenía donde estaba. Sabía que era un muchacho fuerte, no tan<br />
fuerte como Aram Mushegan, pero por supuesto muy fuerte para mis trece años. Sin<br />
embargo, mis músculos no tenían más fuerzas que un ternero recién nacido.<br />
La voz habló de nuevo. ¡Demos!, ¿Y dudarás alguna vez de mi poder? No, Señor<br />
Jesús.<br />
La pregunta se repitió por tres veces y tres veces di la invariable respuesta.<br />
Entonces, de súbito, el poder que parecía rodearme comenzó a dejarse sentir en mi interior<br />
también. Sentí una fuerza de sobrehumana energía, como si pudiese salir volando de la<br />
casa y navegar por los cielos en el poder de Dios. Me sentí como si pudiera mirar hacia la<br />
tierra desde la misma perspectiva de Dios y como si se pudieran ver las necesidades<br />
humanas desde su ventajoso punto, para poder suplirlas. Y durante este rato El estuvo<br />
murmurando a mi corazón: Demos, el poder es el derecho de nacimiento de todo<br />
cristiano; acepta el poder, Demos.<br />
Y pronto estaba amaneciendo. Pude oír el cenzontle a través de mi ventana. Me<br />
senté en la cama. ¿Qué había oído yo?... Habían pasado años sin que pudiera oír un<br />
pájaro cantar.<br />
Me puse de pie de un salto, me sentía hermosamente entero y vivo, me vestí<br />
rápidamente. Eran pasadas las cinco de la mañana, papá y yo teníamos que estar en los<br />
establos a las cinco y media. En cuanto abrí mi puerta aquella maravillosa mañana, pude<br />
escuchar el sonido de los huevos al freírse abajo en la cocina.<br />
El chocar de los platos, el canto de los pájaros, el sonido de mis propios pies al<br />
bajar corriendo las gradas de baldosa roja; éstos eran pequeños sonidos que no me había<br />
dado cuenta antes de que existiesen. Entré en la cocina como un relámpago.Papá, mamá,<br />
puedo oír!<br />
La sanación no fue total. Cuando mamá me llevó de nuevo al doctor descubrió que<br />
oía con un 90 por ciento de normalidad. ¿Por qué me quedé con un 10 por ciento de<br />
sordera? No lo sé, ni me preocupa en absoluto. Recuerdo que mas tarde, ese mismo<br />
lunes por la mañana, cuando habíamos terminado de ordeñar, me fui solo a mi verde<br />
catedral. El maíz ya estaba alto, listo para la cosecha. Me senté entre dos surcos, corté un<br />
elote, lo deshojé y mordisqueé los blancos granos que resultaron lechosos y dije: Señor,<br />
yo sé que cuando sanas a las personas es porque tienes algún trabajo para que<br />
ellas cumplan. ¿Quieres mostrarme, Señor, el trabajo que me tienes asignado?<br />
Antes, cuando los demás chicos de mi clase soñaban en convertirse en estrellas de<br />
"baseball", yo soñaba en convertirme en profeta. Después de todo era apenas un poco<br />
mayor que el Niño Profeta cuando tuvo su visión.<br />
Pero los años fueron pasando sin que yo recibiera este hermoso regalo.<br />
La profecía tomará gran parte de tu vida, parecía decir el Señor, pero tú no<br />
serás el profeta.<br />
Entonces, un día tuve una experiencia que me hizo preguntarme si iba a<br />
convertirme en sanador. Mi hermana menor, Florence, tenía seis años cuando se cayó y se<br />
golpeó contra una tubería que salía de uno de los establos y se rompió el codo derecho.<br />
Cuando el cirujano y el especialista le arreglaron la rotura confiaban en que Florence<br />
podría hacer uso de su mano derecha, pero el codo quedaría doblado y rígido para<br />
siempre. Cuando le quitemos el yeso podremos empezar sesiones de terapia. Con<br />
paciencia la niña recuperará el diez o quizás el veinte por ciento de la articulación, es lo<br />
mejor que se puede esperar".<br />
Un domingo en la iglesia, un tiempo después del informe médico, yo sentí de nuevo<br />
la sensación del calor, sentí que me ponían el cobertor pesado sobre mis hombros. No<br />
necesitaba preguntar de quién se trataba, ni tuve que preguntar lo que tenía que hacer,<br />
tenía que caminar a través de la sala y orar por la sanidad del brazo de Florence.<br />
Así que mientras todos cantaban un himno, me levanté calladamente de mi banca y<br />
me dirigí a la sección de las mujeres. Me incline sobre Florence, sentada en la última<br />
banca, su brazo derecho envuelto en un pesado cabestrillo de yeso. El calor de mi<br />
espalda bajó por mis brazos hasta mis manos.<br />
Florence, musité, voy a orar por tu codo. Sus grandes ojos negros me miraron con<br />
solemnidad. Puse mis manos sobre el yeso. Realmente, casi no oré sino que permanecí<br />
de pies sintiendo como el calor de mis brazos y mis manos fluía hacia el yeso que cubría<br />
el codo de Florence.<br />
Siento algo! murmuró Florence, ¡algo caliente!<br />
Y eso fue todo. En un momento la sensación del manto de calor me abandonó y<br />
regresé a mi asiento. No creo que más de media docena de personas nos observaron.<br />
Pocas semanas después quitaron el yeso. A la hora de la comida mamá nos dijo<br />
que el especialista había puesto una mano sobre la blanca y magullada piel del codo de<br />
Florence, tomo la muñeca con la otra mano y con extrema precaución intentó enderezar<br />
el brazo herido, unos tres o cuatro centímetros. Como el antebrazo hizo el movimiento<br />
completo atrás, y luego hacia adelante, hizo mover el brazo en círculos, y en su rostro<br />
apareció una sonrisa de incredulidad. Bien...! comenzó a decir, bien, mejor de lo que<br />
esperaba. ¡Mucho mejor! está... como un brazo que jamás se hubiera roto!<br />
Y así, en el campo de maíz, ese verano me hallé preguntándole al Señor si la<br />
sanación era el trabajo que iba a encomendarme. De nuevo creí escuchar una respuesta:<br />
Por supuesto. Quiero que toda mi Iglesia se interese por esta labor. Tú verás<br />
maravillosas sanaciones y algunas a través de tus manos. Pero Demos, éste<br />
tampoco es el trabajo "especial" para ti.<br />
Para entonces yo tenía diecisiete años y cursaba segundo año en la secundaria.<br />
Debería de estar ya en mi último año pero había perdido dos años a causa de mi<br />
sordera, cuando papá compró una segunda granja. Ahora disponíamos de lugar para<br />
construir nuestros propios silos y el capital suficiente para instalar máquinas de ordeñar<br />
mecánicas. También se dedicó a otros negocios. Había sido un verdadero quebradero de<br />
cabeza para nosotros y también para nuestros vecinos granjeros, el transportar la leche<br />
hasta la embotelladora. De modo que papá inició una empresa que se ocupaba de<br />
transportar la leche. Después, al notar que el precio del jamón estaba aumentando en los<br />
Angeles, se dedicó también a la crianza de cerdos. Más tarde a empacar carne. "El Señor<br />
bendecirá todo lo que emprendas ...”parecía en verdad, que todo lo que Isaac, el hijo de la<br />
promesa, emprendía, estaba destinado a prosperar.<br />
Su éxito era más sorprendente además, puesto que atravesábamos los años de<br />
depresión económica, por allá de los treinta. Para entonces, papá ya me había dado a<br />
manejar mi propio rebaño, y aún recuerdo al maestro que me enseñaba contabilidad<br />
decirme con esperanzas, que yo conseguía más ganancias con mis treinta vacas que la<br />
mayoría de los profesores de la Escuela Superior de Downey.<br />
Por nuestra casa ahora pasaban políticos, hombres de negocios, dirigentes de la<br />
comunidad, y mi madre, la tímida y pequeña emigrante armenia, se encontró preparando<br />
cenas en su casa semanalmente para la gente más poderosa y prominente. Era una<br />
cocinera maravillosa, y muy pronto, sus platos armenios como "dolmas", "kuftas" y<br />
"katash" se hicieron famosos en todo el sur de California.<br />
Pero lo que recuerdo especialmente de mi madre, es que ella se tomaba las mismas<br />
molestias para cocinar, fuese quien fuese el huésped. Muchos vagabundos pasaban en<br />
aquellos días, y recibían el mismo trato que el Alcalde de Downey, el mejor juego de<br />
porcelana, los cubiertos de plata y un mantel en la mesa. Si no habla comida caliente, la<br />
preparaba, la hacía enseguida, carne, verduras, dulces caseros, a la vez que decía en su<br />
limitado inglés. -¡Siéntense, siéntense! ¡No hay prisa para comer!<br />
Y entre tanto, yo me sentía atraído cada vez mas hacia otra casa. Fuese cual fuese<br />
el negocio de la finca que me llevase al este de Los Angeles, siempre encontraba una<br />
excusa para acercarme a la casa color crema de Sirakan Gabrielian, en la Avenida Union<br />
Pacific 4311, con la esperanza de que su hija apareciera casualmente por el jardín. No<br />
es que pudiese hablar con ella en el caso de que apareciese por que la conversación<br />
entre chicos y chicas, salvo en caso de que estuviesen comprometidos, era algo inaudito<br />
en las comunidades armenias. Pero el solo saber que estaba cerca me producía una<br />
felicidad indescriptible.<br />
El domingo era otra ocasión ansiosamente esperada, el domingo cuando Rose<br />
Gabrielian se sentaba con las demás muchachas en el lugar destinado a las mujeres,<br />
era la chica más bonita de toda la iglesia, la muchacha a quien todos los muchachos<br />
seguían disimuladamente con la mirada.<br />
El nombre de su padre Sirakan, significaba en armenio llamado y eso me gustaba.<br />
Como mi propio padre, Sirakan Gabrielian había comenzado de la nada. Eventualmente<br />
había conseguido reunir unos cien dólares, y así como mi papá, compró una carreta y un<br />
caballo. Sirakán, sin embargo, en lugar de transportar frutas y verduras con su carreta, se<br />
dedicó a recoger basura. Hacía bastante falta en Los Angeles hacia el final de siglo, y<br />
pronto pudo comprarse una segunda carreta y después una tercera.<br />
Sirakan y su familia eran ortodoxos armenios, sin embargo vivía muy cerca de la<br />
iglesia de la Calle Gless, y al escuchar los alegres cantos que salía por las ventanas<br />
abiertas, semana tras semana, él decidió investigar de qué se trataba. Al poco tiempo se<br />
unió a nuestra congregación y por poco le cuesta la vida. Para muchos armenios<br />
ortodoxos, los pentecostales eran algo así como traidores a su antigua fe. Ver que uno<br />
de los suyos se sumaba a este odiado grupo, era lo mismo que verlo muerto.<br />
Y por ello decidieron sepultarlo.<br />
Un día, cuando Sirakan llegó al botadero de basura de la ciudad con su carga, se<br />
encontró con un grupo de creyentes ortodoxos que lo esperaban. Ellos maniataron sus<br />
brazos y piernas y lo llevaron a un hoyo que ellos habían cavado en el suelo arenoso. Ya lo<br />
habían tirado en el hoyo y lo habían cubierto con varias capas de tierra, cuando una carreta<br />
conducida por pentecostales llegó, y durante la lucha que siguió Sirakan pudo librarse.<br />
Me divertía escuchar cómo contaba esta historia Sirakan. También me gustaba<br />
escucharlo hablar de su matrimonio. Cuando Sirakan tenía veintiún años su padre decidió<br />
regresara Armenia a buscarse una esposa, por que la madre de Sirakan había fallecido<br />
hacía algunos años. El negocio de Sirakan también estaba prosperando, por lo que le<br />
pidió a su padre que le trajese también una esposa para él.<br />
El padre de Sirakan tuvo éxito en ambos casos. Para su hijo eligió una muchacha<br />
muy bonita de trece años, que se llamaba Tiroon Marderosian. Para facilitar su entrada en<br />
los Estados Unidos se casó por poder en Armenia, y luego inició el largo viaje para<br />
unirse al esposo que jamás había visto. Más tarde se daría cuenta de cuán providencial<br />
había sido la elección. Pocas semanas después, los turcos atacaron aquel territorio<br />
armenio y las dos esposas fueron las dos últimas mujeres que salieron vivas del pueblo.<br />
La bienvenida que Tiroon recibió en Los Angeles debió ser la más extraña que una<br />
joven esposa haya experimentado jamás. Sirakan no esperaba a su padre y a las dos<br />
mujeres hasta el día siguiente. Regresaba del basurero de la ciudad, para encontrarse<br />
a una niña de mirada aterrada parada a mitad de la sala. Con sorpresa adivinó que debía<br />
tratarse de su esposa, y que él estaba cubierto de suciedad de pies a cabeza.<br />
¡Quédate aquí!, le gritó ¡Quédate aquí mismo! como si la pobre niña tuviera otro<br />
lugar a donde ir. Salió corriendo por la parte trasera de la casa y media hora después,<br />
limpio, cepillado y perfumado,el joven Sirakan, "Amado" Gabrielian, dio su formal discurso<br />
de bienvenida a la joven dama, quién se sintió ya más aliviada.<br />
Estos eran los padres de Rose, los que algún día elegirían un marido para ella.<br />
Pero yo no podía acercármeles directamente para pedirles a su hija en matrimonio. Tanto<br />
en mi caso como en el suyo, era la familia quien debía tomar la iniciativa.<br />
Cómo temblaba yo la noche en que comencé a dar a entender mis intenciones a mi<br />
padre! Era una noche de junio de 1932, y estábamos todos sentados alrededor de la<br />
mesa en el comedor, la puerta estaba abierta para dejar entrar la brisa.¿ Papá, sabes que<br />
ya tengo diecinueve años?" le dije. Papá se limpió el bigote y cortó otro pedazo de carne, y<br />
continué, "estoy a punto de graduarme en la escuela superior, y estoy ayudando a pagar<br />
las granjas. Y tú tenías diecinueve años cuando te casaste."<br />
Mis cinco hermanas dejaron de comer. Mamá dejó el tenedor al lado del plato, y<br />
preguntó ¿Hay una muchacha en particular? Sí. ¿Es Cristiana? ¡Oh,si!<br />
"Es..." comencé". "Ella es Rose Gabrielian".<br />
"Ah..." suspiró mamá.<br />
Así que..." dijo papá.<br />
"Oh..." corearon todas mis hermanas a la vez.<br />
Y así comenzó a elaborarse el ceremonial que desde hacía siglos precedía la<br />
propuesta de matrimonio. Primero, a pesar de que las familias se veían cada semana en<br />
la iglesia y eran amigos íntimos, se tenía que preparar un encuentro oficial.<br />
Este delicado asunto se manejaba por medio de un intermediario cuidadosamente<br />
escogido. Después de largas discusiones (en las que por supuesto no se me consultaba<br />
para nada) mamá y papá estuvieron de acuerdo en que la persona adecuada para esta<br />
delicada tarea era Raphael Janoian, el esposo de la hermana de papá, Siroon. Un buen<br />
augurio, me dije a mí mismo, porque de los seis hombres que se habían casado con las<br />
hermanas de mi padre, el tío Janoian era mi favorito; él era dueño de un predio de chatarra<br />
donde, cuando yo tenia catorce años, me permitía escoger entre sus viejos repuestos de<br />
automóvil con los que yo pretendí construirme mi primer automóvil. Y este predio de<br />
chatarra lo ponía en contacto diario con la familia de los Gabrielian, debido a la compañía<br />
de transporte de éstos.<br />
Aún recuerdo como corrí hacia su automóvil cuando él regresó de la cita formal de<br />
casa de Sirakan Gabrielian. Pero el tío Janoian no iba a descargar su encargo tan<br />
fácilmente. Deliberadamente se dirigió hasta nuestra sala de estar, aceptó una tasa de te<br />
muy fuerte y dulce, y comenzó a sorberlo lentamente.<br />
Y bien, Raphael, dijo mi padre apurándolo.<br />
Pues bien, Isaac, respondió el tío Janoian, hemos acordado la fecha. Los<br />
Gabrielian estarán encantados de recibir una visita de los Shakarían el día veinte del mes<br />
entrante.<br />
¡La visita ya estaba acordada! Entonces, por lo menos, no lo habían rechazado de<br />
plano, y ésto significaba que Rose, sin duda, iba a tomarme en consideración. Este<br />
pensamiento hacía que mi cabeza volase.<br />
Por fin llegó el veinte de julio. Terminé mis obligaciones en el establo en un tiempo<br />
desusado y comencé a prepararme para la visita, me bañé, me duché, y me bañé de<br />
nuevo. Me cepillé los dientes hasta casi quitar el esmalte. Usé los dos, “Listerine” y<br />
“Lavoris". Me cepille la suciedad que la granja dejaba en mis uñas hasta que el cepillo<br />
perdió sus cerdas.<br />
Escuche como papá sacaba el Packard de la cochera. Una última subida por las<br />
escaleras para limpiar una mancha de mis zapatos y una nueva aplicación de antisépticos<br />
en la cortada que me había hecho en la cara después de mi tercera afeitada.<br />
“Demos" tronó mi padre. "¿Qué pretendes? ¿Estar más bonito que Rose?"<br />
Apretado entre mis hermanas en la parte trasera del automóvil pensé que los<br />
veintisiete kilómetros entre Downey y el este de Los Ángeles jamás me habían parecido tan<br />
distantes. Finalmente llegamos al número 4311 de Unión Pacific. Marchamos como una<br />
tropa por el camino de grava, a lo largo de las bellamente alineadas matas de albahaca,<br />
perejil y otras hierbas de cocina. La puerta principal se abrió de par en par, y allí, de pie,<br />
estaban: Sirakan, Tiroon, Eduardo el hermano mayor de Rose, tíos y tías abuelas y un<br />
sinnúmero de primos. Y detrás de todos ellos se hallaba Rose, con un vestido veraniego<br />
del color de su nombre.<br />
No pude verla mucho, porque la reunión se deshizo de inmediato, y como era<br />
costumbre armenia, en grupos que se excluían mutuamente, los hombres en un lugar del<br />
gran salón y las mujeres en el otro. De vez en cuando, yo miraba hacia el grupo donde<br />
Rose estaba sentada con mis hermanas y me preguntaba de que estarían hablando las<br />
chicas. Rose tenía la misma edad de mi hermana Lucy y me preguntaba si yo podría<br />
hablarle a Rose con la misma naturalidad y facilidad con que lo hacía Lucy. Tampoco tomé<br />
parte en la solemne conversación que mantenían mi padre y Sirakan Gabrielian desde dos<br />
cómodos sillones, uno junto al otro. Fuera lo que fuese que hablaban entre ellos, ambos<br />
hombres parecían satisfechos; ya en la puerta, el señor Gabrielian dijo a mi padre: "Le haré<br />
llegar tu mensaje a Rose",<br />
Y dos semanas más tarde el tío Janoian transmitió la histórica respuesta:<br />
Rose se casaría conmigo.<br />
Ahora venían las cinco noches tradicionales de celebración en la casa de la novia<br />
para festejar una respuesta afirmativa: si. Había alegres noches de cantos, comidas<br />
especiales, discursos y mutuas felicitaciones, porque entre los armenios no son dos<br />
individuos, sino dos familias, las que se casan la una con la otra.<br />
Una noche Rose nos dio un concierto de piano, y mi corazón se infló de orgullo al<br />
contemplar sus dedos volando con tanta ligereza sobre el teclado. Yo había tomado<br />
lecciones de violín una vez, pero lo dejé de mutuo acuerdo con mi profesor y con todos los<br />
que estaban dentro de los limites del auditorio. Florence había heredado ambas cosas, el<br />
violín y las lecciones, y ella también tocó para ambas familias reunidas; tenía ocho años, y<br />
su ágil brazo derecho se inclinaba amorosamente alrededor del brillante instrumento de<br />
madera.<br />
Vino la noche de entregar la "prenda", ese regalo tradicional del chico a la<br />
muchacha, que simbolizaba la nueva relación. En este caso, se trataba de un reloj de<br />
pulsera de diamantes. El regalo había sido elegido también por mis padres, pero a mí me<br />
tocaba la tarea de cruzar la habitación hasta donde estaban sentadas las mujeres y colocar<br />
el reloj alrededor de la muñeca de Rose. En un repentino silencio, sintiendo los oídos de<br />
cada uno de los presentes en la habitación sobre mi persona, mis dedos se volvieron<br />
duros, como de madera. Primero, no podía abrir el cierre, y después no lo podía cerrar.<br />
Recordé con nostalgia mi tractor cuyas piezas podía desmontar una por una y volverlas a<br />
montar sin tener que pensar ni un momento. Al final, Rose acercó su mano derecha y<br />
abrochó el cierre por mí.<br />
Por supuesto, quedaban todavía decisiones que tomar por parte de nuestros<br />
mayores, tales como dónde y cuándo tendría lugar la boda. La iglesia de la Calle Gless,<br />
todos estuvieron de acuerdo, era demasiado pequeña para ¡os centenares de personas<br />
que vendrían, y a la vez, los familiares pertenecientes a la iglesia ortodoxa antes se<br />
dejarían matar que poner allí los pies. No, la boda sería en la casa paterna del novio,<br />
según la costumbre del viejo país, y la fiesta que seguiría (y que era por supuesto, el<br />
suceso principal de las solemnidades armenias) se llevaría a cabo en la doble pista de<br />
tenis del jardín posterior de la granja.<br />
En cuanto la fecha los Gabrielian preferían esperar por lo menos un año. Los<br />
tiempos han cambiado, explicaban, desde que mi madre se casó a los quince años y la<br />
madre de Rose a los trece. Una mujer necesitaba madurez para cuidar de una familia en<br />
estos días. Tendríamos que esperar a que Rose tuviera dieciséis años.<br />
Y mientras se discutían nuestros asuntos, Rose y yo todavía no nos habíamos dicho<br />
una palabra. Tradicionalmente, el momento tendría después de la fiesta formal del<br />
compromiso, donde incluso los parientes más lejanos serían invitados, pero estas<br />
reuniones familiares eran solamente los preliminares.<br />
A la cuarta noche de celebración ya no pude aguantar más. Lancé las milenarias<br />
tradiciones por el aire y me puse de pie de un salto.<br />
Señora Gabrielian, dije a través de aquella muchedumbre de cabezas, ¿puedo<br />
hablar con Rose?<br />
Durante unos horribles instantes la señora Tiroon Gabrielian me miró en<br />
silencio. Después, con un movimiento de cabeza, que parecía preguntarse a dónde irían a<br />
parar los jóvenes de hoy, n o s c o n d u j o a Rose y a mí a la otra habitación, colocó dos<br />
sillas de altos respaldos, una al lado de la otra en el centro de la sala y se marcho<br />
dejándonos solos.<br />
Por vez primera en nuestras vidas. Y de repente todos esos hermosos discursos<br />
que yo había preparado de antemano se me escaparon. Yo había ensayado delicadas<br />
obras maestras para expresar mis sentimientos de amor y había recordado frases<br />
poéticas en armenio, por que el padre de la novia, alarmado por la "nueva locura de<br />
Hollywood" que reinaba en la ciudad, no permitía una palabra de inglés en su casa. Yo<br />
pretendía decirle que era la muchacha más hermosa del mundo, y que estaba dispuesto a<br />
Pasar toda la vida haciéndola feliz. Pero no pude recordar una sola palabra, y allí me quedé<br />
sentado con la lengua trabada como estúpido. Al final, horrorizado, las primeras palabras<br />
que salieron de mis labios fueron:<br />
"Rose, sé que Dios nos quiere juntos".<br />
Ante mi asombro, sus brillantes ojos cafés se inundaron en lágrimas. Demos,<br />
"musitó, he orado durante toda mi vida para que el hombre con quien me tuviera que<br />
casar me dijese esas palabras antes de todo"<br />
Tres semanas después llegó el momento del compromiso oficial cuando la novia<br />
recibiría el anillo. Fuimos juntos a un almacén de mayoreo a escoger el diamante,<br />
acompañados, por supuesto, de una larga tropa de familiares. El nombre de la<br />
dependienta, todavía lo recuerdo, era señora Earhart, hablamos acerca de su hija Amelia,<br />
que acababa de cruzar el Océano Atlántico sola en su avión. Descubrí a Rose mirando a<br />
hurtadillas un diamante pequeño que había en una de las bandejas, pero mi madre había<br />
elegido otro. No se nos ocurrió a ninguno de los dos contradecir su decisión.<br />
La fiesta de compromiso tuvo lugar en la tienda de víveres al señor Gabrielian,<br />
donde había cupo para trescientas personas. Después de esto se me permitió visitar a<br />
Rose tan a menudo como quisiera, lo cual sucedía todas las noches cuando yo no<br />
trabajaba. Mientras transcurría ese año largo para mi, mi madre, Rose y mis hermanas<br />
fueron saliendo de compras cada vez más a menudo. Por tradición, la familia del novio<br />
compra el ajuar de la novia, y para elegir un bolso y un sombrero se podía disfrutar de<br />
media docena de salidas. La compra favorita de Rose fue un vestido marrón oscuro y unos<br />
zapatos que hacían juego. En la comunidad armenia solamente las mujeres casadas<br />
llevan colores obscuros; Rose estaba convencida de que parecería unos cinco años<br />
mayor cuando se los pusiese.<br />
La boda tuvo lugar el 6 de agosto de 1933. Aquella mañana el clan entero Shakarian<br />
se dirigió hasta la parte este de Los Ángeles donde ella vivía, para "llevarse la novia a<br />
casa". Puesto que el banquete más importante del día se haría por la noche, los<br />
Gabrielian sirvieron un almuerzo de cinco platos que para los armenios era una pequeña<br />
merienda. Después, ambas familias partieron hacia Downey, en una caravana de<br />
veinticinco automóviles adornados con flores.<br />
En casa, la alambrada que rodeaba a dos canchas de tenis, había desaparecido<br />
detrás de grandes cascadas de rosas. Del resto del día puedo recordar tan sólo momentos<br />
aislados. La larga barba de color castaño del pastor Perumean se sacudía hacia arriba y<br />
hacia abajo sin descanso al compás de la lectura del antiguo servicio armenio. Colgaban<br />
hilos de lamparillas entre las palmeras y los camareros con casaca blanca luchaban por<br />
sostener los tremendos azafates de “shishkebab" y el tradicional "pilaf”, plato de bodas<br />
hecho de dátiles y almendras, que mi madre había pasado días enteros preparando.<br />
Recuerdo que había quinientos invitados y cada uno de ellos, según parecía, había<br />
escrito un poema en armenio que tenía que escucharse y ser aplaudido por la<br />
concurrencia entera. A las once de la noche, yo me sentía mareado de tanta fatiga, y<br />
había lágrimas en los ojos de Rose por que llevaba zapatos blancos con tacón alto desde<br />
por la mañana.<br />
Cuando nos pusimos de pie para despedir a la interminable cantidad de parientes y<br />
amigos, estábamos seguros de una cosa, Rose y yo estábamos al final completamente,<br />
irrevocablemente y permanentemente casados en todo el sentido de la palabra armenia .<br />
CAPITULO 3<br />
Una bomba de tiempo<br />
Era la tradición, que equivale a decir lo aceptamos sin cuestionario, que el novio y<br />
la novia debían pasar su primero y quizá segundo año de matrimonio con la familia del<br />
novio. La sombra sobre esta gran casa de estilo español, era por aquel entonces , la<br />
quebrantada salud de mi hermana Lucy. A los once años había recibido una herida en el<br />
pecho en un accidente del autobús escolar, ahora cada vez se quejaba más de molestias<br />
al respirar. La cirugía no conseguía mejoría alguna, ni tampoco nuestras oraciones<br />
conseguían una sanación permanente. ¿Por qué Señor? preguntaba yo una y otra vez.<br />
¿Por qué sanaste el codo de Florence, pero no sanas el pecho de Lucy?.<br />
Rose y yo estábamos viviendo con mi familia cuando nació nuestro hijo Richard en<br />
octubre de 1934. Enseguida comenzamos a construir una casa para nosotros al lado. Los<br />
años que siguieron fueron un verdadero desafío para nuestros negocios lecheros. Incluso<br />
durante la depresión económica los negocios fueron creciendo con más rapidez de lo que<br />
papá jamás pudo soñar cuando trabajaba entre el polvo del cuero de la fabrica de<br />
arneses, o cuando apuraba a "Jack", con una carreta cargada de vegetales. Ya teníamos la<br />
granja lechera más grande de toda California y papá tenía un nuevo sueño, poseer la<br />
lechería más grande del mundo. Nos decían que aquí, en esta parte del mundo ya existía<br />
la lechería que tenía tres mil vacas de ordeño. Esa se convirtió en nuestra meta.<br />
Junto con este sueño vinieron otros, ampliamos nuestra caravana de camiones<br />
lecheros. Ya teníamos trescientos y si tuviésemos quinientos podríamos servir a todo el<br />
estado.<br />
También podríamos usar nuestra flota de camiones para acarrear ensilaje y para<br />
llevar los cerdos y el ganado de carne hasta las plantas procesadoras. Las ambiciones<br />
nuestras fueros creciendo más y más, por que en los Estados Unidos no había límites en<br />
cuanto al trabajo que pudiera lograr un armenio.<br />
Y probablemente lograría mucho más. Yo tomé a mi cargo un proyecto especial, el<br />
proyecto de construir "Reliance Number Three'”, la tercera de nuestras granjas lecheras,<br />
que nos daría capacidad para tres mil cabezas de ganado. Compramos un terreno como<br />
de veinte hectáreas y empezamos la construcción de corrales, silos y un moderno establo<br />
y cremería donde la leche pasaba de la vaca a la botella sin ser tocada por manos.<br />
De vez en cuando me preguntaba brevemente si Dios tendría aún el plan para mi<br />
vida que yo había sentido con tanta seguridad cuando era niño. Pero el hecho era de que<br />
Dios ya no estaba en el centro de mi vida. Por supuesto que siempre íbamos a la iglesia<br />
de la Calle Gless, todos los domingos, con nuestro pequeño hijo Richard dando saltos en<br />
el asiento trasero. Pero cuando yo era honesto conmigo mismo me daba cuenta de que los<br />
negocios se habían convertido en el objeto principal de mis pensamientos y energía.<br />
Frecuentemente comenzaba el trabajo a las siete de la mañana para terminar después de<br />
las once de la noche.<br />
En 1936 me lance a una nueva empresa, una planta de fertilizantes y desde<br />
entonces yo me sentaba a menudo en mi escritorio toda la noche.<br />
Incluso cuando oraba, mis oraciones eran enfocadas en el precio de la alfalfa, o en<br />
el rendimiento en kilómetros que daban nuestros camiones. Por ejemplo, había toda esas<br />
importantes decisiones con las que el dueño de una lechería se enfrenta, cómo<br />
seleccionar el mejor hato. Un buen torete de calidad, que incluso a mediados de los años<br />
treinta, podía costar quince mil dólares. Pero a pesar de este precio, respaldado por un<br />
"pedigree cinta azul" comprar un toro era siempre como una lotería. La incógnita residía en<br />
que si el animal podía transmitir sus cualidades deseables a sus crías, y un toro capaz de<br />
lograrlo consistentemente, era solo uno entre mil.<br />
De modo que yo oraba entre el ruido y el polvo del lugar de la subasta de ganado.<br />
"Señor. Tú hiciste estos animales. Tú ves cada célula y fibra. Indícame cual es el toro que<br />
tengo que comprar". A veces me llevaba el toro mas delgado de todos y lo veía después<br />
convertirse en un criador de campeones.<br />
Siempre llevé conmigo mis creencias pentecostales a los establos. Muchas noches<br />
pasaba mi mano en un ternero febril, o sobre una vaca que tenía un parto difícil, y observaba<br />
al veterinario sorprendido cuando la oración hacía lo que él no podían hacer.<br />
Si, es verdad que todavía creía. La palabra "Reliance", nombre de nuestra empresa<br />
familiar quería decir precisamente confianza en Dios y si la teníamos todos los días en El.<br />
Sólo que parecía que yo siempre estaba recibiendo del Señor pero dándole muy poco.<br />
Por eso es que me sentía tan perplejo por la profecía que se refería a Rose y a mí.<br />
Milton Hasen era un pintor de casas en una época cuando nadie pintaba sus casas.<br />
Era un noruego alto, delgado, de cabellos rubios y que había pasado muchas penas. Sin<br />
embargo, era la persona más alegre que jamás había conocido. Sabíamos cuándo venía<br />
a visitarnos por que oíamos bajar por la calle cantando himnos evangélicos a todo<br />
pulmón.<br />
Una noche, cuando Rose, Milton y yo estábamos en nuestra pequeña sala de estar,<br />
Milton alzó sus largos brazos y comenzó a temblar. Milton pertenecía a una<br />
denominación particular de pentecostales; cuando el Espíritu descendía sobre él,<br />
cerraba los ojos, levantaba sus manos y hablaba en una voz fuerte y retórica.<br />
Rose y yo éramos "naves escogidas", que el hacía tronar. Nosotros "éramos guiados<br />
paso a paso".<br />
Mantengan la mente en las cosas del Señor, clamó Milton. Ustedes entrarán a<br />
través de las puertas de la ciudad y nadie las cerrará delante de ustedes.<br />
Hablarán de cosas santas con los jefes de estado alrededor del mundo.<br />
Yo miré a Rose y vi que estaba tan atónita como yo. "¿Importantes hombres de<br />
estado?" ¿Viajes a través del mundo entero? Ni Rose ni yo habíamos salido jamás<br />
de California, y con un niño de tres años y otro bebé en camino, nuestros sueños o<br />
esperanzas estaban concentradas alrededor de nuestro pequeño hogar.<br />
Milton tuvo que leer la expresión de nuestros rostros.<br />
No me echéis la culpa, amigos, dijo en su acostumbrado tono amable. No<br />
hago más que repetir lo que dice el Señor. Tampoco yo entiendo todo ésto.<br />
Estoy seguro de que me habría olvidado de la profecía de Milton, casi al<br />
instante, de no haber sido por una sorprendente segunda experiencia. Algunos días<br />
después, por intuición, se me ocurrió entrar por casualidad a un servicio entre<br />
semana de una iglesia, en una parte de la ciudad que yo no conocía. Al terminar el<br />
sermón, el pastor hizo un llamado al altar. Tal vez por que yo estaba convencido de<br />
que mi vida espiritual no era la que debía ser, acepté la invitación y me arrodillé en<br />
el reclinatorio. El pastor fue pasando frente a cada uno de los que estábamos<br />
arrodillados e imponiendo manos en uno tras otro. Cuando me llegó el turno, dijo<br />
con una voz que retumbó por la iglesia:<br />
Hijo mío, tú eres una nave escogida para un trabajo específico. Yo te estoy guiando.<br />
Tu visitarás altos oficiales de gobierno en muchas partes del mundo en el nombre del<br />
Señor. Cuando tú llegues a una ciudad, las puertas se abrirán y ningún hombre podrá<br />
cerrarlas.<br />
Recuerdo que me levanté un poco indeciso. ¡Qué increíble coincidencia! me dije a<br />
mi mismo, no es concebible que este pastor nos conozca a mi y a Milton Hasen, ¿Será<br />
este mensaje algo que de verdad proviene de Dios? Yo no entiendo, "mantén tu mente<br />
ocupada en las cosas del Señor", me habían dicho Milton. Yo bien sabía que era teología<br />
sana y yo también sabía que mi mente, aunque intentase algo diferente, estaba siempre<br />
lista a ocuparse de los negocios privados de la familia Shakarian.<br />
El año siguiente sucedieron en nuestra familia dos grandes acontecimientos:<br />
el primero fue el nacimiento de nuestra hija Geraldine, en octubre en 1938, el<br />
siguiente fue la muerte de mi hermana Lucy la primavera siguiente, a la temprana edad de<br />
22 años. Esta hermana mía tenía la misma edad que Rose y era ciertamente la más<br />
hermosa de mis hermanas y también la más sensible e inteligente, cuyo<br />
ambicionado sueño era el de convertirse en maestra de escuela, sueño por cierto<br />
poco común entre las muchachas armenias de aquellos días. Lucy era tan apreciada<br />
en el Colegio Whittier, donde estudiaba, que en el día de su funeral se suspendieron<br />
las clases como un tributo a su memoria. Por primera vez en muchos años yo me<br />
enfrentaba a una de las grandes preguntas que atormentan la mente humana: ¿Para que<br />
venimos al mundo? ¿Cuál es el significado de la muerte? ¿y de la vida?<br />
Yo miraba en la Iglesia de la Calle Gless a amigos y familiares durante la<br />
acostumbrada comida del funeral y me repetía esas preguntas. La muerte para nosotros<br />
los armenios era la señal para que nos reuniéramos todos los parientes, inmediatos hasta<br />
los más lejanos y después del funeral, la costumbre requería ofrecer una comida formal.<br />
Esta era una verdadera necesidad allá en armenia por las grandes distancias que muchos<br />
miembros tenían que recorrer para venir hasta el funeral. Pero aquí en California esta<br />
comida se convertía en una especie de sacramento de la unidad familiar.<br />
Yo me senté al lado de mi padre en un extremo de la mesa larga, puesta cerca del<br />
altar y podían mirar hacia el extremo opuesto donde se sentaba mi madre. A su lado se<br />
sentaba Rose, que tenía a la pequeña Gerry en su regazo y junto a ella el otro hijo nuestro,<br />
Richard, que ya contaba con cuatro años. El tío Magardich Mushegan había muerto hacía<br />
ya algunos años, pero cerca de Richard se sentaba Aram, el hijo de Magardich y a<br />
continuación el hijo de éste llamado Harry. En esta ocasión se encontraban también las<br />
seis hermanas de papá y sus esposos y mis cuatro hermanas restantes, Ruth, Grace y<br />
Roxanne con su esposo y sus respectivas familias; la más pequeña, Florence, que era ya<br />
según la mentalidad de nosotros los armenios, una mujer hecha y derecha a sus 15 años.<br />
En las restantes mesas en torno de la nuestra se hallaban los sobrinos y los primos y un<br />
sinnúmero de parientes políticos...<br />
Y todos habíamos prosperado. Estos armenios eran gente orgullosa y fuerte, los<br />
hombres con estómagos de hierro ciertamente bien alimentados y las mujeres con sus<br />
mantillas de seda negras. Me vino a la mente entonces la profecía que habían traído a<br />
toda esta gente desde tan lejos, hasta esta tierra de abundancia: "Yo os bendeciré y os<br />
haré prosperar", había prometido Dios allá en las montañas de Kara Kala y ahora que<br />
miraba a mi alrededor ciertamente lo podían constatar.<br />
Pero había también otra parte de la profecía: "Yo haré que vuestra descendencia sea<br />
una bendición para las naciones". ¿Estábamos haciendo que esta parte de la profecía se<br />
llevase también a cabo? ¿Eramos una bendición para otras gentes? En cierto sentido, si<br />
era así, por que toda esta gente eran buenos vecinos, excelentes trabajadores,<br />
buenos y justos patrones. Pero... ¿era eso todo?<br />
No, ésto no es todo, le dije a Rose mientras regresábamos a nuestra casa<br />
en Downey, estoy convencido de que Dios nos está pidiendo que hagamos algo por<br />
los demás. Solamente que yo no se exactamente qué cosa debemos hacer.<br />
En los meses que siguieron comencé a prestar más atención a las personas<br />
con las cuales trabajaba todos los días y había ciertamente muchos de ellos, no<br />
solamente nuestros propios vaqueros, si no también vendedores de grano,<br />
conducto-, res de camiones, fabricantes de botellas, y en esos días hice un<br />
sorprendente descubrimiento, estos hombres nunca hablaban de Dios.<br />
Hubo de pasar un cierto tiempo antes de que mi mente se acostumbrase a ellos,<br />
porque Dios era tan real en mi vida... como lo eran Rose y mis hijos. El formaba<br />
parte de mi existencia, todos los días y a todas horas. Es cierto que sabían en una<br />
forma abstracta que había gente que no conocía a Dios, y que en nuestra iglesia<br />
se hacían colectas que iban a parara las Islas del Pacífico o a cualquier otro de<br />
esos lugares donde había misioneros.<br />
Pero que aquí mismo, en la ciudad de Los Angeles, donde ciertamente había<br />
una iglesia en cada esquina, que hubiese personas maduras que no fueran<br />
creyentes, era algo que ciertamente ni siquiera se me había ocurrido pensar. Y<br />
ahora que ya lo sabía ¿qué debería hacer yo?<br />
Una noche, mientras oraba por todo ésto, una terrible escena cruzó por mi<br />
mente. El lugar era el Parque Lincoln, un espacio grande al aire libre cubierto de<br />
pasto y árboles, a quince kilómetros de Downey, en donde a menudo íbamos a hacer un<br />
día de campo. Un domingo por la tarde, en el verano, pueden reunirse allí miIes de<br />
personas sentadas en la hierba sobre mantas. Pero en la escena que veía, la que<br />
aparecía en los ojos de mi mente, estaba yo subido, no sé cómo, en una plataforma en<br />
medio de toda esa gente y les estaba hablando de Jesús.<br />
Al siguiente día, en lugar de desvanecerse después de un sueño restaurador, la<br />
ridícula idea permanecía allí como clavada. Mientras me ponía la corbata se la mencioné<br />
a Rose.<br />
Querida, estoy imaginándome esta terrible escena donde yo estoy de pie en una<br />
plataforma hablándole a una multitud de gente...<br />
..."en el Parque Lincoln" terminó ella por mí.<br />
Me di vuelta del espejo, ocupado todavía con el nudo de la corbata.<br />
"He estado pensando en esta misma cosa", dijo ella. No he conseguido alejar este<br />
pensamiento de mi mente. Me pareció una cosa tan tonta que ni quería decírtelo..."<br />
Nos miramos fijamente el uno al otro en la soleada habitación, sin imaginarnos<br />
siquiera lo a menudo que experimentábamos este fenómeno. Entonces nos pareció una<br />
lejana coincidencia, sin motivo alguno.<br />
"Tu me conoces bien, Rose. Si yo tengo que hablar a más de dos personas a la vez,<br />
me asusto de tal manera que no soy capaz de recordar cómo me llamo".<br />
Yo era un granjero, pensaba despacio, hablaba lentamente, sabía que jamás podría<br />
traducir en palabras lo que Jesús significaba para mí.<br />
Fue Rose quien no dejó pasar la idea. Recuerda, estábamos pidiéndole a<br />
Dios que nos comunicase lo que teníamos que hacer. ¿Y si esto fuera su<br />
respuesta? de otro modo ¿Cómo nos habría ocurrido a los dos a la vez una idea tan<br />
extraña?<br />
Bueno, al principio revisé los reglamentos de la ciudad, y para alivio mío,<br />
encontré que el Parque Lincoln estaba reservado para recreo público, no para uso<br />
privado, cualquiera que fuese.<br />
Pero Rose, investigando por cuenta propia, descubrió un lote vació al cruzar<br />
la calle desde donde se veía el parque perfectamente. Pertenecía a un hombre<br />
que poseía una granja dedicada a la cría de avestruces, con la esperanza de<br />
atraer clientes del parque. El negocio no andaba muy bien y le encantó la idea de<br />
alquilar el lote vacío, junto a la granja, los domingos por la tarde.<br />
Y así, repentinamente, sin darme cuenta como había sucedido, me hallé<br />
comprometido en esta locura. Al principio había demasiados detalles de orden<br />
práctico que atender, de modo que no tuve tiempo de sentirme asustado. Había<br />
que obtener permisos de la policía, levantar una plataforma y además alqui lar el<br />
equipo de amplificadores Rose pensó que podría conseguir algunas muchachas de la<br />
iglesia para cantar.<br />
En cuanto al mensaje, me consolaba a mi mismo pensando que con la<br />
cantidad de sermones que había escuchado en mi vida, había adquirido<br />
experiencia para hablar con soltura, y la música podría llenar la mayor parte del tiempo.<br />
Pero cuando se fue acercando el primer domingo comencé a despertarme<br />
por la noche sudando. El sueño era siempre el mismo, yo estaba de pie sobre una<br />
plataforma ridículamente alta, gritando y agitando los brazos, mientras mirándome<br />
con horror, estaba frente a mí, un compañero con quien había estado tratando de<br />
negocios aquel día.<br />
¿Supóngase que ésto sucediera realmente?. ¿Supóngase que algún comprador o<br />
vendedor estuviera realmente en el parque?. ¿Que pensaría?. Allí estaba yo, un próspero<br />
y joven hombre de negocios, que comenzaba a alcanzar una buena reputación por mi<br />
sano juicio. ¿Qué sucedería si corriese la voz de que yo era una especie de fanático<br />
religioso? Esto podría arruinar no sólo mi nombre, si no también todo lo que mi padre<br />
había construido con tanto esfuerzo.<br />
Y llegó el primer domingo en junio de 1940, el día en que deberíamos empezar.<br />
Nos dirigimos al lote junto a la granja de avestruces, después del servicio matutino de la<br />
iglesia y comenzamos por poner el altavoz. Era un día cálido y despejado, y el porque<br />
Lincoln, al otro lado de la calle estaba muy concurrido. ¿Por que no habría llovido? estaba<br />
pensando yo, mientras Rose deliraba por un tiempo maravilloso. En ese momento ella<br />
dirigía el coro formado por tres chicas de la iglesia que cantaban el tan conocido himno:<br />
"¡Oh, qué amigo tenemos en Jesús...!" Terminó el canto. Yo subí por los hechizos peldaños<br />
a la plataforma, conecté el micrófono y carraspeé mi garganta para aclararme la voz. Para<br />
mi horror, el sonido tronó a través de los altavoces. Di un salto hacia atrás.<br />
Amigos..." empecé, otra vez un rugido explotó alrededor mío. Pronuncié unas<br />
pocas frases consciente tan sólo de ese monstruoso eco mecánico que producía mi voz.<br />
Después desesperadamente hice señales a las chicas para que cantasen de nuevo.<br />
Por aquí por allá las gentes iban recogiendo sus mantas y hubiera jurado que se<br />
marchaban del parque. Pero para mi sorpresa muchos de ellos se acercaron y pusieron<br />
sus mantas en un lugar donde nos pudieran ver mejor. De pronto me vi rodeado de un<br />
real auditorio que aumentó mi valor. Avance hacia el micrófono, seleccioné a un pobre<br />
hombre que vestía una camisa amarilla, le mire a los ojos, y le dirigí directamente a él mi<br />
sermón.<br />
Y después oí claramente una voz de mujer que decía "¿Querido, no es este Demos<br />
Shakarian ?"<br />
Mis ojos buscaron entre la muchedumbre. Allí estaba ella, me señalaba a través de<br />
la canasta en que acarreaba su comida, mientras que a su lado, tratando de ver a pesar<br />
de su miopía, estaba sentado el hombre a quien habíamos comprado la valla eléctrica.<br />
No puede ser Shakarian", dijo él en medio de un repentino silencio, mientras<br />
rebuscaba en la bolsa de su comida. Sacó un par de gafas "¡Caramba! pues sí que es el<br />
mismo Shakarian."<br />
El cuello de la camisa me estaba cortando la tráquea, sentía el micrófono húmedo y<br />
resbaladizo entre mis manos sudorosas. Escuché un sollozo y me pregunté si estarían<br />
llorando. Allí junto a la pequeña plataforma se hallaba el hombre de la camisa amarilla, le<br />
corrían las lágrimas por las mejillas.<br />
"Tiene razón, hermano, tiene razón", sollozaba. "Dios ha sido bueno conmigo".<br />
Yo lo miré mudo de asombró. Por fortuna Rose tuvo la suficiente presencia de<br />
ánimo para invitarlo a subir a la plataforma. El hombre tomó el sudado micrófono e hizo un<br />
largo relato de éxitos materiales y fracasos personales. Un pequeño manantial de gente<br />
cruzo la calle y se apiñó en torno a la plataforma.<br />
"Esta es también mi historia", dijo otro hombre, a la vez que subía los tres<br />
escalones.<br />
Me olvidé de los altavoces, me olvidé del hombre que me había vendido la valla<br />
eléctrica y sólo podía pensar en las maravillas que Dios estaba haciendo en el Parque<br />
Lincoln. Cuando empaquetamos el equipo, ya al final de la tarde, seis personas habían<br />
entregado su vida a Cristo.<br />
Durante tres meses, a través de junio, julio y agosto de 1940, seguimos con la<br />
misma rutina cada domingo, llegábamos frente el Parque. Alrededor de las dos de la tarde<br />
y allí permanecíamos hasta las cinco o las seis. Bien pronto se desarrolló un patrón. Unos<br />
cuantos hacían preguntas necias y otros que nos apoyaban, callaban a los preguntones<br />
impertinentes y regularmente había algún viejo que dejaba su afición a la bebida. El<br />
número de personas que subía a la plataforma no fue nunca demasiado grande:<br />
cuatro, diez, una docena. Y cuando ocasionalmente podíamos mantenernos en contacto<br />
con algunos de ellos, no podíamos constatar si realmente se había producido un cambio en<br />
sus vidas o no.<br />
Pero si los resultados evidentes de estas concentraciones de los domingos<br />
resultaban difíciles de medir, el cambio que se obraba en mí era bien claro. Yo había<br />
empezado las reuniones muy preocupado por mi dignidad, y ahora regresaba a casa<br />
convencido de que carecía de ella. La respuesta de Dios a mis temores de que algún<br />
conocido me viese, había servido para atraer al parque, uno por uno, domingo tras<br />
domingo, a cada uno de los hombres con los que había tenido algún negocio.<br />
Ahí estás!, parecía decir el Señor. Has estado jugando el papel de tonto frente a él.<br />
Ahora hay una persona menos por la que tienes que preocuparte por impresionar.<br />
Después, cuando me encontraba con alguno de ellos en una reunión del Club de<br />
Leones o del Club Kiwanis, había por lo general un embarazoso silencio, ocasionalmente<br />
alguna carcajada, pero no más. Ninguno de los desastres financieros que me había tenido<br />
se materializaron. A finales del verano había aprendido una lección que nunca olvidaré<br />
ese temor "al que dirán" es solamente el reflejo de nuestro propio egocentrismo.<br />
Pero hubo otra clase de resistencia en aquel verano, y provino de donde Rose y yo<br />
menos esperábamos, la iglesia de la Calle Gless. Al principio parecía que los ancianos<br />
miraban estas "salidas" del domingo por la tarde como una especie de locura juvenil<br />
de¡ verano. Pero como las reuniones continuaban semana tras semana, los ancianos<br />
comenzaron a protestar. Uno de los responsables de la iglesia habló en nombre de los<br />
ancianos, un domingo de agosto por la mañana, se levantó desde la primera banca, y nos<br />
previno de que no continuáramos en el Parque Lincoln.<br />
¡No esta bien! proclamaba con su barba gris temblando emotivamente. ¿Esto... no<br />
es armenio!<br />
Y de pronto comprendí que tenia razón. Yo tenía la imagen de Armenia a través de<br />
los siglos, pequeño país en pie de batalla que se aferraba a su única verdad a través de<br />
las conquistas y de las masacres sufridas, rodeado siempre por naciones infieles, más<br />
grandes y más fuertes y que halláis su fuerza en su propia fortaleza interior.<br />
Si, a Rose y a mi se nos decía, que nos saliéramos, tendríamos que hacerlo por<br />
nuestra propia decisión. Por primera vez en nuestras vidas entrábamos en conflicto con la<br />
generación de nuestros padres. El mundo, como lo veíamos por medio de las mantas que<br />
se extendían sobre el parque Lincoln aquel verano, era un mundo mucho mas grande del<br />
que hubiéramos esperado. También, un mundo infinitamente más solitario.<br />
En septiembre comenzó a refrescar y las multitudes del parque comenzaron a<br />
desaparecer; dejamos de tener las reuniones. La lechería, por otra parte, me iba<br />
ocupando mas y más tiempo ya que estaba preparando un nuevo tipo de mercadeo de la<br />
leche. ¿Por qué no, me pregunté a mi mismo, no establezco una venta de leche de<br />
autoservicio en la carretera, en donde hoy se encuentra la lechería "Reliance Number<br />
Three"? Les costaría unos centavos menos que si se la llevásemos de casa en casa, o<br />
que si la compraran en una tienda.<br />
Para que la gente conociera nuestro propósito celebramos una inauguración a lo<br />
grande, con música y anuncios por los periódicos, por radio y volantes por correo. En la<br />
misma lechería, banderas, música y anfitriones. El negocio dio como un salto y así se<br />
mantuvo. Inmediatamente empecé a soñar con una cadena de expendios por toda<br />
California. Esto nos haría ricos.<br />
Pero la perspectiva principal respecto a la fortuna de los Shakarian se produjo con<br />
el nuevo negocio de los molinos.<br />
No me había dado cuenta de que este negocio también representaba una bomba<br />
de tiempo.<br />
Dedicarme a los molinos me parecía una consecuencia natural del negocio de la<br />
lechería. Una vaca lechera consume diez kilos de grano al día más quince kilos de heno.<br />
Multiplicada esta cantidad por tres mil vacas que esperábamos tener algún día, resultaba<br />
con la increíble cantidad de setenta y cinco mil kilos diarios de heno y raciones de grano.<br />
Durante años habíamos comprado el forraje de los molinos locales y después<br />
mezclábamos el grano de acuerdo con una fórmula que habíamos encontrado que<br />
producía una leche de excelente calidad.<br />
Los resultados fueron tan buenos que los granjeros vecinos comenzaron a decirle a<br />
papá:<br />
¿Isaac, nos podrías vender un poco de esa mezcla especial que preparas?<br />
¿Por qué no? respondió papá.<br />
Este parecía un paso lógico en los negocios. Podríamos comprar grano en<br />
enormes cantidades, lo cual reduciría el costo de la manutención de nuestras lecherías.<br />
Con el aumento de volumen podríamos hacer nuestra propia molienda y bajar mucho<br />
más los costos. Haríamos un pequeño pero constante negocio M grano que<br />
venderíamos a las demás lecherías locales.<br />
Y de este modo comenzamos la nueva ampliación de¡ negocio con gran expectativa.<br />
Compramos un molino cerca de una de nuestras granjas que consistía en tres elevadores y<br />
tres silos de grano de veinte metros de altura, que había servido para ensilar maíz.<br />
Vaciamos los silos, los limpiamos y los reforzamos con nuevas capas de cemento.<br />
Predije un hermoso futuro para esta nueva aventura. La línea del ferrocarril<br />
Southern Pacific pasaba junto a los elevadores de grano. Antes, en el pasado, el<br />
grano se descargaba de los vagones del ferrocarril y se transportaba hasta los elevadores<br />
por medio de un complicado sistema de carretones y paleo a mano. Durante nuestro<br />
primer año de molienda, perfeccioné un sistema para mover el grano directamente<br />
hacia los elevadores por medio de enormes aspiradoras. Con los viejos métodos se<br />
necesitaban tres hombres y un día entero para vaciar un vagón del ferrocarril de cuarenta<br />
toneladas; con el nuevo sistema un solo hombre podía hacer el mismo trabajo en dos<br />
horas y media. Así se recortaron los costos en un 80% y se creó una gran agitación en la<br />
industria. A mi me gustaba trabajar en el molino; el sonido de la maquinaria, el zumbido de<br />
¿a aspiradora, los trenes cargueros traqueteando al pasar, e incluso un fino polvíllo<br />
que se posaba sobre el brillante acabado negro de mi Cadillac nuevo, todo ello me<br />
intoxicaba.<br />
Y aún, como digo, dentro de toda esta operación había una tremenda trampa.<br />
Todo ello tenía que ver con la naturaleza de los productos básicos, cuyos precios<br />
fluctuaban tremendamente. La gente que especulaba con avena, trigo y cebada puede<br />
hacer y también perder verdaderas fortunas en pocas horas. En "Wall Street", hay<br />
expertos especializados en esta clase de especulaciones. Pero un granjero, que maneja el<br />
grano por si mismo, es a su vez un especulador, lo quiera o no.<br />
El negocio funciona de la siguiente forma, yo compro grano, supongamos el<br />
primero de julio, para recibirlo en el otoño siguiente. Pago el precio de julio, sabiendo que<br />
para el otoño el precio de la mercancía puede cambiar. Si compré el grano en julio a dos<br />
dólares las cien libras, y para el otoño el precio baja a uno cincuenta, pierdo dinero. Pero<br />
si el precio sube a dos cincuenta, entonces gano. El secreto de ser un buen operador de<br />
molinos es comprar mucho cuando se espera que el precio vaya a aumentar y comprar<br />
poco cuando se espera que el precio vaya a bajar.<br />
Yo conocía ésto en teoría, durante el invierno de 1940-41. Pero tenía que aprender<br />
todavía lo que ello significaba en la práctica diaria.<br />
CAPITULO 4<br />
El hombre que cambió su modo de pensar<br />
Tan pronto como el buen tiempo trajo a la gente de nuevo al Parque Lincoln en la<br />
primavera siguiente, Rose y yo comenzamos a hablar acerca de las reuniones. "Pero no<br />
solamente los domingos por la tarde", dijo ella, “Ia gente se interesa, luego nosotros<br />
empaquetamos las cosas, nos vamos a casa y no sucede nada durante el resto de la<br />
semana".<br />
¿Y si tuviéramos reuniones en las noches?. Si pudiéramos plantar una tienda en<br />
alguna parte podríamos tener reuniones aunque lloviese o hiciese sol.<br />
“En la propiedad de la iglesia", dijimos ambos a un tiempo, y nos reímos por esta<br />
nueva coincidencia. Ya hacía tiempo que el edificio de la Calle Gless se estaba haciendo<br />
pequeño para la creciente comunidad armenia, y la iglesia hacía poco había comprado un<br />
terreno en la esquina entre Goodrich y Carolina Place, al este de Los Ángeles donde ellos<br />
tenían intención de construir.<br />
Y por este motivo intentamos obtener el permiso de los ancianos de la iglesia.<br />
Todos los recelos del verano anterior brotaron de nuevo en los rostros morenos que se<br />
alineaban delante de nosotros. ¿Quiénes eran esos extraños a los que pretendíamos<br />
introducir en la propiedad de la iglesia? ¿Por qué tendría que verse involucrada la iglesia<br />
pentecostal armenia?<br />
No sería únicamente nuestra iglesia, explicamos. Nuestro plan era que todas las<br />
iglesias pentecostales de los alrededores colaborasen con nuestras reuniones. Nuestra<br />
iglesia proveería el lugar, para la carpa, y otra proporcionaría los músicos y los<br />
acomodadores. Trabajaríamos todos juntos.<br />
Pero al escuchar la palabra "juntos" sus rostros se estiraron todavía mas "¿Juntos?"<br />
"¿Con la Iglesia Cuadrangular, con las Asambleas de Dios, y la gente de la Santidad<br />
Pentecostal, con sus dudosas doctrinas? ¿Por qué algunas de esas llamadas iglesias<br />
cristianas permiten que los hombres y las mujeres se sienten juntos? Y los ancianos se<br />
aislaron hablando de cosas que nos parecían secundarias, mientras Rase y yo nos<br />
manteníamos sentados en silencio olvidando nuestro proyecto para el verano.<br />
Pero el hecho era que el viento de pentecostés, que había soplado tan fuertemente<br />
desde Rusia a Armenia hacía casi cien anos, tendría que calmarse, por ahora, dentro de<br />
una denominación tan rígida como cualquier otra. Era siempre así. A través de toda la<br />
historia, cada soplo refrescante del Espíritu pronto llegar a ser, en manos humanas, una<br />
nueva ortodoxia. El gran avivamiento de la Calle Azusa, por ejemplo, que comenzó en<br />
esta misma ciudad con libertad, con gozo y que rompió todas las barreras, se había<br />
rígidizado allá por los años 40 y convertido en un grupo de iglesias tan independientes que<br />
ni siquiera se comunicaban entre ellas dejando solo al mundo entero.<br />
La tragedia, como la veíamos Rose y yo, era que ellas tenían tanto que dar. Cada<br />
pequeño grupo, detrás de sus propias paredes, experimentaba cada semana el poder de<br />
Dios para proveer, sanar y guiar, mientras el mundo necesitaba desesperadamente todo<br />
este poder; al menos los hombres de negocio que yo frecuentaba seis días a la semana,<br />
ni siquiera sabían que éste existía.<br />
Entonces ustedes no tienen porqué involucrarse en absoluto, dije a los ancianos".<br />
Yo me ocuparé de la tienda, de la limpieza, y de todo. Sólo tienen que dejamos usar el<br />
terreno.<br />
Al final de mis explicaciones nada de lo que dije los conmovió, fue sólo el<br />
hecho de que mi padre hablo en favor del proyecto. El nombre de Isaac Shakarian<br />
pesaba mucho en la iglesia. Si Isaac estaba de acuerdo, entonces aunque<br />
arriesgado como parecía, tendría que estar bien,<br />
De modo que obtuvimos el permiso. Pero en seguida, casi lo lamentamos.<br />
Armar una carpa, lo entendimos enseguida, iba a ser una cosa muy diferente a<br />
preparar solamente una plataforma con altoparlantes. Alquilar la tienda fue lo más<br />
fácil. Tenía que ser un sitio para "acomodar público" y había tantos reglamentos<br />
que cumplir como para un edificio permanente. Tuve que presentarme ante la Oficina<br />
Municipal, ante el Departamento de Bomberos, al departamento de Policía, a la Oficina<br />
de Salud Pública y a la Comisión de Energía y Luz Eléctrica. Cada vez tuve que<br />
explicar todo de nuevo, qué propósito nos movía y por que.<br />
Solamente después de haber obtenido todas las licencias necesarias pudimos<br />
comenzar a pensar en poner la tienda. Ahora tenían que venir a inspeccionar toda<br />
la instalación eléctrica de la tienda, cerciorarse de que las puertas de entrada y<br />
salida llenaban los requisitos de que había facilidades higiénicas, de que había<br />
rociadores de agua para impedir que se levantase el polvo. Finalmente nos<br />
quedaba aún el trabajo de hacer llegar la noticia a la gente. Radio, anuncios de<br />
televisión, anuncios en los periódicos, carteles en las vitrinas de los comercios; yo<br />
traté de recordar todos los detalles posibles de cuando abrí mi venta de leche de<br />
autoservicio, para poder utilizarlos ahora.<br />
Todo esto necesitó mucho dinero y también mucho tiempo. Al final, hasta<br />
papá estaba impaciente. Hacia semanas que yo apenas pasaba por la oficina, y él<br />
me lo recordaba. No necesitaba decirme lo que más apremiaba nuestras mentes,<br />
la planta de fertilizantes, que había sido mi primer proyecto independiente y que ahora<br />
estaba. perdiendo dinero. Durante cinco años quería que sobreviviese, ahora tendría<br />
que dedicarle todo mi tiempo y energías. Y, por otra parte, no podía desechar el<br />
sentimiento de que estas reuniones en la tienda de campaña también eran<br />
importantes.<br />
Los servicios nocturnos comenzaron en julio y siguieron todas las noches<br />
durante seis semanas. Yo me había dado cuenta desde el verano pasado que no<br />
era precisamente un orador. Mi corazón rebosaba siempre de las maravillas de Dios<br />
y de sus realidades, pero de mi boca jamás fluían las palabras apropiadas. Harry<br />
Mushegan, mi querido primo segundo, era otra cosa. Al igual que su padre Aram y<br />
su abuelo Magardich, sabía hablar en forma elocuente. El tenía siempre la palabra<br />
exacta, lograba que la gente se sentase y lo escuchase. Tenía solo veinte años,<br />
pero ya era un orador infinitamente mejor de lo que yo pudiera ser jamás, y por ello<br />
pedimos que fuese nuestro predicador.<br />
La gente vino, y regresó una y otra vez, y a medida que las semanas pasaban,<br />
el público iba en aumento. Las cinco denominaciones pentecostales que se habían<br />
unido tan alegremente para respaldar las reuniones nocturnas, fueron gradualmente<br />
integrándose. Los pastores se sentaron en la plataforma, con Rose al piano, y sus<br />
coros dirigían el canto.<br />
Las noches en que no venía ningún coro, Florence cantaba para nosotros con su<br />
voz dulce y bien timbrada de soprano profesional. Florence se había graduado en la<br />
escuela superior en junio, y se estaba preparando para entrar en el "Whittier College" en el<br />
otoño. En cuanto a mí, ayudaba en lo que podía. Dirigía las reuniones, hacía las llamadas<br />
telefónicas, arreglaba la transportación y me ocupaba de llevar la contabilidad.<br />
Con un poco de sorpresa para todos, los registros de ingresos superaban los<br />
egresos. Todas las noches, cuando los pastores contaban el dinero de la ofrenda, la<br />
suma superaba a la de la noche anterior. Era sorprendente, si se toma en cuenta<br />
que nunca hicimos demasiado hincapié en las ofrendas. También resultaba irónico<br />
que cada vez que revisaba los libros de la planta de fertilizante con el contador, la<br />
situación iba cada vez peor.<br />
Del dinero de las ofrendas pagábamos los avisos en los periódicos y la<br />
radio, el alquiler de la tienda y todavía nos quedaba dinero. De esos gastos no<br />
llevaba registro, pues nunca pensé que se recuperaran. Entonces se me ocurrió<br />
una idea. ¿Que tal si el resto de la ofrenda se pusiera en una cuenta especial<br />
bancaria y que la administraran las cinco iglesias?<br />
A mediados de agosto, quitamos la tienda y un grupo de voluntarios limpió el<br />
campo. Centenares de personas habían escuchado el mensaje del evangelio por<br />
primera vez y habían experimentado que las obras de Dios eran reales. Algunos<br />
habían tomado su decisión de ser cristianos. Entretanto, una planta de fertilizantes<br />
de Downey había cerrado sus puertas por última vez.<br />
Pero los efectos de largo alcance, como sucedió, surgieron de aquella<br />
cuenta común del Banco Con intención de tomar decisiones acerca de la misma, el<br />
pastor de la Iglesia Cuadrangular telefoneó al pastor de la Iglesia Pentecostal de<br />
Dios. Un anciano de las Asambleas de Dios fue a comer con un anciano de la<br />
Iglesia Pentecostal Armenia. Yambos. en ese momento atravesaron juntos el dintel<br />
de la puerta de la Iglesia de Santidad Pentecostal que había al final de la calle, y<br />
se sentaron a rendir culto a Dios. .<br />
Era martes por la mañana a finales de septiembre cuando me hallaba sentado<br />
en mi despacho, tratando de poner algo de orden en mis asuntos. Al principio,<br />
difícilmente oí el teléfono que repicaba junto a mi codo; cuando tomé el auricular, tardé<br />
unos segundos en darme cuenta de que la persona que se hallaba al otro lado del hilo<br />
estaba llorando. Era Rose<br />
... Hospital Downey, decía, "tan pronto como puedas".<br />
"¿Quién. ? ¿Qué...?" dije estúpidamente.<br />
"¡Florence!" repitió ella. Mientras conducía camino de Whittier esta mañana.<br />
Acuérdate de la niebla que había. Oh Demos ella ni siquiera debió haber visto del todo al<br />
camión."<br />
Todavía sin comprender del todo, corrí hacia mi carro y cubrí como un relámpago<br />
las escasas cuadras que me separaban del Hospital de Downey. La mayoría de la familia<br />
ya había llegado al pequeño edificio de una planta. Florence estaba en la mesa de<br />
operaciones, me dijo papá, pero era poco lo que los médicos podían hacer. Papá casi no<br />
podía hablar, y fue mi cuñado el esposo de mi hermana Ruth, quien me contó los detalles.<br />
El accidente había tenido lugar a las 7:30 de la mañana, en medio de una espesa<br />
niebla gris que sube desde el Pacífico en las mañanas de otoño. Aparentemente. Florence<br />
no había visto una señal de alto y su carro chocó con un camión que hacía<br />
reparaciones en la carretera derramando por todas partes toneladas de asfalto hirviendo.<br />
El conductor del camión salió ileso pero Florence fue arrojada violentamente de su<br />
automóvil para caer en medio del alquitrán en llamas. Un transeúnte la sacó y la envolvió<br />
en su chaqueta, pero no antes de que toda su espalda resultase peligrosamente<br />
quemada.<br />
Eran estas masivas quemaduras las que impedían al cirujano operar los huesos<br />
rotos. Al final la trasladaron al Servicio de Cuidados Intensivos, donde se nos permitió,<br />
uno por uno, permanecer en el dintel de la puerta y mirar al interior. Fue el doctor<br />
Haygood quien nos condujo a través del pasillo, lloraba sin reparo alguno, como<br />
cualquiera de nosotros. Fue este mismo hombre, quien diecisiete años atrás había tratado<br />
al mundo a Florence y quien la había tratado desde el sarampión a la tosferina de su<br />
infancia. Ahora, todo lo que podía hacer era dar palmaditas en la mano de mamá, una y<br />
otra vez.<br />
Es joven y fuerte, Zahouri, repetía, y tiene unas ganas tremendas de vivir.<br />
Cuando me tocó el turno de pararme frente a la puerta, apenas podía creer que la<br />
que estaba en la cama alta del hospital fuese Florence, con su carita de duende y voz<br />
angelical, la más joven y más favorecida por Dios en la familia, suspendida por poleas, sus<br />
ojos permanecían cerrados y un continuo lamento surgía de su garganta.<br />
Señor Dios mío", rogué. No la dejes sufrir. Cura su dolor.<br />
¿Me lo imaginé, o el lamento había dejado de escucharse de pronto? "Llévate su<br />
dolor", ore de nuevo.<br />
Rose y yo regresamos a casa para preparar la comida a Richard y Gerry. Cuando<br />
volví al hospital aquella tarde, Florence llorando de dolor, aunque aparentemente estaba<br />
inconsciente a cualquier otra cosa. Me pare frente a la puerta y ore, de nuevo los gritos<br />
cesaron. El resto de aquel día y la noche, cuando el dolor parecía ser peor, mis oraciones<br />
aparecían ayudar. incluso las enfermeras y los doctores se dieran cuenta.<br />
"Demos". me dijo el doctor Haygood, "puedes entrar a esta habitación siempre que<br />
quieras. Incluso la alimentación por el sistema intravenoso parece ir mejor cuando tú<br />
estás aquí..."<br />
Así que me proveyeron de una bata blanca, máscara y gorro quirúrgico, y una silla<br />
para que me sentase a la cabecera de la cama. Durante los siguientes cinco días pasé todo el<br />
tiempo que me fue posible en aquella habitación. A la vez que ella recobraba conciencia.<br />
el dolor aumentaba. Ni las drogas, ni la cantidad de diferentes inyecciones calmantes<br />
parecían surtir efecto; los únicos ratos que Florence dormía, me contaron las<br />
enfermeras, era durante mis visitas.<br />
El por qué las cosas tuvieron que suceder así, era algo de lo que yo no tenía<br />
la menor idea. A menudo recordaba once años atrás cuando Florence se rompió el<br />
codo y yo había sabido, una mañana en la iglesia, que ella sería sanada. Un<br />
extraño lazo parecía unirnos a Florence y a mi, pero sin embargo, esta vez la<br />
sanidad no había seguido a mis oraciones. Un alivio temporal del dolor si, pero no el<br />
cese al peligro que se cernía sobre ella.<br />
Fue entonces cuando el peligro mas grave apareció. El resultado de los<br />
rayos X que tomaron inmediatamente después del accidente, mostraba que la<br />
cadera izquierda y la pelvis se habían aplastado al chocar contra el suelo. Las<br />
radiografías mostraban astillas de hueso a través de todos los órganos vitales M<br />
abdomen. Todos los días hacían una nueva placa, cada día, observaban, y yo con<br />
los doctores, que las afiladas astillas se hincaban más profundamente en la cavidad<br />
abdominal.<br />
Seis días después del accidente, cuando aún las quemaduras no permitían<br />
una operación, nuestra iglesia declaró un día completo de ayuno. Comenzando el<br />
domingo a media noche la congregación entera no tomó ni alimentos ni bebida<br />
alguna. A las siete de la mañana del lunes, se reunieron en la recién acabada<br />
iglesia en Goodrich Boulevard, al este de Los Angeles, para completar la vigilia de<br />
veinticuatro horas por la sanidad de Florence. "con un propósito común se<br />
encontraban en un mismo lugar", como se lee en el libro de los Hechos 2:1 .<br />
Solamente yo no estaba con ellos. Yo tenía misión especial aquella noche en<br />
la ciudad de Maywood, a ocho kilómetros de Downey. Desde hacía meses<br />
habíamos estado escuchado hablar de un hombre que se llamaba Charles Price. Hacía<br />
unos años, el doctor Price había sido pastor de una gran iglesia Congregacional en Lodi,<br />
California, un ministro ultramoderno para una ultramoderna iglesia, que incluso se jactaba<br />
de tener una pista de boliche. En ese entonces, la evangelista Aimee Semple McPherson<br />
visitó esa ciudad y el doctor Price acudió a la reunión de su tienda, armado de lápiz y<br />
papel, para tomar nota de todas las tonterías pentecostales que proclamase la señorita<br />
McPherson, para poder prevenir a su congregación contra ella. A mitad del servicio el papel<br />
y el lápiz fueron a parar al bolsillo, el doctor Price se halló de rodillas, con lágrimas<br />
rodándole por las mejillas, sus manos alzadas sobre la cabeza, alabando a Dios en una<br />
lengua desconocida.<br />
Desde aquella noche, el ministerio de Charles Price cambió radicalmente y llamó a<br />
su nuevo mensaje "el evangelio completo", con lo que quiso decir que desde aquel<br />
momento en adelante, ninguna parte del Nuevo Testamento dejaría de estar presente en<br />
sus predicaciones. Llegó a ser famoso por su insistencia en que las sanaciones tal contó<br />
aparecen en la Biblia, tienen que formar parte de la vida normal de la iglesia en cualquier<br />
época y aún en nuestros días.<br />
Y, ahora, el doctor Price estaba en la cercana Maywood predicando en una tienda<br />
que había erigido por su propia cuenta, y a medida que me acercaba, mi corazón se<br />
hundía, Los carros se veían aparcados a casi un kilómetro de distancia, y cuando<br />
finalmente llegué a la enorme tienda, todos los asientos estaban ocupados, y cantidad de<br />
personas estaban de pie afuera, sobre la hierba.<br />
El doctor Price estaba hablando desde una plataforma enorme, con adornos de<br />
terciopelo rojo y blanco. Era un hombre de mediana edad, de cabellos claros, que usaba<br />
gafas sin aros, que ahora brillaban bajo la luz de los reflectores. Terminó el sermón e invitó<br />
a cualquiera que tuviese necesidad de sanación, pasase al frente para que se le orase.<br />
Centenares de personas fueron surgiendo de todas partes a los pasillos. Miré el reloj.<br />
Eran las 9 de la noche. Nunca conseguiría llegar hasta el esa noche. Pero el<br />
recuerdo de todos en mi iglesia de rodillas me hizo quedarme. Lentamente, las largas<br />
colas fueron avanzando poco a poco. Diez, diez y media, once. Los acomodadores<br />
intentaban terminar la reunión: "El doctor Price estará mañana por la noche aquí, de<br />
nuevo, hermana..." "El doctor Price estará encantado de orar por usted, mañana,<br />
hermano..."<br />
El doctor Price estaba tomando su Biblia y la botella de aceite con que ungía a los<br />
enfermos. "Señor", grité.<br />
Se dio la vuelta e intentó ver a través de las brillantes luces.<br />
Evadí la vigilancia de uno de los ayudantes. "Doctor Price, mi nombre es Demos<br />
Shakarian, y mi hermana ha tenido un accidente automovilístico; el doctor del hospital de<br />
Downey dice que no vivirá, quisiera pedirle que viniese", dije todo de un tirón.<br />
El doctor Price cerró los ojos y pude ver la preocupación en su rostro. Permaneció<br />
un instante quieto, luego abrió los ojos bruscamente:<br />
Me apresuré y le abrí el camino a través de la multitud que se dispersaba, siempre<br />
hubo alguien que lo detenía y el doctor Price notó mi impaciencia.<br />
No estés ansioso, hijo", dijo, "tu hermana será sana esta noche".<br />
Miré aquel hombre. ¿Como podía hacer una afirmación como esa con tanta<br />
seguridad? Pero, por supuesto, recordé, él no había visto el resultado de los rayos X y<br />
tampoco podía tener ni la menor idea de lo grave de la situación de mi hermana.<br />
Mi escepticismo debió trasparentarse en mi rostro, por que cuando puse el motor en<br />
marcha, me dijo: "Permíteme que le diga, joven, por qué estoy tan seguro de que su<br />
hermana sanará". Y relató como años antes, allá por el año 1924, un poco después de su<br />
experiencia con la señorita McPherson, viajaba en auto a través del Canadá, cuando llegó<br />
a la pequeña ciudad de París, en la provincia de Ontario. Mientras iba por la calle, sintió la<br />
urgente necesidad de dar vuelta a la derecha, y así lo hizo. Luego sintió la misma urgente<br />
necesidad de virar a la izquierda. De esa forma, el doctor Price fue guiado a través de la<br />
ciudad hasta hallarse frente a la Iglesia Metodista. Allí pareció recibir la orden de<br />
detenerse.<br />
Sin la menor idea de por qué estaba haciendo eso. Charles Price tocó el timbre de<br />
la casa del pastor, junto a la iglesia, se presentó, dijo ser un evangelista; de pronto se<br />
escuchó a si mismo pidiendo si podría tener una serie de reuniones en aquella iglesia, y para<br />
gran sorpresa del doctor Price, la respuesta fue afirmativa.<br />
Entre la gente que acudió a las reuniones, el doctor Price se fijó especialmente en<br />
una joven patéticamente lisiada, cuyo esposo la traía cada noche, la ponía sobre unos<br />
almohadones en una de las primeras bancas. Al preguntar acerca de ellos supo que sus<br />
nombres eran Louis y Eva Johnston, que venían de Laurel, Ontario, y que Eva Johnston,<br />
había estado paralítica y sufría de fuertes dolores por más de diez años como resultado de<br />
un ataque de fiebre reumática. El doctor Price miró aquellas fruncidas y torcidas piernas, la<br />
derecha grotescamente doblada tras la otra. La pareja había ido a veinte diferentes<br />
doctores en Toronto; probaron tratamientos eléctricos, rayos X, cirugía, masaje de calor,<br />
pero sin poder evitar que la deformidad empeorase año tras año. Y sin embargo el Dr.<br />
Price supo mientras predicaba, que aquella noche Eva Johnston sería sanada. Lo sabía<br />
porque cada vez que la miraba sentía un extraño calor que se apoderaba de él. como una<br />
Gálica manta que le arropaba los hombros.<br />
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. por que recordé la idéntica experiencia<br />
cuando la curación del codo de Florence. Con dificultad pude mantener los ojos en la<br />
carretera.<br />
El doctor Price interpretaba la sensación de peso y calor, como la presencia de<br />
Dios. Dijo a la congregación en aquella ocasión que estaba a punto de presenciar un gran<br />
milagro. Bajó de la plataforma, poso sus manos sobre la cabeza de la enferma y comenzó<br />
a orar. Ante toda la congregación, la espalda de la mujer se enderezó, las piernas se<br />
enderezaron hasta incluso crecieron a la vista de todos, a pesar de que no había dado<br />
paso durante diez años, Eva Wilson Johnston se puso de pie, anduvo, incluso danzó, a<br />
todo lo largo del pasillo. El doctor Price se mantenía todavía en contacto con los Johnston y<br />
su curación había sido permanente.<br />
Y esta noche, continuó Charles Price, vamos a ver otro milagro, por que en el<br />
momento en que usted habló, aquella "manta" volvió a caer sobre mis hombros, y allí está<br />
ahora. Dios está presente en esta situación.<br />
Tragué saliva con dificultad, no me atreví a hablar porque en once años nunca había<br />
escuchado experiencia similar.<br />
Eran las once y media cuando llegamos a Downey. La puerta principal del pequeño<br />
hospital de treinta y tres camas, estaba cerrado y tuvimos que llamar. Al fin apareció una<br />
enfermera.<br />
Me alegro de que esté aquí, dijo, Florence esta peor esta noche.<br />
Pregunté si el doctor Price también podía entrar conmigo a la habitación, y tuvo que<br />
ponerse una bata y máscara esterilizada. Luego los dos entramos en la habitación de<br />
Florence.<br />
Ella yacía en la cama, medio escondida entre la multitud de tubos y poleas. Le<br />
presenté al doctor Price y ella asintió débilmente con la cabeza.<br />
El doctor Price sacó el frasco de aceite de su bolsillo y vertió un poco de líquido en<br />
su mano. Después se acercó a ella a través de la profusión de aparatos que rodeaban su<br />
cama y apoyó sus dedos en la frente de Florence. "Señor Jesús" dijo te damos gracias<br />
por que, estás aquí. Te damos gracias por curar a esta nuestra hermana".<br />
Su voz fuerte y gentil, continuó orando, pero ya no pude seguir oyendo las palabra,<br />
por que un extraordinario cambio se había efectuado en el ambiente de aquella habitación.<br />
Parecía más... mas apiñada, en alguna forma. El aire mismo parecía haberse vuelto mas<br />
denso, casi como si nos hubiésemos hallado sumergidos en el agua.<br />
Repentinamente, en su cama alta, Florence se retorció. El doctor Price saltó hacia<br />
atrás mientras una de las pesas de acero usadas para tracción pasaba rozándole la<br />
cabeza. Florence se retorció hacia un lado tanto como los alambres que a sujetaban le<br />
permitieron y después se giró hacia el otro lado. De pronto todos los pesos que había en la<br />
habitación comenzaron a moverse, a la vez que ella se movía hacia adelante y hacia<br />
atrás. Sé que debería haber intentado detenerla porque el doctor había repetido cien<br />
veces que su cadera destrozada tenía que permanecer inmóvil, pero me quedé quieto<br />
donde estaba, envuelto y bañado en este aire denso que emitía pulsaciones...<br />
Un gemido profundo emergió de la garganta de Florence, pero no podía asegurar si<br />
fue de dolor o de inexplicable éxtasis. Durante veinte increíbles minutos Florence continuó<br />
moviéndose y retorciéndose en su prisión de hilos metálicos, mientras el doctor Price y yo<br />
eludíamos los grandes contrapesos que parecían volar. A cada minuto esperaba que<br />
apareciese la enfermera irrumpiendo en la habitación para preguntar qué era lo que<br />
sucedía, pues sabía que cada diez minutos inspeccionaba la habitación. Pero no vino<br />
nadie. Era como si los tres hubiésemos sido transportados a otra dimensión de espacio y<br />
tiempo, en un mundo habitado tan sólo por la cálida presencia de Dios, que todo lo<br />
invadía, permaneció de pronto quieta en su cama y gradualmente los pesos que la<br />
sujetaban dejaron de moverse. Por un largo rato fijó su vista en mí.<br />
"Demos" musitó, "Jesús me ha sanado".<br />
Yo me incliné hacia ella. Lo sé, le respondí.<br />
Cuando la enfermera entró en la habitación pocos minutos después se alegró<br />
muchísimo de verla durmiendo...<br />
A la mañana siguiente, después de llevar al doctor Price hasta su casa en<br />
Pasadena, me hallaba todavía dormido cuando llamó el doctor Haygood.<br />
Quiero que venga a ver la placa de rayos X, esto es todo lo que puedo decir.<br />
El cuarto de rayos X estaba repleto cuando yo llegue, doctores, enfermeras,<br />
técnicos de laboratorio. Todos se apiñaban para mirar colocadas contra una superficie<br />
luminosa había ocho placas. Las primeras siete mostraban una pelvis aplastada, dislocadas<br />
las caderas y la pelvis del lado izquierdo. La última radiografía, tomada aquella misma<br />
mañana, mostraba una pelvis normal, absolutamente. Ambos lados de la imagen era<br />
idénticos, el hueso de la cadera izquierda tan bien formado como el de la derecha,<br />
Únicamente unos lineamientos delgados mostraban que alguna vez, seguramente años<br />
atrás habría sufrido alguna rotura.<br />
Florence permaneció en el hospital un mes todavía mientras las quemaduras de su<br />
espalda iban sanando. La noche anterior a ser dada de alta, tuvo un sueño. Un sueño<br />
extraño en el que veinticinco vasos de agua estaban en la mesa esperando que ella los<br />
bebiese "Yo creo que representa los años que aún tengo de vida", nos dijo a Rose y a mi<br />
cuando fuimos al siguiente día para llevárnosla a casa. "Creo que. Dios va a concederme<br />
todavía veinticinco años para que le sirva".<br />
Nada supe sobre eso. Yo solo supe que vi el poder de Dios con mis propios ojos.<br />
Lo que aún me quedaba por conocer era mi propia debilidad.<br />
CAPITULO 5<br />
AFIANZAMIENTO DEL CIELO<br />
Diciembre de 1941. Los Estados Unidos estaban en guerra. Con el ataque a Pearl<br />
Harbor, la ciudad de Los Angeles se convirtió de la noche a la mañana en el centro de las<br />
actividades de defensa durante las veinticuatro horas del día. Durante el día, las<br />
autopistas estaban atestadas de camiones verde olivo del ejército. Durante la noche, la<br />
ciudad se apresuraba en sus ocupaciones dentro de una total obscuridad y nosotros<br />
ordeñábamos antes del amanecer en nuestros establos con las ventanas cubiertas. La<br />
pequeña fábrica norteamericana de aviones, cercana a Downey, se convirtió en tina enorme<br />
planta rodeada de alambre de púas, por cuyas puertas pasaban autos y camiones las<br />
veinticuatro horas del día. Para desesperación de Rose y deleite de Richard que<br />
contaba siete años, las instalaciones antiaéreas se construyeron casi en nuestro patio.<br />
Como la industria lechera se consideraba industria esencial, la gente de nuestra<br />
granja no fue reclutada al principio. Pero antes de mucho tiempo, nuestros empleados y<br />
proveedores se hallaron al servicio o en las plantas de la defensa. Yo entonces dividía mi<br />
tiempo entre los corrales de los terneros y los establos de las vacas en donde andábamos<br />
más cortos de mano de obra. y en los puestos de racionamiento y en las oficinas de<br />
distribución suplicábamos por grano, combustible, llantas y piezas para camiones que<br />
necesitábamos para continuar trabajando.<br />
El principal problema era la salud de los animales, y tanto los veterinarios como las<br />
medicinas, escaseaban cada vez más. Papá y yo orábamos primero cuando la enfermedad<br />
amenazaba nuestras reses, luego con frecuencia era la primera y ultima protección de los<br />
animales.<br />
A través de los años de guerra, Rosa y yo seguimos patrocinando durante los<br />
veranos las reuniones en la carpa; seguimos el patrón que nos había servido en el este de<br />
Los Angeles. Buscábamos un predicador talentoso y empleábamos nuestras habilidades<br />
donde hicieran falta y donde fuese, invitamos a las distintas iglesias del mismo lugar a<br />
trabajar juntas y alquilábamos equipo y manejábamos los detalles. Luego, cuando se<br />
habían cubierto los principales gastos, poníamos el resto de la ofrenda en un banco para<br />
ser administrada conjuntamente por todas las iglesias participantes, de modo que cuando la<br />
campaña se terminara, la cooperación continuaría.<br />
En nuestra propia iglesia algunos de los ancianos se preguntaban a viva voz que<br />
era lo que sacábamos de “todo aquel lío". Pero cuando Florence se presento sin señales<br />
de lo acontecido en julio de 1942, y cantó el glorioso himno de apertura, Rosa y yo<br />
supimos que todo el esfuerzo de nuestras vidas jamás expresaría suficientemente nuestra<br />
gratitud hacía Dios.<br />
Otra fuente de gozo en aquellos días era nuestra profunda amistad con Charles<br />
Price. ¡Me gustaba escucharlo predicar en su elocuente estilo que habla perfeccionado<br />
bajo supervisión de William Jennings Bryan. Lo mejor de todo eran las visitas personales.<br />
Casi cada semana desde 1941 hasta 1946 venía a Downey e íbamos con él a su<br />
restaurante italiano favorito. Nos sentábamos en un lugar al fondo, donde me pasaba la<br />
tarde escuchando al hombre más sabio que jamás había conocido.<br />
"Doctor Price", le dije una vez "Hacer lo que usted hace debe ser la cosa más<br />
maravillosa del mundo. Ver centenares de personas tocadas por su palabra, ver cómo<br />
la gente se salva y se sana y sienten el poder de Dios, que se mueve a través de usted”.<br />
El doctor Price dejó de enrollar "espagueti" en su tenedor y me miró frunciendo el<br />
entrecejo ligeramente.<br />
No es como eso", dijo finalmente. "Es... es como la guerra". Agitó un brazo<br />
alrededor del cuarto; éramos casi los únicos civiles en aquel lugar. "¿En dónde están<br />
matando a los soldados? En el frente, donde el enemigo está más cerca.<br />
"Demos, es lo mismo con el evangelismo. Esta es una guerra, tan mortífera<br />
como la que esta ocurriendo en Guadalcanal. El predicador que lleva el ataque al<br />
territorio enemigo, está bajo su fuego. Recibe heridas, Demos. Algunos de nosotros<br />
somos destruidos".<br />
Rió con esa risa corta, menospreciadora de sí mismo, tan característica de él. A<br />
veces, la gente trata de felicitarme, diciéndome lo buen predicador que soy. Eso no<br />
significa nada para mí. Pero la otra noche, una señora me dijo que su familia oraba por mí<br />
todos !os días. Demos: esto es lo más maravilloso que puede escuchar un predicador.<br />
Asentí con un movimiento de cabeza, impresionado por su honestidad. Pero la<br />
realidad de lo que estaba diciendo no pude comprender en aquellos tempranos años<br />
cuarenta.<br />
Sucedió casi sin advertirlo entre las presiones y formalismos de la guerra, y las<br />
escaseces del momento. Las primeras tres vacas de mi padre se habían convertido en<br />
tres mil, y habíamos llegado a tener la lechería privada más grande del mundo.<br />
Y, por lo tanto, teníamos las mayores preocupaciones que yo hubiera imaginado, me<br />
pasaba pendiente del teléfono hora tras hora, seguía el rumor de que había envases de<br />
leche por aquí, cemento para el piso de una planta lechera por allá.<br />
Únicamente hallar suficiente alimento para tal cantidad de animales ya resultaba<br />
sumamente dificultoso. Yo tenía que manejar hasta el Valle Imperial para comprar heno.<br />
La mayor parte de este viaje era a través del desierto y, en un sofocante mes de julio<br />
que dio paso a un agosto de 1943 todavía más caluroso, descubrí que algo había<br />
cambiado en aquella una vez solitaria carretera. Donde antes hallaba dos cabañas<br />
soleadas en mi camino, en el último viaje, ahora en el sitio se levantaba una concurrida<br />
ciudad de carpas y el tráfico se hacía mas lento a causa de la larga fila de camiones del<br />
ejército. A lo largo de toda la carretera no se veía otra cosa que antiguas granjas y<br />
polvorientas casetas que, de pronto, hervían de soldados. Nadie decía una palabra, por<br />
supuesto; nadie sabía nada, pero era evidente que se estaba llevando a cabo una gran<br />
campaña en el desierto, en alguna parte de la perturbada faz de la tierra.<br />
Le hablaría a Rose de ello cuando regresara a casa. "Demasiados muchachos,<br />
Rose y se les ve tan acalorados y aburridos..”<br />
La ciudad de Indio, a cuarenta kilómetros al este de Palm Springs me atemorizaba<br />
particularmente. Las calles rebosaban de tantos soldados fuera de servicio que se<br />
necesitaba una hora entera para atravesarla. Yo me sentaba en las paradas de tráfico,<br />
viéndolos esperar en interminables colas, ante los tres o cuatro restaurantes y el único<br />
teatro, donde buscaban una pequeña sombra contra los 120 grados de calor. Nada que<br />
hacer, y ningún lugar adonde ir.<br />
Y pensé: ¿Qué tal si levantase una carpa aquí?<br />
"¿Más reuniones, ¡Demos!?" preguntó mi padre. Rose y yo acabábamos de<br />
patrocinar una campaña de avivamiento de seis semanas en el condado de Orange.<br />
También Rose sentía dudas. "Demos, estás trabajando dieciséis horas al día en la<br />
lechería. Durante la campaña de avivamiento apenas si te acercaste a la cama. ¿Qué<br />
intentas probar matándote con tanto trabajo?"<br />
"Pero. ¿y si esta idea viene de Dios. Rose, y no de mí mismo?"<br />
Ella me miró desde el lugar donde planchaba. "Entonces lo haremos".<br />
Salté del sofá. "Voy a telefonear a Charles Price ahora mismo", dije. Sé que está<br />
lleno de compromisos, pero quizá le queden una o dos semanas libres".<br />
Rose alzó otro de los trajes deportivos de Gerry del cesto de ropa para planchar.<br />
No era el tipo de persona que habla mucho cuando no tiene absolutamente nada qué<br />
decir, y yo sabía que tenía mucho que decirme,<br />
"¿Rose?"<br />
Silencio.<br />
"¿Hay algo que no está bien?"<br />
Demos, con lo mucho que amó y respeto al doctor Price, creo que no es la persona<br />
adecuada para hablar con los soldados... Necesitamos a alguien más joven... no lo se,<br />
alguien que sepa tocar la guitarra"<br />
Estaba seguro que Rose estaba equivocada. "Acuérdate de las multitudes que<br />
atrae el doctor Price", le dije. "acuérdate de las sanaciones que tienen lugar. Mira a<br />
Florence".<br />
Rose volvió a guardar silencio. Y así que llamé al doctor Price, olvidé la primera<br />
lección que aprendí cuando tenía las reuniones en Lincoln Park, para Rose y para mí, la<br />
llave de la voluntad de Dios era nuestro mutuo acuerdo.<br />
El doctor Price estuvo de acuerdo con que era difícil la situación de los soldados en<br />
el desierto, y prometió que haría un reajuste en sus compromisos. El lo hizo en efecto, pero<br />
una subida de nuestra cuota lechera me mantuvo preocupado por un tiempo. Luego el<br />
doctor Price tuvo una gripe y yo tuve dificultades para obtener el permiso de las<br />
autoridades para nuestras reuniones y, a la vez, el médico del doctor Price, le prohibió<br />
terminantemente esta actividad, pero por otra parte, el sentimiento de apremiante<br />
necesidad que yo sentía, había pasado. Había perdido el momento oportuno de Dios, o al<br />
hombre que Dios había dispuesto para esta labor. Hice algunos intentos poco entusiastas<br />
y traté de hallar a alguien que dirigiera tales reuniones, pero al final nada hice...<br />
Aquel otoño los periódicos estaban llenos de historias de la guerra. Las<br />
defunciones entre los norteamericanos eran numerosas. Cada vez que publicaban nuevas<br />
listas volvían las agonizantes preguntas. ¿Cuántos de los jóvenes soldados a los que vi<br />
durante mi travesía en el desierto de California se hallaban entre las bajas? ¿Cuántos<br />
hubieran acudido a las reuniones de Indio? ¿Cuántos podrían haber descubierto la verdad<br />
que hubiera significado todo para ellos?.<br />
Y entretanto se sumaba una nueva ansiedad. Por todo el sur de California los<br />
lecheros se enfrentaban con una crisis. Con tantos veterinarios en las filas, la tuberculosis<br />
se estaba abriendo paso entre el ganado. Cada treinta días ¡os oficiales del estado y los<br />
del Departamento de Sanidad venían a inspeccionar el ganado. Una inyección se aplicaba<br />
en la base suave y sin pelo de la cola. Si la piel permanecía blanda durante los tres días<br />
siguientes, el animal no estaba infectado. Pero si aparecía un bulto del tamaño de una<br />
goma de lápiz indicaba que en el animal había "reacción", y si aparecía uno más pequeño<br />
lo hacía "sospechoso". Cuando la incidencia de animales con reacción y sospechosos<br />
llegaba a un determinado nivel, todos los animales tenían que sacrificarse por decreto ley,<br />
tanto los enfermos como los sanos.<br />
Ya varios de los hatos de la vecindad habían sido destruidos cuando una primera<br />
de nuestras vacas dio muestras de la enfermedad. Por supuesto, papá y yo oramos por<br />
ellas. Richard, que entonces contaba nueve años, oraba por ellas cuando venía para<br />
ayudar en los establos al salir del colegio. Era precisamente nuestra granja modelo<br />
"Reliance Number Three" donde se hallaba el problema. Casi un centenar de los animales<br />
mostraba reacción, y doscientos más eran sospechosos. Si se incrementaban estas cifras<br />
antes de la próxima visita de los inspectores, todo un millar de vacas tendría que ser<br />
sacrificado.<br />
El día en que se nos comunicó la noticia, papá y yo permanecimos en "Number<br />
Three" después del ordeño nocturno, sentados desconsoladamente ante nuestros<br />
escritorios. No sabíamos de ningún granjero que hubiera alcanzado estas cifras y que<br />
hubiera podido salvar su ganado.<br />
Para alzar nuestra moral, papá puso la radio nocturna en la emisión radiofónica<br />
“Templo del Angelus" y la voz del doctor Kelso Grover inundo aquella habitación llena de<br />
tristeza. El doctor Kelso esa noche estaba hablando del poder de Dios para sanar cualquier<br />
enfermedad. Los ojos de papá y los míos se encontraron a través de nuestros escritorios.<br />
Por la mañana temprano, telefoneé al doctor Kelso: ¿Cuándo usted habla de "cualquier<br />
enfermedad", señor, incluye también las enfermedades de las vacas?<br />
Hubo un largo silencio en el teléfono hasta que el teólogo, que había estudiado en<br />
Berkeley, hubo pensado acerca de la pregunta "cualquier enfermedad", repitió finalmente,<br />
en animales y hombres.<br />
Entonces, señor, ¿querría usted orar por un millar de vacas Holstein? Hoy. Y acto<br />
seguido le describí la situación en nuestra lechería llamada "Reliance Number Three".<br />
Llego a la lechería a las 11:30 de la mañana, y ambos fuimos a los corrales. Había<br />
sesenta animales en cada departamento, con las cabezas sobre los pesebres de heno, en<br />
el final de las filas. Pero cuando el doctor Grover y yo entramos a través de la primera<br />
puerta, cesaron de comer y se apiñaron alrededor de nosotros, como acostumbran a<br />
hacer las vacas, empujándose suavemente en un círculo.<br />
A pesar de que el sol le daba directamente en la cabeza, el doctor Grover se quitó<br />
su sombrero, yo hice otro tanto.<br />
¡Señor Jesús! exclamó: ¡El ganado en un millar de colinas es tuyo! ¡En tu nombre,<br />
Señor, tomamos autoridad sobre cualquier clase de infección de tuberculosis que ataque a<br />
tus criaturas!.<br />
Las orejas de las vacas se enderezaron y sus húmedos ojos negros lo miraron<br />
ansiosamente.<br />
Tardamos tres horas en visitar todos los corrales. Yo estaba preocupado por el sol<br />
que caía sobre el doctor Grover, que ya no era muy joven, pero él no se cubrió de nuevo<br />
con el sombrero mientras estaba orando y verdaderamente la atmósfera de afuera entre<br />
los silos y las artesas de riego, iban aquietándose extrañamente.<br />
También los trabajadores lo sintieron, ellos eran en su mayoría viejos trabajadores,<br />
demasiado viejos para ser útiles en el ejército y en las fábricas, que nos habían<br />
acompañado a papá y a mí durante muchos años, estaban acostumbrados a las<br />
maneras pentecostales. Pero me pude dar cuenta de que los modales del doctor<br />
Grover los impresionaba. Cuando él reprendía la enfermedad, casi se podían ver los<br />
gérmenes salir volando.<br />
Ahora, yo apenas podía contener la impaciencia hasta el siguiente "examen<br />
médico". Pero como era usual, llegaron los oficiales de salud pública, como de costumbre,<br />
con sus rostros melancólicos y preocupados mientras recorrían las hileras de vacas. Los<br />
exámenes se llevaron a cabo en los animales mientras estaban en los cepos y sólo<br />
hacían una pausa tras cada inyección para desinfectar la jeringa con alcohol. Estos<br />
hombres conocían mejor que nadie cómo la salud de la nación, especialmente la de los<br />
niños, dependía de la industria lechera, y hasta que punto la actual epidemia era<br />
devastadora.<br />
Tres días más tarde estaban de regreso para investigar la reacción, dos médicos<br />
del estado y el delegado del condado. No hablaron mucho mientras se ponían sus<br />
botas de goma. Esta era la parte más dura de su trabajo, el decirle a un ganadero que su<br />
rebaño estaba condenado.<br />
Ordeñamos 120 vacas a la vez, en "Reliance Number Three", en hileras de treinta<br />
cepos. Al final de las primeras hileras del establo, los dos oficiales estatales se<br />
encontraron. Yo me acerqué, para escucharlos ya que me lo impedía el sonido de las<br />
máquinas ordeñadoras.<br />
Es una cosa muy extraña, dijo uno de ellos. No ha habido una sola reacción en<br />
toda la hilera, ni sospechosas tampoco.<br />
El otro hombre parpadeo un poco: "Pues tampoco en la hilera que he<br />
inspeccionado yo".<br />
En todo ese establo de 120 vacas, ni una sola de ellas mostró un rastro de la<br />
enfermedad. Para el momento en que se ordeñó el segundo turno y doscientas cuarenta<br />
vacas dieron resultados negativos de tuberculina, los trabajadores comenzaron a juntarse<br />
en el establo. En el tercer turno igual resultado.<br />
Al finalizar la mañana se habían ordeñado, alrededor de mil vacas y ningún caso de<br />
tuberculosis o por lo menos sospechoso, se había encontrado aún entre los que<br />
previamente habían dado positivos. Los empleados del gobierno dijeron que no existía<br />
explicación médica para caso tan singular. La única respuesta era la que compartíamos<br />
los que en ese momento llenábamos los establos, el doctor Grover había orado y Dios<br />
había respondido.<br />
Pero El no respondió únicamente durante este período de guerra, sino también los<br />
veinte años que tuvimos lecherías en Downey, hasta que la ciudad creció tanto que<br />
tuvimos que trasladarlas al norte de Los Ángeles. Pero ya no se halló un solo caso de<br />
tuberculosis o sospechoso de tal enfermedad en "Reliance Number Three"<br />
Creo que mi madre fue la que estuvo más entusiasmada de todos cuando supo que<br />
estábamos esperando un nuevo bebé, para noviembre de 1944. Gerry había empezado<br />
a ir a un jardín infantil y nuestras dos casas, con sus lotes de tierra adyacentes, eran un<br />
lugar bastante tranquilo para mamá. Por supuesto que tenía otros nietos, pero mis<br />
hermanas y sus familias vivía a más de un kilómetro de distancia para el modo de pensar<br />
armenio, prácticamente fuera de alcance.<br />
Y existía una razón especial para tal bienvenida a esta noticia. Mamá a los<br />
cuarenta y siete años padecía un cáncer inoperable. La oración, tan eficiente en la<br />
lechería, había sido impotente en casa. ¡Pero yo veré tu segunda hija Demos! dijo con<br />
expresión feliz. Se daba por un hecho en la familia que el siguiente bebé seria niña ya que<br />
hasta donde podían recordar, no se había dado el caso de dos hijos varones en la familia<br />
de cada generación de los Shakarian. Mamá comenzó a preparar pequeños vestiditos de<br />
color de rosa y gorritas bordadas.<br />
Fue en el verano de 1944, cuando estaba en una reunión cuando puse atención a<br />
algo que había estado revoloteando en mi mente. Me hallaba sentado en una plataforma,<br />
mientras un evangelista hablaba mirando sobre la atestada carpa. Vestidos de color<br />
pastel, vestidos floreados, muchos de los hombres iban de uniforme, algunas mujeres<br />
también. Mujeres...<br />
Me di cuenta que mi mente estaba divagando y con esfuerzo intenté concentrarme<br />
en el sermón. Pero mientras se cantaba el segundo himno volví a inspeccionar el auditorio.<br />
¿Me engañaba mi imaginación o había diez mujeres por cada hombre? La noche<br />
siguiente Rose contó conmigo. Había catorce sillas en una hilera y después un pasillo<br />
de acuerdo con el regIamento del condado de Los Ángeles. Yo me ocupé de contar la<br />
parte de la derecha. En la primera hilera, ocho mujeres, dos hombres, cuatro niños. En la<br />
siguiente, doce mujeres, dos hombres. En la otra, catorce mujeres.<br />
Durante los tres noches siguientes Rose y yo nos dividimos la carpa, para contar la<br />
gente, Era indudable las mujeres sobrepasaban a los hombres a razón de diez a uno.<br />
Me quedé perplejo. En la Iglesia Pentecostal Armenia, puesto que acudía a la<br />
iglesia toda la familia, el número de hombres y mujeres era más o menos el mismo. Aquí<br />
en la carpa todos se sentaban juntos, sin división de sexo ni edad, y por ello no había<br />
advertido el fenómeno hasta ese momento. Pero entonces, ¿dónde estaban los esposos,<br />
hermanos y padres?.<br />
"Nunca me había dado cuenta” le dije a Charles Price mientras comíamos una<br />
“lasagna”, esa semana los pocos hombres que quedan en el área. ¿Estarán en el otro lado<br />
del mar?, supongo".<br />
El doctor Price me observó a través de sus gafas sin marcos.<br />
"¡Demos, Los Ángeles jamás ha estado más llena de hombres! Soldados de cada<br />
estado de la Unión. Decenas de miles de hombres están en la reserva”.<br />
"Entonces... ¿por que hay muchas más mujeres que nombres en las reuniones en la<br />
carpa?"<br />
El doctor Price echó la cabeza hacia atrás y rió hasta que un grupo de "marines" que<br />
estaba en una mesa, al otro lado de la sala, se volteó a mirarlo "Dios bendiga tu inocente<br />
corazón armenio", me dijo. "Hay siempre muchas más mujeres en esta clase de cosas. La<br />
mayoría de americanos consideran la religión como... no sé... para afeminados. Quizá<br />
pase para mujeres y niños. ¿Has oído hablar alguna vez de una sociedad misionera de<br />
hombres? ¿Un grupo bíblico de hombres? Las mujeres son la iglesia en los Estados<br />
Unidos, Demos. A excepción de los clérigos profesionales, por supuesto, como yo. Pero todo<br />
el trabajo voluntario, todo el entusiasmo, toda la vida .. son las mujeres".<br />
Durante varias noches las palabras de Charles me mantuvieron despierto, Rose me<br />
pidió que me trasladase al sofá de la sala. Yo ya estaba acostumbrado a que las mujeres<br />
sirvieran y amaran al Señor. La Iglesia Armenia había tenido siempre sus profetizas. Pero<br />
los hombres eran los primeros en moverse; los ancianos, los estudiantes de la Biblia, los<br />
maestros, los responsables de la educación religiosa de los niños. ¿Cómo pudieron los<br />
hombres norteamericanos, tan vigorosos y llenos de éxito en otros aspectos, haber<br />
abandonado al más alto llamado de todos? Por mucho que lo intenté, no puede<br />
comprenderlo.<br />
El primero de noviembre de 1944 nació nuestra segunda hija, un pequeño querubín<br />
de cabellos negros con unas pestañas negras tan largas que cepillaban sus mejillas. Por<br />
supuesto cada bebé es especial, pero había algo en éste que impresionó a todas las<br />
enfermeras del hospital, que se apiñaban en la ventana de las cunas del hospital de<br />
Downey.<br />
La llamarnos Carolyn. Cuando Rose y yo, con Richard y Gerry junto a nosotros la<br />
llevamos al frente de la iglesia de Goodrich Boulevard y nos arrodillamos en la pequeña<br />
alfombra para recibir la tradicional bendición para los infantes, yo creí que iba a reventar<br />
de orgullo por mi familia.<br />
Pero por supuesto, desde el principio Carolyn fue el bebé mimado de mamá. A<br />
mamá se le iba haciendo cada vez más difícil caminar, incluso los cortos pasos que<br />
separaban su casa de la nuestra. Por ello, Rose le llevaba la niña varias veces al día, y<br />
fue mamá quien descubrió una por una sus curiosas habilidades; lo pronto que sonreía, lo<br />
de prisa que rodaba por sí misma, lo pronto que empezó a sentarse. Incluso proclamaba<br />
que a los cuatro meses ya había escuchado llamarla claramente "Zorouhi", pero nadie<br />
más consiguió comprobar tal maravilla.<br />
Aquel invierno, durante las reuniones semanales de la familia. Charles Price y yo<br />
hablábamos a menudo del fenómeno al que él me había abierto los ojos, la resistencia de<br />
los hombres norteamericanos a la religión también yo le conté otra cosa que había notado<br />
en nuestra propia iglesia.<br />
"Cuando un hombre comienza a tener éxito en los negocios, doctor Price, el cesa<br />
de venir a la iglesia. Lo he estado observando una y otra vez".<br />
Muchas veces, le dije que había visto a toda la congregación sobre sus rodillas<br />
cuando se tenía que amortizar una hipoteca o si un hombre necesitaba un préstamo del<br />
Banco. Pero cuando el mismo hombre de negocios comenzaba a subir, la iglesia que<br />
había luchado con el en los tiempos difíciles va no lo veía mas. "¿Por qué ha de ser<br />
así?".<br />
El doctor Price se reclinó hacia atrás de su asiento. "Sé la respuesta que dan las<br />
iglesias. Los éxitos mundanos contra la vida en el Espíritu. Dios y mamón... y todo eso.<br />
Pero esa respuesta no me satisface". El hizo correr sus dedos entre su ralo pelo grisáceo.<br />
"¿Qué respuesta tienen las iglesias para los hombres, y también para las mujeres, que se<br />
enfrentan a la horrenda complejidad del mundo moderno de los negocios?". Gente<br />
cargada con tremendas responsabilidades, de cuyas decisiones dependen los empleos de<br />
centenares de personas. He visto venir a mi a hombres como estos, Demos, y<br />
francamente ni siquiera conseguí entender sus preguntas. ¿Qué sé yo de contratos<br />
laborales y congelación de precios? No he tenido experiencia alguna en cuestión de<br />
negocios.<br />
"Por supuesto que los clérigos podemos ofrecer consuelo y consejo al hombre que<br />
sufre los altibajos de los negocios, pero ¿qué se yo del hombre que prospera? necesita<br />
tanto a Dios, y los ministros como yo, que ni siquiera conocen el lenguaje para hablarles.<br />
Otras veces nuestras conversaciones eran más alegres. "Demos", me dijo una vez<br />
el doctor Price, "estás a punto de ser testigo de uno de los mayores sucesos que fueron<br />
predichos en la Biblia"... "y sucederá de todos modos, su Espíritu se derramará sobre toda<br />
carne... Esto sucederá en tu tiempo, demos, y tú jugarás un papel importante en ello".<br />
A mí siempre me sobresaltaba la forma como el doctor Price proclamaba sus<br />
profecías. En la tradición de mi iglesia, un suceso profético era un movimiento de Dios<br />
muy especial que estremecía los cuerpos de los hombres, les hacía levantar sus voces e<br />
imponer un completo silencio entre los que escuchaban. Pero el doctor Price era capaz de<br />
expresar las más tremendas afirmaciones con el mismo tono de voz que usaba para pedir<br />
que le pasasen la sal.<br />
"La única parte que yo tomaría, doctor Price, sería respaldar económicamente a<br />
evangelistas como usted."<br />
El sacudió su cabeza. No sucederá así. No a través de predicadores profesionales.<br />
"Toda carne" es lo que nos dice Isaías. Esto va a suceder espontáneamente, por todo el<br />
mundo entre hombres y mujeres comunes y corrientes, gente en oficinas, tiendas y<br />
fábricas. Yo no viviré lo suficiente para verlo, pero tú sí. Y, Demos, cuando veas ésto sabrás<br />
que la venida de Jesús esta muy cerca".<br />
El doctor Price hablaba a menudo de la segunda venida de Jesús a la tierra en<br />
estos días. Me habló también acerca de su muerte próxima a pesar de que contaba sólo<br />
sesenta y dos años. Yo comencé a protestar, pero él alzó la mano para hacerme callar. No<br />
nos pongamos sentimentales, amigo mío. Simplemente son cosas que sé. Me queda otro<br />
año más o menos. Y luego, Demos, ¡qué privilegio para un cristiano ir con su Señor... !"<br />
Nunca sabremos cómo Carolyn cogió la gripe, aparte de que había un fuerte brote<br />
en Los Angeles aquel marzo de 1945.<br />
El doctor Haygood hacía tiempo que había fallecido. El doctor Steere, que había<br />
tomado su lugar, nos aseguró que estaría mejor cuidada en casa de lo que podría estar<br />
en un hospital con la escasez de equipo y personal que había en aquellos tiempos de<br />
guerra.<br />
Pero el cuidado durante las veinticuatro horas del día no la hicieron mejorar en<br />
absoluto. La infección parecía haberse instalado en su pecho, comenzó a respirar por la<br />
boca. Cuando la admitieron en el hospital la noche del 21 de marzo el diagnóstico fue<br />
simple y terrible, neumonía en ambos pulmones.<br />
Rose no abandonó la habitación del hospital durante las siguientes doce horas; yo<br />
me ausentaba tan sólo para telefonear a las personas que deseábamos que orasen. La<br />
familia oró. La iglesia oró. Charles Price vino a la habitación del hospital y nosotros<br />
intentamos aumentar nuestra fe recordando lo que Dios había hecho con Florence, a<br />
pocas habitaciones de distancia, en el mismo pasillo. Pero esta vez el doctor Price no<br />
habló de una sensación cálida sobre sus espaldas, y cuando abandonó la habitación su<br />
rostro tenía un color grisáceo.<br />
Todo sucedió con asombrosa rapidez. A las siete de la mañana del 22 de marzo yo<br />
estaba en casa tomando una ducha cuando sonó el teléfono. Era una enfermera. ¿Podría<br />
venir al hospital? Pero yo sabía antes de llegar que el bebé se había ido.<br />
Y, en otro sentido, pasaron semanas y meses antes de que me diese cuenta de<br />
ello. Carolyn, tan asombrosamente viva a sus casi cinco meses, ¿cómo podía tanta<br />
chispa y brillantez desaparecer simplemente? La vimos por última vez en la funeraria,<br />
yacía increíblemente quieta en su pequeño ataúd blanco, con sus largas pestañas<br />
rizadas, que acariciaban sus redondas mejillas.<br />
En casa, por supuesto, la familia ya estaba llegando, se llenó nuestra casa y la de<br />
el lado, y pasamos unidos largas tardes, de acuerdo a las antiguas tradiciones<br />
familiares. Después del viaje al cementerio hubo la comida en la iglesia, y las<br />
palabras de condolencia que el corazón va guardando, hasta que la mente es capaz<br />
de asimilar.<br />
Pero, cosa bastante extraña, la mayor ayuda que nos vino durante esta<br />
primera semana se nos presentó a través de dos extraños. Eran mujeres en sus<br />
treintas, que vivía en Pasadena, y llegaron con Charles Price a nuestra casa una<br />
tarde. Ellas querían esperar afuera, en el carro, pero Rose insistió en que<br />
entraran. Al poco rato, el doctor Price me llevó al pasillo. Conozco muy bien a<br />
estas mujeres, me dijo, poseen la rara y hermosa facultad de sentir al invisible<br />
huésped angelical que la Biblia nos dice que a veces visita la tierra. Desde el<br />
momento en que entraron en casa, dijo el doctor Price, las dos mujeres, Dorothy<br />
Doane y Allene Brumbach, había advertido la gran compañía de ángeles, más de los<br />
que hubiesen encontrado jamás en un solo lugar. "Dicen" que el aire está saturado de<br />
ellos.<br />
Este fue un don que nos guió a través de momentos bien difíciles.<br />
¡Pero los malos momentos vinieron muy inesperadamente!. Un domingo, en<br />
la iglesia, Rose saltó desde su banco en la sección de las mujeres y corrió hacia la<br />
puerta. Cuando la alcancé en la acera estaba llorando.<br />
¡Aquel bebé...! fue todo lo que pudo decir.<br />
Luego advertí que la muchacha sentada a su lado tenía en sus brazos un<br />
bebé de la edad de Carolyn. Cuatro mujeres de la iglesia habían tenido hijos casi<br />
al mismo tiempo que Carolyn nació, y durante meses la vista de estos niños la<br />
harían regresar el vacío.<br />
Y sin embargo... pasado el tiempo fuimos advirtiendo un cambio en nosotros.<br />
El mundo visible y material que nos rodeaba iba haciéndose cada vez... menos...<br />
menos convincente de lo que había sido antes. La guerra se había terminado,<br />
hubo tiempo para comenzar a construir nuestra nueva casa. Durante años<br />
estuvimos planeando construir una casa mas grande, cuando los materiales de<br />
construcción volvieran a tener precios razonables. Yo deseaba una habitación<br />
donde poder trabajar, Rose quería una cocina más grande, por supuesto,<br />
necesitábamos un cuarto de huéspedes para los evangelistas que a menudo<br />
pasaban fines de semana con nosotros. Tal como estaban las cosas ahora,<br />
Richard o Gerry tenían que mudarse al sofá.<br />
De todas formas, sin que nos dijésemos una palabra, Rose y yo sabíamos que<br />
jamás construiríamos esa casa. En parte porque esta casa pequeña estaba llena<br />
de Carolyn, el rincón donde siempre había estado su cuna, el lugar fuera del baño<br />
donde solíamos poner su bacinilla. Pero también había aquello de... bueno, tener<br />
un estudio, una bonita habitación para los huéspedes y todos los aparatos de<br />
cocina nuevos, pero en una u otra forma dejaban de ser importantes. Una parte<br />
de nosotros estaba en el cielo y desde entonces las cosas de la tierra nos' aprecian<br />
menos urgentes.<br />
También nos dimos cuenta de otra cosa. En la mañana, después de que<br />
Richard y Gerry salían para la escuela, Rose y yo permanecíamos en el<br />
desayunador para nuestras oraciones de la mañana, inclinábamos las cabezas,<br />
hablábamos con Dio acerca de las cosas concernientes al día.<br />
Ahora, de pronto, la pequeña mesa no estaba bien. De nuevo, sin decir<br />
una palabra, ambos supimos que deseábamos arrodillarnos para hablar con el<br />
Señor. Juntos, una mañana fuimos a la sala y nos arrodillamos sobre la alfombra<br />
oriental que habíamos recibido como regalo en nuestro décimo aniversario de bodas de<br />
parte de la familia de Rose. Desde entonces, aquella alfombra roja con campos de flores<br />
azules, fue el lugar de nuestro encuentro con Dios. No es que nos hubiéramos vuelto más<br />
temerosos de Dios desde la muerte de Carolyn, sino que Dios se había convertido en algo<br />
más grande, más cercano, más auténtico, su viva presencia nos hacía arrodillamos con<br />
reverencia.<br />
Y fue en esta sala, una mañana, donde yo dí el paso que me había resistido a dar<br />
por tanto tiempo: "Señor", le dije, "no sé en cuanto a Rose, pero me doy cuenta de que<br />
nunca te he puesto en el primer lugar de mi vida. Oh, las reuniones en las carpas, algo de<br />
mi tiempo, algo de dinero. Pero tú sabes y yo sé que mi familia ha estado primera en mi<br />
corazón. Señor, yo deseo que tú tomes el primer lugar".<br />
Sentí la mano de Rose en la mía. Era la confirmación que necesitaba. Rose jamás<br />
había sido una mujer de muchas palabras.<br />
CAPITULO 6<br />
Hollywood Bowl<br />
Aparentemente no existía nada diferente sobre la idea. Era lo que habíamos estado<br />
haciendo desde hacía mucho tiempo, solo que en una escala mayor. Habían trabajado muy<br />
bien las diferentes iglesias pentecostales unidas de un área ¿Qué pasaría si todas las<br />
iglesias pentecostales de toda la región de Los Ángeles, unas trescientas, alquilasen el<br />
"Hollywood Bowl” para una reunión realmente gigantesca?, como el "Bowl" era tan<br />
conocido, tal vez vendrían a una reunión ahí, y no se acercarían a una reunión en una<br />
carpa.<br />
El problema, según nos dimos cuenta los pastores y yo, al discutir el asunto, era<br />
el de siempre, dinero. Solamente el depósito para la reserva del “Bowl” un lunes por la<br />
noche costaba 2.500 dólares. Por pagos por adelantado, por anuncios de radio, folletos y<br />
carteles calculé que llegaríamos a los 3.000 dólares, lo cual sumaba 5.500 dólares, solo<br />
para empezar, antes de añadir las luces, acomodadores para el estacionamiento y todo lo<br />
demás. ¿De donde nos tendría tal suma de dinero? Por supuesto, no de los pastores, la<br />
mayoría de ellos recibían un salario mas bajo de lo normal.<br />
Pero, ¿Y qué pasará con los hombres de negocios en sus congregaciones? Y luego<br />
se me ocurrió una idea puramente armenia "Si yo proveyese una comida con pollo", le<br />
pregunté a los pastores, ¿me conseguirían un centenar de hombres de negocios para<br />
asistir a la comida? Después de todo, los armenios sabíamos muy bien que las cosas<br />
más importantes de la vida se resuelven alrededor de una mesa de comida.<br />
La mayoría de los pastores expresaron sus dudas. No hay tantos hombres de<br />
negocios que asistan a nuestros servicios, Demos, por lo menos, no los que han logrado<br />
éxito, corearon esa verdad que yo conocía tan bien.<br />
Pero conseguimos reunir un centenar de nombres de hombres y los invitamos con<br />
sus esposas, a una comida de pollo en "Knott's Berry Farm".<br />
Cuando llegó la noche, el comedor más grande de la granja estaba lleno de invitados.<br />
Rose y yo nos sentamos a la cabecera de la mesa donde podríamos observar a todos los<br />
demás. Y mientras lo hacía, se me ocurrió una idea extraordinaria. Y si algunos de estos<br />
hombres, quizá media docena, subieran para decimos por qué siguen asistiendo a sus<br />
iglesias cuando la mayoría de ellos, especialmente los que han triunfado en los negocios<br />
ya no lo hace?. ¿Qué es lo que tanto les atrae de Jesús para abandonar su día de<br />
descanso?. ¿Qué significa para ellos el Espíritu Santo, personalmente en sus propias<br />
vidas? Esto podría servimos de mucho estímulo para todos nosotros.<br />
Un momento después parpadeé. Tres mesas más allá de la mía, un hombre de<br />
mediana edad, vestido con un traje a rayas, se le iluminó el rostro de repente como si se lo<br />
hubiesen enfocado con una luz. Yo miré a Rose pero aparentemente ella no lo vio. ¡Cómo<br />
pudo perdérselo! La extraña radiación danzaba y brillaba a su alrededor y supe que era el<br />
hombre al que tenía que llamar de primero.<br />
Ahora ya no podía esperar al final de la comida. El café y el pastel fueron una<br />
frustración, tan ansioso estaba por saber lo que aquel hombre podía decir.<br />
Al fin las jarras de café dejaron de circular. Las camareras limpiaron la mesa y se<br />
llevaron los platos mientras todos se pusieron cómodos en sus sillas y se aprestaron a<br />
escuchar mis peticiones de dinero, en lugar de eso, me dirigí hacía el hombre del traje a<br />
rayas.<br />
-Señor... Si..., eso es... usted... que lleva una corbata azul y esa sonrisa tan llena de<br />
Dios. ¿Tiene la bondad de subir hasta aquí? El hombre me miró sorprendido, pero inicio su<br />
marcha entre las mesas hasta que se halló de pie junto a mí. ¿No le gustaría contarnos<br />
las hermosas cosas que el Señor ha hecho por usted?, le pregunté.<br />
El hombre hizo un movimiento de cabeza para demostrar su asombro. No sé quién<br />
se lo dijo, pero sí... mi esposa y yo tenemos mucho por lo que estar agradecidos con el<br />
Señor". Y comenzó a contar como el padre de su esposa había sido curado recientemente<br />
por medio de la oración, de lo que los doctores llamaron un cáncer terminal. En medio del<br />
silencio electrizante que siguió a sus palabras, miré de nuevo alrededor de la habitación<br />
Cerca de la ventana un rostro se iluminaba. "Señor, tenga la bondad de subir aquí para que<br />
todos podamos verlo..."<br />
Así pasó una hora y media, un hombre pasó tras del otro en el gran salón, que<br />
parecía estar lleno de una especie de poder invisible. Escuchamos historias de matrimonios<br />
sanados, alcoholismo superado, reconciliación de socios en negocios. Me puse a pensar<br />
en la frase de Charles Price "Evangelio Completo..." pues cada aspecto de las buenas<br />
nuevas se relacionaba esa noche a términos de experiencias reales. Cortos, sencillos,<br />
detallados, así fueron los relatos de estos hombres prácticos. Ninguno dio un sermón, ni<br />
usó lenguaje sofisticado, y sin embargo, el efecto combinado fue más potente que<br />
cualquier sermón que se haya oído. Cuando diez u once hombres habían hablado, tomé<br />
el micrófono y dije, "amigos, acaban ustedes de oír el evangelio completo, expresado por<br />
un grupo de hombres de negocio. Evangelio Completo.. Hombres de negocios. Algo de la<br />
frase se fijó en mi mente.<br />
"¿No desean ustedes." proseguí, "que muchos hombres de negocios del área de<br />
Los Ángeles cuenten relatos como éstos? " ¿No les gustaría que cada hombre, mujer y<br />
niño de California conociese el poder de Dios de la forma en que lo conocen estos<br />
hombres? ¿,Qué mejor lugar puede haber para hablarles acerca de el que el "Hollywood<br />
Bowl"?<br />
Esto fue literalmente todo lo que tuve tiempo de decir. Por todas partes de la<br />
sala los hombres se estaban poniendo de pie, metían sus manos en tos bolsillos y venias<br />
hacia adelante para dejar dinero en la mesa. Trajeron billetes de diez dólares, de veinte y<br />
cheques. Los cheques se fueron amontonando sobre las mesas, cheques escritos de pie<br />
en la misma fila en que esperaban para llegar frente a la mesa del salón....<br />
Cuando nosotros contamos el dinero al final de aquella noche, la suma total<br />
ascendía a 6.200 dólares.<br />
Pero aún cuando esta cifra me pareciera impresionante, sabía que algo más<br />
importante había sucedido aquella noche. Había surgido una idea, un patrón de muestra,<br />
a pesar de que todavía no alcanzaba a ver las implicaciones futuras.<br />
"Solo piensa", le dije a Rose mientras conducía hacia Downey. "cuantos hombres<br />
de negocios hay en el mundo comparados con los predicadores. Si los hombres de<br />
negocios se uniesen para difundir el evangelio...<br />
Después, los funcionarios nos dijeron que el "Hollywood Bowl" nunca antes se había<br />
llenado un lunes por la noche. Para nuestra reunión, del "Evangelio Completo", se llenaron<br />
20.000 asientos y quedaron 2.500 personas de pie alrededor de la arena. Esta fue la<br />
primera noche que usamos la ceremonia de encender candelas. La idea es que una sola<br />
candela difícilmente se puede ver en la oscuridad, pero cuando cada uno enciende su<br />
candela, cuando cada uno de nosotros usa lo que Dios le ha dado, el resplandor puede<br />
tornar la noche en día.<br />
Para mí esto fue verdaderamente un momento de luz, cuando al fin tuve la<br />
respuesta a la pregunta que me había formulado cuando era un muchacho de trece años"<br />
Señor, ¿es éste el trabajo que me has designado especialmente a mí? Estaba<br />
reflexionando sobre la pregunta, como solía hacerlo a menudo, cuando se apagaron las<br />
luces y la arena se, sumió en la oscuridad. No me había convertido en un predicador, pues<br />
seguía sintiéndome tan balbuciente y torpe como siempre delante de un auditorio.<br />
Tampoco era un profeta como Charles Price. No era un maestro, ni un evangelista, ni un<br />
sanador...<br />
De pronto, desde algún lugar arriba de nosotros se escuchó el sonido de una<br />
trompeta, el eco del sonido agudo repiqueteaba desde las oscuras colinas. Diminutos<br />
destellos de luz fueron apareciendo cuando las candelas se encendieron. El resplandor<br />
creció hasta que la llama se entendía de vecino e vecino. Y de pronto, el "Bowl"<br />
centelleaba de luz mientras miles de diminutas llamas se quemaban juntas.<br />
Un ayudador. Era como si la palabra estuviera escrita en las mismas chispeantes<br />
llamas. Era como algo que pasaba de un hombre a otro. Un proporcionados de tiempo o<br />
lugar u ocasión para que se uniesen las luces. Un estimulador de la chispa que pudiera<br />
poner en llamas al mundo.<br />
La emoción de ese momento hizo que las lágrimas que inundaran los ojos. Más<br />
tarde, en la noche en casa, me dirigí ansioso a mi Biblia y leí 1a. Corintios. 12:28. ¡Cuan a<br />
menudo había reflexionado y orado sobre esta lista de divinos compromisos...! "primero<br />
apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, luego obradores de milagros, luego<br />
sanadores..." Si, ahí estaban, "ayudadores" ¿Cómo no me había fijado en esta palabra que<br />
se distinguía ahí entre las demás...? "Sanadores, ayudadores, administradores y los que<br />
hablan varias clases de lenguas".<br />
Aquí estaba mi tarea, el trabajo que me asignaba. El Mismo Dios, revelado en<br />
aquel momento de luz en las colinas de Hollywood. ¡Dios me había llamado a mí, sí, a mí!<br />
Para ser un ayudador..., y desde ese momento ese maravilloso compromiso que jamás<br />
me abandonaría.<br />
Era muy bueno que yo sintiera este entusiasmo por que después vino una<br />
experiencia que pudo dar al traste con todo la alegría de ayudar. El conferenciante de una<br />
de nuestras reuniones fue un evangelista del este. Vino al parecer con las mejores<br />
recomendaciones, y sin embargo, su figura resultaba un tanto extraña para un<br />
evangelista, por sus mechones de cabello plateado que le caían sobre sus hombros y por<br />
su pierna artificial. Desde el principio me pareció que se interesaba mucho en el dinero de<br />
la ofrenda, pues comentaba frecuentemente que en otros sitios la colecta era toda para él.<br />
También aquí sería de este modo, le dije, si usted sostuviese los gastos de la<br />
reunión. Cuando un evangelista sostiene su propia campaña y paga los salarios del<br />
personal, la publicidad, los viajes, y los alojamientos, por supuesto, se queda con la<br />
ofrenda para sufragar esos gastos. En ese caso, también el propio evangelista sería quien<br />
se ocuparía de arrendar el campo y contratar el personal de la construcción.<br />
Por otro lado, si nosotros preparábamos las reuniones, el evangelista no tenía por<br />
qué preocuparse de esos asuntos, ni siquiera de sus propios gastos, puesto que viviría en<br />
nuestra casa, y comería de la buena cocina casera de Rose. También le dijimos que<br />
gastábamos cientos de dólares en cada campaña, que no esperábamos por supuesto, ni<br />
deseábamos recuperar. Después de que todos los gastos eran cubiertos, el saldo de la<br />
ofrenda iba para las iglesias.<br />
Con una excepción. Una vez a la semana recogíamos lo que llamábamos una<br />
ofrenda para las propias necesidades del evangelista. Había sido nuestra experiencia que<br />
al final de las seis semanas de campaña el evangelista podría disponer del suficiente<br />
dinero para poder financiar sus siguiente campaña para sí mismo.<br />
Como digo, le hablé tan minuciosamente de todo ésto, porque me daba cuenta de<br />
que era algo que le preocupaba en extremo. Pero incluso, después de esta explicación, el<br />
siguió preguntando al final de cada servicio cual había sido la recaudación. "Ustedes<br />
podrían recoger muchísima más que eso, nos decía. No lo llevan bien; tienen que llegarles<br />
a las fibras del corazón si quieren que la gente dé".<br />
"Nosotros no queremos que ellos den", dijo Rose a través de la mesa de la cena,<br />
pasándole las albóndigas por tercera vez. No porque lo pidamos nosotros. Si el Espíritu<br />
Santo los impulsa a dar, es distinto. Y El les dirá qué cantidad.<br />
Lo extraño del caso de este hombre es que, a pesar de su amor al dinero, era un<br />
hombre ungido, inspirado por Dios. Jamás tuvimos mayores concurrencias que en ese<br />
verano, nunca antes se acerco tanta gente al altar, jamás se vieron sanidades tan<br />
maravillosas. Una noche, un niño sordo oyó por primera vez en su vida. Al fin de la<br />
semana, su médico testificó su sanidad desde la plataforma. Otra noche, una mujer fue<br />
liberada de un bocio que la desfiguraba tremendamente.<br />
Al fin llegó el último domingo por la tarde alrededor de diez mil personas se<br />
amontonaron en la enorme tienda, mientras Bob Smith (éste no es su nombre real) hacía<br />
el cierre final de su sermón. Era realmente un orador nato, pensé. Y me alegré de que, por<br />
su causa, las reuniones hubieran resultado tan exitosas financieramente hablando, ya que<br />
el pobre hombre parecía muy ansioso a este respecto. Había recibido suficiente dinero de<br />
las ofrendas de amor, como para financiar varias campañas cuando regresara al este, o<br />
donde hubiera elegido dirigirse.<br />
Mis ojos se posaron en las hileras de espectadores. Aun había una sobreabundante<br />
diferencia a favor de las mujeres, lo pude comprobar, "¿Cuál era la respuesta para hacer a<br />
Dios real, también para los hombres de hoy?"<br />
Las ricas bendiciones de Dios, Smith lo estaba diciendo. Mi mente repentinamente<br />
volvió al sermón. "El no puede darles a ustedes, si ustedes no le dan primero a El. Vacíen<br />
sus bolsas, amigos, que el las llenará con todas las riquezas celestiales".<br />
¿Por qué estaba aquel hombre hablando de bolsas? No se había proyectado tener<br />
una colecta en esta reunión final.<br />
¿Quién dará?, persistía. ¿Quien dará con sacrificio, hasta que las manos de Dios se<br />
desaten para darles a ustedes?.<br />
Una mujer vestida de rosado ya venía por el pasillo hacia la plataforma. Smith salió<br />
por detrás del púlpito y se inclinó a través de las macetas que rodeaban la tarima, para<br />
aceptar lo que ella le ofrecía.<br />
¡El Señor la bendiga, hermana, gritó! Dios la bendecirá poderosamente por esta<br />
dádiva de amor. Aquí y allá, bajo la enorme tienda, otras personas venían por los pasillos.<br />
Yo me levante de mi asiento en la parte de atrás de la plataforma y me hice hacia el lado.<br />
Allí, detrás se estaba formando un grupo de mujeres y pastores locales.<br />
¿Qué se cree que está haciendo?, preguntó Edward Gabriel, hermano de Rose.<br />
(la familia de Rose recientemente había acortado su apellido de Gabríelian a Gabriel). ¡No<br />
tiene derecho a hacer eso!.<br />
¡Tenemos que impedírselo!, corroboré yo.<br />
Pero... ¿Cómo? La emoción de la gente por ofrendar era verdadera, a pesar de<br />
que la del predicador no lo fuera. Ahora él estaba llorando, mientras recogía las<br />
ofrendas. ¡Gracias hermano!. ¡Dios le recompense, hermano!. ¡Dios lo bendiga... y a<br />
usted... y a usted...!<br />
¿Qué podíamos hacer? Estas gentes habían escuchado la voz de Dios predicada<br />
durante semanas por este hombre, habían visto sus sanidades. Muchos habían dado su<br />
vida a Cristo como resultado. Si lo hacíamos quedar mal, ¿no minaríamos la fe de esta<br />
gente?<br />
Pero tenemos que procurar que no se marche con todo el dinero de esa gente, dijo<br />
Edward. Edward era el jefe de los ujieres de las reuniones.<br />
La desvergonzada sangría siguió adelante. Gerry acabó por impacientarse de tanto<br />
estar sentada y Rose tomó las llaves del carro y la llevó a casa. Cuando Rose regreso de<br />
un viaje redondo de cincuenta kilómetros, el hombre seguía adelante con su demanda de<br />
dinero. Convirtió el hecho de dar en un testimonio público "a la vista de todos" y " para ser<br />
contado" como uno que amaba a Dios. El volver una segunda y aún una tercera vez,<br />
significaba la demostración mayor de su devoción.<br />
Durante dos horas y media increíbles, mucho después de la hora final propuesta, la<br />
colecta seguía. Aquí y allá, en el auditorio vi rostros que estaban tan desconcertados<br />
como el mío. Quizás unas cuatrocientas personas se habían marchado, pero la mayoría de<br />
la congregación parecía hechizada por su espectáculo. Varias veces pareció que toda la<br />
muchedumbre de la tienda se ponía de pie a la vez y pasaban al frente para colocar su<br />
dinero en las cajas para ofrendar a los pies del predicador.<br />
Al final, cuando difícilmente podía quedar un dolar en un bolsillo o un bolso, el<br />
predicador inclinó su cabeza para la oración de clausura. Con tanta rapidez como una<br />
maniobra militar, Edward y su equipo de mujeres se acercaron a la plataforma. Antes de<br />
que Smith pudiera protestar, alzaron las cajas de ofrendas, y las llevaron a la parte<br />
posterior de la plataforma.<br />
"Eh, vosotros, muchachos... esto. ¡hermanos!" Smith tartamudeó ¡Estoy.. todavía<br />
bendiciendo estas ofrendas!.<br />
¡Amén!, corearon los ujieres, y se desvanecieron tras la cortina que separaba del<br />
publico, el lugar que usábamos como despacho, detrás del entarimado.<br />
Allí nos encontrábamos pocos minutos después, comenzábamos a contar el dinero<br />
cuando Smith irrumpió embistiendo los cortinajes, las venas de sus sienes, palpitando de<br />
rabia.<br />
¡Esto es mío!, dijo., ¡Todo eso es mío!<br />
Llevaba consigo una vieja cartera de cuero cuando entró en la habitación y con ella<br />
se echó sobre la mesa . No le había visto antes tal cartera, y por supuesto no la llevaba<br />
en el carro cuando él; Kose y yo habíamos "venido" desde Downey aquella tarde. Abrió la<br />
cartera, y comenzó a llenarla de los billetes que estaban sobre la mesa.<br />
Edward cogió un asa de la cartera, mientras otro de los hermanos agarraba a Smith<br />
por un brazo.<br />
No lo toque" Era mi propia voz las que estaba hablando.<br />
No pongan un dedo sobre ese hombre".<br />
Los ujieres me miraron sin comprender. Yo estaba tan sorprendido como cualquiera<br />
de ellos. De pronto me pareció estar viendo no a un predicador sofocado, preso de la<br />
codicia sino a Saúl, Rey de Israel, y escuchando las palabras de la Biblia: ... ¿Quién<br />
extenderá la mano en contra del ungido del Señor...? (1a. Samuel, 26:9).<br />
Aquellas eran las palabras de David, recordaba, y las había dicho refiriéndose a<br />
Saúl, después de que Saúl se había apartado de Dios desobedeciéndole, estaba<br />
peleando contra El. Aún así, a los ojos de David, Saúl sequía siendo el hombre a través<br />
del cual el poder de Dios había bendecido y fluido, igual que yo había visto fluir el poder,<br />
a través de Bob Smith.<br />
Smith continuaba metiendo billetes en la cartera tan de prisa como sus manos se<br />
podían mover.<br />
"Demos", dijo Edward, "¿Es que no ves lo que está haciendo?"<br />
"Lo veo".<br />
"¿Y le vas a dejar que se marche con todo este dinero?".<br />
"¿Por qué no debo?, dilo Smith, ¿Si es mío, no? Ahora el estaba sosteniendo la<br />
cartera debajo de la mesa, arrastrando el dinero con el brazo hacia su interior.<br />
"Si Bob" es tuyo'. Asentí, apenas creyendo mis propias palabras. Dios no provee Su<br />
dinero por estos métodos.<br />
"¡Métodos!", Smith se echo hacia atrás con desdén, usted no sabe nada sobre<br />
estos métodos, ¡Usted es un tonto. Shakarian! ¡Todos ustedes son unos tontos! Cerró la<br />
tapa de la bolsa con un chasquido y se quedó de pie, mirando el pequeño círculo de laicos<br />
y pastores "¡Tienen una cosa fantástica en marcha y ni siquiera se han dado cuenta!"<br />
Retrocedió hacia la cortina, buscando de espaldas la salida. Un segundo después<br />
habías desaparecido.<br />
Tuve que poner ambas manos en los hombros de Edward para evitar que se echase<br />
a correr detrás de él. "¡Déjalo en paz!", repetí "¿,Qué íbamos a hacer con ese dinero? Este<br />
dinero no es de Dios, y ni puedo creer que Dios lo haya bendecido".<br />
Una vez más tenía la sensación de que las palabras que escuchaba no procedían de<br />
mí mismo. Después, el momento pasó y una gran debilidad se apoderó de mí; la debilidad<br />
de la gente, de las reuniones, de las carpas, de la plataforma, de los altavoces... Pasamos<br />
al interior de la gran carpa de lona. La multitud todavía estaba saliendo paso a paso por<br />
los pasillos en dirección a las puertas, y los equipos de voluntarios de las iglesias estaban<br />
ya plegando las sillas. No había ni rastro de Bob Smith.<br />
Encontré a Rose y le dije que se fuese para casa. Todavía me quedaban horas de<br />
trabajo aquella noche. Había que organizar la limpieza el equipo que se ocupaba de<br />
desmontar las carpas tenía que volver a sus casas Al día siguiente tenía que estar aquí<br />
temprano, para ocuparme de los empleados de ornamentación que se llevarían las<br />
plantas y yo estaba cansado de todo ésto, terriblemente cansado de todo...<br />
En la habitación de Richard no quedaba ni rastro del hombre que había vivido allí<br />
durante seis semanas. Sus ropas no estaban en el armario, sus dos maletas azules<br />
habían desaparecido e incluso su cepillo de dientes del soporte, en el cuarto de baño.<br />
Ninguno de nosotros se dio cuenta de cuando hizo las maletas. Por supuesto no se había<br />
despedido de ningún miembro de la familia, y ni siquiera dio las gracias a Rose por sus<br />
semanas de hospitalidad.<br />
Seis años después oí hablar de nuevo de Bob Smith. Luego, una mañana, él<br />
mismo entro en la oficina principal de "Reliance Number Three", flaco, sin afeitar, mal<br />
vestido y con toda la apariencia de no llevar un centavo encima. Me contó una larga<br />
historia de mala suerte, y me pidió dinero para ir a Detroit; se lo dí. Tres años después<br />
supe que había muerto.<br />
Esta fue la primera vez, pero, de ninguna manera la última, en que Rose y yo nos<br />
enfrentaríamos al fenómeno de encontrar un hombre con un tremendo ministerio de Dios<br />
para los demás, pero que era en su vida personal una vergüenza. Algunas veces, como<br />
en el caso de Smith, el problema era dinero, otras veces era el alcohol; otras, se trataba de<br />
mujeres, drogas o de perversión sexual.<br />
¿Por qué Dios honra al ministerio de hombres como estos? ¿Era el poder de las<br />
Escrituras, que obran independientemente del hombre que las cita? ¿Es la fe de los<br />
oyentes? No lo sé.<br />
Sólo estaba yo seguro de dos cosas al respecto. Que esta gente que daba su<br />
corazón o su bolsillo al Señor en estas reuniones, no perdía recompensa por que el agente<br />
humano fuese defectuoso. Y que las palabras que yo había dicho sin comprenderlas<br />
seguían siendo verdad.<br />
“No lo toquen" ..<br />
Estos hombres estaban en las manos de Dios; incluso me pareció que no me estaba<br />
permitido especular mucho al respecto. Sin embargo, a menudo, recordaba las palabras de<br />
Charles Price, dichas con tal acento de dolor: "Los hombres que están en el frente reciben<br />
heridas". Y pensaba en los riesgos y tentaciones con que tenían que enfrentarse estos<br />
hombres, y yo me preguntaba a mi mismo si habría orado lo suficiente por Bob Smith, .<br />
Charles Price había muerto. Había muerto tal como ya sabía él, en 1946. Pero mi<br />
madre, casi siempre con constantes dolores, vivía todavía. Después de la muerte de<br />
Carolyn la Familia creyó que ella partiría muy pronto. Las gorditas manos de Carolyn,<br />
apretando las suyas tan delgadas, tan estropeadas, parecían ser la única fuerza que<br />
mantenía a mi madre viviendo.<br />
Pero existía una pieza que todavía no encajaba en el rompecabezas. Florence, a los<br />
veintiún años, todavía estaba soltera, y para una madre armenia ésto era una forma<br />
intolerable de dejar sus asuntos terrenales. Así que cuando Florence se comprometió con<br />
un guapo joven armenio, cuya madre había fallecido algunos años antes, mamá tomó en<br />
sus manos el asunto de la boda.<br />
Sus fuerzas durante esos meses fueron un misterio para los doctores, que no podían<br />
entender, cómo todavía era capaz de andar, iba de compras, cosía, incluso guisó la mayor<br />
parte del elaborado banquete que siguió a la ceremonia de la boda.<br />
Pero luego, cuando la radiante pareja había partido para su luna de miel, ella volvió<br />
a la cama. El cáncer había progresado más allá de lo que puede aliviar las drogas, pero<br />
no recuerdo haberle oído a mamá ni una sola queja, le oía sólo dar gracias por que había<br />
sido capaz de completar sus deberes familiares.<br />
El doctor John Leary, el especialista que la atendía en sus últimos meses, solía acudir<br />
a la gran casa estilo español por la mañana temprano, "para empezar el día bien", solía<br />
decirme. Él decía que tenía unos cuantos pacientes no tan enfermos como mamá, pero<br />
que sus problemas lo dejaban exhausto. Pero si puedo pasar quince minutos al lado de tu<br />
madre, Demos, al principio del día, puedo enfrentarme con cualquier cosa que venga.<br />
Cuando falleció en noviembre de 1947, a la edad de cincuenta años, me dí cuenta de<br />
cuánta gente se había visto alentada por ella. Fue el mayor funeral que jamás había<br />
visto Downey. Todo el mundo, estaba allí: desde líderes de la comunidad hasta<br />
descamisados sin hogar. Fue entonces cuando comprendí la hospitalidad de mamá.<br />
Pero en muchos aspectos la persona más importante y la más joven, de sólo cuatro<br />
meses de edad, era Stephen, que dormía sin preocupación en los brazos de Rose.<br />
Cuando supimos que íbamos a tener otro bebé supimos también que tendría justo<br />
para que mamá todavía lo pudiera sostener antes de morir. Y así ocurrió. Bastante<br />
después de que el doctor Leary hubiera prohibido otras visitas, llevamos a Steve hasta la<br />
cama de mamá. Y ella acarició sus suaves rizos negros y dijo, algunas veces teníamos<br />
que inclinarnos mucho para oírla: "un segundo varón... ésto nunca había sucedido, que<br />
Dios enviase un segundo varón..."<br />
CAPÍTULO 7<br />
Tiempo de prueba<br />
Papá había vuelto a la oficina. Las últimas semanas de vida de mamá las había<br />
pasado la mayor parte del día en su habitación. Ahora estaba de vuelta en su escritorio,<br />
frente al mío en "Reliance Number Three". Su entrecejo se iba frunciendo mientras leía<br />
los informes trimestrales.<br />
Estás recargando los almacenes, hijo, me dijo y señaló las cifras que mostraban un<br />
inventario de granos mayor de lo que necesitábamos para las demandas corrientes. A<br />
papá nunca le había satisfecho la operación del molino por las frecuentes fluctuaciones de<br />
los precios.<br />
Pero estas objeciones parecían poco aplicables durante el auge de la post-guerra.<br />
Ese invierno de 1947-48 todo el que comerciaba con esta clase de productos estaba de<br />
acuerdo en un punto. Solamente el precio tope que había establecido el gobierno podría<br />
mantener los precios bajos. La avena, la cebada, el maíz, harina de semilla de algodón,<br />
harina de soya, todos estaban forzados a mantener ese arbitrario nivel de precios durante<br />
meses, como si trataran de forzarlos a que siguieran hasta el final. Al minuto que se<br />
quitase la restricción, los precios se elevarían. Me pareció un buen negocio almacenar<br />
mucho, mientras se mantenía el precio tope.<br />
Esto es lo que el buen ojo armenio de papa comprendió, cuando repasó las cifras.<br />
Su entrecejo se frunció más profundamente cuando observó que yo había gastado cientos<br />
de miles de dólares en grano a los precios corrientes de compra, para venderlos en el<br />
otoño siguiente.<br />
Al firmar aquel contrato yo había encendido la mecha de la bomba. El nombre me<br />
saltaba en la mente en los momentos más raros: Fresno.<br />
¿Por qué tendría que estar pensando en Fresno? Era una ciudad situada alrededor de<br />
trescientos kilómetros al norte de Los Ángeles, por la que había pasado numerosas<br />
veces. Pero no conocía a nadie allí, y no tenía conexión alguna con tal ciudad. ¿Por qué<br />
me tenía que venir una y otra vez Fresno a la mente?<br />
Con el aguijón del asunto de Bob Smith que todavía me punzaba, Rose y yo<br />
habíamos hablado poco de los planes para ese verano. Alguien sugirió que tuviésemos<br />
reuniones de nuevo en el este de Los Ángeles, y nos parecía una buena idea.<br />
Cuando una noche llegue a casa, Rose estaba en nuestro dormitorio, poniendo al<br />
pequeño Steve en su cuna. "Querida", le dije, “durante todo el tiempo que conducía hacia<br />
casa esta noche, el nombre de un lugar en particular me ha estado martillando en la mente<br />
sin parar. No puedo dejar de pensar en ello".<br />
Rose se enderezó y me miró directo a los ojos. “No me digas el nombre. Es lo<br />
mismo que me ha estado pasando a mí". Apagó la luz y salimos de puntillas del cuarto. En<br />
el pasillo se volteó hacia mi y me dijo: Se trata de Fresno, ¿verdad?". Moví la cabeza, con<br />
asombro.<br />
Si es "Fresno"<br />
Pero, si sabíamos dónde quería Dios que trabajásemos, la siguiente pregunta era<br />
cómo. Allí no teníamos contactos, y no conocíamos nada sobre el lugar.<br />
Por fin obtuve de un ministro de Los Ángeles el nombre de un pastor de las Asambleas<br />
de Dios en Fresno. Lo llamé por teléfono, y le sugerí la idea de mantener unas reuniones<br />
el siguiente verano en aquella ciudad. Se escuchó un largo silencio al otro lado del hilo.<br />
Finalmente, dijo que me llamaría, y unas semanas después, me encontraba invitándolo a<br />
él y a otros treinta y tres pastores locales, a una comida en el Hotel California de Fresno. El<br />
método archicomprobado por los armenios de alimentar el cuerpo a la vez que el alma,<br />
probablemente influyó en el buen resultado de aquella reunión; verdaderamente no había<br />
gran entusiasmo por el proyecto, Jamás había visto tantos rostros desconfiados como<br />
los que me miraban. cuando me levanté para hablar.<br />
Les describí las reuniones en la carpa que habíamos tenido en Los Ángeles durante<br />
siete veranos, y especulamos sobre los centenares de personas que ahora estaban en<br />
buenas relaciones con Dios a causa de ellas. Silencio. Miradas hostiles. Por fin, uno de<br />
los hombres se alzo, se ajustó los pantalones y me preguntó lo que aparentemente estaba<br />
en la mente de todos los presentes: ¿Que espera obtener usted de todo ésto, señor<br />
Shakarian? ¿Qué esconde en la manga?.<br />
Sentí el calor que incendiaba mis mejillas, luego me controlé ¿Por qué tendrían<br />
estos que fiarse de un extraño? Recordé a Bob Smith, y por vez primera agradecí aquella<br />
experiencia. El Señor sabía que era poco precavido. Quizá la única forma como podían<br />
enseñarme algo era restregándomelo en la cara. Un pastor tenía que ser desconfiado,<br />
hacer preguntas cuando entraba en juego el bienestar de su gente.<br />
Y por esto informé a los treinta y cuatro hombres, de mi proceder. No pedía salario, y<br />
pagaría mis propios gastos. Aquí en Fresno éstos debían ser mayores de lo corriente,<br />
puesto que Rose y yo tendríamos que trasladarnos allí por todo el tiempo que durara la<br />
campaña. Cuando se hubiera pagado la mayoría de los gastos, anuncios, instalación<br />
de la carpa todo eso, todo el dinero que quedase en las ofrendas pertenecería<br />
conjuntamente a las iglesias que participasen. Por otra parte, en el caso de que hubiese<br />
déficit, yo lo pagaría de mí propio bolsillo.<br />
"¿Qué saco yo de todo ésto?" se me repetía como un eco. Saqué mi Nuevo<br />
Testamento del bolsillo, y leí en voz alta los textos de 1a. Corintios 12 que había llegado a<br />
significar tanto para mi. Amigos, les dije, creo que el Señor nos ha dotado de un don<br />
especial a cada uno de sus siervos, con alguna habilidad especial que debemos usar en<br />
su Reino. Yo creo que si descubrimos el don, y lo usamos, seremos la gente más feliz de<br />
la tierra. Y si perdemos la oportunidad, no importa cuán buenas sean nuestras obras, nos<br />
sentiremos siempre infelices.<br />
"Yo soy afortunado", les dije "Yo he encontrado mi trabajo. Soy un ayudador, tal como<br />
dice ahí. Mi don es ayudar a las demás personas a que lo que hagan, lo hagan mejor. Yo<br />
les ayudo a ustedes a reunirse, a preparar el lugar para las reuniones, a encontrar<br />
oradores. Todo lo que obtengo es el gozo de usar el talento que Dios me dio".<br />
Me remangué el brazo izquierdo de mi chaqueta y me rebusqué dentro de la manga.<br />
"Nada", les dije. "aquí no hay nada".<br />
La improvisada carcajada que siguió, rompió la tensión. De todos los rincones de la<br />
habitación venían sugerencias para la campaña de Fresno. Este pastor tenía un contacto<br />
con la emisora de radio local; el otro conocía al gerente de una imprenta. Parecían estar<br />
todos de acuerdo en que en el otoño sería la época más propicia que en el verano en<br />
Fresno, sería en octubre, en cuanto ya se hubiesen cosechado las uvas. Existía un gran<br />
salón en el centro de la ciudad, el "Memorial Auditórium", que sería mucho más cómodo<br />
que una carpa.<br />
Parece que vamos a tener unos meses un poco ocupados Demos, dijo Floyd<br />
Hawkins, uno de los pastores que me acompañó a mi carro. Tendrás que estar ausente<br />
bastante tiempo de tu oficina. Espero que te vaya bien con tus negocios.<br />
Le expresé mi confianza con una sonrisa. “No pueden ir mejor, Floyd, no<br />
pueden ir mejor". Alquilé una casa sin amueblar en la calle "G" a sólo cinco<br />
cuadras del Fresno Memorial Auditórium. Amueblarla no sería problema. Cuando<br />
llegara la hora, cargaría lo que necesitábamos en un gran camión diesel: sillas,<br />
mesas, camas, y la máquina de lavar, me recordó Rose. No puedo enfrentarme al<br />
lavado de los pañales sin mi máquina.<br />
La casa era lo bastante grande, para que los diferentes evangelistas<br />
pudieran estar con nosotros, como solíamos tenerlos en Downey. Esta vez, cada<br />
semana predicaría un evangelista diferente.<br />
Sería una campaña de cinco semanas, y Rose y yo estaríamos allí una<br />
semana antes; después de todo son necesarios por lo menos diez días para atar<br />
cabos sueltos. Decidimos que a los nueve años de edad, a Gerry no le haría<br />
ningún daño asistir a la escuela de Fresno durante esas semanas, pero en<br />
cuanto a Richard, que iba ya por el octavo grado, sería mejor que no perdiera sus<br />
clases. Este era un arreglo satisfactorio en el que todos pensábamos, aunque no<br />
lo dijésemos: no podíamos marcharnos todos, dejando solo a papá. Desde la<br />
muerte de mamá, la soledad de mí padre era algo que se podía palpar. De modo<br />
que acordamos que Richard se quedaría con su abuelo, y ambos podrían reunirse con<br />
nosotros los fines de semana.<br />
El proyecto pareció recibir su bendición final al saber con seguridad que la señora<br />
Newman, la diligente enfermera que había estado con nosotros cuando cada uno<br />
de los niños había venido a casa del hospital, vendría con nosotros, de modo que<br />
Rose podría tocar el piano en las reuniones.<br />
Y así fue como con el sentimiento de que Dios mediaba realmente en<br />
nuestros planes, fui al molino un lunes por la mañana en octubre, para dar los<br />
últimos toques a algunos asuntos antes de partir para Fresno al día siguiente. Para<br />
sorpresa mía, nuestro contador Maurice Brunache, estaba de pie en medio de la puerta de<br />
entrada. El color de su rostro era como el fino polvillo de harina que se asienta sobre todo<br />
el molino.<br />
"¡Ya ha sucedido! Demos". Tenía unos papeles en la mano.<br />
"¿Qué es lo que sucedió?"<br />
"El precio límite. El mercado de Chicago abrió esta mañana sin él".<br />
"¡Estupendo, Maurice!" "Es lo que estábamos esp.. "Algo en el rostro de Maurice<br />
me hizo callar. Lo seguí en silencio hacia la oficina. Tomó una silla, y eso mismo hice<br />
yo.<br />
"Me temo que no es tan estupendo, Demos."<br />
"¿Quieres decir que los precios no cambiaron?"<br />
"Si, cambiaron, pero... bajaron". Consultó el papel que tenía en las manos. "En<br />
nuestro inventario actual hemos perdido 10.500 dólares. Pero si nos siguen entregando<br />
material cada día, no tenemos espacio para almacenar todo ese grano, así que es<br />
necesario seguir vendiendo, y desde ahora, cada venta nos representa una pérdida."<br />
Tomé el papel de la mano de Maurice. Las reglas del mercado permiten la baja de<br />
precio hasta un cierto punto cada vez. En los primeros minutos de la apertura de hoy, yo vi<br />
que el grano había alcanzado su pérdida máxima. Y nosotros, por supuesto, teníamos<br />
que seguir pagando los precios más altos como habíamos contratado hacía meses.<br />
"Esta baja de precios no ha llegado al final todavía, y si sigue Demos, puedes...<br />
arruinarte".<br />
Salí del molino como atontado. Era una locura. No tenía sentido. Y, sin embargo,<br />
estaba sucediendo. Sombríamente, fui calculando cuántos dólares me costaba cada<br />
cargamento de alimento de grano que tenía que vender.<br />
Al día siguiente, martes, cargué la lavadora de ropa de Rose, algunos muebles en un<br />
camión y lo mandé a Fresno. Cuando regresé a la casa el teléfono estaba sonando.<br />
Era Maurice Brunache: la tempestad sigue de nuevo Demos, dijo, cuando el<br />
mercado de Chicago abrió una vez más, contra todas las predicciones, el precio del grano<br />
ha vuelto a bajar al máximo permitido por el mercado de cambio. En menos de una hora<br />
hemos vuelto a perder más de diez mil dólares.<br />
“Creo que el viaje a Fresno no se presenta en un buen momento", prosiguió Maurice.<br />
"Me imagino lo que ésta campaña ha tenido que significar para tí".<br />
¿Ha tenido que significar?<br />
Bueno... ¡no es que no puedas irte! Demos ... ¿Ya estás allá? -Sí, estaba, pero mi<br />
mente había retornado atrás tres años y medio, a una promesa que había hecho, que los<br />
negocios de Dios iban a ser primero, antes que la familia, antes que la lechería, antes que<br />
cualquier cosa en el mundo.<br />
"Tengo que seguir adelante, Maurice," le dije. "Mira, esa caída de precios ha sido<br />
una cosa rara, volverá a subir, nos mantendremos en contacto por teléfono".<br />
Pero durante todo el camino hacia Fresno una vocecita daba vueltas sin parar al<br />
compás de las llantas: Te arruinarás. Te arruinarás. Perderás el molino, te arruinarás...<br />
Estaba colocando la cuna de Steve en la casa de la calle G, al final de la tarde,<br />
cuando escuché un grito proveniente de la cocina, donde Rose y la señora Newman<br />
estaba guardando los platos.<br />
“Mi reloj", grito Rose desde la cima de la escalera de mano. "¡No, lo llevo puesto!"<br />
Corrí hacia la cocina y alcé los ojos para mirar a Rose. Recordaba la noche en que<br />
crucé la sala de los Grabrielian para abrochárselo alrededor de su muñeca.<br />
“¿Estás segura de que lo llevabas puesto?"<br />
"¡Por supuesto que estoy segura!. Recuerdo muy bien habérmelo visto puesto al<br />
bajar del carro."<br />
Bien, buscamos por toda la cocina. Salí hacia donde estaba el carro, y busqué por el<br />
camino entre éste y la casa. Rose recordó que había desempacado algunas cosas en la<br />
habitación de Gerry, pero antes de que comenzáramos a buscar allí, la señora Newman<br />
nos llamó a los dos a donde estaba poniéndole la pijama a Steve.<br />
Toquen su cabeza, dijo. Este niño no parece ser el mismo hoy, ha estado<br />
refunfuñando todo el tiempo en el carro. Voy a tomarle la temperatura. Los tres<br />
permanecíamos callados en aquella extraña habitación, mientras ella llevaba el<br />
termómetro hacia la luz azulada de la lámpara. Sus ojos se agrandaron con asombro.<br />
"Cuarenta...”<br />
Uno de los pastores de Fresno nos dio el nombre de un médico, pero cuando llegó,<br />
lo único que pudo hacer fue confirmar la temperatura que había leído la señora Newman,<br />
y decirnos que continuásemos con los baños de alcohol que ella había iniciado.<br />
Baños con esponja, bolsas de hielo, aspirinas, nada consiguió bajar la fiebre. Por la<br />
mañana, los ojos de Stevie estaban vidriosos y su piel seca al tacto. El médico vino de<br />
nuevo y prescribió un montón de recetas. Le pedí a Rose que se acostara un rato, pero<br />
ella apenas pareció oírme.<br />
Como Stevie aun no estaba mejor en la noche, llamé a casa para decirle a papá que<br />
pidiese a la iglesia que orasen, y supe de paso que el grano había sufrido otro día<br />
desastroso en el mercado. Finalmente Rose se durmió exhausta, y la señora Newman y<br />
yo nos turnamos para velar en la cabecera de la cuna.<br />
El jueves por la mañana llevamos a cabo la reunión que teníamos planeada con las<br />
mujeres y consejeros, pero me resultaba difícil concentrarme en lo que estaba haciendo.<br />
Me mantenía llamando por teléfono a la casa de la Calle G, sólo para seguir escuchando:<br />
ningún cambio. Está muy colorado. Parece que le cuesta tragar.<br />
Durante tres días más, todo continuó igual. Era terrible contemplar al vivaz<br />
muchachito yacer tan quieto, sólo su pecho jadeaba por el esfuerzo en respirar. Hora tras<br />
hora. Rose y la señora Newman permanecieron junto a la cuna, dándole cucharaditas de<br />
agua a través de sus pequeños labios rajados.<br />
Ya casi me había olvidado del molino, cuando el viernes por la tarde Maurice<br />
Brunache telefoneó para decir que habíamos perdido alrededor de 50.000 dólares durante<br />
la semana. Llegó el sábado. La campaña tenía que comenzar al día siguiente y Steve no<br />
mejoraba. Un almacén de la ciudad había donado una alfombra celeste para poner al<br />
frente del entarimado, un rollo enorme de casi cinco metros de ancho por treinta de largo.<br />
El sábado por la tarde estaba inspeccionando la instalación, cuando de pronto, me di<br />
cuenta de que si no me marchaba empezaría a llorar.<br />
"Ustedes no me necesitan para esto", murmuré al muchacho de la tienda de<br />
muebles "Josephine" que regaló la alfombra. Salí con rapidez, subí al carro y<br />
simplemente lo puse en marcha. Me fui a través de la ciudad, hacia afuera, por el<br />
valle de San Joaquin. En los viñedos, las hojas de parra de un amarillo dorado, se<br />
batían como un lamento contra las estacas, movidas por el viento de octubre.<br />
"Señor Jesús, Tú eres la viña. Nosotros somos solamente las ramas y hojas.<br />
Sin tí, nada podemos hacer. Por supuesto, yo no he podido hacer mucho en toda<br />
esta semana. ¿Es por que no estás Tú en la campaña? ¿Será por que he puesto<br />
en marcha toda esta obra sin contar contigo?"<br />
Mientras yo hablaba, una voz me contestó. Una voz interna, inconfundible,<br />
aunque no la escuchaba con mis oídos,<br />
"Demos, tiene que abandonar esta campaña de Fresno. Tienes que regresar<br />
a Los Ángeles, donde puedas atender mejor a tu hijo y ocuparte de tus<br />
negocios. Estás llevando deshonor a Mí nombre con esa enfermedad y esa<br />
pérdida".<br />
Dirigí el carro hacia una orilla de la carretera y paré el motor, con las<br />
manos temblorosas. Por alguna razón, aun en medio del temor y la<br />
ansiedad, no había esperado esta respuesta. Entonces, todos los estímulos<br />
aparentes.., las oraciones contestadas... solo habían sido cosas de mi imaginación...<br />
Pero ¿qué podía hacer ahora?, por supuesto era dema siado tarde para<br />
detener los planes ya tan adelantados.<br />
-Es tu orgullo, Demos. Es solo tu temor al ridículo.<br />
Finalmente puse el motor en marcha y regresé a la casa de la calle G, en<br />
Fresno. La fiebre de Steve se mantenía todavía en cuarenta grados. Había<br />
llegado Billy Adams, me dijo la señora Newman, nuestro primer cantante de Los<br />
Ángeles, había ido a ver el Auditorio. Rose se había dormido en la habitación de<br />
Gerry. Me di cuenta por primera vez hasta qué punto estaba exhausto yo mismo.<br />
Me acosté, pero no pude dormir.<br />
- Tienes que abandonar la campaña. Tienes que regresar a Los Ángeles.<br />
Toda la noche me estuve revolviendo en la carea, escuchando la tos seca y dura de<br />
Steve. Escuché llegar a Billy Adams escuché a Rose preparando bolsas con hielo en la<br />
cocina.<br />
- Tú orgullo... tu orgullo....<br />
Afuera, estaba aclarando. Steve comenzó a llorar, con un sollozo irregular. Por<br />
supuesto, Dios no atacaría a un niño tan pequeño solamente para enseñarme humildad...<br />
Pero la voz acusadora continuaba:<br />
- Abandona la campaña. Regresa a Los Ángeles. Terminarás arruinado...<br />
Me senté de repente en la cama. ¡Había reconocido esa voz!. Era la misma que me<br />
había estado murmurado en el carro mientras conducía el martes. Y también ayer en los<br />
campos vinícolas, temor, duda, confusión, odio contra mí mismo. Estos no eran los signos<br />
de la presencia de Dios. Eran las armas del gran engañador.<br />
¡Y si él estaba tan empeñado en contra de estas reuniones, era porque Dios iba a<br />
estar a favor de ellas!<br />
"¡Rose! ¡Billy!".<br />
Corrí hacia la sala donde Rose estaba paseando al pequeño Stevie de arriba a<br />
abajo. Billy Adams salió de la cocina trayendo una cafetera con café recién hecho.<br />
"Era Satanás", les dije "Era Satanás intentando vencerme para que abandonase todo.<br />
Dios quiere que tengamos esta campaña".<br />
Billy dejó la cafetera sobre el cristal de la mesa. "Lo dudaste alguna vez, Demos".<br />
Y tan sutil y tan devastador había sido su ataque, que tuve que confesar que había<br />
dudado.<br />
"Pero ya no", le dije. "Vamos a ir allí esta tarde, y vamos a alabar a Dios, vamos a<br />
reírnos en la cara del diablo".<br />
Y eso hicimos, afirmamos la victoria de Dios incluso cuando nada apreciable a la vista<br />
hubiese cambiado. En el transcurso de las cinco cuadras que nos separaban del Auditorio,<br />
Rose lloraba por haber tenido que dejar a Steve, a pesar de que ambos sabíamos que no lo<br />
podíamos dejar en mejores manos que las de la señora Newman.<br />
Pero cuando las altas cortinas se abrieron y Rose en el piano dio los primeros<br />
acordes de la alegre antífona de apertura, nadie de entre la muchedumbre que casi<br />
llenaba el gran salón municipal, podía darse cuenta que ella tenía una gran<br />
preocupación en la vida. Luego Billy se dirigió hacia el micrófono y pidió a la congregación<br />
entera que se pusieran de pie para orar por la salud de Steve. Oramos, cantamos y<br />
alabamos al Señor. Se sentía tan fuertemente el Espíritu en la congregación que<br />
cuando fuimos a casa para la cena, entre la sesión de la tarde y la de la noche, creo que los<br />
tres esperábamos que el mismo Steve se dirigiese con su pasito incierto a darnos la<br />
bienvenida a la puerta.<br />
Pero no hubo cambio. La señora Newman estaba cambiándole la pijama<br />
completamente mojada por la transpiración, mientras Gerry ponía una sábana limpia en la<br />
cuna.<br />
Fue lo mismo a media noche cuando volvimos del servicio nocturno. La fiebre igual<br />
de alta, sus ojos perdidos y sin brillo.<br />
Sin embargo, algo había cambiado en la casa. Por primera vez desde que llegamos,<br />
sentí sueño y me quedé dormido en cuanto mi cabeza tocó la almohada.<br />
Me desperté por la mañana a los repetidos golpes de la Señora Newman a la puerta:<br />
-¡La fiebre bajo! ¡Su temperatura está normal! ¡Oh, vengan a ver!.<br />
Juntos a la señora Newman, Rose, Gerry y yo, nos inclinamos alrededor de la cuna.<br />
Steve yacía de espaldas, pálido y cansado, pero en sus grandes ojos castaños se<br />
insinuaba su acostumbrada chispa de alegría.<br />
-Quiero una galleta -dijo<br />
Cuando regresamos para la reunión de la tarde, estaba sentado, devorando una<br />
caja de galletas. A la mañana siguiente no quedaba ni el más mínimo rastro de que<br />
hubiese estado enfermo.<br />
Durante su enfermedad, apenas me quedé, un minuto para pensar en la crisis<br />
financiera, y por supuesto, dejamos de pensar, como cosa de menor importancia, en el reloj<br />
perdido. "Pero ahora", dijo Rose, era miércoles por la mañana! "voy a buscar el reloj otra<br />
vez". Esto nos debió indicar quién andaba detrás de tantos problemas, Demos. Es la<br />
clase de trucos que acostumbra usar Satanás.<br />
Todos nos unimos en la búsqueda, rebuscando en cada gaveta, cada armario, cada<br />
bolsillo, y pieza de ropa de vestir.<br />
Ni rastro del reloj.<br />
Tampoco las noticias que provenían del molino era mas alentadoras. La caída del<br />
precio de los granos no había sido simplemente una fluctuación del mercado.<br />
Representaba una baja general, a nivel nacional, de la compra de granos. Cada día el<br />
molino iba perdiendo miles de dólares.<br />
Cuando papá trajo a Richard para el fin de semana estaba realmente alarmado. “No<br />
podemos seguir adelante. Demos. Si tenemos muchas semanas como esta última, pronto<br />
habremos perdido el negocio".<br />
Era sábado por la mañana y yo estaba llevando a papá y a Richard a la feria del<br />
condado de Fresno. Un lechero nunca es tan feliz como cuando ve vacas hermosas, y yo<br />
esperaba que ésto ayudara a papá a olvidar el desastre financiero, por lo menos por un par<br />
de horas.<br />
Demasiado pronto se hizo el tiempo de regresar a casa y prepararse para la reunión<br />
de la tarde. A la salida de la feria, Richard se pasó fascinado con un hombre que vendía<br />
unas lagartijas verdes y café, por un dólar.<br />
"Papá ¿Podría yo tener...?"<br />
“No seas tonto hijo ¿Quieres escuchar los gritos de tu madre por traer esos<br />
animalitos viscosos a casa?<br />
“Por favor... papá... Por favor..., no son viscosos", tomó uno de los animalitos, y lo<br />
frotó suavemente con el pulgar. "Por favor, papá"<br />
Miré a Richard con sorpresa. No era su costumbre el insistir de este modo. Y más<br />
sorprendido me quedé cuando vi a papá meter la mano en el bolsillo y darle un dólar.<br />
“Deja que el chico tenga su lagartija", me regañó.<br />
Subí al coche con un suspiro. Papá nunca fue tan generoso conmigo cuando yo era<br />
muchacho. Al llegar a la calle G, le dije a Richard: ahora, Richard, deja ir ese animalito en<br />
la grama. No quiero tener una casa llena de mujeres gritando.<br />
"Esta bien papá. ¿Pero, puedo enseñárselo a Gerry? ¿Quieres decirle que salga?"<br />
Pero para mi desaliento, fue la señora Newman quien salió. Miró las manos de<br />
Richard y sonrió complacida- "Un camaleón", exclamó "Oh, qué pequeñito y bonito..."<br />
"Busquémosle una caja para tenerlo allí". Ella se dirigió a un montón de basura que<br />
solo esperaba que pasaran a recogerla el sábado por la tarde.<br />
¡Un camaleón!, esto es lo que es. La señora Newman continuó, buscando entre un<br />
montón de cajas de cartón vacías. Esta es demasiado grande, no, necesita ser más alta.<br />
¡Esta es!. ¡Esta servirá!.<br />
Levantó la tapa de una caja de zapatos. Una caja que al cabo de una hora hubiera<br />
ido hecha pedazos en el camión de la basura.<br />
Allí estaba el reloj de pulsera de diamantes.<br />
De esta forma la familia completó el día junto a la lagartija: y una certera comprensión<br />
de que Dios cuida de todos los detalles de nuestra vida.<br />
Y mientras las reuniones entraban ya en su tercera semana extraordinaria, con un<br />
número de asistentes que aumentaba cada noche, y los milagros que se repetían sobre la<br />
alfombra azul, comencé a preguntarme si El no sería capaz de resolver nuestro problema<br />
del molino de grano. Seguramente que para El, un molino de grano que se hundía no era<br />
un problema mayor que encontrar una caja de zapatos olvidada. Y sin su ayuda, lo<br />
perderíamos irremisiblemente. Todavía estábamos pagando los altos precios del último<br />
invierno, mientras que a diario teníamos que vender a menor precio.<br />
Pero los días pasaban y no había cambio alguno, salvo para empeorar. Fue<br />
un tiempo extraordinario. Cada tarde en nuestras sesiones de enseñanza<br />
centenares de nuevos cristianos se estaban iniciando en su nueva fe. Cada<br />
noche, centenares más venían hacia el frente a rendir sus vidas a Cristo, ser<br />
sanados o para recibir el bautismo en el Espíritu Santo. Y cada mañana pasaba<br />
horas en el teléfono con vendedores y compradores de grano, presidiendo la pérdida<br />
de miles de dólares.<br />
Esto me recordaba mi primera reunión en una carpa en el Boulevard Goodrich,<br />
cuando el evangelismo triunfaba mientras la planta de abonos fracasaba. Señor, le<br />
dije Tú me dices que esta gente en Fresno es más importante que un molino de<br />
granos. Tú sabes que no puedo discutirlo. Solamente me hubiera gustado haberlo<br />
sabido antes de comprar tanto grano..<br />
Estaba sentado en la cocina de la calle G. Era una hermosa mañana de<br />
octubre; todos los demás habían salido de compras. Y aquí, en la silenciosa casa,<br />
acompañado tan sólo por el ronroneo del refrigerador, me pareció escuchar una voz<br />
débil y un poco chistosa:<br />
Te lo dije, Demos.<br />
Me sentí incómodo en la dura silla de madera. ¿Era eso verdad? ¿Me había<br />
prevenido Dios desde el principio, a través de mi padre, sobre esta situación?.<br />
Referente al molino mismo, ¿había oído yo claramente de Dios que fuese parte<br />
de sus planes para la familia Shakarian?. ¿O se trató simplemente de una<br />
brillante idea mía?. ¿No era más bien, en parte, la avidez de poder por un lado, y<br />
mi sentido de la lógica por el otro lo que me había empujado a crear este pequeño<br />
imperio, cuando era ya un hombre al que Dios había suplido abundantemente de bienes?.<br />
Ahora cuando por primera vez plenamente consciente, deliberadamente le preguntaba a<br />
Dios acerca de la operación financiera del molino, la respuesta vino clara y precisa:<br />
No es para ti, Demos. Los negocios especulativos requieren de tu tiempo<br />
completo, y yo nunca te daré el día entero para tus negocios.<br />
Entonces, ahí, caí sobre mis rodillas, mis manos sobre el asiento de madera de mi<br />
silla. "Señor Jesús, perdóname por ir adelante de Ti en unos negocios a los que Tú nunca<br />
me llamaste. En alguna parte, Señor, tiene que estar el hombre que puede tomar este<br />
negocio a su cuidado, y sacarlos adelante. Envíamelo Señor, ahora, y Señor..."Miré a mi<br />
alrededor sintiéndome un poco culpable, pero estaba completamente solo, aunque es<br />
inútil esconder a Dios lo que está en nuestro corazón, puesto que El puede ver cada<br />
rincón del mismo.<br />
"Señor, haz que nos ofrezcan un buen precio".<br />
Yo imaginaba que papá estaría encantado con la idea de vender el molino. Pero,<br />
cuando le hablé de ello, la semana siguiente, él solamente hizo un movimiento de cabeza:<br />
"¿Cómo esperas hallar comprador en un tiempo como éste?, nadie va a comprar un<br />
negocio de granos hoy en día; por que el valor del molino mengua cada día que pasa.<br />
Todo lo que alguien tiene que hacer es esperar a que caiga en bancarrota y comprarlo por<br />
el valor de los impuestos."<br />
"Lo veremos, papá", le dije, intentando por este medio que mis palabras resultasen<br />
convincentes, "y a buen precio".<br />
La tercera semana de nuestra campaña en Fresno se clausuró con un servicio<br />
dominical. William Branham era el evangelista de aquella semana, y cuando unos gemelos<br />
sordomudos, de cinco años, comenzaron a articular sonidos sin sentido (pues jamás<br />
antes habían oído un verdadero lenguaje) el lugar se levantó en alabanzas como no se<br />
había visto nunca.<br />
El miércoles por la mañana, de la cuarta semana, papa llamó por teléfono desde Los<br />
Ángeles:<br />
"Demos", me dijo, "no vas a creer lo que te voy a decir, pero acaba de llamarme<br />
Adolph Weinberg. Quiere comprar el negocio del molino."<br />
Weinberg era, como nosotros, un granjero californiano del sur. Era judío; un hombre<br />
devoto que no se quedo asombrado cuando una voz lo despertó a la tres de la mañana, y<br />
la cual reconoció como la voz de Dios.<br />
Adolph, el Señor Weinberg, nos informó de cómo la voz que le había hablado le<br />
dijo "quiero que llames a Isaac y le ofrezcas comprar su molino".<br />
Obedientemente, había telefoneado a papá. Estaba ansioso por que nos<br />
encontrásemos y discutiésemos las formalidades.<br />
-"Yo no puedo comprenderlo", decía papá. "Ahora, en estos tiempos. ¿Cómo pudo<br />
enterarse de que queríamos venderlo?. ¿Se lo dijiste a alguien además de mi?”<br />
No, papá.<br />
Fuere como fuere, prosiguió, está dispuesto a comprar. ¿Cuando puedes estar aquí,<br />
lo mas pronto?. Papá tú sabes que ahora no puedo ausentarme. Por el amor de Dios<br />
¿Por qué no?. Porque aún quedan dos semanas de campaña además de la clausura final.<br />
"Pero seguramente las reuniones podrán pasárselas un par de días sin ti. ¡No es tan<br />
importante que tú estés presente!”<br />
“No para las reuniones; sino para mí. Por algo que Dios me está enseñando. Papá,<br />
desde los comienzos de esta campaña han estado pasando cosas muy raras; por alguna<br />
razón, son tiempos de prueba para mí, más de lo que lo hayan sido en cualquier época<br />
anterior. ¿Qué es lo primero?. Me está preguntando Dios, papá, y quiero darle a Dios la<br />
respuesta correcta".<br />
"¿Supón que Weinberg cambie de idea?"<br />
"Si es el comprador que Dios ha elegido, no cambiará".<br />
Casi cada uno de los diez días siguientes, Adolph Weinberg telefoneó a papá.<br />
Le parecía imposible que estuviésemos haciendo esperar a un comprador, con dinero al<br />
contado, mientras cada día los inventarios de nuestros silos demostraban una nueva<br />
pérdida de su valor. Tampoco yo lo entendía. Sólo sabía que Fresno era el lugar adonde<br />
Dios me quería en ese momento.<br />
Llegó por fin la conclusión de las cinco semanas de campaña; el comienzo de la<br />
reunión el domingo por la tarde se fijo para las dos y media. Pero desde las doce y media,<br />
cada uno de los 3.500 asientos del auditorio estaba ocupados; así que empezamos. A las<br />
dos de la tarde habían 1.500 personas de pie a lo largo de las paredes, y centenares de<br />
personas que esperaban afuera. Dieron las cinco de la tarde, que era la hora de terminar la<br />
reunión. Pero el espíritu de alabanza llenaba el enorme local tan poderosamente que no<br />
hubo forma de terminar, aunque yo lo hubiera deseado.<br />
Las seis de la tarde. Las siete, y apenas algunas personas habían abandonado el<br />
local. La mayoría de las que llenaban el lugar estaban allí desde el amanecer y ninguna<br />
de ellas se marchaba a comer por temor a no poder entrar después.<br />
El programa que habíamos planeado para la noche tuvo que abandonarse cuando el<br />
Espíritu tomó a su cargo la reunión.<br />
KeIso Glover era el predicador de esta última semana, pero aquella noche, dijo, la<br />
dirección se le había escapado de las manos.<br />
"Es como el agua", me dijo", "el poder parece fluir sobre la alfombra como agua.<br />
Cuando bajo hasta el público, siento como si el agua me llegase a las rodillas".<br />
La gente se acercaba al frente para pedir sanación pero también era sanada la que<br />
se hallaba en los pasillos. Un joven llegó a la reunión sufriendo terriblemente debido a una<br />
herida en un ojo. El día anterior había estado trabajando la tierra cerca de sus<br />
duraznales, cuando el tubo de escape de su tractor se enredó en un alambre para<br />
tender ropa. Sin saber lo que estaba ocurriendo, siguió con el tractor hacia adelante,<br />
haciendo que el alambre quedase más tenso, hasta que se rompió y le hirió el ojo<br />
izquierdo. El doctor le había cubierto el ojo con un gran vendaje apretado, pero no<br />
aseguraba si volvería a ver o no.<br />
Oca Tatham vino hacia adelante, nos contó después que casi se desmayaba del<br />
dolor. Al instante en que Kelso Glover tocó su frente, desapareció hasta el más leve<br />
rastro de dolor y una increíble sensación de bienestar invadió su ojo herido.<br />
A la vista de 5.000 personas Tatham comenzó a quitarse el vendaje, hasta que<br />
quedó todo como un pequeño montón de gasa a sus pies. El vendaje más profundo<br />
estaba sujeto por una cinta adhesiva y él la arrancó.<br />
Dos ojos azules perfectamente iguales miraban incrédulos a Glover y a mí. No<br />
había ni cicatriz; el ojo izquierdo de Tatham no tenía una mancha de sangre.<br />
Era media noche cuando la increíble reunión concluyó. Había durado once horas y<br />
media, y sin embargo, mientras nos dirigíamos a la casa de la calle G. me sentía<br />
más descansado que por la mañana, Rose y el doctor Glover, decían lo mismo.<br />
Me sentía aturdido, gozoso, como un hombre que ha estado combatiendo<br />
cuerpo a cuerpo, y ahora ve al enemigo correr. Una vez más pensé en las<br />
palabras de Charles Price: "Es una batalla en la que estamos, Demos"<br />
Quizá la dimensión de la victoria, y la amargura de la ba talla. estaban<br />
relacionadas. Quizás el enemigo lucha más fuerte, cuando teme lo peor...<br />
Ahora sólo quedaba por terminar el cierre financiero. El programa por seguir y<br />
el cierre de la casa, Weinberg estaba al teléfono de nuevo.<br />
"Estaré en casa el próximo lunes, señor Weinberg"; le prometí. Debería de<br />
alegrarse de que no haya llegado antes. Cada día que esperaba, el precio de la<br />
empresa bajaba.<br />
Le estoy ofreciendo medio millón de dólares al contado, por la compañía que<br />
está perdiendo dinero, y usted lo toma con calma, No consigo entender su línea<br />
de pensamiento Shakarian.<br />
El lunes por la tarde, prometí. Y el lunes, a las dos, papá, Adolph<br />
Weinberg y yo nos sentamos a comenzar la intrincada transferencia de los molinos<br />
rodantes, elevadores, inventario general y todo lo demás. Al final de la primera<br />
sesión teníamos una diferencia en el trato de 25.000 dólares.<br />
Esta fue mi oferta final, dijo Adolph Weinberg, no puedo subir más.<br />
Miré a papá a través de la mesa.. Hizo un gesto negativo con la cabeza.<br />
Y ésta es también la nuestra, señor Weinberg.<br />
Así que las negociaciones quedaron interrumpidas, o eso creíamos. Pero a la<br />
mañana siguiente, a las seis de la mañana sonó el teléfono.<br />
¿Shakarian? Weinberg. ¿Pueden venir a desayunar?<br />
Papá y yo fuimos a la casa de Weinberg; mientras comíamos unos huevos revueltos,<br />
nos dijo que Dios le había despertado de nuevo a media noche, esta vez con<br />
instrucciones precisas. Tienes que llamar a los Shakarian mañana por la mañana y<br />
aceptar su precio.<br />
"De modo, que aquí estoy", dijo Adolph Weinberg. "Su comprador. A su precio, y<br />
démonos la mano, Isaac y Demos. Desearía volver a dormir una noche entera de un<br />
tirón."<br />
Esa fue la forma en que Dios nos guía en una de las épocas mas difíciles de<br />
nuestras vidas. Si los ataques venían de Satanás, Dios procuró que no recibiéramos<br />
ningún daño irreparable. Steve salió de su enfermedad sin que le dejara secuelas. Bajo la<br />
mano de Weinberg el negocio del molino prosperó.<br />
Yo tenía la seguridad de que Dios había permitido todo aquél género de<br />
acontecimientos como preparación para una nueva clase de trabajo, pero se trataba sin<br />
duda de alguna labor muy ardua, a juzgar por lo duro que había sido el entrenamiento.<br />
CAPÍTULO 8<br />
La Cafetería Clifton<br />
Hombres, mujeres, comunes y corrientes... Gente de almacenes, oficinas y<br />
fábricas...<br />
Podía escuchar las palabras de Charles Price con tanta claridad como si estuviera<br />
sentado al otro lado de la mesa del comedor: "... Tu serás testigo de uno de los<br />
acontecimientos mas importantes profetizados en la Biblia. Justo antes del regreso de<br />
Jesús a la tierra, el Espíritu de Dios descenderá sobre toda carne".<br />
"Y hombres laicos", insistía el doctor Price. "serían su más importante canal. No los<br />
clérigos ni los teólogos, o los predicadores mejor dotados, sino hombres y mujeres con<br />
trabajos comunes y corrientes, en un mundo común y corriente"<br />
Cuando el Dr. Price comenzó a decirme estas cosas, hace cinco, o seis o siete años,<br />
durante la guerra, yo apenas le escuchaba. Me parecía imposible que gente sin<br />
preparación pudiera tener el mismo impacto que un gran predicador como el doctor<br />
Charles Price.<br />
Pero cuando analizó la década de los cuarenta, me hallé a mí mismo pensando en<br />
sus palabras cada vez más a menudo. Pensé también en otras cosas: en el salón<br />
comedor de Knott's Berry Farm, cuando el rostro de un hombre y después el de los<br />
demás, me parecieron iluminados por la gloria de Dios al impacto del relato de las<br />
experiencias de otros hombres. Qué irresistible fuerza se podría reunir, si cientos, miles de<br />
hombres como éstos, se juntarán para difundir esta Clase de "Buenas Nuevas.." por todo<br />
el mundo... !<br />
Luego tenía que forzar mi mente hacia las cifras frente a mí, sobre la producción de<br />
leche.<br />
Pero la idea no me abandonaba; me despertaba a media noche; iba conmigo a la<br />
oficina. Quemaba mi interior mientras cantaba las antiguas melodías armenias en<br />
Goordrich Boulevard.<br />
Mientras tanto, Rose y yo continuábamos patrocinando evangelistas durante el<br />
verano. Y todos los veranos las reuniones parecían obtener éxitos mayores que las<br />
precedentes. ¿Por qué tuve esa extraña sensación de que esas reuniones ya no eran el<br />
trabajo especial para el que Dios me había elegido?. En el otoño de 1951, ayudamos a<br />
Oral Roberts a preparar su campaña en Los Ángeles, la mayor que se había visto en la<br />
actualidad, con un auditorio de alrededor de 200 mil personas que acudían a las<br />
reuniones a diario, durante dieciséis días. Y sin embargo...<br />
"Y sin embargo", le dije a Oral una noche en que estábamos cenando después del<br />
servicio de la noche, "sigo sintiendo que Dios quiere mostrarme algo diferente que hacer".<br />
“¿Cómo qué, Demos?”<br />
"Es un grupo, un grupo de hombres. Ninguno excepcional. Solo gente de negocios<br />
promedio, que conoce al Señor y lo ama, pero que no sabe cómo demostrarlo."<br />
"¿Y qué hará ese grupo?"<br />
"Hablarle a otros hombres, Oral, pero no teorías. Hombres que pueden explicar<br />
sus propias experiencias con Dios a otros hombres como ellos, hombres que quizá no<br />
creerían lo que dice un predicador, incluso ni a uno como tú, pero que sí escucharían a un<br />
plomero o a un vendedor, como ellos, porque ellos mismos son plomeros, dentistas o<br />
vendedores.<br />
Oral, interesado, puso la taza en el plato con tanta fuerza que derramó parte de su<br />
contenido, "Lo oigo Demos, lo oigo, hermano: ¿Y cómo se llamaran ustedes mismos?"<br />
Ya tenia el nombre. "Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del<br />
Evangelio Completo”.<br />
Oral, me miró por encima de la cubierta de plástico de la mesa. "Tamaño bocado".<br />
"Si. pero como ves. cada una de las palabras es necesaria". Evangelio Completo.<br />
Este es el objetivo que no tenemos que perder de vista en nuestras reuniones:<br />
sanaciones, lenguas. liberación. Que el hombre hable de cualquier tipo de experiencia<br />
que haya tenido, tal y como le ha sucedido.<br />
Hombres de Negocios. Laicos, gente común y corriente.<br />
Fraternidad. Así es como yo lo veo, gente que le gusta reunirse y no por compromiso<br />
ni obligaciones de ningún orden.<br />
Internacional... "Creo que esta parte suena algo ridícula, lo admito." "Pero, Oral, es la<br />
forma como Dios me lo ha estado diciendo: Internacional. Todo el mundo, toda carne". Me<br />
reí escuchándome a mi mismo; como que escuchara a Charles Price.<br />
Pero Oral no se reía. "Demos", me dijo, " es algo auténtico, se nota que Dios está en<br />
ello". ¿Puedo hacer algo para ayudarte a empezar?<br />
¡Ahí estaba! Con Oral Roberts como orador, cientos de hombres de negocios<br />
cristianos vendrían a la reunión inicial. ¿Oral, si yo invitase a hombres de negocios de todo<br />
Los Ángeles, un sábado por la mañana, vendrías para ayudarme a comenzar?.<br />
Y así quedó planeado. Como lugar de reunión elegimos el segundo piso de la<br />
Cafetería Clifton, entre las calles Broadway y Seventh. Era un salón muy grande, que<br />
estaba lleno de gente durante las horas de movimiento de la semana, pero desierto los<br />
sábados por la mañana. Luego llamé por teléfono a cada hombre de negocios, lleno del<br />
Espíritu, que recordaba conocer y les anuncié la primer reunión de la nueva Fraternidad,<br />
con Oral Roberts como principal orador; les pedí que esparcieran la noticia y que se<br />
trajesen a sus amigos para tener una brillante iniciación. Había un piano en un rincón de<br />
la planta baja, según lo recordaba, y Rose estuvo de acuerdo en tocar algunos himnos.<br />
Llega el gran día. El tráfico en el centro de la ciudad de Los Ángeles era muy denso<br />
aquel sábado por la mañana de octubre y a Oral, a Rose y a mí, nos costó mucho tiempo<br />
encontrar estacionamiento. Llegamos por fin a la Cafetería Clifton un poco tarde y más que<br />
un poco emocionados y comenzamos a subir por la escalera central. ¿Cuánta gente habría<br />
ya esperando arriba? ¿Trescientas personas? ¿Cuatrocientas?.<br />
Llegamos a la parte alta de las escaleras. Conté al instante a los presentes:<br />
Diecinueve... veinte.., veintiuna personas, incluyendo a nosotros tres. Dieciocho más se<br />
entusiasmaron lo suficiente como para llegar a esta nueva organización, persuadidos<br />
además de poder escuchar al famoso evangelista.<br />
Rose tocó unos cuantos himnos en el pequeño piano, pero los cantos mostraban la<br />
falta de entusiasmo que había en la habitación. Mire alrededor a los hombres que habían<br />
venido, la mayoría de ellos viejos amigos, cristianos comprometidos y muchos de ellos<br />
metidos hasta el cuello en comités de servicio y organizaciones cívicas. Era la clase de<br />
gente que se presenta como voluntaria cuando se necesita hacer una obra, la clase de<br />
hombres que no desperdician un minuto en algo que ven que no llegará lejos.<br />
Rose dejó de tocar y yo me puse de pie. Descubrí cómo la convicción había nacido en<br />
mí de que el Espíritu de Dios, en las siguientes décadas escogería nuevos canales a<br />
través de los cuales se movería. Por aquí y por allá vi hombres que miraban sus relojes<br />
“Ni órganos, ni vitrales emplomados, nada que los hombres pudieran tachar como<br />
'religioso'. Sólo un hombre hablándole a otro hombre de Jesús"<br />
Jamás había tenido habilidad para poner en palabras mis ideas, y me senté<br />
convencido de que tampoco esta vez lo había logrado.<br />
Oral Robert se puso de pie. Comenzó a darle gracias a Dios por los que estábamos<br />
allí, "Desde este momento, ésta será Tu organización, que brotará de estas semillas de<br />
mostaza que hoy sembramos y que esta lejos de todo sentimiento humano" Habló<br />
alrededor de veinte minutos, y luego, concluyó con una oración "¿Nos ponemos de pie?",<br />
dijo.<br />
El puñado de hombres se puso inmediatamente de pie.<br />
"Señor Jesús" oró Roberts "permite que esta Fraternidad crezca solamente por tu<br />
fuerza. Envíala a marchar con Tu poder a través de la nación. A través del mundo. Te<br />
damos gracias ahora mismo, Señor Jesús, por que vemos a este pequeño grupo en una<br />
cafetería, pero que ya Tú ves mil capítulos".<br />
Después de estas palabras, sucedió algo verdaderamente sorprendente. El pequeño<br />
grupo que un minuto antes estaba sentado con el mismo desánimo con que las manos de<br />
un granjero descansan sobre una verja, se tornó de repente, vivo. Fue el sueño de Oral de<br />
"mil capítulos" lo que cambió el ánimo de aquel grupo. De pronto nos dimos cuenta de la<br />
aventura que significaba ver al Espíritu Santo convertir a estos pocos hombres esparcidos<br />
en la gran sala, en un ejército de ámbito mundial con miles de diferentes compañías.<br />
Alguien comenzó a cantar: "Estad por Cristo firmes... soldados que vais a la guerra..."<br />
Todos le seguimos: "... con la cruz de Cristo al frente..." Yo tomé la mano del vecino, y<br />
pronto, todos estábamos tomados de las manos formando un círculo, marchando en el<br />
mismo lugar, cantando. Esta forma tan sencilla de cantar como en la escuela dominical,<br />
tuvo una singular clase de poder. Una y otra vez cantamos y marchamos. Legalmente, la<br />
"Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo", comenzó<br />
unas pocas semanas más tarde con la firma de los artículos de incorporación y la<br />
nominación de cinco miembros de la Junta Directiva. Aunque espiritualmente comenzó<br />
cuando Oral Roberts compartió con nosotros "su sueño de miles de capítulo" y nos<br />
tomamos de ¡as manos como niños para marchar y cantar un himno de batalla.<br />
"Rose", le dije, cuando regresábamos a casa al medio día, "dentro de un año vamos a<br />
ver cosas extraordinarias".<br />
Y luego siguieron doce meses de la más increíble frustración que jamás haya<br />
experimentado. El impulso que sentimos al abandonar la Cafetería Clifton, se convirtió<br />
muy pronto en una fuerza antagónica de inercia y resistencia.<br />
Comenzamos a reunimos a la hora del desayuno en la Cafetería Clifton cada sábado<br />
por la mañana. Llenábamos nuestras bandejas en el primer piso de la cafetería, y<br />
subíamos a las mesas del segundo piso en donde orábamos y compartíamos nuestras<br />
experiencias, durante dos horas y media Algunas veces teníamos algún orador famoso,<br />
pero la mayor parte de las veces dependíamos únicamente de los mismos hombres de<br />
negocios que asistíamos. Para gozo mío, el fenómeno que se dio en Knott's Berry Farm,<br />
se repitió: una vez tras otra, miraba alrededor de la habitación y "sabía" quien tenía una<br />
experiencia que contar.<br />
Si, las reuniones eran todo lo que yo esperaba. Lo único era que no había<br />
nada contagioso en ellas; no había crecimiento. Treinta hombres, aún cuarenta podrían<br />
haber una semana, pero la siguiente quince.<br />
Y luego, comenzó la oposición, ¿Qué es lo que Shakarian pretende, se preguntaban<br />
los pastores desde el púlpito, empezar una nueva denominación? Manténganse alejados<br />
de la Fraternidad; ellos se están llevando hombres y dinero que son de la iglesia.<br />
Esto era lo injusto de los ataques, era lo que me hería. Desde el principio,<br />
Rose y yo dejamos sentados claramente dos principios en cada reunión que<br />
auspiciamos. El primero: “Quédense en sus propias iglesias. Si su iglesia conoce el<br />
poder del Espíritu, regresen a su iglesia con la determinación de servirle a Él con más<br />
fuerzas que nunca si no, regresa a tu iglesia hecho un misionero.<br />
"Y segundo: No deje ni un centavo en el cesto de la ofrenda que pertenezca a<br />
alguna otra colecta. No es aquí donde pertenece tu diezmo sino a tu propia<br />
iglesia. Cualquier suma que ofrezcas en esta reunión, tiene que ser algo que esté<br />
fuera de tus obligaciones normales con tu iglesia".<br />
Nosotros sabíamos, por años de experiencia, que la gente se aprendía estos<br />
puntos de memoria. Los que acudían a nuestras reuniones se convertían a su vez<br />
en las personas que más trabajaban por sus propias iglesias y las que más<br />
ofrendaban. Pero con todo y todo, las iglesias continuaban mirando la Fraternidad con<br />
sospecha.<br />
La acusación que me hacían sobre el dinero era particularmente irónico,<br />
durante todo el año no recibimos ni un solo donativo. Entretanto, yo mandaba al<br />
correo todas las semanas cartas de invitación, y telefoneaba a gentes por toda la<br />
nación, para pedirles que se uniesen con nosotros cuando viniesen por negocios<br />
a Los Ángeles. De hecho, la mayoría de las veces acababa yo por pagar los<br />
desayunos.<br />
Pero, por lo visto, un desayuno gratis no era una invitación suficientemente<br />
atractiva. Nada de lo que hice fue suficiente; necesitaba más. Compré, treinta<br />
minutos de tiempo en la radio cada sábado por la mañana y radiaba partes de la<br />
reunión, para que la noticia llegase a todas partes. Viajé por todo el estado,<br />
luego por los estados del oeste, finalmente viajé por toda la costa este. Si la<br />
gente no quería venir yo iría por ellos, eso describe lo que estábamos intentando<br />
hacer, los urgíamos a formar un grupo de “Hombres de Negocios del Evangelio<br />
Completo” en su propia ciudad.<br />
En junio me sentía completamente exhausto. Después de un día completo<br />
de trabajo en la lechería, dedicaba cada noche a asuntos de la Fraternidad; me<br />
acostaba a las tres o cuatro de la mañana, me sentía más débil que un hombre<br />
que hubiese atravesado un río a nado contra la corriente.<br />
Y al final de muchos trabajos comenzó a delinearse una esperanza. Uno de<br />
los oradores a quien invitamos a la Cafetería Clifton, fue David Du Plessis, un<br />
directivo de la Conferencia Pentecostal Mundial. Después de la reunión<br />
regresamos a Downey juntos, y David no pudo contener su entusiasmo.<br />
“Demos”, dijo David, “estás detrás de algo muy importante. ¡Que idea! ¡Un<br />
mundo de hombres comunes, llenos del Espíritu Santo!. ¡Cada hombre un<br />
misionero para la gente con quien trabaja cada día!”<br />
Gracias, David, le dije con melancolía, pero me temo que no hay mucha<br />
gente que comparta tu...<br />
“Yo creo, prosiguió David, no prestándole la mínima atención a mi humor,<br />
que tú deberías venir a Londres el mes que viene a exponerle a nuestra gente<br />
ésto. Apuesto a que la Conferencia lo tomaría como programa suyo.<br />
De pronto, yo era toda atención. Aquí venía la cuerda salvadora a la<br />
empresa que se hunde. La Conferencia Pentecostal representaba unas diez mil<br />
iglesias de todo el mundo; si nos uniésemos a ellas, ya no seríamos un pequeño<br />
grupo luchando por nuestra parte. Seríamos los responsables. Tendríamos<br />
categoría "oficial". David hizo las mismas sugerencias a Rose y llenos de entusiasmo<br />
aceptamos.<br />
Inmediatamente vino la oposición de parte de mi familia, no a la convención, sino<br />
que al viaje por vía aérea.<br />
¿Cómo váis a ir a Londres? Preguntó papá cuando le hablamos del asunto.<br />
Estábamos sentados en la sala de los Gabriel, un domingo por la noche,<br />
después del servicio de la iglesia. Yo miré al círculo de cautos rostros armenios. A<br />
pesar de que estuviésemos en 1952, yo era el único de la familia que había viajado<br />
en avión aunque sólo para vuelos cortos y en aviones pequeños.<br />
Pero, papá, sí vamos en tren por todo el país, y después en barco,<br />
tardaremos muchísimo. A Rose ya le cuesta bastante trabajo dejar a los niños,<br />
Richard tenía diecisiete años, Gerry trece, el pequeño Steve casi cinco, y ésta sería<br />
la primera vez que Rose los dejase, y ahora sólo porque la señora Newman había<br />
prometido quedarse con ellos.<br />
“Piensas ir en avión", dedujo papá después de pensar un momento. Los<br />
gestos de desaprobación se mani f iestos en todo el salón “Nunca comprenderé<br />
qué es lo que mantiene esas cosas allá arriba", dijo tía Siroon.<br />
“Van demasiado rápido” corroboró Sirakan Gabriel, visiblemente preocupado.<br />
"Y por encima del agua", añadió Tiroon.<br />
Después de mucha discusión nos pusimos de acuerdo en que viajaríamos en vuelos<br />
separados, y sentados en el último sitio del avión. Yo saldría antes; y creo que toda la<br />
congregación de Goordich Boulevard fue al aeropuerto de Los Ángeles para verme<br />
despegar. Hubo despedidas y abrazos, como a un hombre que va a ser ajusticiado. Hubo<br />
promesas de oración y un último consejo:<br />
“No comas nada" "Abrocha el cinturón".<br />
"Echa el respaldo del asiento hacia atrás".<br />
Cuando los propulsores comenzaron a girar, todavía pude ver al tío Jonoian, que me<br />
daba advertencias a gritos haciendo una bocina con sus manos.<br />
Al día siguiente estaba yo en el aeropuerto de La Guardia de Nueva York, para<br />
esperar a Rose. Ella bajó del avión radiante. Le había gustado tanto su primer vuelo, que<br />
ahora quería probar en metro. Encontramos una entrada cerca del hotel, y viajamos de un<br />
extremo a otro bajo la ciudad hasta que no quedo nadie, más que un viejecito con una<br />
botella de vino en una bolsa de papel.<br />
Al día siguiente viajamos hacia Londres, en vuelos separados, guardando la<br />
promesa que habíamos hecho a muestra familia Pero la alegría de reunirnos de nuevo en<br />
Londres, se ensombreció un poco, cuando encontramos a David du Plessis.<br />
"Lo siento mucho" dijo con visible embarazo, "pues por mi parte no estoy yendo muy<br />
lejos con la gente aquí. Parece que están preocupados por que usted no es un clérigo sino<br />
un lechero"<br />
¿Significa eso que no van a respaldamos?.<br />
"Lo seguiré intentando" fue lo único que pudo decir David.<br />
Rose y yo fuimos a las reuniones públicas de la Conferencia, escuchamos las<br />
animadas pláticas, nos unimos a su forma vivida de cantar, y al final de la semana, David<br />
admitió su derrota. No había conseguido convencer a un solo líder Pentecostal de<br />
que escuchase mi idea.<br />
Rose y yo volamos, por supuesto, por separado, a Hamburgo, Alemania, con el<br />
corazón adolorido.<br />
"No lo entiendo, Señor" oraba en el avión. "Este viaje tan largo, todo este tiempo y<br />
dinero, ha sido para nada" "¿O quizás vas a mostrarme algo en Alemania?.<br />
Ibamos a Hamburgo debido a las apremiantes llamadas de nuestro amigo Hal<br />
Hermann. Hal era el fotógrafo que había tomado las primeras fotografías oficiales del<br />
bombardeo de Hiroshima por los Estados Unidos. Lo que vio en Japón lo hizo decidirse a<br />
dedicar su vida a buscar las respuestas de Dios al mundo. Nosotros lo habíamos<br />
ayudado a obtener una enorme carpa que había embarcado para Hamburgo y ahora el<br />
quería que asistiéramos a sus reuniones.<br />
El pastor Robbie vino a encontrarnos al aeropuerto de Hamburgo, era el ministro<br />
alemán que tendría que albergarnos.<br />
"¡Bienvenidos a nuestra ciudad!" dijo el pastor Robbie en un excelente inglés. "Quiero<br />
mostrarles que nuestro Dios es un Dios de milagros". Mi corazón se aceleró. ¿Sería ésto lo<br />
que el Señor me había traído a ver desde tan lejos?.<br />
Me quedé tan asombrado al ver lo devastado que estaba todavía Hamburgo, aún en<br />
julio de 1952. Cuando dejamos el aeropuerto, pasamos manzanas tras manzanas,<br />
cascotes de cemento, ladrillos rotos y vías de tranvía retorcidas. Parecía imposible que<br />
hubiese quedado alguna persona viva en medio de aquella destrucción. Finalmente, el<br />
pastor Robbie paró el carro frente a un montón de escombros que en nada se distinguían<br />
de los demás.<br />
Esto era nuestra iglesia dijo:<br />
Mientras nos abríamos paso a través de los cascotes de ladrillos y cristales, el<br />
hombre añadió:<br />
Aquí es donde sucedió el milagro.<br />
Se paró frente a unas ruinas, consumidas por el fuego, de lo que habían sido dos hojas<br />
de puerta de acero que conducían hacia el interior de la tierra. Un refugio antibombas,<br />
aclaró el pastor Robbie, "un domingo estábamos en mitad de un servicio", alzó el brazo<br />
para señalar la gran dimensión del templo, cuando sonó la sirena..."<br />
Acostumbrados a las alertas de los ataques aéreos, el pastor Robbie había hecho<br />
salir a la gente de la iglesia a través del patio, hacia el refugio. Las puertas de acero<br />
se abrieron para dar paso a 300 personas que se apiñaron en el espacio interior.<br />
Luego, la puerta se cerró.<br />
Poco tiempo después, un infierno de bombas explotaron alrededor. El castigo aéreo<br />
seguía una y otra vez, demoliendo todos los edificios de los alrededores, la iglesia entre<br />
ellos. El fuego de las bombas acabó con lo que los aviones habían dejado en pie. Abajo,<br />
en el refugio antiaéreo la congregación escuchaba el crepitar de las llamas.<br />
Parecieron horas el tiempo transcurrido en el sofocante aire del sótano antes de que<br />
sonara la advertencia de que el peligro había pasado. Ansioso, el pastor Robbie subió<br />
los pocos escalones para abrir las puertas. En seguida retrocedió, porque el<br />
metal estaba demasiado caliente para tocarlo. Encontró un pedazo de madera y<br />
empujó con él. La puerta ni se movió. Luego los hombres, en grupos de dos por<br />
cuatro, tiraron de las puertas con todas sus fuerzas, picando y martillando la sólida<br />
masa de acero.<br />
Fue inútil, el calor de la tormenta de fuego había fundido metal uniéndolo.<br />
Golpear la puerta era sólo consumir un oxígeno precioso.<br />
Para conservar el aire el mayor tiempo posible el pastor Robbie instó a la<br />
gente a que se arrodillase y orase. Señor, comenzó en voz alta, sabemos que Tú<br />
eres más fuerte que el poder de la muerte. Padre, te pedimos un milagro, abre<br />
estas puertas, te lo pedimos y déjanos salir.<br />
De rodillas hombres, mujeres y niños, esperamos. Al cabo de un poco de<br />
tiempo, se escuchó a lo lejos el rumor de un nuevo avión. Comenzó a volar en<br />
círculo sobre la ciudad en ruinas. Y luego se escuchó el zumbido de un bomba.<br />
Llevados por el instinto, como de costumbre nos acurrucamos, la bomba había<br />
estallado cerca; muy cerca, pero no lo bastante para herir a la gente que estaba<br />
bajo tierra. Pero si lo bastante, para abrir de par en par las dos puertas de metal<br />
que se habían fundido juntas. Cuando cesó el polvo, el pastor Robbie y la<br />
congregación salieron del refugio entre el humo y las ruinas que les rodeaban por<br />
todas partes. Estuvieron de pie trescientas personas, a la luz de la ciudad<br />
llameante, y dieron gracias a Dios.<br />
Aquella noche, en la sala de huéspedes del Pastor Robbie, yo repetía a Rose<br />
la hermosa historia. Estaba seguro de que esta historia contenía un mensaje<br />
para solucionar los problemas de la Fraternidad. Solamente que no daba con él.<br />
Ni tampoco pude ver la conexión entre nuestra situación y la tienda para reuniones de<br />
Hal. Era toda una experiencia sentarnos en una reunión donde no entendíamos una<br />
palabra de lo que se decía, y nos dedicábamos a estudiar los rostros atentos y formales,<br />
éste era ciertamente el auditorio mas difícil del que Rose y yo hubiéramos formado parte.<br />
Ya había decidido que nada podría romper la natural reserva alemana, cuando, como<br />
suele ocurrir, se produjo una sanidad que lo cambió todo. Un hombre completamente sordo,<br />
conocido por toda la ciudad, comenzó a oír, y la reunión cobró una vivacidad indescriptible.<br />
La gente lloraba, se abrazaba, alzaba sus manos al cielo, igual como lo hubiera hecho un<br />
puñado de armenios pentecostales.<br />
Y todavía me preguntaba, "¿Señor, por qué me has traído aquí?. No estoy<br />
contribuyendo a nada, y tampoco estaba seguro de estar aprendiendo algo". Ahora, Rose<br />
ya estaba impaciente por volver al lado de sus hijos. Pero antes deseaba realizar un<br />
sueño largamente acariciado; Rose siempre había deseado conocer Venecia. "Y,<br />
probablemente, nos recordábamos el uno al otro, no volveremos a Europa otra vez".<br />
Asi es que continuamos nuestros viajes hacia Italia esta vez en tren. ¡Qué<br />
diferente mundo el que pasaba ante las ventanillas de los vastos ranchos de California!.<br />
Pequeños lotes de tierra rodeaban viejas casas de campo de piedra, mientras cerdos,<br />
gansos, gallinas, corran por los patios.<br />
¡Cómo en Kara Kala!, le dije a Rose, ¡cómo las granjas de que habla papá!.<br />
En Alemania me había comprado una cámara fotográfica. Ahora a despecho de las<br />
advertencias en cuatro idiomas de no asomarse a las ventanillas eso fue precisamente lo<br />
que hice Bajé el cristal de la ventana de nuestro compartimiento, y saqué la cabeza y<br />
hombros para sacar una mejor foto.<br />
Un dolor lacerante me hirió el ojo derecho, Me eché rápidamente hacia atrás,<br />
casi dejando caer la cámara. ¡Rose! Rose me ayudó a sentarme, luego me apartó la<br />
mano del ojo, Mi ojo temblaba de tal forma que no lo podía abrir. Rose, con cuidado,<br />
del párpado para levantarlo.<br />
“¡Ya lo veo!, parece una partícula de ceniza justo en la mitad de la pupila". Rose<br />
sacó el pañuelo e intentó sacar la ceniza, pero estaba demasiado clavada. El dolor<br />
era insoportable. Me oprimí el pañuelo contra el rostro para impedir que me saltasen las<br />
lágrimas. Estábamos a una hora de Venecia y, a la vez la hora más crucial<br />
de mi vida.<br />
Desde la estación, en lugar de tomar una romántica góndola para dar un<br />
paseo como habíamos proyectado, tomamos el vaporcillo rápido hacia el hotel. El<br />
recepcionista se hizo cargo de la situación al instante. Minutos después yacía en la<br />
cama de nuestra habitación, con el doctor del hotel inclinado sobre mí. Alzó el<br />
párpado, me dirigió el foco de la lamparilla al ojo, luego se enderezó.<br />
"Lo siento, signore, pero ésto es bastante serio. Es una piedra grande y muy<br />
dura".<br />
“¿No puede quitármela?”.<br />
“¿Aquí? ¡No signore!. Para ésto tenemos que ir al hospital. Voy a llamar<br />
inmediatamente"<br />
Mientras marcaba el número y hablaba rápidamente en italiano. Rose se<br />
sentó a mi lado y me tomó de la mano.<br />
"Demos, dijo, oremos al Señor por esta piedra".<br />
Y por extraordinario que parezca, entre el dolor y el disgusto contra mi mismo,<br />
ésta era la única cosa que no había hecho.<br />
Rose comenzó a dar gracias a Dios por el milagro de sanidad que habíamos<br />
visto en Hamburgo.<br />
"Señor, te damos gracias por que estás aquí, en esta habitación de Italia, lo<br />
mismo, que estabas presente en la carpa en Alemania. En el nombre de Jesús te<br />
pedimos que saques esta piedra"<br />
Mientras ella estaba orando, un flujo de calor pareció correr a través de mi<br />
ojo. "¡Rose, siento algo! ¡Algo esta pasando!".<br />
Parpadeé y no sentí nada. Ningún dolor. Ninguna obstrucción. ¡Rose, mira mi<br />
ojo!.<br />
Rose se inclino sobre mí.<br />
“¡Demos, ya no está!, ¡la piedra ya no está allí!" y se echó a llorar.<br />
El doctor colgó el teléfono. "El hospital se hará cargo de usted. Vamos a la sala<br />
de emergencias".<br />
"Doctor, ¿Quiere mirar de nuevo?.<br />
Tomó la lamparilla de bolsillo y dirigió de nuevo el foco de luz a mi ojo. Examinó el<br />
párpado y lo dejó para examinar el otro ojo. Luego volvió de nuevo al ojo derecho.<br />
No es posible" dijo, “Mi esposa le pidió a Dios que quitase la piedrecilla," le dije.<br />
"Esto no es posible", dijo de nuevo, "Esta piedra no podía salir por sí misma. “No ha<br />
sido por sí misma, doctor. Dios la quitó”. No lo entiendo, Habría la herida. Una rotura<br />
en el tejido donde estuvo clavada la piedra. Pero no hay nada. No hay herida". Se<br />
marchó en dirección a la puerta, “no le voy a mandar la cuenta, señor, esto no es<br />
posible que pase".<br />
Rose y yo nos pasamos el tiempo divirtiéndonos en Italia, Pero todavía me<br />
preguntaba, ¿Qué tendría todo ésto que ver con la Fraternidad?. Cuando regresamos a<br />
Los Ángeles, a finales de julio, el camino por avanzar no estaba más claro que antes.<br />
Llegó agosto y después septiembre. Continuamos reuniéndonos los sábados por la<br />
mañana en la Cafetería Clifton, el mismo pequeño grupo de hombres que seguía<br />
viniendo, más por lealtad hacia mi, sospechaba, que por cualquier otra razón y luego llegó<br />
octubre, el primer aniversario de la "Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio<br />
Completo". Durante los pasados doce meses había estado hablando acerca de la<br />
Fraternidad en muchas partes del país. Hombres de distintas ciudades habían acudido a<br />
nuestros desayunos. Pero, en todo aquel año, no se habían visto "cosas asombrosas", ni<br />
siquiera un hombre se había impresionado lo suficiente como para iniciar un segundo<br />
capítulo en otra ciudad.<br />
Rose era lo bastante amable para no recordarme mi predicción del pasado otoño,<br />
pero podía ver que en ella comenzaban a nacer las dudas de que si sería muy inteligente<br />
seguir adelante. sábado tras sábado.<br />
Sólo estamos alimentando gente a la hora del desayuno, Demos, dijo. Hicimos<br />
mucho más con las reuniones en las carpas en el verano. Alcanzábamos a miles cada<br />
verano, en vez de unas cuantas docenas en el mejor de los casos. Sabía que tenía<br />
razón, sin embargo... "Veamos que sucede el próximo mes", le dije.<br />
Pero llegó noviembre, siguieron las reuniones adelante y la asistencia de hecho<br />
decayó.<br />
"En diciembre será distinto", le aseguré. "La gente está más abierta en Navidad”.<br />
Pero si la época de Navidad tuvo algún efecto, fue para mantener a la gente demasiado<br />
ocupada para reunirse con nosotros.<br />
"Tengo que ir de compras con mi esposa el próximo sábado, Demos".<br />
"Es el día en que tenemos el bazar de la iglesia”.<br />
“Voy a llevar a mis hijos a ver a Santa Claus"<br />
Sábado por la mañana, diciembre 20, nos reunimos quince personas en el<br />
piso de arriba de la Cafetería Clifton, seis menos de los que nos habíamos reunido<br />
hacía catorce meses. A la clausura de la melancólica reunión, mi amigo Miner<br />
Arganbright, me habló con franqueza. Miner era un contratista de construcción de<br />
grandes "centros comerciales" y empresas industriales, y uno de los cinco directivos de la<br />
Fraternidad.<br />
"Demos, me molesta de veras ser negativo en época de Navidad y todo eso",<br />
dijo Miner, "pero creo que con la idea de la Fraternidad no llegaremos a ninguna<br />
parte. Francamente, no tiene la más mínima posibilidad, no doy ni cinco centavos<br />
por esta agrupación".<br />
Lo miré, me sentí demasiado herido como para responderle.<br />
Miner me extendió su mano. "¿Tu has dicho a menudo que ésto era un<br />
experimento, no es así?"<br />
“Sí”.<br />
"Bueno. Muchas veces los experimentos fallan. No hay nada de que<br />
avergonzarse.”<br />
Todavía no se me ocurría alguna cosa que responderle.<br />
Lo que estoy intentando decirte, Demos, es que si no ocurre un milagro entre<br />
hoy y el sábado próximo, Demos, no cuentes más conmigo.<br />
Bien, está bien Miner, lo comprendo.<br />
Rose y yo nos fuimos en silencio escaleras abajo. En la gran entrada principal, las<br />
lucecillas del árbol de Navidad se encendían y se apagaban.<br />
Miner tiene razón, dijo Rose, suavemente, ¿Si Dios está en un asunto, lo bendice, no<br />
es así? y no puedes decir que la Fraternidad ha sido bendecida.<br />
La seguí en silencio por la acera. Todos los esfuerzos, las llamadas telefónicas y<br />
viajes, la compra virtual de los hombres que habían estado viniendo; todo para nada. Si<br />
había algo que había aprendido desde 1940, era que cuando Rose y yo no compartíamos<br />
la misma opinión, el Señor no estaba en ello. Si ella estaba segura de que la Fraternidad<br />
iba mal, de acuerdo, ese sería el fin de la misma. Cuanto antes lo olvidase, mejor.<br />
Solamente... que no podía olvidarlo. Durante toda la semana estuve conteniendo las<br />
lágrimas. Mientras conducía, de repente, me echaba a llorar. Me preguntaba si no había<br />
contraído una depresión nerviosa.<br />
A causa de los chicos, me esforcé por poner un rostro feliz por la Navidad, me<br />
alegraba de que al día siguiente, viernes 26, estuviésemos esperando un invitado. Se<br />
trataba de nuestro amigo Tommy Hicks, un dotado evangelista, una excelente persona<br />
para tenerla cerca cuando los ánimos están decaídos.<br />
"Porque como te darás cuenta, Tommy", le dije mientras cenábamos el viernes por la<br />
noche, "mañana es el día de reunión de la Fraternidad Internacional de Hombres de<br />
Negocio del Evangelio Completo", hice una mueca, "¿internacional?". Es muy obvio que<br />
todos piensan del mismo modo al respecto; pero únicamente Miner fue lo suficientemente<br />
honesto para decirlo. "Por ello, creo que la única cosa que queda por hacer, es darle un<br />
fin oficial, con algún anuncio. Quizá diciendo lo mucho que podemos trabajar juntos el<br />
próximo verano, financiando campañas en las carpas."<br />
Me esforcé por parecer natural, pero Tommy debió darse cuenta del torbellino que<br />
había en mi corazón, porque dijo:<br />
"Demos, creo que tendremos que hablar más acerca de ésto."<br />
Eso fue lo que hicimos durante la sobremesa, hicimos con él remembranza de todo lo<br />
sucedido, de nuestras esperanzas y desilusiones. Después de un rato, Gerry se fue a<br />
acostar Stevie ya estaba en cama desde hacía mucho tiempo, y Richard asistía a un retiro<br />
de jóvenes aquel fin de semana. Pero Tommy. Rose y yo, permanecimos hablando de<br />
varios de los hombres que habían asistido a la Cafetería Clifton, y recordábamos las cosas<br />
que habíamos compartido con el grupo.<br />
No hubo ni un sábado en el que no aprendiese algo! le dije a Tommy, algo que me<br />
ayudase a amar más a Dios y a mis semejantes.<br />
Era casi media noche cuando Rose miró el reloj. "Mira que hora es Demos, y<br />
todavía no he quitado la mesa. Tenemos que acostarnos, o ni nosotros mismos vamos a<br />
estar en la Cafetería Clifton mañana por la mañana".<br />
"Ve tú a la cama, querida", le dije, "todo ésto me preocupa demasiado para poder<br />
dormir, ¡estaba tan seguro hace un año!"; yo voy a la sala, y me voy a poner de rodillas<br />
hasta que Dios me hable de este asunto".<br />
"Buen hombre", me dijo Tommy. "voy a darle una mano a Rose con los platos, luego<br />
iré a mi habitación y te respaldaré. Demos, pero este asunto es entre Tu y Dios".<br />
Tommy y Rose llevaron un montón de platos a la cocina. Yo crucé el pequeño vestíbulo<br />
del frente y me fui a la sala. Fue cuando sucedió.<br />
Exactamente del mismo modo que cuando tenía trece años, el aire a mi alrededor<br />
comenzó a ponerse pesado, saturado y me empujó hacia abajo. Caí de rodillas, luego<br />
sobre mí rostro, completamente tendido sobre la alfombra roja llena de dibujos.<br />
No pude permanecer de pie, del mismo modo que no pude hacerlo en mi habitación de<br />
la gran casa española de al lado, hacia veintisiete años. Ni lo intenté, simplemente me<br />
relajé ante su irresistible amor, sintiendo el palpitar de su Espíritu a través de la<br />
habitación, en un infinito torrente de poder. Cesó el tiempo. Desapareció el lugar. Y<br />
mientras yacía allí, alabando al Señor, ora en inglés, ora en lenguas; escuché la voz de<br />
Dios que me decía las mismas palabras que había dicho hacia tanto tiempo: Demos. ¿Has<br />
dudado de mi poder?<br />
Y de pronto me vi a mi mismo como debió mirarme Él en los pasados meses:<br />
luchando, y esforzándome; muy ocupado aquí y allá partiendo para Europa, procurando el<br />
respaldo de algún grupo "oficial" que fundase la Fraternidad, dependiendo únicamente de<br />
mis fuerzas, en lugar de confiar en las suyas.<br />
Con angustia recordé la oración de Oral Roberts en la primerísima reunión de la<br />
Fraternidad, la oración que puso de pie a veintiuna personas y nos hizo marchar con un<br />
himno de victoria "Deja que ésta organización crezca únicamente con Tu fuerza..."<br />
Pero yo me había movido como si fueran mis fuerzas las que contaban, como si de<br />
mi dependiera el poner en marcha los centenares de capítulos que Oral Roberts había<br />
visto. Y por supuesto, no había sido capaz de Iniciar siquiera uno solo.<br />
"¡Señor Jesús, perdóname!".<br />
Lo siguiente que me recordó es lo que había visto en Europa, visto pero no<br />
comprendido, las puertas de acero, cuando cayó la bomba en el refugio de la iglesia de<br />
Hamburgo, y la piedra incrustada en mi ojo en el Gran Hotel de Venecia.<br />
Yo Soy Uno, Demos, el Único que puede abrir las puertas. Soy el Único que quita la<br />
viga de los ojos que no ven.<br />
"Lo entiendo, Señor Jesús. Y te doy las gracias." Y ahora, por supuesto, te voy a<br />
permitir ver.<br />
Con esto el Señor me permitió levantarme de mis rodillas. Casi me elevó, y el poder<br />
que me había presionado hacia el piso, ahora me conducía hacia arriba. En ese<br />
momento, Rose entró en la sala. Caminó alrededor mío y se dirigió al órgano Hammond<br />
que había en una esquina. No dijo una palabra, se sentó y comenzó a tocar.<br />
Mientras la música iba llenando la pequeña habitación, la atmósfera se fue<br />
iluminando. Para mi asombro, el cielo raso de la habitación parecía haber desaparecido. El<br />
cielo raso de yeso color crema y las luces, simplemente se habían ido, y en su lugar me<br />
hallé a mi mismo mirando hacia los cielos, a un cielo diurno, a pesar de que a mi<br />
alrededor debía reinar una noche oscura. Durante todo el tiempo en que ella estuvo<br />
tocando, yo estuve contemplando la distancia infinita, no sé. Pero, de pronto ella se<br />
detuvo, los dedos aún posados sobre las teclas, comenzó a orar en lenguas en voz alta,<br />
un hermoso y cadencioso mensaje.<br />
Hizo una pausa; después, con el mismo ritmo lírico, habló en inglés:<br />
Hijo mío, te conocí desde antes de nacer. Te he estado guiando en cada paso de tu<br />
camino. Ahora voy a mostrarte el propósito de tu vida.<br />
Estos eran los dones del Espíritu, de lenguas y de interpretación, que se daban al<br />
mismo tiempo. Y cuando ella habló, notables cosas comenzaron a acontecer. Aunque yo<br />
todavía permanecía de rodillas, sentí como que me estuviesen alzando, como si<br />
dejase mi cuerpo, y poniéndome en movimiento, saliese lejos de la habitación. Allá por<br />
debajo de mi se veían los techos de Downey. Ahí estaban las montañas de San<br />
Bernardino y por allá la costa del Pacifico. Ahora me hallaba muy arriba, por encima de la<br />
tierra, capaz de ver todo el país, de este a oeste.<br />
Pero, a pesar de que pudiese ver tan lejos, veía a la gente sobre la tierra: millones y<br />
millones de personas, hombro con hombro. Luego, como sucede con la secuencia de una<br />
cámara de televisión en un juego de fútbol, primero vi el estadio, después a los jugadores,<br />
vi los propios cordones de las bolas de fútbol, luego mi visión pareció cambiar hacia estos<br />
millones de hombres. Descubrí pequeños detalles en los miles y miles de rostros.<br />
Y lo que vi me dejó aterrado. Los rostros estaban quietos, sin vida. A pesar de que<br />
la gente estaba tan cerca unos de otros, hombro con hombro, no existía un contacto<br />
verdadero entre ellos. Miraban hacia adelante, sin pestañear, como sin ver. Con un<br />
estremecimiento de horror comprobé que todos estaban muertos...<br />
Luego, la visión cambió. Si era el mundo el que daba vueltas, o si era yo quien se<br />
movía a su alrededor, no lo se, pero ahora debajo de mí, estaba el continente de América<br />
del Sur. Luego África, Europa, Asia. De nuevo se repitieron los asombrosos primeros<br />
planos de visión, y por todas partes era lo mismo. Rostros morenos, negros, blancos,<br />
amarillos, todos rígidos, miserables, encerrados en su propia muerte privada.<br />
"¡Señor! grité. ¿Que les pasa, Señor? ¡Ayúdalos!”<br />
Luego Rose me dijo que yo no había dicho nada. Pero en la visión me parecía que<br />
rogaba y que lloraba en voz alta.<br />
De pronto Rose se puso a hablar. Hablando humanamente, por supuesto, ella no<br />
tenía forma en absoluto de saber qué estaba diciendo yo. Pero lo que dijo fue:<br />
- Hijo mío. Lo que vas a ver ahora, sucederá muy pronto.<br />
La tierra daba vueltas, o yo me movía a su alrededor por segunda vez. Abajo, otra<br />
vez había millones y millones de hombres. Pero, ¡qué diferencia! esta vez sus cabezas<br />
estaban levantadas. Los ojos miraban con alegría. Sus manos estaban alzadas hacia el<br />
cielo.<br />
Estos hombres que antes se hallaban tan aislados, cada cual en su propia prisión,<br />
estaban unidos en una comunidad de amor y adoración. Asia, África, América y en todas<br />
partes los muertos habían vuelto a la vida.<br />
Y luego se terminó la visión. Me sentí a mí mismo regresando a la tierra. Abajo<br />
estaba Downey, California. Allí nuestra casa. Pude verme a mí mismo de rodillas, y a Rose<br />
sentada al órgano. Y luego aparecieron los objetos familiares de la habitación que me<br />
rodeaban, y yo estaba consciente del dolor de mis rodillas y de la tirantez del cuello. Me<br />
levanté lentamente y miré el reloj: eran las 3:30 de la mañana.<br />
"¿Que pasó, Demos? me preguntó Rose. ¿Escuchaste algo de parte del Señor?"<br />
"Querida, no sólo oí, sino que vi". Y le describí la visión. Rose me escuchaba con<br />
lágrimas y le brillaban los ojos.<br />
“¡Oh, Demos! ¿lo ves?; El Señor nos esta diciendo que la Fraternidad siga adelante!"<br />
Se levantó del órgano y deslizó una de sus manos entre las mías. ¿Te acuerdas,<br />
Demos? Fue en esta misma habitación, hace ocho años, donde nos arrodillamos y pusimos<br />
a Dios de primero.<br />
Cuando nos dirigíamos a nuestro dormitorio, vimos luz bajo la puerta de la habitación<br />
de Richard, que era la que ocupaba Tommy. Llamé a la puerta, y Tommy gritó<br />
"¡Adelante". Estaba postrado en el suelo, todavía vestido con su traje gris. Había<br />
prometido orar y lo estaba cumpliendo. "Demos", me dijo, "¡dime lo que oíste! Jamás en mi<br />
vida he sentido el poder de Dios como lo he sentido esta noche. Ola tras ola fluyeron a<br />
través de la casa".<br />
No nos acostamos en toda la noche. A la hora en que yo terminaba de explicarle a<br />
Tommy mi visión, ya era hora de tomar el carro y dirigirnos a la Cafetería Clifton,<br />
Cuando llegamos al lugar, dos hombres ya estaban allí esperándonos. Uno de ellos<br />
era Miner Arganbright. ¡Cuánto me sorprendí al verlo!. El otro era un hombre cuyo rostro<br />
me resultaba solo vagamente familiar. Tengo algo para ti, Demos, dijo Miner. Metió la<br />
mano en el bolsillo y sacó de él un sobre. Su carta de renuncia, no había duda. ¡Qué<br />
lástima!. Ahora precisamente que yo...<br />
Pero no era una carta, era un cheque. Mis ojos pasaron sobre las palabras orden de<br />
pago a "Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo"<br />
"¡Mil dólares!, le dije. ¡Pero Miner, la semana pasada no dabas cinco centavos por el<br />
grupo!"<br />
"La semana pasada era la semana pasada". dijo Miner, Demos; esta mañana me<br />
desperté temprano y escuché una voz. Era la voz de Dios, y sé muy bien que era Su voz.<br />
Y me dijo: "Este grupo va a marchar por todo el mundo y tú tienes que ser el primero<br />
en dar dinero."<br />
Todavía estaba escuchándole cuando se acercó el otro hombre. "Señor<br />
Shakarian", dijo, "mi nombre es Thomas Nickel. Algo me sucedió anoche y pienso que<br />
le va a interesar".<br />
Acerqué mi bandeja a la de él, eche sal a los huevos de mi desayuno mientras el<br />
señor Nickel relataba que él también había recibido un mensaje del Señor en medio<br />
de la noche. Había estado trabajando hasta muy tarde en su imprenta de<br />
Watsonville, California, cerca de San Francisco; porque al haber caído la Navidad a<br />
mitad de la semana se había atrasado el trabajo. De pronto dijo, escuché al<br />
Espíritu Santo decirme claramente "Toma el coche y dirígete a Los Ángeles a la<br />
reunión del sábado por la mañana, al grupo al que acudiste una vez".<br />
Había consultado su reloj, apenas era media noche; la misma hora en que yo<br />
me dirigí a la sala para orar.<br />
Nickel argumentaba sobre esa voz que insistía en su interior, por que<br />
Watsonville está a seiscientos cuarenta kilómetros al norte de Los Ángeles, tendría<br />
que conducir durante toda la noche para llegar. Pero la voz siguió adelante:<br />
"Debes ir a la reunión". Tuvo que dejar un mensaje en la Escuela Cristiana Monte<br />
Vista, en donde era maestro, en el que decía que partía hacia el sur.<br />
"Y aquí estoy, concluyó Nickel, para ofrecerle mi imprenta y mis servicios."<br />
Rose, Miner y Tommy escuchaban atentamente. "¿Su imprenta?" Pregunto<br />
Tommy.<br />
"Sí para sacar una revista", dijo Nickel.. Ve, lo que el Espíritu me dijo fue: "la<br />
Fraternidad tiene que ir. por todo el mundo. Pero no puede comenzar sin una voz."<br />
Voz... repitió Rose. La Voz de los Hombres de Negocios...<br />
La reunión de esa mañana no fue muy larga, pero sí fue la más alegre que<br />
jamás habíamos tenido. Antes de que se terminase ya habíamos nombrado a<br />
Thomas R. Nickel, director y editor de una nueva revista que saldría con el nombre<br />
de La Voz de los Hombres de Negocios del Evangelio Completo.<br />
Piensa solamente, le dije a Rose esa misma noche mientras nos metíamos en<br />
el lecho, que anoche a esta misma hora la Fraternidad estaba acabada. Ahora<br />
tenemos una tesorería con mil dólares. y una revista. ¡Me muero de impaciencia<br />
por ver lo que el Señor hará próximamente!.<br />
CAPÍTULO 9<br />
Los pies sobre la mesa<br />
¡La respuesta no se hizo esperar mucho. Poco después de Año Nuevo recibí una<br />
llamada telefónica de Sioux Falis, Dakota del Sur. Era Tommy Hicks que llamaba desde<br />
detrás de la cortina del auditorio donde había hablado.<br />
Demos, me dijo, yo creo que ya tienes el capítulo número dos. Esa noche, él había<br />
contado la historia de la Fraternidad y la visión. Al fina! de su plática un miembro del<br />
auditorio se puso de pie y preguntó, por qué no se podía tener un grupo como ése aquí en<br />
Sioux Falls.<br />
Por su puesto que se puede, le respondí, y pregunté que si había alguno interesado<br />
que pasase al frente, y Demos, parecía como si toda la sala se hubiera venido al frente "Ya<br />
tenéis aquí mismo el Grupo Número Dos aquí en Dakota del Sur".<br />
Esto fue solo el principio. Por todas partes donde estuvo Tommy aquel año y habló de<br />
la Fraternidad, dejó una huella de hombres entusiasmados detrás de él y para el verano de<br />
1953 teníamos ya nueve capítulos y estábamos planeando una Convención Nacional en<br />
octubre, exactamente dos años después de la primera reunión en la Cafetería Clifton.<br />
Seiscientas personas salieron ese fin de semana de otoño hacia el Hotel Clark, en<br />
Los Ángeles hoy, cuando para una convención se congregan veinte mil personas, ese<br />
primer encuentro nacional parece en verdad pequeño. Pero para nosotros fue enorme, así<br />
también fue enorme nuestro entusiasmo.<br />
Hubo, por ejemplo, la cuestión del presupuesto. Ahora teníamos un empleado a<br />
tiempo completo, Floyd Highfields, que respondía a las preguntas de los hombres de<br />
todo el país, les ponía en contacto unos con otros, y les ayudaba a organizarse en<br />
capítulos. Uno de estos días Floyd iba a necesitar una secretaria. Ya teníamos<br />
también una revista: Tom Nickel estaba donando su tiempo y equipo, pero alguien<br />
tenía que pagar por la tinta y el papel. Ya también nos dábamos cuenta de que<br />
teníamos que imprimir más de cinco mil copias al mes para empezar. En 1954<br />
estimábamos que íbamos a necesitar alrededor de diez mil dólares para este fin.<br />
Por ello, en la última noche de la convención, uno de los oradores, Jack Coe,<br />
se puso de pie e hizo la más simple petición de dinero que he oído jamás. Jack era<br />
un hombre enorme, con una gran habilidad para ir directamente al grano.<br />
"Necesitamos diez mil dólares", dijo. "Me gustaría invitar a cien hombres de ustedes<br />
para que pasen adelante y empeñen su palabra por cien dólares cada uno". Luego se<br />
sentó.<br />
Inmediatamente los hombres comenzaron a acercarse a la mesa del orador. Jack<br />
les pidió que anotasen sus nombres y dirección en una hoja de papel. Al final de la<br />
reunión repasamos la lista de, nombres, exactamente cien hombres habían<br />
comprometido su palabra. El presupuesto se había completado hasta el último centavo.<br />
Y entretanto, las reuniones matutinas de los sábados en la Cafetería Clifton se<br />
estaban enfrentando a otra clase de problema, El primer año no lográbamos que los<br />
hombres vinieran, pero ahora no los podíamos mantener alejados.<br />
El segundo piso tenía capacidad para cuatrocientas personas sentadas y nosotros<br />
apretábamos allí de quinientas a seiscientas personas cada semana. Algunas veces<br />
aparecieron más de setecientas personas, estaban de pie junto a las paredes, apiñadas<br />
en la escalera. Pero por seis semanas consecutivas el departamento de bomberos envió<br />
a sus oficiales quienes amenazaban de que cerrarían el restaurante.<br />
Y por ésto tuvimos una reunión todos los directivos, algo temerosos, para discutir la<br />
situación, y enfrentarnos a algo sobre lo que debíamos tomar una decisión. Podíamos<br />
encontrar un lugar más amplio, el Salón de Baile del Hotel Claric, por ejemplo, y podíamos<br />
sugerir también a los hombres que habían estado viniendo a la Cafetería Clifton que<br />
formasen nuevos capítulos, más cerca de sus casas en Long Beach. Glendale, Pasadena.<br />
¿Por qué no tener en cada uno de esos lugares su propia "Cafetería Clifton", un centro de<br />
poder desde el cual la vida del Espíritu pudiera alcanzar a la comunidad?.<br />
No quiero una gran organización centralizada. Parecía ser el mensaje que nos<br />
daba el Espíritu.<br />
Por supuesto, reúnanse ocasionalmente para inspirarse y alentarse unos a otros, y<br />
así encender el brillante fuego de manera que todos lo puedan ver.<br />
Pero para sus reuniones diarias y su trabajo anual, prefiero las reuniones locales,<br />
pequeñas, sensibles a Mi. No deseo uniformidad. Yo nunca vendré a dos hombres o a<br />
dos lugares de la misma manera. Denme salidas para Mi infinita variedad.<br />
De este modo, la reunión del sábado por la mañana en la Cafetería Clifton se dividió<br />
en cuatro grupos, después en cinco y en diez. Algunos se reunían semanalmente otros<br />
cada quince días, otros cada mes, otros eligieron una noche a la semana. Cuando estas<br />
reuniones a su vez fueron creciendo, más de tres o cuatrocientas personas en una sola<br />
reunión, también a su vez, fueron formando grupos, hasta el presente que hay<br />
cuarenta y dos capítulos en el área de Los Ángeles, cada uno con su propio estilo<br />
particular.<br />
Algunos son demostrativos, otros reservados, otros dan importancia a la enseñanza,<br />
otros dan más importancia a las sanidades, o al evangelismo, y otros al trabajo entre los<br />
jóvenes.<br />
Pero ninguno habría existido sin ese primer año de lucha, al parecer, sin esperanza.<br />
Y esta ha sido la forma en que la Fraternidad se ha extendido. El primer año para<br />
cualquiera de los capítulos parece ser el más difícil.<br />
En Minneapolis, por ejemplo, en 1955, el dueño de un restaurante invitó a trece de<br />
nosotros para ir a un banquete de inauguración del primer capítulo de Minnesota.<br />
Viajamos bajo una tempestad de nieve que había por todo el país. Volé con C. C. Ford, un<br />
constructor de Denver, en su avioneta Cessna de cuatro plazas: me sentía feliz de que<br />
nadie de la iglesia nos hubiera visto en aquel pequeño avión de un solo motor, dando<br />
volteretas en el cielo.<br />
En el aeropuerto de Minneapolis nos esperaba Clayton Sonmore. Él hizo un ligero<br />
comentario sobre la tormenta. "Nosotros estamos acostumbrados a que nieve así aquí en<br />
Minneapolis", dijo. "Esperamos la llegada de doscientos cincuenta hombres de negocios<br />
importantes esta noche".<br />
En su restaurante descubrimos por qué estaba tan confiado de tener un gran éxito:<br />
pollo frito, pan casero, pastel de manzana recién hecho, y los camareros estaban ya<br />
preparados para servir aquel menú que hacía agua la boca. Los trece responsables de la<br />
Fraternidad habíamos llegado, cosa que me daba gran alivio, a pesar del mal tiempo, y<br />
estábamos de pie comparando impresiones de nuestros viajes, mientras Sonmore daba la<br />
bienvenida a los hombres de la localidad que habían empezado a llegar.<br />
Llegaron las siete, la hora en que estaba previsto que comenzase el banquete.<br />
Veintiocho personas nos habíamos reunido en el comedor. Trece, de nosotros, y quince<br />
de ellos, contando a Clayton Sonmore, de Minneapolis.<br />
Siete y media. Veintiocho personas hambrientas miraban el bien surtido "buffet". El<br />
tiempo no deja a la gente salir de casa, sugirió alguien.<br />
Pero a través de las ventanas se podía escuchar el tráfico normal moviéndose por las<br />
calles recién limpias de la nieve.<br />
A las ocho de la noche, veintiocho de nosotros nos sentamos a cenar, menos gente<br />
que el número de mesas que habían en el gran salón. El rostro de Sonmore era digno de<br />
estudio. Sé perfectamente cómo se sentía, pero también sabía algo más. Aquí se repetía un<br />
patrón, el patrón Dios. Le hablé al desalentado dueño del restaurante de nuestra<br />
experiencia en Los Ángeles y cómo nosotros nos quedábamos muchas veces con los<br />
desayunos, así como él se había quedado con la comida hoy. Pero Dios no necesita un<br />
gran número para realizar su obra. El necesita solamente unos pocos en cada lugar. No<br />
se fije en los doscientos treinta y seis asientos vacíos, le dije, fíjese en los catorce que<br />
vinieron con estos catorce, Dios puede volver esta ciudad al revés.<br />
Acabó por ser una hermosa reunión. El orador principal fue Henry Krause, un<br />
fabricante de Hutchison, Kansas, y presidente del "Consejo Directivo de la Fraternidad",<br />
Henry se quedó de pie y miró la sala casi vacía, con tanta ansiedad como si estuviera<br />
llena. No predicó un sermón. Como todos nuestros hombres lo acostumbraban, él<br />
simplemente contó su propia historia: cómo un día, mientras estaba arando su propio<br />
campo de trigo y orando a la vez, como acostumbraba hacerlo mientras estaba sobre el<br />
tractor. Dios le mostró una nueva clase de arado.<br />
Henry Krause no tenía una mente especialmente predispuesta a la mecánica, pero<br />
en ese momento era esa máquina la que tenía frente a sus ojos, completa en todos sus<br />
detalles. Cuando regresó a su casa la dibujó y cuanto más la miraba, más se daba cuenta<br />
de que, con un arado como aquel, si funcionaba, podía arar tres veces más con el mismo<br />
tractor, en el mismo espacio de tiempo.<br />
Henry hizo luego dibujos más exactos y comenzó a llevarlos a la fábrica de tractores.<br />
Donde quiera que fue, la reacción de los técnicos era siempre la misma, este arado no<br />
podrá funcionar.<br />
Henry no era un experto ni un técnico. Pero seguro de que el diseño procedía de<br />
Dios, y sabía que Dios sí que era un experto y un maestro.<br />
Y así, en su propio granero, comenzó a construir el arado él mismo, trabajaba a<br />
martillo, hoja por hoja con deshechos de metal, y utilizaba piezas de segunda mano. Tardó<br />
muchos meses en construirlo, trabajó en una forja casera, hasta que el arado estuvo<br />
terminado, según el diseño que Dios le había mostrado. Lo conectó al tractor y salió a los<br />
campos y éste funcionó.<br />
El arado Krause se utiliza hoy en todas partes del mundo, y Henry Krause se convirtió<br />
en el dueño de una de las mayores empresas manufactureras de equipo para granja; un<br />
hombre de negocios que dedicaba la mitad de su tiempo y todo su corazón, al servicio del<br />
Señor.<br />
Una especie de fluido eléctrico llenó el salón. Cuando Henry hablaba se podía<br />
"sentir" literalmente el Espíritu caer sobre la reunión. Tres de los hombres de Minneapolis<br />
recibieron el Bautismo, mientras se hallaban sentados en la mesa, sin que nadie posase las<br />
manos sobre ellos, y sin que nadie dijera una sola oración por ellos. Todos nos reunimos<br />
alrededor de ellos, llenos de gozo cuando uno de los camareros salió con rapidez por la<br />
puerta de la cocina.<br />
"Señor Sonmore! ¿Puede venir en seguida?".<br />
Abajo en el sótano parecía ser que a uno de los hombres del mantenimiento le había<br />
entrado de repente alguna enfermedad. El camarero no sabía precisar si se trataba de un<br />
ataque al corazón o un ataque epiléptico. Varios de nosotros corrimos escaleras abajo,<br />
junto al gran horno, un grupo de hombres sostenían a un compañero para mantenerlo<br />
sentado en una silla.<br />
De pronto, empecé a reír, aquel hombre no estaba enfermo. Estaba simplemente,<br />
como decían los antiguos siervos de la Iglesia Armenia: "bajo evidencia"...<br />
"Hermano", dije, ¡Alabado sea el Señor! ¡Gracias a Él, que lo buscó, y lo halló esta<br />
noche!"<br />
El hombre abrió los ojos, estaba asustadísimo, no era para menos. Tiene que haber<br />
sido algo muy grande para sentirse preso del poder de Dios, sin previo aviso, en mitad de<br />
aquel pasillo de cemento. Aquel hombre ni siquiera se había enterado de que arriba en el<br />
restaurante se estaba celebrando una sesión de oración.<br />
Pues bien, él subió las escaleras con nosotros, y ustedes nunca han visto una<br />
conversión mas completa. Primero tenía muchas cosas de su vida que quería confesar al<br />
Señor, después no podía terminar de decirle a Dios cuánto lo amaba.<br />
El episodio fue como el veredicto de Dios en una reunión que seguro las<br />
previsiones humanas había fallado. Era como si nos hubiese dicho: no os preocupéis<br />
en cuanto al número. Yo encontraré a la gente que quiero, donde quiera que esté, yo la<br />
traeré a ustedes. Hagan su parte con fe y déjenme el resto a mí.<br />
Y eso fue lo que hicieron allí en Minneapolis. Aquel primer grupo de hombres,<br />
inclusive el mecánico de la caldera, se mantuvieron reuniéndose constante y<br />
regularmente. No vieron el menor crecimiento por espacio de seis meses, no era<br />
visible el menor impacto en relación a lo que estaban haciendo. Pero de pronto sin<br />
algún cambio aparente, los hombres comenzaron a venir: doscientos, trescientos,<br />
quinientos, mil... ¡Otra vez se repitió lo mismo que en Los Ángeles!.<br />
Se avivó tanto lo región de Minneapolis que año y medio después de la noche de<br />
la gran nevada, elegimos esa ciudad para tener allí la Convención Nacional, en el<br />
otoño de 1956 y fue en esa Convención cuando vimos por primera vez que se<br />
rompieron las barreras entre pentecostales y una de la principales iglesias<br />
denominacionales.<br />
Durante años, por supuesto, individuos de todas las denominaciones han<br />
alcanzado la plenitud del Espíritu. Y en general ellos se han enfrentado a dos<br />
opciones: permanecer en su iglesia y callar esta nueva dimensión o salirse y unirse<br />
a un grupo pentecostal. Pero, el pentecostalismo es bienvenido y fomentado en las<br />
mismas iglesias históricas.<br />
Los vimos el primer día de la Convención, sentados en la última fila del gran<br />
salón en el Leamington Hotel, como dispuesto a escapar de un momento a otro:<br />
cinco ministros luteranos. Lo que escucharon no debió parecerles muy alarmante<br />
cuando volvieron el segundo día, y se sentaron menos alejados del frente, ya más<br />
cerca. El tercer día, un miércoles, en la reunión del desayuno, estaban allí ávidos de<br />
recibir, según nos dijeron: "todo lo que Cristo tenga para nosotros”.<br />
Un grupo de nosotros miembros de la Fraternidad fue a su mesa y oró para que<br />
Jesús los llenase con su Espíritu. Después nos dieron cortésmente las gracias y<br />
partieron. Todo fue muy tranquilo, muy quieto, muy luterano y no supimos sino hasta<br />
después que nuestras oraciones habían sido escuchadas.<br />
Y ciertamente que lo fueron. Uno de los clérigos recibió el Bautismo en el Espíritu,<br />
mientras conducía hacia su casa. Otro, mientras se afeitaba al día siguiente. Un tercero<br />
estaba recordando a uno de los oradores de la Convención que decía que no era cuando<br />
nos esforzábamos y luchábamos, cuando se recibían los dones de Dios, sino cuando se<br />
estaba más tranquilo. "¿Dónde puedo descansar mejor?", pensó. Un minuto después<br />
estaba bajo una ducha de agua caliente, alabando a Dios en lenguas celestiales.<br />
Este fue el principio de una transformación que desde entonces ha alcanzado las<br />
congregaciones luteranas de costa a costa. Sin abandonar sus tradiciones, sino todo lo<br />
contrario: con un revestimiento del poder del Espíritu, pastores luteranos y laicos, han<br />
convertido las afirmaciones de su fe en una realidad, día a día.<br />
Desde entonces hemos visto el mismo poder llenando a muchas denominaciones:<br />
presbiterianas, bautistas, metodistas, católico-romanas, episcopales. Siempre, al principio,<br />
el grupo que viene por primera vez con curiosidad a nuestras reuniones, es algo hostil.<br />
Pero luego el viento del Espíritu sopla a través de todas las iglesias, a través de todas las<br />
congregaciones.<br />
Recuerdo otro hecho. Fueron solamente siete estudiantes de Notre Dame los que<br />
hablaron en lenguas aquel lunes por la noche, en marzo de 1967, en el hogar de Ray<br />
Bullard, Presidente del Capítulo de la Fraternidad en South Bend. Pero el gozo y el<br />
poder que hallaron en ese cuarto del sótano fue tal que hoy Ray es considerado<br />
por muchos como una especie de padrino espiritual del movimiento mundial<br />
pentecostal católico que surgió en Notre Dame.<br />
De nuevo, la clave se hallaba en el pequeño capítulo que se reunía regularmente<br />
algunas veces con desaliento, que oraba por South Bend esperando, como San<br />
Gregorio esperó, el tiempo perfecto de Dios.<br />
No hay un hombre capaz de ver todo el cuadro completo, sólo se ven<br />
algunos aquí y al lá. En octubre de 1974, me tocó a mi ver el fragmento de<br />
ese cuadro cuando fui a ver el fragmento de ese cuadro, cuando fuí invitado al<br />
Vaticano, para recibir un reconocimiento oficial por el papel que ha tenido la<br />
Fraternidad en lograr alcanzar a millones de católico-romanos, laicos. ¿Millones?<br />
pensé ofuscado, cuando atravesaba la línea de los coloridos guardias suizos.<br />
¿Millones?.<br />
No te preocupes por el número. Esa ha sido la palabra de Dios para nosotros<br />
desde el principio. Cuando el Espíritu está en cont rol , los números serán más<br />
de lo que cualquier hombre hayan podido conocer.<br />
Y cuando el Espíritu no está. ..<br />
Fue en 1957. cuando C.G. Ford me llevó en una visita de dos semanas a una<br />
docena de capítulos en el sur. Quedamos muy impresionados con el grupo de<br />
Houston, Texas; se reunieron alrededor de seiscientas personas para el desayuno<br />
del sábado.<br />
“No se", dijo un hombre con tono displicente, cuando algunos de nosotros nos<br />
sentamos a hablar después de la reunión, “deberíamos estar alcanzando a miles,<br />
no a cientos”.<br />
"Pero ustedes han empezado hace sólo unos pocos meses", le dije, "esto toma<br />
tiempo"...<br />
"¡No en Texas!. En Texas hacemos las cosas en grande y las hacemos a prisa, dijo,<br />
dando un salto. Un delgado, vendedor de bienes raíces, cuya perfecta carrera ratificaba<br />
sus palabras. "¡Arrendemos un salón!. ¡Alquilemos un carro con equipo de sonido.<br />
Vayamos a todas las estaciones de radio, pongamos a esta ciudad de pie!.<br />
Andy SoRelle, Presidente del Capítulo, movió la cabeza en señal de duda, pero el<br />
otro hombre no pareció notarlo. Alquilemos el Auditorio de la ciudad, que tiene capacidad<br />
para seis mil seiscientas personas. ¡Cuando la gente escuche que Demos Shakarian está<br />
en la ciudad, lo llenaremos!.<br />
Lo miré horrorizado. "¿Yo..? ¿Quien querría oírme a mi?. Yo no soy un orador.<br />
Además tengo que volver a casa para hacer las compras de heno y...<br />
Pero aquel hombre no quería argumentaciones. C. y yo seguíamos viajando por otra<br />
semana más para visitar capítulos de Louisiana y Misissippi. "Vuelva por Houston. Una<br />
semana aquí en Texas es suficiente tiempo para hablar de la Palabra.<br />
Y debido a que el amor a Dios de aquel hombre era del tamaño de Texas, yo me<br />
dejé convencer. O casi. Durante los siguientes diez días me estuve repitiendo que el<br />
avivamiento de Houston no iría bien. Si había una cosa que había aprendido durante los<br />
seis años de la Fraternidad, era que, en esa misteriosa realidad que es el Cuerpo de<br />
Cristo, cada individuo tiene su función especial. Algunos hombres han nacido para<br />
organizar, otros son ungidos predicadores, otros pueden ser consejeros. Y cuando alguno<br />
asume una función que no es la suya, no solamente hace un trabajo de baja calidad, sino<br />
que bloquea el flujo de poder hacia la persona a quien le corresponde dicha función.<br />
En cuanto a mi trabajo yo he estado seguro de cuál es, desde que las trompetas<br />
sonaron en las colinas de Hollywood. Yo soy un ayudador. Mi don es proporcionar un lugar<br />
y un tiempo, y la forma para que otros hombres brillen. Este no es un don menor o mayor<br />
que los de los otros. Es simplemente mi don.<br />
Pero mi nombre en las luces de un auditorio!, ¡una reunión enfocada en mí!. Este<br />
era un error y cuanto más me esforzaba para preparar mi discurso, más me daba cuenta<br />
de lo errado que era esto.<br />
"¿Cual es el problema?”, me preguntó C. C. después de ver que página tras página<br />
iban a parar arrugadas al cesto de los papeles. "Pero si tú has hecho cientos de<br />
discursos".<br />
Pero no era verdad. Yo nunca di discursos. Yo simplemente me ponía de pie al frente y<br />
no sé, solamente hablaba. En tanto me limitaba a lo que estaba llamando a hacer, a<br />
presentar a otros hombres, a mostrar a la gente dónde estaban sus posibilidades, las<br />
palabras acudían. Pero al sólo pensar en miles de rostros pendientes de mí para guiarlos,<br />
me quedaba en blanco.<br />
Para cuando regresamos a Houston, yo era presa del pánico. Andy y Maxine<br />
SoRelle nos habían invitado a su casa a comer antes de la reunión, pero yo estaba<br />
demasiado excitado para comer. Aún a riesgo de ofender a su cocinera Lottie Jefferson,<br />
apenas probé los alimentos.<br />
Alrededor de las seis y cuarenta y cinco, nos dirigimos al Auditorio de la ciudad en<br />
dos carros: Lottie Jefferson, Andy y Maxine no pudo venir, C. C. y yo, y otros tres invitados<br />
a la comida. Ya desde casi dos kilómetros de distancia podíamos ver las luces del lugar<br />
que brillaban como los fuegos del juicio.<br />
Los empleados de los estacionamientos, uniformados, se acercaron para abrir<br />
las portezuelas de nuestros carros.<br />
En el vasto estacionamiento había solamente cinco automóviles más.<br />
Miramos nuestros relojes: eran las 7:15. La reunión estaba anunciada para las<br />
7:30. Nos dirigimos por una puerta lateral al inmenso auditorio, profusamente<br />
alumbrado y silencioso; nadie en el interior, salvo un guardián allá en el fondo. Fijé los<br />
reflectores en la forma como usted los quería, gritó, mirando al vendedor de bienes<br />
raíces. Bajamos lentamente en el pasillo central, las pisadas levantaban un eco<br />
cavernoso en aquel inmenso Auditorio. Los cinco carros debían pertenecer al guardia<br />
y al personal del establecimiento.<br />
Había una hilera de sillas abajo de la luz de los reflectores del escenario pero<br />
no parecía que alguien fuese a ocuparlas. Nos sentamos en siete sillas que<br />
habían cerca del frente; no llenamos ni la mitad de la hilera. Yo miré mi reloj; 7:25.<br />
De pronto, un tremendo éxtasis se apodero de mi. ¡Quizá no vendría nadie!<br />
¡Nadie en absoluto!. Quizá Dios había intervenido para protegerme contra mi propia<br />
desobediencia.<br />
"Estoy seguro de que puse la fecha correcta en las invitaciones", comenzó a<br />
decir el vendedor de bienes raíces.<br />
A las 7:30, él también comenzó a orar por que parecía que nadie vendría.<br />
¿Qué explicaciones daríamos, de una gigantesca campaña a la que nadie<br />
respondió?.<br />
Hacia las ocho, quedaba claro que Dios había hecho lo imposible. En una<br />
ciudad donde seiscientos hombres se reunían un sábado temprano por la<br />
mañana, él había dejado caer un velo de invisibilidad sobre una reunión que<br />
carecía de la bendición de Dios. El vendedor de bienes raíces, con el corazón tan<br />
grande como Texas, fue el primero en decirlo en voz alta y alabar al Señor por eso.<br />
"Pero, ahora. ¿Qué haremos?, preguntó Andy. Hemos alquilado este local tan<br />
enorme para toda la noche. ¿Tendremos una reunión de todos modos de nosotros<br />
siete?”.<br />
Tú has escrito algo, Demos, dijo C.C., pero nada pude hallar en mis bolsillos<br />
de mis páginas garabateadas.<br />
Bien, entonces, ¡yo tomaré la palabra! dijo Lottie Jefferson, ¡siempre he deseado<br />
hablar en un lugar tan hermoso como éste!.<br />
Se levantó de su silla, subió al frente del auditorio, y comenzó a hablar. Era<br />
una persona menuda, no debía pesar más de cuarenta y cinco kilos, pero cuando<br />
hablaba acerca de Jesús, su voz llenaba los 6.600 asientos de la platea. Durante<br />
treinta y cinco minutos estuvo predicando como si cada una de las sillas hubiera<br />
estado ocupada. Y tan llena estaba su voz del amor de Dios y de la verdad de cada<br />
una de sus palabras que yo sentí como las tensiones de los días anteriores Iban<br />
cediendo.<br />
Lo único que no pude entender fue su llamamiento final. Porque por supuesto<br />
los siete que componíamos su auditorio hacia ya tiempo que "habíamos entregado<br />
nuestros corazones a Jesús”. ¿Cómo nos estaba pidiendo ella que lo hiciésemos?.<br />
De todas formas, había sido una hermosa prédica que nunca olvidaría. De<br />
repente, escuché pisadas. Por allá abajo, venía el guardián, con las lágrimas que<br />
le resbalaban por las mejillas, se arrodilló frente a la plataforma y dio su corazón a<br />
Jesús.<br />
Y Lotty Jefferson, con el estilo de un evangelista acostumbrado a recibir cientos<br />
de almas para el Reino de los Cielos. puso las manos sobre la cabeza de aquel<br />
hombre y comenzó a orar por él.<br />
¿Quién sabe? Quizá no había ningún error después de todo. Quizás a aquella hora<br />
de la noche, el Auditorio de la ciudad, era el lugar que había designado el Señor para<br />
nosotros, porque allí estaba la persona que Él estaba buscando. Solo supe que había<br />
recordado una vez más que si había alguna persona que necesitaba oírlo tantas veces,<br />
era yo, que solamente es el Espíritu el que puede conducir los hombres a Jesús.<br />
Y solamente son los dones del Espíritu los que El usa para obras como ésta. A mi no me<br />
había dado el don del Evangelismo, sin embargo, yo tenía que ser un testigo, por impuesto.<br />
Cada cristiano lo es. Con la sola diferencia de que al lugar en que yo tenía que hablar de<br />
Jesús era mas bien un establo, en vez de una plataforma. Este era un sueño original que<br />
Dios me había dado después de todo: un vendedor de automóviles como Linwood Safford,<br />
en Washington, D.C. hablando de Dios a otros vendedores; un juez como Kermit Bradford, en<br />
Atlanta, Georgia, hablando a otros abogados; un lechero hablando a otros lecheros.<br />
Era una forma de hablar tan natural, que comenzaba con lenguaje común, intereses<br />
comunes...<br />
Como por ejemplo, el interés que tiene todo productor de leche, en la cría de<br />
ganado. Para nosotros es el típico más fascinante del mundo la búsqueda de un animal<br />
perfecto, que invariablemente transmitiría sus buenas características a las siguientes<br />
generaciones. Cada mes, escudriñaba en la revista de la asociación Holstein-Friesian las<br />
tablas genealógicas. Y cada vez me impresionaba más la líneas genealógica Burke, que<br />
se desarrollaba en la granja Pabst, allá por Wisconsin.<br />
Recuerdo cuando caminaba yo a través de esos impecables establos de terneros por<br />
primera vez, buscando un pequeño toro para introducir esa línea en nuestros rebaños. El<br />
primer animal que me detuve a observar costaba 25.000 dólares; muchas veces<br />
más de lo que yo podía pagar. Había animales entre ellos de dos o tres meses,<br />
que se vendían por 50.000 dólares otros de la misma edad, costaban 1.000 dólares.<br />
De pronto descubrí uno. En un corral a lo largo de la tapia sur del establo, un<br />
pequeño animal fornido, que se mantenía separado de los demás como iluminado<br />
por un rayo que estuviese brillando especialmente sobre él. Se trataba del mismo<br />
fenómeno que nunca había dejado de sorprenderme en la Fraternidad, en donde, en<br />
una habitación en la que se reunían 400 personas, siempre distinguía entre todos al<br />
que había de llamar. Ahora, este “Jovenzuelo" fornido de 90 kilos estaba junto a mí,<br />
del mismo modo.<br />
Me acerqué a su corral. Su nombre era Pabst Leader; su precio 5.000 dólares.<br />
Leí sus particulares y me gustó lo que vi, su madre tiene el grado E (excelente<br />
productora de leche) y su padre había engendrado mas de 50 vacas del grado E.<br />
Pero estos detalles no eran más que confirmaciones de lo que supe en cuanto lo vi.<br />
Me llevaré el torete Pabst Leader, le dije al encargado que me atendió.<br />
El señor SyIvester me miró con curiosidad. Los ganaderos no acostumbraban<br />
a decidirse tan rápidamente. Únicamente después de exhaustivas consultas con sus<br />
consejeros. ¿Esta seguro?, me dijo. Me gustaría mostrarle algunos animales del<br />
corral próximo, en los que el señor Pabst cree que podía interesarse.<br />
Estoy completamente seguro Señor Sylvester.<br />
Pues bien. Enjauló el animal y nos lo mandó con un cargo adicional de 350 dólares,<br />
y yo gire un cheque por 5.350 dólares a su favor. Generalmente, las diez primeras vacas<br />
descendientes de un toro, ofrecen un fiel retrato de su calidad como semental. Cada una<br />
de las diez hijas del toro Leader heredarían las cualidades superiores de su padre:<br />
aspecto, resistencia a las enfermedades y alta calidad de leche de su raza. incluso<br />
algunas de nuestras pequeñas vacas de piernas no muy esbeltas, tenían becerros que no<br />
heredaban sus propias desventajas, sino las cualidades del padre. Durante los quince años<br />
que lo tuvimos, nos dio quinientas hembras, cada una de ellas selladas con la indiscutible<br />
calidad del semental. Pabst Leader era el animal, entre un millón, con la capacidad de<br />
transmitir sus características cada vez.<br />
Entre tanto el señor Sylvester se lamentaba de que un animal que había vendido en<br />
la misma temporada por 50.000 dólares no había demostrado ser un buen semental. No<br />
valía ni cinco mil dólares, y el ternerillo que usted se llevó valía el doble de 50.000 dólares.<br />
Esta no fue una experiencia aislada. Cada uno de los toros que compramos a la<br />
ganadería Pabst, demostró ser una inversión de primer orden, ¡no podía evitarlo!.<br />
Recuerdo el día en que el señor Sylvester se inclinaba a través de la mesa del<br />
comedor, y me decía sería y solemnemente "Vamos Shakarían. ¿no me diga que elige así,<br />
en el acto como pretende?. Usted tiene un consejero ¿no es así?. ¿Es alguien que viaja<br />
antes que ustedes, y le recomienda qué animales comprar?".<br />
"Pues bien, señor Sylvester, en cierto modo, así es"<br />
Me lanzó una mirada triunfante a través de la mesa. "¡Lo sabía! ¿quién es? ¡vamos...!<br />
¡no le vamos a aumentar el precio por que sepamos que alguien le aconseja!"<br />
"¿Quiere decir que usted no sabe quien es mi "consejero”?”.<br />
"¡Por supuesto que no! pasan docenas de corredores y compradores, todos a la vez.<br />
Su hombre evidentemente es muy astuto".<br />
"¿Sabe más de animales que todo los que estamos en esta habitación juntos?".<br />
"¿Un viejo zorro, verdad?"<br />
“El ha estado en el negocio de animales más que nadie." "¿Especializado en<br />
Holstein, no es así?"<br />
"Oh, absolutamente"<br />
Por supuesto que me mantuve así, tanto como pude. A la hora que di el nombre de<br />
mi consejero no tuve nunca un interlocutor mas desalentado. El Señor Jesús hizo estos<br />
animales, le dije. Ustedes y yo sólo podemos mirar los "pedigrees", pero El sabe lo que está<br />
en el interior del animal, y del hombre también.<br />
Esta era la forma más idónea de abrir los corazones y las mentes de esos hombres.<br />
La oportunidad de mostrar a un Dios vivo en el mundo que cada hombre conoce; de esto<br />
es de lo que trata la Fraternidad.<br />
El mundo que el hombre conoce... Recuerdo cuando nuestro capítulo de la Fraternidad<br />
en Lancaster, Pennsylvania, estaba pasando un mal rato con una comunidad de granjeros<br />
muy conservadores. La principal objeción a la Fraternidad fue de que se trataba de un<br />
movimiento de "afuera" y que nuestros problemas y necesidades eran distintas a los de<br />
ellos.<br />
Una vez que Rase y yo estuvimos en Lancaster, el Capítulo invitó a varias docenas<br />
de granjeros locales para comer juntos, y yo me puse de pie como un compañero<br />
granjero, e intenté convencerlos para que se uniesen a nuestro movimiento de compartir<br />
experiencias unos con otros.<br />
Un silencio sepulcral fue la respuesta que obtuve.<br />
Ya sabes lo que ocurre; cuando se recibe una respuesta negativa, se pierde la<br />
seguridad y todo comienza a salir mal. A la vez que mi confianza disminuía, mis gestos se<br />
ampliaban. Recuerdo que abrí los brazos, y luego hice un gesto como que los abarcaba a<br />
todos y dije: "¡La Fraternidad depende de la participación de todos nosotros!" pero lo<br />
único que mis manos alcanzaron fue la jarra de leche que estaba en el centro de la mesa.<br />
La jarra se volcó y su contenido se derramó sobre mi mejor traje y mis zapatos. Estaba<br />
tan mortificado para darme cuenta de lo que estaba haciendo, que puse un pie sobre la<br />
mesa y comencé a secarme el zapato con el mantel blanco.<br />
Escuché a Rose dar un respingo. ¡Demos! ¡Qué estás haciendo!.<br />
Y mirando hacia la mesa, me di cuenta.<br />
Baje el pie apresuradamente. Sentí que mi rostro se ponía de color púrpura y<br />
hubiera deseado desaparecer debajo de la mesa. "Sentí como si estuviera en el establo,<br />
amigos" y me excusé.<br />
"¿A alguno de ustedes le ha pasado, estar ordeñando una vaca y que ésta, de una<br />
patada le haya echado encima todo el cubo de leche?".<br />
Se escuchó una risa ahogada en alguna parte de atrás del salón y luego, de<br />
pronto, una general explosión de risa. No se escuchó otra cosa que carcajadas por<br />
algunos minutos, y la reunión se transformó.. Los viejos granjeros se pusieron de pie y<br />
contaron como Dios les había ayudado a través de las tempestades de nieve invernales.<br />
Y al finalizar la noche, el Capítulo de Lancaster contaba ya con muchos nuevos<br />
miembros.<br />
"¿Sabes lo que nos hizo cambiar de idea respecto a la Fraternidad?”, me dijeron los<br />
hombres después. "Fue cuando pusiste el pie sobre la mesa. Comprendimos que<br />
realmente eras un granjero, como nosotros...".<br />
CAPÍTULO 10<br />
El mundo comienza a girar<br />
En 1956 iniciamos nuestro Capítulo canadiense en Toronto y, desde entonces la<br />
palabra "Internacional" de nuestro título comenzó a tener más sentido. Con todo Canadá y<br />
los Estados Unidos no son más que una tajada pequeña en comparación con la superficie<br />
terrestre. Comencé a pensar en el globo que había visto girando ante mí la noche de<br />
1952. Millones de hombres de todos los continentes con la vista hacia arriba, vivos con<br />
amor, esperanza la llegada de su Señor.<br />
La década de los cincuenta ya se estaba terminando, y no veía que ésta sucediera<br />
luego cuando llegó la oportunidad, estuve a punto de pasarla por alto.<br />
La invitación llegó en diciembre de 1959 a través de CABE. La fraternidad había<br />
enviado ayuda a las víctimas del hambre en la República de Haití. Ahora llegaba una<br />
invitación del presidente Francois Duvalier para que mantuviésemos una campaña de tres<br />
semanas de reuniones en su país.<br />
Todo lo que se de Duvalier, le dije, años del grupo de la Cafetería Clifton, es que se<br />
trata de uno de los dictadores más sanguinarios de todo el mundo. Tortura, policía secreta,<br />
cada cual ha oído una historia diferente de "Papá Doc". Acudir a esa Invitación sería<br />
como admitir que estábamos de acuerdo con su sistema.<br />
Y fue Rose quien lanzó el reto. ¿En tu visión, Demos, hay algunas partes del mundo<br />
afuera, por causa de sus gobiernos?. Intenté recordar. No, todos los continentes, todas<br />
las islas llenas de gente, hombro con hombro, sin vida y sin esperanza la primera<br />
vez, y gozosamente vivas la segunda.<br />
"Las divisiones políticas no entraban para nada".<br />
"Entonces no creo que debieran existir divisiones ahora. En cuanto peor es un<br />
sistema político, más necesita la gente confiar en el Espíritu.<br />
Y, por supuesto, Rose tenía razón. Así es que en febrero de 1960, veinticinco<br />
hombres de la Fraternidad tomamos un avión con dirección a Haití. No sabíamos<br />
entonces que este primer vuelo marcaría el rumbo para los siguientes quince años.<br />
Sólo sabíamos que cada uno de nosotros en alguna forma completó sus pasajes<br />
para Haití y cambió sus vacaciones para el invierno. ¡Y mi esposa contaba con un<br />
viaje en el verano!. Y partimos respaldados cada uno por las oraciones de nuestros<br />
respectivos capítulos.<br />
Apenas sí había aterrizado el avión en el aeropuerto de Puerto Príncipe,<br />
cuando se abrieron las puertas delanteras y entró un grupo de oficiales del ejército<br />
con uniformes muy adornados y llenos de medallas. ¿,Está aquí el doctor<br />
Shakarian?, dijo uno del grupo que aparentemente era el interprete.<br />
"Yo soy Demos Shakarian, pero soy solamente un lechero, no..." Bienvenido a<br />
Haití doctor Shakarian. Sus maletas serán llevadas al hotel. Usted venga con<br />
nosotros, tenga la bondad.<br />
Salimos del avión ante las extrañas miradas de los demás pasajeros, y<br />
atravesamos entre una doble fila de soldados rígidamente atentos.<br />
Una hilera de limosinas negras nos estaban esperando. Nunca pasamos por<br />
aduanas a pesar de que habíamos llenado en el avión una serie de formularios para<br />
tal propósito. Bajo doble escolta de motocicletas, atravesamos volando la ciudad<br />
hacia el Hotel Rivera. Allí el senador Arthur Bonhomme, líder de la mayoría del<br />
Senado, nos esperaba.<br />
Todo está preparado para su reunión de esta noche, me dijo en un excelente<br />
inglés.<br />
Al saber que yo era un ganadero, se ofreció a llevarme para visitar el<br />
mercado de ganado. Yo me quedaba fascinado al ver pasar a la gente Algunas<br />
personas llevaban vacas, o simplemente una cabra, y las mujeres, se<br />
balanceaban bajo una cesta de piñas, melones, incluso pollos, que llevaban sobre<br />
sus cabezas sin el menor esfuerzo. Pero para mi asombro, cuando llegamos al<br />
mercado, vi como destazaban a los animales allí mismo y los vendían<br />
inmediatamente en la misma plaza. "Es la sequía", me explicó el senador<br />
Bonhomme, “la peor de que yo recuerdo. Tenemos que sacrificarlos porque no hay<br />
bastante hierba para que coman".<br />
El Estadio Sylvio Cato, de Puerto Príncipe, tiene capacidad para unas 23.000<br />
personas y cuando nuestro grupo de veinticinco llegó aquella noche a las 7:30,<br />
estaba casi lleno. Una tarima de siete por veinte metros de largo, se había erguido<br />
en mitad de la pista para que pudiésemos hablar. Yo me hubiera sentido algo más<br />
feliz sin tantos uniformes militares en la plataforma acompañándonos. Pero el<br />
senador Bonhomme me aseguró que la presencia de generales y oficiales del<br />
gobierno, le daba más realce a la reunión a los ojos de la gente. Intentamos abrir<br />
la reunión con algunos himnos, pero pronto nos dimos cuenta que no teníamos<br />
nada en común con el público. Por ello, decidimos seguir el modelo de reuniones<br />
que solíamos tener en los capítulos de la Fraternidad, individuos dando sus<br />
testimonios personales. Una vez más el contacto inicial por medio de los hombres<br />
de negocios tuvo su efectividad, y ello demostró ser de valiosa ayuda. No<br />
asomaron diferencias políticas, teológicas o de raza, cuando los miembros de nuestro<br />
grupo hablaron a través de intérpretes acerca de experiencias comunes a todas las<br />
personas: falta de comprensión entre ambos, enfermedad en una familia. la lucha para<br />
ganarse la vida.<br />
La siguiente noche, todos los sitios del estadio estaban ocupados, y había miles de<br />
personas sentadas sobre la hierba de la cancha. La tercera noche, el senador Bonhomme<br />
estimó que había una multitud de unas treinta y cinco mil personas...<br />
Sin embargo ninguno de ellos había venido para orar. El problema comenzó cuando<br />
Earl Prickett estaba hablando. Earl posee un negocio de mantenimiento de tanques<br />
industriales y de control de contaminación ambiental en Nueva Jersey, pero la historia que<br />
contó aquella noche fue su batalla personal contra el alcohol. Debió haber sido muy buena<br />
para ese auditorio, por que el senador Bonhomme nos había dicho que el alcoholismo era<br />
el mayor problema de la isla.<br />
Earl describió cómo había comenzado a beber con sus clientes por que "perderás el<br />
negocio si no lo haces así". Sin embargo Earl era una de esas personas que no pueden<br />
parar de beber. Su esposa lo abandono; el doctor le dijo que estaba minando su vida,<br />
pero con todo y eso fue incapaz de dominar su hábito.<br />
El rumor en el estadio fue en aumento de tal forma que la voz de Earl apenas podía<br />
oírse. "Como resultado, mi hígado y mis riñones estaban tan dañados", dijo, "que el<br />
médico me dió sólo seis meses de vida". Y en ese momento él hizo memoria que un<br />
amigo lo había invitado a las reuniones de la Fraternidad en el Hotel Broadwood de<br />
Philadelphia. "Fue en ese mismo hotel donde el miércoles anterior por la noche, el<br />
cantinero me había dicho que me saliera y que nunca más me asomara por allí".<br />
Me incliné hacia adelante, para escuchar más detenidamente el creciente rumor que<br />
se escuchaba. Yo había estado en ese desayuno y creo que nunca olvidaré a Earl que<br />
vestía un inmaculado traje blanco, tendido en el suelo, pidiendo la gracia de Dios.<br />
Uno de los interpretes se inclinó hacia mí. ¿Ve usted a esos hombres, doctor<br />
Shakarian?.<br />
Miré hacia donde me señalaba, y fue cuando me fije por primera vez, una fila de<br />
hombres vestidos con túnicas rojas y capuchas del mismo color. Había por lo menos<br />
trescientos de ellos, y marchaban lentamente alrededor de la marca de ceniza que<br />
rodeaba el terreno de juegos, un número indefinido de gentes en traje de calle los seguía.<br />
"Sacerdotes vudú, me dijo el interprete. Están intentando acabar con la reunión".<br />
Ahora pude distinguir claramente un canto muy agudo que se elevaba sobre el<br />
murmullo de la gente. Centenares de personas estaban preparándose para sumarse a la<br />
procesión.<br />
El General que estaba a mi derecha vociferó una orden, y soldados que estaban<br />
detrás de él, bajaron inmediatamente de la plataforma.<br />
¿Qué es lo que ha dicho?, le pregunté al interprete.<br />
Ha ordenado a las tropas que estén alertas. Ellos pueden manejarlos.<br />
¡No.! ¡No deben hacerlo!, me volví hacia el General. ¡No. Llame a los soldados, por<br />
favor!.<br />
A través del interprete, el General le explicó. "Si no los paramos, le diré lo que va a<br />
ocurrir. Comenzarán a formar un círculo hasta que hayan conseguido que se les una<br />
bastante gente, y se pondrán a gritar todos juntos. Y... ¡se acabó su reunión de esta noche!.<br />
Miré al Senador Bohnomme en busca de ayuda, pero aquél se encogió de hombros. “No<br />
se qué mas podemos hacer, conocí al Senador y sabía que no estaba pensando solamente<br />
en la gente del estadio, sino en los centenares de miles de radioescuchas de los pueblos<br />
y las veredas de las montañas de toda la isla. Habíamos visto algunos de estos caseríos<br />
cuando viajábamos en automóvil por las montañas aquella misma tarde, un altavoz<br />
colgado de un árbol o en el frente de una casa era el único entretenimiento público en sus<br />
largas y oscuras noches".<br />
Earl intentaba describir el milagroso cambio que su vida había experimentado aquel<br />
sábado por la mañana; la reconciliación con su esposa, la sanidad médicamente<br />
Imposible" de su cuerpo, pero de nada sirvió. Se detuvo entonces y me miró en busca de<br />
instrucciones. La línea serpenteante que seguía a los sacerdotes encapuchados, estaba<br />
ahora formada por más de un centenar de personas, y seguía creciendo minuto a minuto.<br />
Pero... ¿si usábamos los método que utilizaba el hombre fuerte de Haití, para proteger la<br />
reunión, ¿no estaríamos desvirtuando lo que habíamos venido a hacer?. Estábamos allí<br />
para demostrar el poder de Dios, no el poder de las pistolas.<br />
Por favor, General, le rogué. Espere. Hay un mejor modo".<br />
Pero cuando los veinticinco de la Fraternidad nos reunimos en la parte posterior de la<br />
plataforma, me hubiera gustado saber de que se trataba. Ante aquellos miles de personas<br />
que nos estaban contemplando para ver qué haríamos, formamos un círculo, con las<br />
manos entrelazadas por los hombros, y empezamos a orar.<br />
Al cabo de un rato abrí los ojos y eché una ojeada al estadio. La situación empeoraba<br />
por momentos. Ahora debía haber como dos mil marchando y habían comenzado a batir<br />
las palmas. La multitud, contagiada, comenzaba también a batir las palmas en sus sillas, y<br />
balanceaban rítmicamente el cuerpo hacia adelante y hacia atrás, en forma vibrante,<br />
horrible, y se inició un grito general.<br />
Voy a hacer que los paren, dijo el General. No, le dije, todavía, no.<br />
Incliné la cabeza de nuevo. ¡Señor, es tu hora! Señor, salva tu reunión!.<br />
Desde alguna parte de atrás de las graderías se oyó un fuerte grito. Me di vuelta<br />
totalmente, alguien había sido acuchillado. Entonces, todos vimos a un hombre y a una<br />
mujer que traían apuradamente a un niño en sus brazos, y venían hacia la plataforma.<br />
En la otra parte del campo, la marcha se había convertido en una danza rítmica. La<br />
pareja subió a la plataforma. Y de repente, el Senador Bonhomme cruzó a grandes trancos<br />
hacia la parte de atrás de la plataforma y se agachó sobre la pareja.<br />
En otro minuto estaba de vuelta, sostenía en sus brazos a un niño delgado de unos<br />
ocho a nueve años, que miraba asombrado con sus ojos cafés, hundidos.<br />
¡Este chico!, dijo. ¡Lo conozco es de mi barrio, conozco a su familia de toda la vida!.<br />
Nos miraba a todos detenidamente, uno por uno, temblando de emoción. ¡Puede ver!.<br />
Esto sucedió mientras usted hablaba, le dijo a Earl. ¡Sus ojos se abrieron, y ahora ve!.<br />
Yo aún no comprendía. ¿Quiere decir que era ciego?, dije.<br />
¡Ciego de nacimiento!, respondió el Senador, y se dirigió a mí exasperado. Ciego<br />
toda su vida, hasta este momento.<br />
Sosteniendo todavía el chiquillo en sus brazos, casi corrió con él hacia el<br />
micrófono. Al principio no logró hacerse escuchar con todo aquel cantar y batir de<br />
palmas. Pero, gradualmente, viendo que la alta y familiar figura del Senador estaba<br />
delante del micrófono, con un niño en brazos, algunas de las personas<br />
comenzaron a quedarse quietas. El traductor parecía estar demasiado<br />
impresionado con lo que estaba sucediendo, para traducirnos ni una sola palabra de<br />
lo que el Senador decía a la multitud. Pero al poco rato comenzamos a notar un<br />
cambio en los ánimos de la multitud del estadio. A pesar de que la marcha<br />
continuaba, el ruido se estaba aquietando definitivamente. Los aplausos se<br />
escucharon más esporádicamente. Ahora, todos los ojos estaban clavados en el<br />
Senador.<br />
Una reacción eléctrica pareció barrer las graderías: aquí y allá veía manos que<br />
se alzaban al cielo. Al final, incluso, los sacerdotes vestidos de rojo, dejaron su<br />
canto y permanecieron de pie entre la multitud, confundidos.<br />
El muchachito, que era el centro de acciones de gracias, estaba mirando<br />
solamente al Senador, luchando un poco por salirse de sus brazos. Qué fue lo que<br />
vio por primera vez, no lo sé, pero era evidente lo que miraba ahora, pues sus<br />
pupilas pasaban de un objeto a otro, eran los brillantes adornos de los generales. A<br />
menudo giraba los ojos hacia los focos que iluminaban la plataforma, los miraba<br />
fijamente. hasta que la luz le hacía guiñar los ojos.<br />
Sus padres habían subido por las escaleras laterales de la plataforma, y<br />
ahora estaban de pie, junto al Senador, El se dio la vuelta y puso el niño abajo entre<br />
los dos.<br />
Pero yo continué mirando a la multitud que estaba adorando a Dios. Hombro con<br />
hombro, con sus cabezas alzadas en señal de adoración... ¿Dónde había visto<br />
ésto antes...?. Y entonces, por supuesto, recordé...<br />
Cuando el senador se alejó del micrófono le pedí al intérprete que tomase su<br />
lugar, y que hiciera un simple llamado al altar: ¿Vendrían hacia el campo todos los<br />
que deseaban conocer al amado Jesús?. Se levantaron de sus asientos y<br />
empezaron a bajar cientos de cientos. Muchos de los que se habían unido a la<br />
marcha del "vudú” ahora corrían hacia el centro del campo. Muy pronto, la multitud se<br />
derramaba desde la base de la plataforma, por todas las direcciones. En veinte<br />
minutos cinco mil personas se reunieron allí.<br />
Al día siguiente, el estadio estuvo completamente lleno desde la media tarde;<br />
nuevamente fueron centenares de personas las que respondieron al<br />
llamamiento. Hubo más sanaciones, algunas a la vista de nuestros ojos, al pie<br />
de la plataforma, otras por todas partes entre la multitud que llenaba el estadio. La<br />
tercera noche después de que el niño ciego recobrara la vista, estimamos que la<br />
cifra de los que se habían entregado a Jesús eran unas diez mil personas.<br />
Muchos de los que pudieron acercarse hasta la plataforma confesaron sus<br />
pecados llorando y especialmente los que practicaban la hechicería y la adoración<br />
demoníaca. Muchísimas cosas trajo la gente a la plataforma y las dejó ahí. Bolsas<br />
de cabello, pedazos de madera tallada algunas bolsas conte nían huesos y<br />
plumas. Lo que me alegró más en el feo montón de cosas fue contemplar las túnicas y<br />
capuchas rojas.<br />
La penúltima reunión ya se había terminado. Estaba asomado por la ventana<br />
de mi hotel mirando hacia la bahía iluminada por la luna, demasiado exhausto y<br />
demasiado gozoso para irme a la cama Gozoso y... preocupado. ¿Qué era lo que<br />
realmente había sucedido en las reuniones?. ¿Un caso de histeria colectiva?. ¿Una<br />
reacción de la muchedumbre que podía responder el canto del "vudú" un minuto antes, y al<br />
evangelismo cristiano después? y; ¿Podría esta gente tan fácilmente cambiar de nuevo<br />
en la otra dirección?. ¿Que podrían haber conocido estos miles de personas de las<br />
realidades de Cristo en una campaña de tres semanas?. ¿Qué sería de ellos después?.<br />
Yo en teoría sabía muy bien que los dejaríamos en manos de la Divina Providencia,<br />
pero mi fe no era suficientemente fuerte como para creer que esto era suficiente.<br />
"Muéstrame, Señor que todo esto es real. Muéstrame que realmente algo diferente<br />
ha sucedido".<br />
Lo vi con toda claridad a través de la terraza la mañana siguiente. Estábamos<br />
desayunando en la amplia terraza del Hotel Rivera; nuestro grupo de la Fraternidad,<br />
el Senador Bonhomme, y otros oficiales gubernamentales, más un buen número que se<br />
había estado reuniendo con nosotros para las reuniones matinales y la oración. Yo estaba<br />
en la mesa del Senador Bonhomme junto a otros seis hombres, cuando el camarero se<br />
nos acercó sonriendo.<br />
¡Bonjour, méssieurs!, Dijo a la vez que comenzaba a llenar las tazas. Era la primera<br />
vez que le oíamos hablar. Era un muchacho de rostro taciturno que hasta el momento nos<br />
había servido en silencio absoluto. Cuando llegó hasta donde estaba el Senador<br />
Bonhomme habló de nuevo, apretando su mano libre más y más fuerte sobre su pecho.<br />
"Dice", tradujo el señor Bonhomme, dirigiéndose al resto de nosotros, "que esta<br />
mañana cuando se despertó, el gran peso que le había estado oprimiendo había<br />
desaparecido".<br />
Había acudido a la reunión de la noche anterior traduciendo el Senador. No había<br />
pasado al frente, pero cuando nosotros habíamos estado orando por los que<br />
habían venido al frente, él dijo para sí: Jesús, si Tú eres el que estos hombres dicen<br />
que eres, yo quiero seguirte.<br />
Viendo que todos los ojos de los presentes estaban posando sobre él, puso<br />
abajo la cafetera. El Senador continuó traduciendo:<br />
"Durante toda mi vida este peso me había estado oprimiendo. Eran<br />
pensamientos malos, terribles. Tenía miedo de mi mismo, temía el acostarme por<br />
miedo a los pensamientos que me acosaban. El camarero ahora estaba<br />
sollozando. El Senador interpretó sus palabras "esta mañana, cuando abrí los ojos,<br />
el peso no estaba. Era como si de pronto me sintiera más ligero, como si pudiera<br />
flotar hacia afuera de mi cama. No había ninguna opresión dentro de mí".<br />
Otra persona estaba llorando. Me volví y vi al segundo camarero; las<br />
lágrimas le resbalaban por las mejillas, también. El Senador tradujo de nuevo:<br />
"¡Yo conozco ésto ligeramente!. También yo he tenido esos pensamientos. Hace<br />
cuatro noches fui a la plataforma, cuando preguntaron quienes deseaban una nueva<br />
vida. Desde entonces he estado pensando si vendrían de nuevo los<br />
pensamientos, pero no han vuelto, ¡ahora mi mente es la de un hombre, y no la de<br />
una bestia!". Esta vez me tocó a mí el turno de frotarme los ojos, mientras musitaba:<br />
¡Señor Jesús, perdóname!. Perdóname por haber dudado que Tú eres suficientemente<br />
fuerte.<br />
Más tarde, en la misma mañana, nos llegó el mensaje de que el doctor Duvalier<br />
recibiría a tres de nosotros en el Palacio Presidencial.<br />
Una de las brillantes limosinas fue enviada para transportarnos al Palacio. Una<br />
audiencia con el Presidente acostumbra durar alrededor de cinco minutos, dijo el oficial<br />
que nos esperaba en la entrada. No sé cuándo los podrá recibir, pero aquí hay una sala<br />
donde pueden esperar.<br />
En el interior de la enorme antesala había unos cincuenta hombres que esperaban<br />
sentados con sus “attachés" a los pies. Nos sentamos dispuestos a esperar mucho rato,<br />
pero para sorpresa nuestra, la puerta del Presidente se abrió inmediatamente, y se nos<br />
invitó a entrar. No sé cómo me había imaginado antes de ver a Duvalier, cómo era un<br />
dictador. No precisamente a este hombre menudo, con enormes gafas redondas, que se<br />
levantó de detrás de su escritorio para recibimos. En un inglés fluido nos preguntó, si<br />
habíamos tenido una permanencia agradable. Hablamos acerca de las reuniones, la<br />
enorme concurrencia, la fuerza con que el "vudú" se había asentado en el país.<br />
Los cinco minutos se convirtieron en diez y los diez en veinte. Duvalier preguntó<br />
sobre las técnicas de criar ganado y la producción de leche en Estados Unidos y después<br />
de media hora dijo: "Me gustaría escucharlos aún más, pero hay gente afuera esperando".<br />
"Antes de que nos marchemos" le dije a quemarropa, "¿podemos orar por su país y<br />
por su gente, aquí, en esta oficina?".<br />
Todos nosotros inclinamos la cabeza, inclusive el doctor Duvalier y su Estado Mayor.<br />
Los tres componentes de la Fraternidad oramos en voz alta, pedimos las bendiciones del<br />
Señor para los miles de personas que habían acudido a la campaña, personalmente o que<br />
la habían seguido por radio, y por las nuevas vidas que ahora comenzaban. Luego,<br />
alguien le pidió al doctor Duvalier si tenía alguna petición especial por la que desearía que<br />
orásemos.<br />
"Lluvia", dijo sin titubear. "Pídale a Dios que nos mande lluvia".<br />
Nos miramos los unos a los otros sorprendidos, pero bajamos de nuevo nuestras<br />
cabezas. "Señor Dios que has derramado tu Espíritu sobre estos corazones sedientos,<br />
manda lluvia, te rogamos, también sobre esta tierra sedienta."<br />
La reunión final aquella noche fue la menos concurrida de toda la campaña.<br />
La razón era bastante simple. Nadie quería salir al descubierto bajo aquel aguacero<br />
tan fuerte que caía.<br />
CAPÍTULO 11<br />
La cadena de oro<br />
Era el 24 de mayo de 1975: una vez más, Rose y yo subíamos nuevamente abordo<br />
de un avión en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles.<br />
Ninguna multitud vino esta vez a despedirnos, únicamente Steve y su esposa Debra<br />
que nos trajeron. Ni el grupo de preocupados ancianos de la Iglesia Armenia, ni ningún<br />
rostro ansioso. ¿Por qué deberían haber estado?. Durante 24 años que habían<br />
transcurrido desde aquel nuestro primer vuelo. Rose y yo habíamos volado más de cuatro<br />
millones de kilómetros.<br />
Steve y yo intercambiamos palabras acerca del programa de televisión que el tenía<br />
que ir a filmar a Portland, Oregon, para la Fraternidad, mientras estábamos ausentes Rose,<br />
le dio a Debbie un último abrazo, luego marchamos a través del conducto de embarque<br />
hasta la nave aérea. Esta tarde estábamos volando hacia Honolulu en camino de Auckland<br />
donde nuestros dieciséis capítulos de Nueva Zelandia estaban patrocinando una actividad<br />
con una semana de duración que llamaban "Jesús 75”. De acuerdo con el último informe<br />
llegaron tantos miles que hubo necesidad de alquilar el Hipódromo Alexandra Park por<br />
siete noches.<br />
La comida fue servida después de despegar el avión y Rose inclinó su cabeza sobre<br />
la ventanilla para su habitual siesta en el avión. Era una buena oportunidad para que yo<br />
preparase la respuesta a la primera de las preguntas que harían miles de personas:<br />
"¿Qué es la Fraternidad?"<br />
¿Cómo podría responder a una pregunta como esa?. ¿En términos<br />
estadísticos?. Bueno, podría ser verdaderamente interesante. Tomé una hoja de<br />
papel, un lápiz y anoté.<br />
Años de existencia: 24.<br />
Número de estados en los Estados Unidos que tiene capítulos: 50.<br />
Número de países que tienen capítulos: 52. Número total de capítulos 1.650.<br />
Concurrencia aproximada mensual en la totalidad de capítulos: más de medio<br />
millón de asistentes.<br />
Tasa de crecimiento: un nuevo capítulo cada día.<br />
Sonreí recordando el sueño de mil capítulos de Oral Roberts, que una vez<br />
nos pareció imposible. Muy pronto habríamos doblado el número. Seguí escribiendo:<br />
Circulación mensual de la revista "La Voz": 800.000 copias.<br />
Estaciones de T. V. que transmiten nuestro programa "Las Buenas Nuevas:" 150.<br />
Auditorio visual: cuatro millones. Viajes aéreos: tres al año, desde 1965.<br />
Puse el lápiz sobre la bandeja. ¿Era esta la forma correcta de describir la<br />
Fraternidad?. ¿Contando cabezas, haciendo lista de actividades?. No, no era la<br />
forma.<br />
Bien, entonces. ¿qué pasa con nuestros distintos ministerios?.<br />
El de sanidad, por ejemplo. Nunca hacemos en la Fraternidad mucho énfasis en la<br />
sanidad por que tiende inmediatamente a ganarse toda la atención. Sin embargo, las<br />
sanidades se presentan siempre. Algunas veces invitamos a algún hombre dotado por el<br />
Espíritu Santo con don de sanidad para llevar a cabo algún servicio especial. Pero muy a<br />
menudo era algún miembro común y corriente que se ocupaba de negocios comunes y<br />
corrientes al que Dios usaba en un momento particular.<br />
Mi don, por ejemplo, era el de ayudar, no sanar. Sin embargo... en mayo de 1961 la<br />
Fraternidad había enviado una gran delegación a la Conferencia Pentecostal Mundial, que<br />
se reunía aquel año en Jerusalén. Que impresión fue recorrer todos aquellos lugares que<br />
conocíamos tan bien a través de la "Biblia", el Monte de los Olivos, la Puerta La Hermosa,<br />
el Estanque de Siloé... casi lamentamos cuando llegó la hora de ir al auditorio. Tres mil<br />
personas asistían a las conferencias, y a Rose le pareció, y también a mí, que todos habían<br />
llegado al vestíbulo a la vez y que intentaban penetrar todos al mismo tiempo el auditorio.<br />
La conferencia fue tan popular que los delegados tuvieron que ponerse un distintivo para<br />
que les permitiesen entrar.<br />
Distinguimos a nuestro amigo Jim Brown, delegado de la Fraternidad de Parkesburg.<br />
Pennsylvania, y juntos permanecimos detrás de todos esperando que la muchedumbre<br />
comenzara a disminuir.<br />
¿De-mos Shak-arr-ian?. La voz era de una mujer, el acento, ruso o polaco. Miré en la<br />
habitación para descubrir quién me llamaba.<br />
¡Ahí está ella!.<br />
Jim señaló. Estaban caminando en dirección a nosotros un hombre y una mujer.<br />
Ella era bajita y gordita, y andaría por ahí en los cincuenta avanzados. El hombre era el<br />
individuo más terriblemente paralítico que jamás había visto. Estaba doblado formando un<br />
siete. Andaba apoyando ambas manos en un bastón y su rostro paralelo al suelo.<br />
¿Me buscaban?, Pregunté a la mujer. No podía ver el rostro del hombre.<br />
Si... Señor Shak-arr-ian. Este hombre necesita ayuda. Explicó ella que lo había<br />
encontrado en un refugio en las afueras de la ciudad. Él le había pedido que ella lo<br />
llevase hasta el auditorio porque había oído decir que Jesús sanaba a la gente allí. Cuando<br />
supieron que todos los asientos estaban ocupados, alguien les había sugerido que<br />
hablasen conmigo.<br />
Mi corazón se dolió al contemplar aquel hombrecillo cubierto de andrajos. Ambos, la<br />
mujer y el hombre eran judíos. Sólo tenía que acordarme de los judíos que habían en la<br />
Fraternidad: hombres como David Rothschild, Presidente de nuestro capítulo de Beverly<br />
Hills, para recordar que Jesús tenía un especial amor por Su "pueblo elegido". ¿Pero, qué<br />
podía hacer yo ahora?. Yo no tenía una influencia especial en aquella reunión.<br />
Y de pronto se me ocurrió una idea. ¿Supongamos que yo le diera a este hombre<br />
mis credenciales para la tarde?. Jim Brown era uno de los oradores de hoy pero yo...<br />
Venga, le dije desabrochándose el distintivo que yo llevaba en la solapa, con ésto usted<br />
podrá entrar.<br />
Me arrodillé en el piso del vestíbulo y me eché hacia atrás, intentando alcanzar la<br />
solapa de la chaqueta del hombrecillo. Al final le aseguré la insignia y estaba a punto de<br />
ponerme de pie cuando escuché una inconfundible voz:<br />
No Demos, no dejes a este hombre. Tienes que orar por su sanidad aquí mismo.<br />
Me sentí turbado, ¿Aquí?. ¿Ahora?. ¿Con el vestíbulo lleno de poderosos<br />
líderes pentecostales de todo el mundo?. Le eché una mirada a Jim Brown, Jim tenía<br />
mucha más experiencia en sanidades que yo, y él...<br />
Tú, Demos, aquí mismo.<br />
Y, así todavía de rodillas, le hablé al oído al hombre: "¿Señor, me permite que ore por<br />
usted ahora mismo?".<br />
Como respuesta el hombrecillo, apoyó su cabeza sobre el bastón y cerró los ojos.<br />
Querido Jesús, oré. Te damos gracias por que Tú hiciste que el cojo saltase de alegría en<br />
estas mismas colinas. Hoy. Señor, otro hombre cojo viene hacia Ti, es uno de tus<br />
escogidos.<br />
Las lágrimas saltaron sobre las nudosas articulaciones y cayeron al suelo. Se<br />
empezó a formar un grupo a nuestro alrededor.<br />
¡En el nombre de Jesucristo, le dije, ponte derecho!. Escuché un chasquido.<br />
Al principio me asuste temiendo que aquel frágil hombrecillo se hubiese roto algún<br />
hueso. Pero el gemido que salía de él, en el momento que levantaba su cabeza y su<br />
espalda unos centímetros, fue de alivio, y no de dolor. Por tal esfuerzo los músculos de<br />
su garganta se cambiaron, se estiró otros centímetros. Hubo otro chasquido. De nuevo él<br />
luchaba como si estuviese atado por invisibles cadenas. Se hacía más alto.<br />
Por si alguno de los que estaban en el vestíbulo no se hubieran dado cuenta de lo<br />
que estaba sucediendo, los gritos de la mujer hicieron volver todas las cabezas hacia<br />
nosotros:<br />
¡Un milagro!. Siguió llorando. ¡Esto es un mi-la-gro!.<br />
El hombrecillo se estiró los últimos centímetros y me miró triunfante a la cara. De<br />
todas partes llegaron coros de gozo y de acción de gracias, en docenas de diferentes<br />
lenguas.<br />
También yo me puse de pie. ¡Me acerqué y tomé el bastón de aquél hombre!. ¡Sólo<br />
con el poder de Dios!, le dije. Y bastante seguro, arrastrando un poco los pies al principio,<br />
comenzó a andar hacia adelante y hacia atrás, con la columna vertebral derecha, y los<br />
hombros rectos.<br />
En lugar del material que había preparado para aquella noche, Jim Brown contó la<br />
historia que había sucedido en el vestíbulo. Ahora no hubo ningún problema para que la<br />
pareja pudiese entrar, y se hallaron sillas para ellos, y también para nosotros, en la<br />
primera fila. Cada tanto, mientras Jim hablaba, el hombrecillo saltaba de su silla.<br />
¡Ese soy yo! gritaba. ¡Ese soy yo!.<br />
Y se ponía a saltar y a danzar y a hacer piruetas hacia arriba y abajo de la sala,<br />
hasta que llegué a temer que llegase a casa curvado de nuevo a causa de tanto ejercicio.<br />
Si, yo podría contar esa historia en Alexandra Park, a pesar de que ahora no fuera<br />
capaz de contarla como lo hiciera entonces. A diferencia de los hombres dotados con el<br />
especifico don de sanidad, yo no había buscado la experiencia, yo no había pasado horas<br />
y días ayunando y preparándome. Ni dejé el extraño poder permanecer en mi más que por<br />
esos escasos momentos, aún cuando la gente necesitada vino hacia mi durante el resto<br />
de la conferencia.<br />
Lo mejor que fui capaz de decirle a la gente de Auckland fue que la sanidad es una<br />
de las funciones normales del Cuerpo de Cristo y que, cualquier miembro puede llevarla a<br />
cabo. Cuando llega este llamado, la clave parece ser la obediencia.<br />
Mire a Rose con sentimiento de culpa, me acurruqué bajo la manta del avión y recordé<br />
cierta noche en Downey.<br />
Nos habíamos metido en la cama, ya era media noche, tiempo de apagar las luces.<br />
Pero por alguna razón Rose se sentía inquieta. Terminó por levantarse, ir hacia la<br />
ventana, volver junto a la cama y se sentó a la orilla. Yo estaba desconcertado;<br />
generalmente me paso la noche despierto y Rose es de las personas que no tarda en<br />
dormirse. ¿Qué pasa, querida?.<br />
Voy a telefonear a Vivían Fuller.<br />
¡Vivían Fuller!. Los Fuller vivían al sur de Nueva Jersey. Herb Fuller era el presidente<br />
de nuestros capítulos de Filadelfia, y creo recordar que la última vez que estuvimos allá, su<br />
esposa tenía dolores en un ojo. ¡pero, llamar a estas horas de la noche!.<br />
"¿Rose, tú sabes qué hora es ahora en Nueva Jersey?, ¡las tres de la mañana!".<br />
Rose suspiró "lo sé", dijo, y estuvo de acuerdo que sería mejor esperar a la mañana. Pero<br />
jamás he visto al Espíritu de Dios inquietar tanto a una persona Rose no consiguió<br />
descansar. Se levantó a cepillarse el pelo. Volvió a meterse en cama Salió a ver si la<br />
estufa se estaba apagando, regreso una vez más, y subió de nuevo para ver si la puerta<br />
estaba bien cerrada.<br />
"¡Por el amor de Dios, querida!". Acabé por decirle. "Haz esa llamada antes de que<br />
hagas un hoyo en la alfombra".<br />
Rose se abalanzó sobre el teléfono, yo me sorprendí al notar la rapidez con que le<br />
respondieron al otro lado de la línea.<br />
Rose escuchó durante unos minutos luego volviéndose hacia mi me dijo "¡Demos<br />
escucha por el otro teléfono!”.<br />
Me dirigí a la parte anterior de la habitación y tomé el auricular.<br />
"Vivían" dijo Rose, "repite a Demos lo que acabas de decirme".<br />
Sin parecer soñolienta o aburrida la señora Fuller me contó que le habían<br />
diagnosticado que su ojo padecía de glaucoma en estado avanzado, y que no respondía<br />
al tratamiento. Sabiendo que estaba quedándose ciega había intentado enfrentarse al<br />
hecho valientemente. Se pasaba las horas intentando transitar por la casa sin tropezar en<br />
los muebles. Aquella noche en particular la depresión estaba siendo insoportable. Vacía,<br />
despierta, sintiéndome abandonada de Dios, abandonada de todo el mundo.<br />
"Por favor, Señor", había orado al final. "Si me amas muéstramelo haciendo que<br />
alguien me llame, ¡ahora mismo, en mitad de la noche!".<br />
Por unos momentos solo escuchó el zumbido del teléfono a distancia.<br />
"Vivían", le dijo Rose. "Dios no solamente me dijo que te llamase sino que me dijo<br />
algo más. Me dijo que ibas a ser curada por completo".<br />
Espero que el respingo que di no fuese transmitido hasta Nueva Jersey. Pero Rose<br />
siguió hablando y recordando a Vivían todas las señales del amor de Dios que habíamos<br />
estado viviendo juntos en la Fraternidad, a través de los años. A continuación oramos los<br />
tres por la completa curación de Vivían y pedimos que toda la sanación comenzara desde<br />
aquel momento. Cuando terminamos era la 1:30 de la mañana en Downey y las 4:30 en<br />
Nueva Jersey.<br />
Algunos días después llamó Vivían. No tengo ninguna noticia concreta que darles,<br />
dijo, pero una hora después de que hablamos la otra noche, algo pareció saltar en el interior<br />
de mi cabeza; no se me ocurre ninguna otra forma de explicarlo. Al día siguiente fui al<br />
especialista. Todo lo que me dijo fue que no había empeoramiento alguno desde la última<br />
visita.<br />
Pocas semanas después recibimos una segunda llamada de Vivían: no sólo la<br />
enfermedad no había avanzado sino que sus ojos parecían estar mejorando.<br />
Pasaron meses y luego nos encontramos, con motivo de una Convención Regional<br />
en el Statier Hilton, en la ciudad de Nueva York. Yo compartí con la multitud reunida en el<br />
Salón de la reunión la historia de Vivían y cómo algunos de los mejores doctores del este le<br />
habían diagnosticado un glaucoma irreversible. "Pero ahora... " Vivían subió los escalones<br />
que la condujeron al micrófono y describió el agonizante progreso de la enfermedad, cómo<br />
cada día, se decía a sí misma, que quizás aquella sería la última vez que veía el rostro de<br />
su marido. Luego habló de cuando la depresión le llegó a su fase más aguda, cuando yacía<br />
en su cama a las tres de la mañana, orando por que alguien la llamase. Narró la historia de<br />
la llamada de Rose y las siguientes visitas al especialista y la feliz noticia de que sus ojos<br />
inexplicablemente habían comenzado a responder al mismo tratamiento que hacía tanto<br />
tiempo que le estaban aplicando. ¡Yo alabo al Señor cada día por mi maravillosa vista!.<br />
Y la obediencia de Rose continuó siendo usada. Aún cuando Vivían estaba hablando,<br />
la gente comenzó a abandonar sus asientos para acercarse a la plataforma; hasta<br />
veintisiete pacientes de glaucoma se reunieron en la plataforma. En una atmósfera<br />
cargada de fe., la entera sala oró por ellos. Seis meses después, siete de estos<br />
veintisiete, concurrieron a la convención en Washington, D.C.. No sabemos nada acerca<br />
de los otros veinte, pero cada uno de estos siete había sido curado por completo.<br />
En cada una de las convenciones se cuentan experiencias similares y algunas más<br />
asombrosas que éstas. Cáncer terminal curado al instante. Un paciente cardíaco que<br />
recibió un nuevo corazón (no sanado sino un corazón nuevo sin trazas de tubos plásticos y<br />
válvulas colocadas anteriormente por medio de cirugía). Un joven muerto por una herida de<br />
bala calibre 38, que se sentó en un hospital de Jackson Ville y pidió agua después de que el<br />
director de la Fraternidad oró por él. Otro hombre al cual un doctor de Sudáfrica le había<br />
dado por muerto, resucitó después de que un grupo de la Fraternidad oró por él y hoy<br />
llevaba con orgullo su certificado de defunción en la bolsa de su pecho. Y en cada caso los<br />
milagros se daban cuando alguien estaba dispuesto a ser obediente, sin importarle lo<br />
ridículo y lo desesperado que pudiera parecer el caso.<br />
Oh... nuestro ministerio era de alcance mundial.<br />
Los números que dió Dios a un grupo de nosotros en oración el pasado diciembre: un<br />
billón, doscientos cincuenta millones de personas que serían alcanzadas en 1975, eran<br />
tan, astronómicos, que nos parecieron irreales. Pero también, la completa era electrónica<br />
que me parecía a mi tan irreal, era precisamente ella la que en agosto estaba cubriendo<br />
las multitudes que jamás se habían oído.<br />
Por el momento el programa radial de, la Fraternidad, se transmite semanalmente en<br />
veintiuna lenguas diferentes, a través de Europa, América del Sur y Asia. En Estados<br />
Unidos, nuestro programa de televisión de media hora semanal "Las Buenas Nuevas"<br />
está entrando en su cuarto año para toda la nación, Canadá, las Bermudas, Australia y<br />
Japón.<br />
Una parte importante de esta actividad esta a cargo de nuestro hijo, Steve, ahora es<br />
nuestro productor ejecutivo. Micrófonos, discos de reloj, cintas filmadas o grabadas<br />
parecen serle tan familiares a él, como extraños a mi. Aun me estremezco cuando<br />
recuerdo mi primer día ante las cámaras. La idea del programa "Las Buenas Nuevas" era<br />
que otros nombres hablasen de sus experiencias, del mismo modo como yo lo hacía en<br />
las reuniones de la Fraternidad. Me parecía bastante sencillo, y como el tiempo en un<br />
estudio de televisión era tan caro, esperábamos filmar los trece primeros programas de<br />
media hora en una semana.<br />
Cuando entré en la cabina de sonido, vi aquellos cables y cámaras y los hombres con<br />
los cronómetros, me quedé plantado como una vaca ante un cepo que no es el suyo. Los<br />
directores del guión me ordenaban: Párese aquí. Siéntese allá. Ahora vuelva la cabeza.<br />
Cuando se encendieron las luces a las siete de la mañana, comencé a sudar; al medio día<br />
parecía como si hubiéramos estado filmando en una bañera.<br />
Lo peor de todo fue el monitor que mostraba en una pequeña caja adherida a las<br />
cámaras, las líneas de mi discurso. Yo distorsioné las palabras, le di vueltas a las frases,<br />
hasta que las pobres personas a quienes iba a entrevistar se hallaron tan confundidas<br />
como yo. Después de dos semanas de filmación, había perdido el entusiasmo por el<br />
proyecto entero y diez kilos de peso. Desesperado, me dirigí al productor de aquella<br />
original serie. Dick Mann "No usemos el guión", le supliqué "déjeme que yo solo hable a la<br />
gente".<br />
"Usted no puede hacer eso en televisión", me explicó Dick pacientemente. "El tiempo<br />
se tiene que calcular al segundo, y los camarógrafos tienen que saber de antemano<br />
cuando deben hacer determinadas tomas". Y, por supuesto, prevaleció su experiencia<br />
hasta que llegaron las pruebas. Estas mostraban a un hombre mecánico, de ojos estáticos<br />
y un rostro de madera.<br />
Las siguientes series las hicimos al estilo aficionado. Sin guión ni ensayos,<br />
solamente oramos antes de empezar, oramos durante la filmación y oramos al terminar.<br />
Me olvidé de las técnicas de producción y me concentré en el hombre que me acompañaba.<br />
Todos notamos al instante el cambio y el flujo del Espíritu de Dios en el estudio. Las<br />
cámaras dejaron de trabarse, la gente llegó a tiempo y las cuatro entrevistas de<br />
media hora formaban un perfecto equilibrio, Dick Mann no podía creerlo: cada vez que me<br />
daba la señal y decía "un minuto para entrar”, yo terminaba precisamente sesenta<br />
segundos después.<br />
Sucedieron aún cosas más difíciles de explicar. Una vez estábamos filmando en<br />
Puerto Rico. Se trataba de dieciocho historias seleccionadas por el capítulo de ese<br />
país. Teníamos que ceñirnos a un programa muy rígido por que teníamos que hacer<br />
todas las tomas con luz diurna.. . ¡Y estaba lloviendo!.<br />
Por la tarde, yo tenía que entrevistar a un hombre que había sido sanado de<br />
lepra, y estaba cayendo un regular diluvio en aquel momento. Los camarógrafos<br />
cubrieron las cámaras con papel impermeable, y nos sentamos a ver cómo caía la<br />
lluvia. Rogelio Parilla llegó, y estreché la mano que me tendía. Al principio, creí que<br />
se trataba del gozo de sus ojos que me hacía ver el día mas claro; luego me di<br />
cuenta que un rayo de sol estaba atravesando las nubes. El personal destacó las<br />
cámaras, y Rogelio y la señora que lo acompañaba como Intérprete, se colocaron<br />
frente a las cámaras.<br />
A través de Sally Olsen describió lo que había representado para él, a los<br />
nueve años, saber que era leproso. La agonía física de la enfermedad era más<br />
soportable que tener que separarse de su familia, y verse encerrado en un campo<br />
de aislamiento. Hasta entonces él nunca había visto a un leproso: ahora se veía<br />
obligado a vivir entre gente cuyo aspecto lo horrorizaba. Y lo peor estaba aún por<br />
venir. Después de pocos años él era el que estaba más desfigurado de todos<br />
ellos, cubierto de llagas malignas, de tal suerte que incluso los demás leprosos lo<br />
evitaban, y tenía que comer solo.<br />
Luego, un día, cuando tenía veintidós años, un grupo de cristianos visitó la colonia de<br />
leprosos y, por primera vez, escuchó el mensaje de Jesús. Esto transformó a Rogelio, de<br />
un hombre miserable y abatido, sin esperanzas, en un ser lleno de gozo y amor. Por aquel<br />
entonces, la enfermedad había roído sus cuerdas vocales y comenzó a pedirle a Dios que<br />
le devolviese la voz para poder decir a los demás la nueva vida que había encontrado.<br />
Un tiempo después oyó hablar de un servicio de sanación que tenían en la Iglesia<br />
Pentecostal de Río Piedras. Una indescriptible esperanza comenzó a crecer en él. Pidió a<br />
las autoridades del campamento que le diesen una autorización especial para dejar el<br />
campo, y acudió al servicio: se sentó en la pared del fondo alejado de los demás<br />
asistentes. Cuando se formó la cola de los que deseaban ser sanados esperó a que todos<br />
los demás hubiesen pasado. Y cuando lo hizo, la desesperación lo acometió. La sanidad<br />
se llevaba a cabo imponiendo las manos sobre la cabeza. Ningún hombre querría tocar a<br />
un leproso.<br />
Al fin, el altar quedó vacío, Rogelio corrió hacia adelante y se inclino, el pastor Torres<br />
bajó los peldaños, y colocó ambas manos sobre su cabeza. Luego. las puso sobre su<br />
rostro, sus hombros, su espalda, puso sus brazos a su alrededor y lo abrazó, y en aquel<br />
momento Rogelio supo que había sido senado.<br />
Esto sucedía muchas semanas antes de que los doctores pudieran creer lo que veían,<br />
que Rogelio Parilla ya no era un caso de lepra positivo. Al final, le dejaron ir, y a lo largo<br />
de veinticinco años había estado predicando por todo Puerto Rico. Dios le ha dado no<br />
solamente una hermosa voz, sino además un hermoso don para el canto. Los músicos que<br />
vinieron con él se pusieron a tono con él y Rogelio, con un airoso ritmo de calipso cantó<br />
para la gloria de Dios.<br />
La última nota moría en su garganta cuando el sol desapareció. Los músicos y los<br />
camarógrafos apenas tuvieron tiempo de poner sus equipos a cubierto cuando una fuerte<br />
lluvia volvió a caer del cielo.<br />
Luego contamos esta experiencia en la reunión del capítulo de San Juan esa noche.<br />
¿No fue maravilloso que la tormenta cesase tan a tiempo a la hora de comenzar a filmar?.<br />
Rostros perplejos se miraban una y otra vez. En ninguna parte en todo San Juan, según<br />
parecía, había cesado de llover ni tan sólo por unos minutos...<br />
Esta es la forma como preparamos los programas de la televisión por tres años; sin<br />
guiones, sin ensayos, confiando solamente en el Espíritu Santo. Los programas no serían<br />
de primera clase. Pero llevaban consigo tanta sinceridad que llegaban al corazón de la<br />
gente.<br />
Cada estación deba un número de teléfono local para que los televidentes<br />
interesados en recibir más información pudieran ponerse en contacto con alguien del<br />
capítulo más cercano. Yo tenía el número de llamadas que íbamos recibiendo y éstas<br />
provenían de toda la nación. Atientas me incline para tomar mi portafolio que estaba debajo<br />
del asiento de adelante.<br />
Ahora Rose se había despertado, y estaba mirando con curiosidad las cifras que yo<br />
había estado anotando ¿Qué significa "T. V. 13-3"? Me preguntó.<br />
Trece programas en tres días, le respondí. Es el tiempo normal que hemos dedicado<br />
a las filmaciones por ahora. Y hasta el momento no hemos tenido que repetir más que una<br />
toma dos voces.<br />
Estoy intentando saber con seguridad, le dije, cuánta gente llama después de cada<br />
programa.<br />
Yo creo, Demos, dijo Rose después de un rato, que el número de gente que llame es<br />
menos interesante que lo que suceda. Es más importante un sólo hombre y cómo cambió.<br />
Un sólo hombre, pero, ¿cuál entre los miles de historias que vamos a contar?. Dejé<br />
vagar mi mente a través del país, de Puerto Rico, hacia el este. A la costa este. Hacia el<br />
medio oeste. A través de las montañas, hacia California. Y más allá, a la parte opuesta de la<br />
nación, a Hawai. Y pensé en Harold Shirakl.<br />
Harold fue la primera persona que llamó al número de la televisión en Honolulú,<br />
después de que el programa se presentó, en septiembre de 1972. No había tenido la menor<br />
intención de sintonizarlo aquel domingo por la mañana. Lo que Harold tenía intención de<br />
hacer, era algo muy diferente.<br />
Harold había nacido en una pequeña granja donde se cultivaba café en Kona en las<br />
islas Hawai, el sexto entre dieciséis hermanos. En la mejor tradición japonesa se le había<br />
enseñado a trabajar duramente, a tener consideración de los demás y a respetar la<br />
autoridad.<br />
El padre de Harold padecía de "parkinson" y cuando estuvo ya demasiado enfermo<br />
para trabajar, los hijos mayores dejaron los estudios para poder sostener a la familia.<br />
Como ellos trabajaban horas extras cada día, Harold pudo continuar su educación, y fue el<br />
primero de la familia que se graduó en la escuela secundaria.<br />
Después de ésto, Harold trabajó para que sus hermanos menores tuviesen la misma<br />
oportunidad que él. Se levantaba cada día a las cuatro de la madrugada, se vestía a la luz<br />
de una lámpara de kerosene y caminaba varios kilómetros hasta cualquier granja cafetera<br />
que necesitase peones. Solamente cuando todos sus hubieron terminado la<br />
escuela secundaria, se pudo casar para formar su propia familia.<br />
Para entonces, Harold se había trasladado a Honolulú; trabajó primero en el muelle,<br />
descargando buques; luego, como mozo de un almacén de comestibles, finalmente, puso un<br />
negocio propio. La sana costumbre de Harold de trabajar duro le dio su recompensa; por<br />
ahí de la década de los setenta ya había conseguido ahorrar una buena suma de dinero.<br />
Pero más tarde lo perdió casi todo. Se lo quitaron suavemente, con sonrisas, los<br />
hombres en. quienes había confiado. Cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, la<br />
fe que había adquirido toda su vida, se derrumbó.<br />
Él había confiado en el esfuerzo humano y en la decencia, pero no en Dios.<br />
Nominalmente, la familia de Harold era budista, pero, como sucedía a mucha gente de las<br />
islas, creían en muchos dioses y espíritus. Uno de ellos, Odaisan, tenía una influencia<br />
particular en ellos. Había una pequeña imagen de piedra de este espíritu en el templo<br />
japonés de Kona, y la familia le consultaba casi todas sus decisiones. Cuando ese dios le<br />
concedía un favor, la imagen se podía alzar con facilidad. Cuando apenas podían mover la<br />
imagen. la respuesta era negativa.<br />
Con el pasar de los años, Harold llego a desilusionarse de estas creencias<br />
tradicionales, especialmente cuando veía la forma en que ataban a su familia. Su anciana<br />
madre, ahora viuda, vivía toda su vida aterrada por miedo a ofender a un dios o a otro.<br />
Cuando se trasladó a Honolulú. Harold se unió a la iglesia episcopal por que parecía<br />
ofrecerle la libertad de todos sus temores. Había intentado conducir a su madre a que<br />
aceptase el cristianismo también, pero ella explicó que también Jesús era uno de los<br />
dioses a quien ella oraba. Pero según ella, el principal interés de Jesús se centraba en la<br />
gente blanca. Cada una de sus imágenes y cuadros, explicaba ella, lo representaban con<br />
barba, prueba evidente de que muy poco podía interesarse por los orientales.<br />
Ahora, con la pérdida de su dinero. Harold se dirigió al pastor de su iglesia. El<br />
clérigo lo escuchó con simpatía, estuvo de acuerdo en que le habían hecho una gran<br />
injusticia. Pero no lo aconsejó que denunciase el caso al juzgado. Estas cosas<br />
pasan todos los días en el mundo de los negocios y no hay nada que podamos<br />
hacer ni tú ni yo. Intenta olvidarlo.<br />
Pero ésto fue precisamente lo que Harold no consiguió. Dejó de comer, dejó de<br />
ver a sus amigos, se sentaba solo en la sala al atardecer mientras caía la noche,<br />
sentía que el odio crecía en su interior. Honestidad, sacrificio, largas horas de<br />
trabajo, si todo ésto no lo conducía a ninguna parte, ¿cuál era la meta de la vida?.<br />
La muerte sería mil veces mejor. Los muertos podían dormir. A los muertos nadie los<br />
engaña ni les roba.<br />
Harold tenía un amigo que tenía una pistola, pero él no iba a morir solo, Antes<br />
de suicidarse, se llevaría por delante a otros dos hombres. Tres, si el pudiera<br />
hacerlo antes de que pudieran pararlo.<br />
La idea fue creciendo en su interior hasta convertirse en una obsesión, hasta<br />
convertirse en la única idea que llenaba su cerebro. Escogió el día: un domingo.<br />
Tenía que ser un domingo, porque así podría decir a sus amigos que iba de<br />
cacería. Un domingo de septiembre, tan pronto corno se abriese la estación de<br />
caza.<br />
Llegó el domingo escogido por Harold. Su esposa le pidió nuevamente que fuese a<br />
la iglesia, Harold no había vuelto a la iglesia después de su conversación con el<br />
pastor. Harold sólo movió la cabeza.<br />
“Por lo menos, pon la televisión", le suplicó ella, “Mira el partido de fútbol".<br />
Aquella extraña indiferencia a todo, la estaba alarmando.<br />
Harold hizo un movimiento de cabeza; luego miró a su esposa con expresión adusta.<br />
Ella nunca pudo sospechar lo que se proponía hacer. En absoluto. Ella presionó el botón<br />
del televisor. Se quedó mirando el partido, hasta que dejó de preocuparse, y se marchó a la<br />
iglesia. El le echó un vistazo a su reloj: las 10:35. Los juegos de la tarde ya debían haber<br />
comenzado, allá en el continente. El lo cambió al canal cuatro.<br />
Había dos hombres hablando juntos. Uno era blanco, el otro, él no estaba seguro:<br />
polinesio, probablemente (Yo me reí entre dientes al recordarlo: cuantas veces había<br />
orado al Señor por este curioso tipo de mi rostro armenio. Los judíos me tomaban por<br />
Judío, los árabes por árabe, en América Latina me hablaban en español, en el este me<br />
tomaban por indio. Y ahora, en Honolulú, me tomaban por ¡hawaiano!).<br />
En su tenso estado mental Harold no pudo seguir lo que los dos hombres estaban<br />
hablando. Estaba inclinado hacia adelante en su silla, como si aún fuera a encender el<br />
televisor, sólo miró sus rostros. Eran las personas con los rostros mas felices que él<br />
recordaba haber visto.<br />
Intentó concentrarse en las palabras, pero sus pensamientos eran un torbellino<br />
en acción. De modo que siguió mirando y mientras lo hacía una extraña paz reinó en la<br />
pequeña habitación en que se encontraba. Amor, armonía, esperanza: al mismo tiempo que<br />
pensaba en esas palabras, un sentimiento de paz y perdón parecía fluir del mismo<br />
aparato de televisión.<br />
Al final del programa apareció un número de teléfono en la pantalla. Todavía sentado<br />
sobre el asiento acojinado en su silla donde estaba desde que apareció la imagen en la<br />
pantalla, Harold repitió el número para si.<br />
Unos minutos después estaba hablando con Roy Hitchcock, miembro de<br />
nuestro capítulo de Honolulú escuchando palabras demasiado hermosas para creerlas"<br />
Jesús conoce todos los detalles de tu situación... Jesús es la respuesta... Jesús te ama".<br />
Hoy en día Harold es un líder, no solamente en su iglesia episcopal, sino también en<br />
los programas de la Fraternidad en todas las islas. Nunca recuperó su dinero, pero en la<br />
Fraternidad lo ayudaron a librarse del peso del resentimiento y de la rabia y a convertirse<br />
en una persona en victoria, No solamente él ha iniciado una refrescante renovación de si<br />
mismo, sino que ha ayudado a centenares de otras personas a renovarse.<br />
Entre las primeras personas a quienes ayudó, se encontró su anciana madre, de<br />
ochenta y un años. Al ver el cambio de su hijo, se dio cuenta de que había un poder<br />
mayor que el de los espíritu que la habían aprisionado por tanto tiempo. Ella y otros<br />
miembros de su familia hicieron un montón con las numerosas imágenes y altares que<br />
tenían en su casa y los quemaron en el patio de una iglesia. La madre de Harold murió en<br />
1973, como una serena y radiante cristiana.<br />
Experiencias como éstas eran las que me confirmaban que el papel de la televisión<br />
era decisivo en la visión que yo había tenido de un mundo que despertaba a la vida. Lo<br />
mismo sucedía con los modernos y maravillosos viajes en "jet". Hice análisis de los países<br />
adonde nuestras misiones aéreas de "buenas nuevas" nos habían llevado: Inglaterra,<br />
Suecia, Noruega, Francia, Italia, Japón, Filipinas, Vietnam, India, más de cincuenta. En la<br />
mayoría de ellos, después de semanas de reuniones y campañas, algo más importante<br />
había quedado, un capítulo local; a menudo varios, como centros de la continuación de la<br />
actividad laica.<br />
En otros países, tales como Finlandia. Estonia. Yugoslavia, sólo pudimos orar y<br />
esperar efectos a largo plazo. Pienso en la primera visita a un país comunista, y la<br />
resolución que nació en mí.<br />
Fue en Cuba, después de la toma del poder por Castro y nuestro grupo estaba<br />
hospedado en el Habana Hilton, rebautizado ahora con el nombre de Cuba Libre.<br />
Castro había hecho del hotel su cuartel general, y el lugar hervía de soldados armados,<br />
pero nunca conseguimos verlo de cerca o saber si estaba allí o no. Una mañana,<br />
alrededor de las dos de la mañana, me estaba metiendo en la cama y de pronto supe que si<br />
me vestía y bajaba al restaurante por el ascensor, me encontraría cara a cara con Fidel<br />
Castro. Había tenido ya muchas experiencias con los avisos del Espíritu Santo, para<br />
poner a cuestionar estos inexplicables chispazos de conocimiento, de modo que tan de<br />
prisa como pude, me vestí de nuevo.<br />
Rose abrió los ojos: "¿A dónde vas?". "Abajo a encontrarme con Castro ".<br />
También Rose estaba acostumbrada a estos avisos del Espíritu. "Eso es<br />
interesante", dijo, con voz soñolienta.<br />
Abajo en el restaurante, los únicos clientes era un grupo de soldados jóvenes, de<br />
quince a dieciséis años, según me pareció, sentados ante el mostrador bebiendo jugo de<br />
naranja. "Pocos años antes", me dijo el camarero, "el lugar estaría atestado de gente a<br />
estas horas: norteamericanos, me dijo pensativo. . ., del casino."<br />
Señaló con un gesto hacia arriba, en dirección a las ahora desiertas mesas de juego,<br />
del "mezzanine". "A ellos no les importaba cuánto dinero gastaban."<br />
Escribió mi orden de una copa de helados y se dirigió a la cocina con un suspiro.<br />
Cuando regresó con el helado, limpió la mesa, pareciendo contento de la oportunidad de<br />
poder hablar. El léxico español cubano era diferente de la variedad mexicana que yo había<br />
aprendido, pero nos pudimos entender sin dificultad.<br />
"Cuando el Primer Ministro Castro venga esta noche", le dije, ¿quiere decirle que soy<br />
un productor de leche de California, y que me gustaría hablar con él?.<br />
"¿Esta noche?".<br />
Preguntó extrañado el camarero. "¡Esta noche no vendrá!. Nunca viene tan tarde".<br />
Terminé mi helado. "El vendrá esta noche". El camarero me miro. "¿Alguien le dijo<br />
que él vendría?". Pensé por un minuto. "Sí", dije "alguien me lo dijo".<br />
El meneó su cabeza. "¡Imposible!", dijo "nunca viene después de las diez".<br />
Y comenzaba a parecerme que el camarero tenía razón. Pasaron otros cinco<br />
minutos, y diez más. Los jóvenes soldados se marcharon. Tomé la factura y fui a la caja<br />
para pagar mi cuenta. El cajero estaba contando el dinero cuando, de repente, se oyó el<br />
taconeo de botas en el pasillo, y a través de la puerta aparecieron dieciocho o veinte<br />
hombres con negras barbas y uniformes color verde olivo, algunos de ellos llevaban rifles,<br />
otros portaban ametralladoras americanas; en medio del grupo estaba Fidel Castro.<br />
Castro se sentó a la mesa y pidió un filete mientras los guardaespaldas se<br />
acomodaron por diversos puntos de la habitación. No viendo otro a quien vigilar me<br />
miraron a mí. Vi al camarero inclinarse y hablar con Castro. También el me miró por un<br />
momento. Luego, con el dedo, me hizo señal de que me acercase.<br />
Me senté a su derecha, consciente de las armas que me seguían por toda la<br />
habitación. Castro me hizo un sin fin de preguntas acerca de la producción de leche en<br />
California, y pareció decepcionado por que no le permití que me invitase a un filete.<br />
"Cuando yo vaya a visitarlo, dijo, me beberé cuatro litros de leche".<br />
Por toda la habitación los hombres barbudos soltaron la risa. Para alivio mío bajaron<br />
las armas, y algunos encendieron cigarrillos. Ya había conocido al líder revolucionario<br />
solamente a través de sus inacabables discursos y me sorprendió encontrar en él a una<br />
persona atenta y cuidadosa para escuchar. ¿Y qué le trae a Cuba?, me preguntó al poco<br />
rato.<br />
Le dije que un grupo de nosotros habíamos venido aquí para hacer conocer a los<br />
cubanos, de nuestros mismos campos de labor y contarles lo que el Espíritu Santo estaba<br />
haciendo en medio de gentes como ellos en otros países.<br />
De nuevo, para sorpresa mía, pareció genuinamente interesado. Me dijo que una vez<br />
había estado en el hospital en Brownsville, Texas. "Cada semana salían dos hombres en<br />
la televisión. Uno era Billy Graham y el otro Oral Roberts. A mí me parecieron hombres<br />
honestos que decían cosas honestas".<br />
Estuvimos hablando por espacio de unos treinta y cinco minutos, cuando un<br />
americano, muy enfadado y muy borracho se acercó a la mesa. “¿Alguna vez ustedes<br />
contestan cartas? preguntó. ¡Hace tres meses que estoy esperando recibir una respuesta<br />
de este llamado gobierno!".<br />
No pude entender mucho de lo que estaba diciendo pero creí comprender que era el<br />
dueño de un club nocturno que había sido cerrado por el gobierno revolucionario. Yo estaba<br />
asombrado del atrevimiento de este hombre en una habitación llena de soldados, pero él,<br />
aparentemente estaba demasiado preocupado con sus problemas para notario. "Ustedes<br />
también están perdiendo dinero". le dijo a Castro. "¡No lo olvide!. ¡Yo estaba trayendo<br />
buenos negocios para acá!".<br />
El rostro de Castro se iba tornando mas gris verdoso que su uniforme ¿Buenos<br />
negocios?, dijo éste. ¿Así lo llama usted?. ¿Juego y prostitutas?. ¿Eso era todo lo que les<br />
interesaba a ustedes en este país?".<br />
Intenté mirar a los ojos de aquel hombre, seguramente uno no podía estar tan borracho,<br />
tan ensimismado, que no advirtiese el grito en esta pregunta. ¿Te importó alguna vez?.<br />
¿Nos conociste a nosotros alguna vez?.<br />
Pero aquel hombre no oía. "¡No me enseñe moral!" dijo. Los cubanos tenían mucha<br />
parte en mis negocios ¿Por qué cada vez.?"...<br />
Castro se puso de pie, dejando la cena a medio terminar. Estaba ya a mitad de<br />
camino de la puerta seguido por sus soldados, cuando se volvió, regresó y me tendió la<br />
mano.<br />
Me alegro de que haya venido, dijo, deseo ...<br />
Su rostro todavía seguía grisáceo, y no terminó la frase. Un minuto después todos se<br />
habían marchado, el dueño del club nocturno detrás de ellos, siguiéndoles, todavía<br />
protestando, y yo me quedé solo en la mesa, miré mi reloj. Las tres y cinco.<br />
Deseo... Deseo que vengan más hombres como usted a orar, en vez de venir a<br />
Cuba a apostar.<br />
Qué habría pasado si hubiera sido así, me preguntaba, mientras el ascensor me<br />
llevaba hacia arriba. ¿Cómo sería el mundo hoy en día si los millones de viajeros<br />
americanos hubieran ido por el mundo llevando el amor de Dios a la gente que visitaban?.<br />
"¿Y si lo hicieran ahora...?".<br />
Desde aquella noche en adelante ésta fue mi plegaria, en todos los lugares en donde<br />
me he encontrado con capítulos de la Fraternidad. ¡Adelante!. ¡Llevad las buenas nuevas!.<br />
¡Viajad para Dios!. ¡Ayudad a cambiar la imagen de los viajeros que el mundo ve muy a<br />
menudo!.<br />
Y nuestros hombres han ido; han ido como personas que han recibido la confianza y<br />
la fidelidad de otros lugares y otros tiempos, y han regresado a pagar un poquito de<br />
nuestra deuda.<br />
Recordé un septiembre por la noche, en 1966, en Moscú, siete años después de mi<br />
visita a Cuba, cuando tuve la oportunidad de contarles, a dos mil doscientas personas que<br />
se habían reunido en la iglesia bautista, la historia de los pentecostales rusos que cruzaron las<br />
montañas para llegar a Armenia, en sus carromatos cubiertos. Dos mil doscientas<br />
personas se levantaron de sus asientos, y elevaron sus manos al cielo, lloraron de gozo,<br />
mientras el Espíritu de Dios, barría la reunión.<br />
Al día siguiente tuve la segunda oportunidad de grabar la misma historia para Radio<br />
Moscú: para agradecer al pueblo ruso desde el fondo de mi corazón por traernos ese<br />
indecible regalo de Dios.<br />
Bajé el respaldo de mi asiento unos centímetros y cerré los ojos. Hombres de todo el<br />
mundo que despertaban de la muerte a la vida, sí, ésto es la Fraternidad.<br />
Y ésto es lo que había visto en nuestra sala de Downey. ¿Qué más me había<br />
mostrado la visión?. Hombres volviendo a la vida, no solamente para Dios, sino para los<br />
unos con los otros. Hombres que habían estado aislados, ahora juntándose,<br />
descubriéndose unos a otros. Esto también es la Fraternidad.<br />
Para la sesión de apertura en las convenciones ahora nos gustaba pedir a los<br />
presentes que levantasen sus manos: ¿Cuántos episcopales, aquí esta noche?. ¿Cuántos<br />
presbiterianos?. ¿Cuántos bautistas?. La parte más importante para mi no era la<br />
respuesta a cada pregunta, sino que cada vez se alzaban manos por todo el salón<br />
Católicos sentados con metodistas, cuáqueros junto a adventistas del séptimo día, de<br />
modo que cuando el Espíritu desciende en las reuniones, los hermanos se abrazan a<br />
pesar de que podían pertenecer a iglesias que no se han hablado por centurias.<br />
Las razas juntándose. Las cosas están cambiando ahora, pero allá por los años<br />
cincuenta existía segregación racial en muchas partes del país. Recordé los preparativos<br />
para una convención mundial en Atlanta. Habíamos alquilado el salón de baile en un hotel<br />
del centro de la ciudad, se había reservado más de mil habitaciones para cinco noches,<br />
reservado el tiempo en una radio, impreso formularios para el registro, todos los detalles<br />
bien sincronizados, necesarios para reunir a un gran grupo de gente. Y luego, como un<br />
mes antes de la convención, el hotel descubrió que estábamos esperando, como siempre, a<br />
un buen números de hombres de negocios negros. Bueno, ellos iban a hacer un arreglo<br />
que ellos llamaban de "acomodamiento idéntico". Las reuniones podrían ser seguidas en<br />
un lujoso salón privado por medio de televisión en circuito cerrado.<br />
Tomo cerca de un millón de llamadas telefónicas para llevar la convención a Denver.<br />
Y notamos allí algo curioso. La participación de hombres de negocios negros no fue<br />
solamente grande, sino mucho más grande de lo que se esperaba. Finalmente el dueño<br />
de un almacén de ropa de Atlanta nos dio una luz sobre esto. "Mis amigos me han estado<br />
preguntando durante meses por qué yo voy a ese desayuno de oración de hombres<br />
blancos. Pero cuando ellos oyeron lo que pasó en el hotel, yo tuve que alquilar un autobús<br />
para llevar a toda la gente que quería ir conmigo". (En el verano de 1973, incidentalmente<br />
tuvimos una convención regional en el Hayatt House de Atlanta y cada noche estuvieron<br />
indistintamente juntos, 1500 personas blancas y negras.)<br />
Las diferentes generaciones se han juntado. Bajo el liderazgo de Richard y su<br />
bellísima esposa, Evangeline, había ahora un programa lleno de juventud en cada<br />
convención muchas veces en un pasillo de un hotel pasé junto a un joven con su pelo largo<br />
y a un hombre de mediana edad bien vestido, con lágrimas de reconciliación, uno llorando<br />
sobre el hombro del otro.<br />
Gente con toda clase de antecedentes juntándose. Negros y blancos reuniéndose en<br />
muchos de nuestros capítulos en Sudáfrica. Protestantes y católicos pidiéndose perdón<br />
unos a otros, abrazándose con gozo en nuestros capítulos en Belfast, Irlanda.<br />
La gente tumbando los muros que se habían levantado entre nosotros y los otros.<br />
Recuerdo a una mujer que literalmente tenía que tener un muro entre ella y el resto del<br />
mundo, antes de poderse sentir tranquila. Sarah Elías, pianista, había estudiado con<br />
Julliard, en Nueva York, y cantaba bajo la dirección de Leopold Stokowski. Viéndola tan<br />
alta, imponente, nadie hubiera creído que tenía problema alguno en su vida. De modo que<br />
cuando ella especificó "habitación simple”, en una convención regional en Indianapolis,<br />
nadie hubiera soñado en el tormentoso temor que toda su vida había sufrido, y que ahora<br />
escondía tras esta petición.<br />
Cuando llegó la ocasión de la convención, fueron necesarias todas las camas del<br />
hotel para acomodar la multitud que esperaba acudir aquel fin de semana de mayo en<br />
1972. Lo lamento, le dijo el recepcionista, hemos tenido que acomodarla en una habitación<br />
doble. El empleado revisó la lista. La otra dama es la Hermana Francis Clare, de la<br />
Escuela Hermanas de Nuestra Señora. Estoy seguro de que disfrutará de su compañía".<br />
Sarah Elías estaba segura de que no sería así. Educada por personas que le habían<br />
enseñado un tipo particular de santidad, en una pequeña ciudad al oeste de<br />
Pennsylvania; le habían enseñado a desconfiar de las monjas, en general. Pero su<br />
problema real provenía de su trágica niñez. Desde el tiempo en que su padre disparó y<br />
mató a su mamá, cuando ella era una niñita, durante sus años en un orfanato, hasta<br />
cuando la familia que la adoptó la desheredo, ella había aprendido que la gente la<br />
rechazaría. Y ella, a su vez, en donde no fuera su lugar de trabajo, rechazaba a la gente, la<br />
apartaba de su vida y levantaba un muro entre ella y el mundo.<br />
Nadie, como digo, sabía nada de ella hasta que aquel día penetró apresuradamente<br />
a la habitación que creía vacía y halló en ella a la otra mujer. Y la hermana Francis Ciare,<br />
una cristiana inteligente y amable, que tenia el ministerio especial de sanar recuerdo, pidió<br />
si podía orar por Sarah. Toda aquella amargura desapareció, y las horas que siguieron, el<br />
temor, el resentimiento y la amargura pasaron, dando paso al amor y a la aceptación de<br />
Dios.<br />
Cuando yo ví a Sarah aquella noche, su rostro estaba tan transfigurado que le pedí<br />
que pasara frente al micrófono y nos dijera qué le había sucedido. Después de eso se<br />
sentó al piano. Cuando terminó, la convención entera se puso de pie y la estuvo<br />
aplaudiendo hasta que volvió a tocar. Le dedicaron cuatro ovaciones de pie, y al final<br />
todos nosotros supimos que el mismo Espíritu había tocado el piano para nosotros<br />
aquella noche.<br />
Sarah Elías pertenecía a aquella categoría de gente a quienes la Fraternidad estaba<br />
ayudando: a mujeres de negocios y profesionales. Al principio yo estaba tan preocupado<br />
por los hombres que habían perdido interés en la vida, que no me daba cuenta de alguien<br />
más. Las mujeres, en los primeros años de la Fraternidad, y había muchas, eran<br />
generalmente las esposas de dichos hombres, cristianas ellas mismas, que buscaban la<br />
forma de alcanzar a sus maridos.<br />
Luego, a medida que la Fraternidad fue siendo más conocida, un nuevo grupo de<br />
mujeres apareció, tanto casadas como solteras, jóvenes como de más edad; eran personas<br />
que trabajaban y que como los hombres, se sentían apartadas de los programas<br />
tradicionales de las iglesias, de los círculos de costura, ventas de artículos, el café<br />
matutino, estaban tan aparte de las actividades de las profesionales: doctoras, maestras,<br />
trabajadoras de oficina, como estaban para mí. Ahora tenemos mujeres abogados,<br />
actrices, trabajadoras de fábricas que asisten a nuestras reuniones. "Vendedoras", escribí<br />
en un papel, "Enfermeras", "Periodistas".<br />
"¿Demos?"<br />
Rose me estaba codeando y yo miré hacía arriba y vi a la azafata de pie con una<br />
bandeja de bocadillos. Estaríamos en Honolulú dentro de poco; ya era cosa de una hora.<br />
"Azafatas..." añadí a las notas que tenía frente a mi. Hubo cinco o seis en la última<br />
convención. Releí las páginas manuscritas. Me había extendido por todo el mundo de mil<br />
formas diferentes, a toda clase de gente. ¿Sería este un fiel retrato de la Fraternidad?.<br />
¿Qué es lo que había dicho Rose?. Habla de un individuo lo que él había cambiado.<br />
Era cierto, pues todas las estadísticas del mundo no podían sobrepasar a la maravilla de<br />
una sola vida renovada por el Espíritu.<br />
Pero, ¿por dónde podía empezar?, ¿o detenerme?. Cuando conté la fabulosa historia<br />
de George Otis, o de Walter Black, o del General Ralph Haines, me faltó tiempo y tuve que<br />
dejar afuera la igualmente estupenda historia de Jim Watt, de Otto Kundert, o de Don<br />
Locke.<br />
Había un millón de historias ahora en la Fraternidad cada una de ellas más hermosa<br />
que la otra, cada una era única a pesar de que a la vez estuviese ligada a las demás por<br />
una cadena de oro.<br />
Cada una ligada...<br />
Por qué no explicar la historia de una tal unión, de una bella continuidad de la reacción<br />
en cadena que es la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo...<br />
Era viernes por la mañana a principios de los años sesenta, cuando recibí una<br />
llamada telefónica de un hombre joven que me dijo que nos habíamos encontrado<br />
recientemente en la convención de la Fraternidad en Oklahoma. Señor Shakarian, dijo el<br />
joven, me gustaría que pudiese hablar con mi tío. Creo que está preparado para conocer<br />
al Señor.<br />
¿Quién es su tío?.<br />
Shannon Vandruff.<br />
El nombre me sonaba vagamente familiar. ¿Dónde vive?.<br />
Me dio una dirección en una parte elegante de la ciudad de Downey.<br />
¿En qué se ocupa?, le pregunté, ligeramente nervioso.<br />
Es un constructor. ¿Ha oído hablar de las “Cinderella Homes”?. Esa es su compañía.<br />
Bueno mi primer pensamiento fue que jamás conseguiría hablar con él. Todos nosotros<br />
conocíamos "Cinderella Homes". Era una empresa muy, muy grande e importante.<br />
Pero, por lo menos, prometí que llamaría a Shannon Vandruff y al día siguiente,<br />
sábado, lo hice. Muy lejos de ser un hombre lleno de prisa. Shannon demostró ser una<br />
persona, de agradable trato. Y su sobrino tenía razón: Shannon estaba predispuesto a<br />
escuchar las buenas nuevas de Jesús. El y su esposa. Veta, nos invitaron a Rose y a mi<br />
aquella misma noche a su estupenda casa por el campo de golf. Mas adelante fue con<br />
nosotros a una convención de la Fraternidad en Phoenix, Arizona, donde ambos recibieron el<br />
bautismo en el Espíritu Santo.<br />
Ahora un nuevo hombre estaba en esta reacción en cadena. El doctor Ray Charles<br />
Jarman era el pastor de la gran iglesia de South Gate, California, donde los Vandruff<br />
habían asistido durante catorce años. Bajo la brillante dialéctica del doctor Jarman se<br />
había convertido en una institución de un millón de dólares, con asientos tapizados,<br />
gruesas alfombras, aire acondicionado, estatuas de mármol importado. El doctor Jarman<br />
tenía además un programa de radio diario que era una fuerza en la vida intelectual del sur<br />
de California.<br />
La única cosa que los Vandruff nunca le habían "escuchado" a él era predicar a<br />
Cristo. Como tantos bien educados ministros, él había cesado, hacía ya mucho tiempo de<br />
creer en la divinidad de Jesucristo, en sus milagros, y otros conceptos "pre-científicos". Pero<br />
era un pastor responsable, que deseaba dar a su congregación algo real y verdadero.<br />
Por eso, durante cincuenta años buscó esta evasiva realidad. Buscó en la ciencia<br />
religiosa, pensamiento nuevo, unidad cristiana, ciencia cristiana. Halló que su vida estaba<br />
cada vez más vacía, se volvió hacía las religiones orientales, estudio durante tres años bajo<br />
Paramahansa Yogananda, entre otras. Fue tras el rosacrucismo y, finalmente, fue tras la<br />
teosofía.<br />
En 1961, antes de que las drogas se declarasen ilegales, entró en una clínica de San<br />
Francisco donde pagó a una enfermera, a un doctor y a un psiquiatra, para que estuviese<br />
en su compañía durante su experimento de veinticuatro horas con el L.S.D. Lejos de<br />
procurarle una revelación de Dios le produjo pesadillas que le persiguieron durante<br />
muchos meses.<br />
Mientras tanto, después de su conversión Shannon Vandruff siguió una tranquila<br />
campaña para llevar a Jarman a una reunión de la Fraternidad. El erudito ministro<br />
demostró su más absoluto desinterés. Por casi cuatro años Shannon perseveró. Jarman<br />
llegaba al lugar y le disgustaba ver venir al hombre.<br />
Por fin un amigo mutuo invitó a Jarman a una velada de música cristiana y de la<br />
Fraternidad en casa de los Vandruff.<br />
Con un encogimiento de hombros, el Dr. Jarman accedió. ¿Qué tenía que perder?.<br />
Sería un experimento más.<br />
Quién sabe cómo, pero en agosto de 1965 Ray Charles Jarman llegó a casa de los<br />
Vandruff con tres personas de su iglesia. La enorme sala de los Vandruff estaba tan<br />
concurrida, que resultaba difícil hallar un lugar en ella. Jarman notó una alegría radiante en<br />
estas personas como si asistieran a un "cocktail" y ésto le llamó la atención y le molestó a<br />
la vez. Si no hubiera traído gente consigo se hubiera marchado al momento.<br />
Y mientras transcurría la velada, Jarman se sentía más y más incómodo; hubo<br />
cantos, oración: después siguieron testimonios, todo ello coronado por un "Gloria a Dios".<br />
Jarman comenzó a pensar en lo que pensarían de él sus amigos de la Universidad.<br />
En mitad de la velada la puerta frontal se abrió y allí, sostenido por dos hombres,<br />
apareció la mujer más frágil que él jamás había visto, profundos círculos rodeaban sus<br />
ojos, ropas colgaban como si no hubiese habido un cuerpo debajo de ellas.<br />
Aquella mujer era mi hermana Florence.<br />
Mientras Jarman miraba horrorizado, los dos hombres casi la transportaron a través<br />
de la sala y la depositaron en una silla. Habían pasado veinticinco años desde su<br />
accidente automovilístico. ¡Y que cuarto de siglo de servicio había sido!. A menudo, con<br />
Rose al piano o al órgano, Florence había cantado en iglesias y en reuniones de la<br />
Fraternidad por todo lo ancho y lo largo del país. Ahora, precisamente como predijo su<br />
sueño, se moría de una extraña forma de cáncer.<br />
Florence Shakarian Lalain, le dijo Shannon. ¿Te sientes con fuerzas bastantes para<br />
cantarnos algo?, Florence sonrió:<br />
Lo intentaré, dijo. Alzó ambas manos hasta su frente y la echó hacia atrás; ya no<br />
tenía suficientes fuerzas para levantar la cabeza; luego, comenzó a cantar.<br />
Ray Jarman se enfrentó cara a cara con la realidad que había estado buscando por<br />
largos años. Jarman era un fanático de la ópera, había escuchado las voces más<br />
importantes de aquellos días. Pero jamás había escuchado una voz como ésa, me dijo<br />
luego. Cuando ella estaba cantando se hubiera dicho que había un ángel en la sala.<br />
Florence pidió a los presentes que se uniesen al coro de "Que Grande eres Tú". Cuando<br />
lo hicieron, su voz se escuchaba por encima de las de los demás como un ave canora,<br />
hasta que Jarman creyó hallarse en las puertas del cielo.<br />
Aquella fue la última canción de Florence, y para el pastor Ray Charles Jarman la<br />
primera vez en su vida que lloraba en público.<br />
Pero su costumbre de intelectualizarlo todo, estaba tan arraigada en Jarman que su<br />
mente continuó resistiendo lo que su espíritu ya conocía. No fue antes de algunos meses<br />
que consiguió dar el paso que lo aterraba tanto, es decir, el salto más allá de su<br />
comprensión. En su apartamento de viudo, con Shannon.<br />
Vandruff como testigo, cayó sobre sus rodillas, una cosa que tampoco había hecho<br />
antes, y le pidió a Jesús que tomase su vida. Se puso de pie tan lleno y gozoso, como<br />
antes se había sentido, vacío y asustado.<br />
Es este el nuevo doctor Ray Jarman al que han escuchado centenares de miles de<br />
personas en las reuniones de la Fraternidad alrededor del mundo: "Estuve predicando<br />
durante cincuenta y dos años. antes de conocer a Jesús". Pero, ¿quién puede contar<br />
cuántos hombres ha alcanzado el ministerio de Ray Jarman, y cuántos hombres de estos<br />
a su vez han alcanzado a otros?. ¿Dónde termina la cadena de oro que une a cada uno de<br />
nosotros con el otro?.<br />
¿Dónde empieza?.<br />
Recordé los eslabones de esta cadena, forjados antes de que yo naciera. Magardich<br />
Mushegan lo profetizó allá en Kara Kala. "De hoy en un año tendrás un hijo. "También<br />
pensé en aquel hijo que conducía un carro de vegetales detrás de su caballo Jack. ¡Que<br />
lazo tan fuerte el que unía las vidas de los Shakarian con los Mushegan!. Fue el nieto de<br />
Magardich Harry, quien, en un domingo de 1955, recibió la visión en la iglesia Pentecostal<br />
Armenia en el Boulevard Goodrich. Había visto el santuario lleno de luces y ríos de aceite<br />
que descendían desde el cielo sobre Isaac Shakarian. En una ordenación y la única que<br />
nuestra iglesia reconocía. Y por ello, por casi diez años, papá había servido como pastor<br />
en la iglesia, sin recibir salario por supuesto, según la tradición armenia, obteniendo una<br />
licencia del estado para casar y dar sepultura, predicaba los domingos, y se ocupaba de<br />
las necesidades de la gente.<br />
Entonces un viernes por la mañana, en el otoño de 1964 Harry Mushegan tuvo otra<br />
visión. Yo estaba en el Hotel Coronado, al sur de San Diego aquella noche Era el día 6 de<br />
noviembre, al principio de los tres días de la convención regional. Nuestra hija Gerry y su<br />
esposo, Gene Scalf también estaban allí y amaban a la Fraternidad, pero como tenía dos<br />
niñas pequeñas, no podían acudir a menudo a las reuniones .Yo sabía cuantos<br />
preparativos habían tenido que hacer para poder asistir los dos; por eso me sorprendí<br />
cuando se me acercó Gerry y me dijo que teníamos que volver inmediatamente a<br />
Downey.<br />
"¡Se trata del abuelo!, dijo. ¡está... está en el hospital!".<br />
"¿En el hospital?. ¡Pero, él no está enfermo!, ¡se encontraba estupendamente<br />
cuando dejé la oficina esta tarde!".<br />
En la recepción del hospital me dijeron que papá estaba en el edificio, al otro lado de<br />
la calle. ¡Qué extraño!, pensé mientras estaba en la casa de una sola planta, por qué lo<br />
pondrían en un lugar tan obscuro y desierto. ¿Dónde estaban las enfermeras...? y de<br />
pronto me di cuenta que ese pequeño edificio era la morgue.<br />
Papá yacía en una mesa blanca y alta. No era extraño que nadie hubiese intentado<br />
avisarme. Nunca un padre y un hijo habían estado en tan íntima relación. Me quedé de<br />
pie en aquella habitación, escuchaba su voz, como lo había hecho centenares de veces,<br />
cuando a través de los años se abría la oportunidad, en alguna parte, de hablar a los<br />
hombres de Jesús: "Ve Demos. Yo me haré cargo del negocio".<br />
En nuestra casa, el doctor Donald Griggs nos estaba esperando. Tenía yo razón,<br />
papá no había estado enfermo. "Murió como lo hacían los viejos patriarcas, dijo el doctor<br />
Griggs, con todas sus fuerzas, sin enfermedad. Estaba leyendo el periódico de la<br />
tarde y se quedó dormido".<br />
Nadie aparte del doctor Griggs y la familia más inmediata sabían la noticia de modo<br />
que nos sorprendimos cuando Harry Mushegan me llamó por teléfono desde Atlanta,<br />
Georgia, donde él tenía ahora un pastoreo.<br />
"Los viejos", dijo "acabo de verlos a todos". "Mi abuelo, mi padre, todos los viejos que<br />
recuerdo desde niño, y algunos hombres con largas barbas blancas, riendo, corriendo y<br />
alzando sus brazos como si le estuviesen dando la bienvenida a alguien. Y luego vi a<br />
Isaac, corriendo hacia ellos". Se hizo una pausa en el teléfono. ¿Isaac ha muerto, no es<br />
así?. Se encendió el letrero que advertía la necesidad de abrocharse los cinturones para<br />
aterrizar y el avión, se inclino y comenzó a descender.<br />
Tu ve. Demos...<br />
Esto es lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros. ¿No es así? "Tú ve, Juan. Jaime<br />
Guillermo, María". No siempre nos dijo adónde, al principio del viaje. Yo pensé en el<br />
segundo mensaje del niño profeta recibido hacía tanto tiempo todavía sellado y sin abrir.<br />
¿Predecía una gran persecución que habría en América contra los cristianos, justo antes<br />
del retomo del Señor?. Personalmente, eso creo. Creo que el Espíritu Santo nos esta<br />
preparando para ese tiempo uniéndonos en un cuerpo, para asignarnos a cada uno una<br />
tarea que sólo Él puede hacer para el bienestar del cuerpo. A menudo me pregunto a quién<br />
se le pedirá que abra el mensaje y que lo lea para la iglesia.<br />
Pero esto no es lo importante. Lo importante es que Él nos manda a ir, a cada uno de<br />
nosotros ir con el don que Él nos ha dado. Él sabe que cuando descubramos ese don y lo<br />
usemos no importa las condiciones del mundo que nos rodea, seremos "la gente más feliz<br />
de la tierra".<br />
El avión al aterrizar hizo un pequeña sacudida y se dirigió a la terminal, Rose rebuscó<br />
bajo el asiento por nuestras cosas.<br />
¿Estás listo, Demos?, me dijo. "Estoy listo, Rose".<br />
Caminamos por el pasillo del avión juntos, preparados para emprender la próxima<br />
aventura.<br />
"¿Estás listo, Demos?".<br />
Cuando este libro se publicó por primera vez concluyó con esa pregunta que me hizo<br />
mi esposa Rose, y mi respuesta.<br />
"Estoy listo, Rose".<br />
Ninguno de los dos nos pudimos imaginar que aventuras nos esperaban,<br />
invitaciones a la Casa Blanca; presenciar la transferencia del Monte Sinaí: dirigirnos a<br />
líderes religiosos de la India: comida con Madam Soong, esposa del primer presidente de<br />
China, en su residencia: encuentros con líderes de las naciones de América Central.<br />
No teníamos idea que este libro sería traducido al alemán, holandés, francés,<br />
español, portugués, polaco, húngaro, ruso; ucraniano, armenio, árabe, sueco, danés,<br />
noruego, japonés, chino y telugu, y que bendeciría a tanta gente.<br />
No pudimos haber soñado hasta dónde llegaría el ministerio de la Fraternidad<br />
Internacional de Hombres de Negocio del Evangelio Completo, a través del trabajo de sus<br />
capítulos, convenciones, libros, revistas, grabaciones, televisión, radio y ministerios por<br />
medio de "satélites".<br />
Esta organización no lucrativa de cristianos laicos es guiada por 70 directores<br />
Internacionales y 500 directores nacionales y su membresía representa casi cada<br />
antecedente denominacional. Es el más grande ministerio laico de su tipo en el mundo,<br />
con más de un millón de hombres laicos que se reúnen regularmente cada mes o cada<br />
semana.<br />
Complementando el ministerio de las iglesias locales por medio de un llamado a los<br />
hombres de negocio a Dios, la Fraternidad hoy abarca mas de 3.500 capítulos en 134<br />
países y toca las vidas, de millones de gente a través de sus alcances a nivel mundial.<br />
La visión que Dios me reveló a mí en 1952, en la cual gente alrededor del mundo que<br />
estaba sin vida, deprimida, fue transformada en personas gozosas, unidas todas y<br />
llenadas con el amor de Jesús.<br />
Evidencia de esto es visible cuando miles de miembros y amigos de todos los<br />
continentes, muchos en ambientes culturalmente distintos, celebran convenciones<br />
anuales de la Fraternidad por todo el mundo.<br />
Dios está proporcionando el cumplimiento de este propósito por medio de más de<br />
80.000 miembros dedicados a alcanzar hombres para Cristo, tales como Sir Lionel<br />
Luckhoo, de Guyana, aclamado en el Libro de Records de Guinness como el más exitoso<br />
defensor en el mundo; como Charles M. Duke, astronauta de Apolo 16: como el famoso<br />
Rosey Grier, de la Liga Nacional de Foot Ball (NFL): y miles de profesionales y hombres<br />
de negocio de varios senderos de la vida. A través de ellos, los miserables, los solitarios,<br />
que yo observé al principio de mi visión, son ahora transformados en la Gente más Feliz<br />
de la Tierra.<br />
Demos Shakarian.<br />
EL HOMBRE SE PREGUNTA:<br />
¿Cómo puedo tener una relación personal con Dios?<br />
Querido Lector: Al concluir la lectura de este libro es posible que te preguntes si<br />
también tu puedes conocer a Dios de un modo personal como Demos y tener paz en tu<br />
corazón Jesús dijo que para conocer a Dios, que es Espíritu, debes "nacer de nuevo". Para<br />
que esto ocurra es necesario:<br />
1.- Reconocer, delante de Dios, que has vivido totalmente centrado en tu egoísmo y<br />
que no estas honrándolo como Señor de tu vida, puesto que has pecado y estas<br />
separado de Él. "Porque todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios"<br />
Romanos 3:23<br />
2.- Arrepentirte, volviéndote a Dios y pidiéndole perdón por tus pecados pasados e<br />
implorando su ayuda para vivir como Él quiere. "Si no os arrepintieréis, todos<br />
pereceréis igualmente" Lucas 13:3<br />
3.- Creer que Jesús es el hijo de Dios y que al morir en la cruz asumió tus pecados<br />
para que de este modo tu puedas obtener el perdón de Dios. “Porque de tal manera<br />
amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que todo aquel que crea en<br />
Él, no muera sino que tenga vida eterna" Juan 3:16.<br />
4.- Decirle a Dios que ahora aceptas a Jesús como Salvador y Señor de tu vida. "Que<br />
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios<br />
lo levantó de los muertos, serás salvo". Romanos 10:9.<br />
Si después de pensar despacio y reflexionar sobre estos versículos de la Biblia<br />
deseas dar este paso, di en voz alta la siguiente oración:<br />
"Dios mío, estoy consciente de que soy pecador y que por lo tanto merezco la<br />
condenación. Creo firmemente que Jesús, tu Hijo murió por todos los pecadores,<br />
incluyéndome a mi, y derramó su sangre para limpiarme de mis pecados. Confieso<br />
que Jesús es el Señor y Salvador de mi vida y te doy las gracias por el don de la<br />
vida eterna. Ahora te pido ayuda para vivir conforme a tus deseos."<br />
No confíes en tus sentimientos como prueba de que Dios te ha perdonado y<br />
aceptado. Los sentimientos son volubles. Tu nueva relación con Dios está basado<br />
en sus promesas. - Romanos 10:13. No te avergüences de hablar a otras personas<br />
de tu relación con Jesús. - Mateo 10:32. Emplea DIARIAMENTE algún tiempo para<br />
orar y leer la Biblia 1a de Pedro 2:2 -Salmos 37:4 - Romanos 8:14. Cuando<br />
hayas tomado la más importante de las decisiones, ponte por favor, en contacto<br />
con nosotros y/o con otros hermanos en la fe, de tu iglesia.<br />
I N M E M O R I A M<br />
D E M O S S H A K A R I A N<br />
1913-1993<br />
Demos Shakarian fue un hombre lleno del Espíritu Santo, un hombre que caminó con<br />
Dios y que amó a la gente. El nació en Los Ángeles el 12 de julio de 1913, hijo de Isaac y<br />
Zarouhi Shakarian. Creció en Downey, California. Asistió a la Escuela Secundaria de<br />
Downey y al Colegio Universitario de Davis. Se casó en 1933 a la edad de 20 años con<br />
Rose Gabrielian. Tuvieron cuatro hijos: Richard, Geraldine, Carolyn y Stephen.<br />
Demos fue un productor de leche y vendedor de bienes raíces. Con su padre Isaac<br />
construyeron la más grande e independiente lechería del mundo.<br />
Demos fue verdaderamente un pilar de su comunidad. Fue nombrado por dos<br />
gobernadores de California. Pat Brown y Donald Reagan, miembro de la Junta Agrícola<br />
del Estado de California. El ayudó en la construcción del Hospital de Downey.<br />
Inició la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo<br />
con 21 hombres. Hoy hay capítulos en más de 150 naciones del mundo. La Fraternidad<br />
Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, con más de un millón de<br />
personas que asisten semanalmente a reuniones alrededor del mundo. Durante la<br />
expansión de los trabajos del Evangelio Completo, Demos conoció líderes del mundo y<br />
presidentes de muchos países. El también sirvió en el fideicomiso de la Universidad Oral<br />
Roberts y como directivo del Trinity Broadcasting Network. Adicionalmente él y su esposa<br />
Rose, contribuyeron para escribir este libro "La Gente Más Feliz de la Tierra" que narra la<br />
historia del nacimiento de la Fraternidad que ha sido usada por Dios para cambiar las vidas<br />
de hombres y mujeres de todo el mundo.<br />
...Grandes bendiciones reciben quienes<br />
hayan leído estas líneas,<br />
que esta inspiración no quede solo en tí,<br />
entrega esta alegría<br />
para que otros también sean tocados en su corazón...<br />
masfelizdelatierrahttp://www.blogger.com/profile/00801516079606520413noreply@blogger.com1